miércoles, 2 de septiembre de 2009

Menchu Gutiérrez

Me gustaría hablar a fondo de Menchu Gutiérrez, pero aún no estoy preparado para hacerlo. In the meanwhile, y como lo prometido es deuda, os diré que le pedí permiso para publicar su artículo del ABC en el que hablaba del roce de la luz a lo largo del día. Me dio permiso y, como ocurrió con la capa de San Martín, me dejó reproducir también otro anterior, publicado en El País hace años; éste artículo está ligado íntimamente al último libro de Menchu publicado hasta la fecha: Detrás de la boca. Yo reconozco que, cuando lo leí, me quedé aún más fascinado con su literatura. Aquí van estas dos perlas raras. (La foto, como siempre esplendorosa, pertenece a mi amiga Rocío Álvarez)

Cazadores de luces
La mayor parte de la antigua Ciudad Lineal, al Este de Madrid, con sus kioskos y sus tranvías, sus acacias y sus pinos, que hubieran permitido al Barón Rampante de Calvino recorrerla de lado a lado sin pisar el suelo, y sus casas de grandes jardines, ha desaparecido. Para quienes el gran río que atravesaba esta otra ciudad de Madrid, la calle Arturo Soria, fue el escenario de nuestra infancia, sus ruinas, disfrazadas de modernidad, nos convierten en involuntarios arqueólogos. En realidad, ya durante aquellos años, ejercímos de tales en nuestras incursiones a gran número de casas abandonadas al estallar la guerra civil , y gradualmente transformadas después en edificios de pisos y adosados. Hoy queda muy poco de aquellos veranos en los que un vendedor ambulante todavía voceaba miel de la Alcarria en esta frontera Este de Madrid. Durante muchos años crees que en realidad no queda nada, hasta que, de pronto, un acontecimiento inesperado viene a decirte lo contrario.
Hay una hora del día, preferida entre todas, en la que, cerca de un parque o de una plaza arbolada, la ciudad parece desaparecer decididamente en favor de la luz y del sonido; edificios, calles y semáforos, siguen ahí, pero ceden paso a otra realidad. El sol inicia su camino descendente y alcanza el nivel de la corteza de los árboles. Se coloca el sol a nuestra altura, aplicando a todo lo que encuentra a su paso, incluida nuestra piel, una pátina de oro translúcido. Para algunos, esta emoción es un hechizo que dura de por vida, y nos convierte en una especie de cazadores de luces; buscamos la repetición de ese momento, como veneno y antídoto a partes iguales. Cada verano, la roca de la playa o el acantilado se transforman en el observatorio desde el cual muchos contemplan la puesta de sol en el mar. Allí el foco de luz no se esconde. Nosotros, borrado el horizonte, apenas podemos reconocer esa fuente, y hemos aprendido a reconocerla en espejos tan inesperados como una gota de resina. Para mí, la mayor emoción del verano en Madrid es recuperar ese diálogo diferente con la luz. Un diálogo indirecto, entreverado también por el canto de algunos pájaros. Porque, igual que la fuente de luz no está a nuestro alcance, tampoco lo está la del sonido, oculta entre el follaje y que parece venir o partir hacia el más allá. Los kioskos, los tranvías, las grandes verjas de hierro ya no están. Sin embargo, está la luz. Lo más efímero se ha convertido en lo más perdurable.

Mirada a trasluz
Saborear la insipidez. Lejos de la paradoja, esta máxima del espíritu chino conduce a la esencia misma del sabor. La insipidez: el sabor que no siendo ninguno, puede serlos todos, el centro del que irradian todos los sabores. Y esa insipidez, estado que precede a toda diferenciación, es cualidad que trasciende al paladar. O el paladar se instala en el ojo. El pincel se carga de tinta desleida en gran cantidad de agua para pintar el paisaje insípido: los trazos se funden en las formas, la proximidad y la lejanía tienen la misma valencia, son reflejo la una de la otra. La realidad insípida flota. También en el paladar del oído.
Para expresar el sentimiento de plenitud que le embargaba, el poeta Tao Yuanming tañía un viejo laúd. El instrumento había perdido las cuerdas, sin embargo Tao Yuanming las rasgaba: el laúd contenía toda la música, la capacidad armónica de todos los sonidos. Y cualquier sonido habría roto la armonía esencial del poeta que, al esbozar el gesto de la mano sobre las invisibles cuerdas, convocaba la plenitud del silencio.
Salgo a caminar. Llevo la cabeza a caminar, o debería decir todas las cabezas. Se acerca el final de la tarde, la luz del sol ejerce su tiranía sobre la mirada y la arrastra por el horizonte. Cuando el sacrificio del sol se consuma siento que he asistido a una escena de caza. Entonces se hace el silencio.
Es la hora del lubricán, el reino de entreluces. Entre el lobo y el can, el interregno de luces y sombras. Ni can ni lobo. Uno ha dejado de ser y otro no es todavía. O, en la frontera del ser, ambos caminan juntos, fundidos uno en otro, un animal hecho de luz y de sombra. El animal indiferenciado viene y se retira a un tiempo, como un sonido: lo que queda del sonido que ya no está y, también, la antesala muda del sonido que se aproxima. En esta luz que no es luz, y en esta sombra que no pertenece a las sombras puras, leer es igual a escribir; escuchar igual a pronunciar.
El animal camina por el paisaje de piedras que, tocadas por las blandas almohadillas de sus pezuñas, pierden peso y rigidez, y parecen flotar. Se inclina a beber y lleva agua a su boca, saborea la insipidez. Veo al trasluz del animal, la radiografía del agua en una placa también de agua.
“Saborear el Brahman” dicen los indios que es rasa: el placer que se deriva del reconocimiento del origen, un origen que es energía en movimiento, metamorfosis.
Sabor, insipidez, el término que invade todos los sentidos dice mucho de nuestra naturaleza: en la boca comienza la digestión del universo, o a través del sabor, del único sabor, sentimos que una realidad pasa a formar parte de nosotros, receptáculo de nuestra propia metamorfosis.
Se escucha el primer aullido del lobo. Ha llegado la noche y con la noche, el miedo y las hogueras.

10 comentarios:

Belnu dijo...

El artículo de Menchu Gutiérrez es maravilloso, pero sobre todo, yo me he quedado trémula porque he vivido y (mal)escrito lo mismo! Quiero decir, no lo he escrito nunca como ella, tan luminosamente, pero he vivido esa experiencia y la he escrito en una o dos frases repetidas en mis retornos a Cadaqués (creo que algo puse también en uno de esos cuentos míos que saldrán en octubre en Menoscuarto). Descubrí que allí donde han construido y destruido los paisajes de mi memoria, aún está la luz, la luz imperiosa, esplendorosa, que a algunas horas domina y se enseñorea de todo, allí es esa alquimia misteriosa y pictórica o cinematográfica del aire iluminado aleándose con un mar gris, plata, senil, y cuando eso ocurre, qué danza triunfante interior en una especie de haiku o mejor de jueuju imaginado que me recuerda a Li Bai.
Por eso la lectura de su artículo me ha gustado tanto y a la vez me ha dejado tartamudeante. ¡Porque yo he estado allí! Veía ese lugar madrileño que ella dibuja y sentía mi experiencia de Cadaqués.
En cuanto acabe con mi atasco de libros, que en este momento es grave, buscaré ese otro suyo de detrás de la boca...

Belnu dijo...

Olvidé decir que la foto es espléndida, qué desbordamiento...

Icíar dijo...

De mi parte, una felicitación a Rocio alvarez, tras leer esta entrada, volví a la foto, y luego otra vez y otra vez.

Adelarica dijo...

gracias Isabel por tus comentarios, me alegro de que te hayan gustado ambas cosas, me lo imaginaba pero siempre es reconfortante comprobarlo

Adelarica dijo...

gracias Icíar, si vas al blog de Rocío verás que hay fotos deslumbrantes realmente: tiene un gusto y una sensibilidad extraordinarias

Icíar dijo...

Sí, sí. Ya me había pasado. Sentí curiosidad.

No sé. Creo que voy a tener que hacer huelga. ¡No sé que hacer con tanta gente interesante¡.

sara dijo...

Es Annie o Rocío? Imagino que un seudónimo. Me gustó el texto, pero me han impactado las fotografías de Rocío. Ya he puesto un link a su blog en el mío.

Gracias otra vez por descubrirnos a nuevos autores (al menos para mí).

Adelarica dijo...

Gracias a ti. Exacto. A mí también me impactaron desde el primer momento.

Leibovitz dijo...

gracias Álvaro por ilustrar de nuevo tan maravillosas entradas con mis fotos... y gracias a todos por los comentarios.

Un beso
Rocio.

Belnu dijo...

Intuías bien! Tengo el mismo problema que Icíar, falta tiempo...