martes, 14 de julio de 2009

Dublín, 1

Hace unos días recibí una carta extraordinaria. Me la enviaba, desde Berlín, mi amiga Irene Antón, editora de la casi recién creada Errata Naturae, uno de los proyectos más inspirados y prometedores del panorama editorial español. Irene, además de su labor editorial, es una ensayista fuera de lo corriente (basta con leer su presentación a El niño criminal de Jean Genet, que acaba de aparecer) para darse perfecta cuenta de su talento literario. Me decía, entre otras cosas, lo siguiente: Yo sigo muy bien, con dolor de ojos, pero eso son gajes del oficio (traducir, corregir... la pantalla del ordenador). Por eso me mantengo algo alejada del ordenador. Pero ¿sabes? Ayer miré algo de manera muy distinta. Con otra intensidad. Te lo cuento. Fui a ver el famoso busto de Nefertiti, en el Altes Museum. ¿Lo has visto? Yo voy a visitarlo siempre que vengo. Es impresionante, de una belleza que deja sin aliento. Lo miré muy bien durante unos cinco minutos, desde distintas perspectivas, el cuello, extraordinario, los pómulos, deliciosos, la nariz, perfecta, los ojos, abrumadores y los labios... creo que haría casi cualquier cosa por poder rozarle los labios, pasarles el dedo despacio por encima. En estos cinco minutos me interrumpieron varias veces para pedirme que me apartara: querían, sin cesar, hacerle fotos. Entonces, cansada, me retiré un poco y miré el cuadro general, a toda esa gente agolpada en torno al famoso busto. Ahí estaban, sin mirar, sin mirar de verdad. Con sus cámaras y sus audioguías, como si llevasen guantes, protegiéndose. Ni una mirada limpia: sólo una ojeada rápida a través del objetivo para ver si la cámara había captado bien la imagen. Parados el tiempo justo para escuchar el breve discurso de la audioguía, igual para todos y cada vez. Qué relación más extraña la de nuestros contemporáneos con la belleza. Cuánto miedo. Nadie mira y nadie piensa: todos salen corriendo. Qué gran vacío de verdad, de experiencia. Me recordó también al pasaje de Genet sobre el que hablamos en nuestro desayuno: aquél en el que reprocha a los burgueses su relación con la violencia y el crimen, esa manera de sólo poder soportarla de lejos, a través de la representación que de ella hacen actores y artistas. ¿Te acuerdas? Cuando he tenido ganas de gritarles a todos, de despertar a tanto zombie, he recordado que ésa es la razón por la que me gustan tan poco los museos, me he despedido de Nefertiti que, impasible, nos observa desde sus siglos y me he ido.
A mí tampoco me gustan los museos. En los dos días que llevo en Dubín, no he entrado en uno, ni por asomo. Para mí toda la cuidad es un museo. Las calles especialmente, los rostros enrojecidos. Sólo pensar en quienes se han paseado por aquí, me deja exhausto. Llevo treinta años (leí El retrato del artista adolescente a los 13) leyendo sin parar a los irlandeses: Joyce, Wilde, Beckett, Yeats muy especialmente, Elisabeth Bowen, Le Fanu, Lord Dunsany, Heany, Trevor, Kavannagh, la lista es interminable. Yo he muerto a Dublín a través de sus escritores. Hace mucho que aposté por la muerte vital, por instalarme en el teatro del mundo. Como una máscara. En un escenario. Si hay espectadores mejor, pero al menos siempre hay uno ante el que jugar (play) la divina comedia. Much more than enough! Claro que los burgueses sólo aceptamos el mal a través de las representaciones, Irene. Y follamos con condón. ¿Qué hacen a diario si no los mass media? ¿quién podría desayunar con sangre de la de verdad? Demasiada realidad para ser soportada. Callejeando por las calles peatonales del centro (Dawson, Exchequer, Grafton, Duke Street) he entrado en un anticuario y comprado una edición del De Profundis de Wilde, que he releído mientras cenaba un espectacular monkfish, o sea un rape, sólo, con mi ángel de la guarda que ha impedido por lo demás que me haya metamorfoseado en pez. Wilde era otro sujeto carcelario como Genet. Y otro homosexual, pero éste enamorado del Cristo. ¿Sabes que, cuando salió de la cárcel, tenía como obsesión escribir un ensayo que habría de haberse titulado De Cristo como precursor de los poetas románticos. Lo que nos hemos perdido, aunque en su autobiografía, un monumento de desnudamiento y genio inscrita para los siglos venideros, hay más de una muestra de lo que quería decir al respecto. Salió tan lacerado y crucificado de Reading Goal que no le hizo falta siquiera escribirlo. André Gide, cuando fue a visitarlo, no dudo ni un instante en afirmar que había esperado encontrarse con un poeta y que se dio de narices con un santo. Otro que sabía bien de lo que hablaba. Del bien. Del mal. De la santidad de lo real. Y de la necesidad de la representación.

25 comentarios:

Adelarica dijo...

bruto, ¿yo?

Belnu dijo...

En efecto, Wilde y ese libro maravilloso, y esas páginas suyas sobre el agradecimiento que se quedaron para siempre en mi interior. A mí sí me gustan algunos museos, pero vacíos. También yo sentí felicidad viendo a Nefertiti en el Altes M. Una vez alguien me dijo: "tú no puedes evitar esa extraña intensidad tuya". Es algo que a veces pesa. A veces me gustaría ser ese personaje de Somerset Maugham, que sólo escucha y ve la vida y las pasiones de otros, con otro espíritu. A eso me refería con Larbaud y la zona de sombra. A veces querría ser sólo esa mirada británica, templada. Y viajar al fresco Dublín y no a la ardiente Sicilia. Me voy corriendo, dejo aquí este comentario errático e incomprensible, mal construido por las prisas, ensimismado tal vez, y que no está a la altura de los vuestros.

Icíar dijo...

A mí, sin embargo, me encantan los museos, sobre todo por la noche. Disfruté en el Louvre una barbaridad. También en Alicante viendo de noche el discóbolo de Mirón. Quiero volver... pero han quitado los pases nocturnos.Lo de la belleza.... es tan relativo. Te quedas mirando a Nefertiti, ¿por belleza? ó ¿imaginando su vida en su tiempo?. Pero sí, entiendo a esta ensayista que mencionas, el caso es mirar con los ojos y el pensamiento. Hay un libro magnifico de Naguib Mahfuz, sobre este tiempo. Akhenaton el hereje.

Y sí, bruto no, no creo que seas bruto..... aunque Rita te conoce mejor.

Unknown dijo...

De bruto nada , estoy totalmente de acuerdo con tus apreciaciones, que felices seríamos con cuatro o cinco cosas , cuatro o cinco libros , cuatro o cinco amigos,y cuatro o cinco sitios donde estar .
Que envidia Dublín , que recuerdos de adolescencia, disfrútalo por mi. Un abrazo

Icíar dijo...

Las palabras que transcribes de Irene Antón me parecen engatusadoras, las lees y te dan una especie de paz, porque lo que parece que en el fondo viene a decir, es esa falta de mirar -de verdad-, como ella dice, mirar directamente más allá de la fácil mirada.

Javier Nart dice que hay cosas que para entenderlas hace falta vivirlas, que no hay foto ó debate que te lo traduzca. 10 minutos en una guerra, ó ver por ejemplo los deshechos humanos de fetos en las clínicas abortistas te dan una perspectiva que pueden dar un vuelco a una forma de pensar.

Icíar dijo...

jajajajaja, Zbelnu, lo de no estar a la altura.... ese título es mío. Soy aquí la única que es anónima de verdad.

Rita dijo...

Te decía que no publicaras mi comentario, pero ya da igual. Veo que ha dado mucho juego...
Y ya sabes a qué me refiero con lo de bruto... ¿no?

Adelarica dijo...

Lo sé perfectamente, y es verdad que hablas con conocimiento de causa.
Me decía el otro día una buena amiga que cada vez me parezco más a Cela, por lo de bruto, claro.

Adelarica dijo...

Bel, o sea que es hoy cuando te vas a Sicilia?
Esperamos el relato del viaje, que seguro que trae cosas.
Disfruta y gracias por el comentario, que me da como siempre tanto que pensar

Adelarica dijo...

Alfonso, gracias. Veo bandadas de españoles por las calles, riendo, charlando, fumando,… no sé si aprenden mucho inglés pero se lo están pasando cañón. Que no es poco!

Adelarica dijo...

Iciar, por eso he puesto ese fragmento de la carta de Irene, justamente, porque da paz. La que ella tiene. Gracias por intervenir

Irene Antón dijo...

Me lanzo. Digo me lanzo porque soy tímida y estas cosas me cuestan. Pero me alegra intervenir en este foro tan vivo.

Y quería dar las gracias a Álvaro por interesarse tanto por mi carta como para publicarla. Y también defender su brutalidad... a veces esa brutalidad, esa violencia sin guantes, sin parachoques, sin freno de mano es tan necesaria: para despertar a algunos zombies, quiero decir. Para abrir los ojos, para permitir miradas, experiencias. Como Genet, como Wilde, como Beckett, como casi toda la buena literatura y la buena filosofía.

Y, sí, de Nefertiti, sin duda me interesa su tiempo, su historia, cómo era todo. Pero cuando voy a verla al Altes, lo que realmente me interesa y me cautiva hasta dejarme sin aliento es su presencia aquí y ahora, su belleza hic et nunc, esa manera de mirarnos despiadada, brutal y de un solo ojo. Ese modo de evidenciar ciertos aspectos ridículos de este mundo en el que vivimos. La hemos condenado a una eternidad de museo, a una vida entre el rebaño y, sin embargo, altiva, nos pide otra cosa. Nos exige una cercanía cálida e inteligente. Y lo pide a gritos, créanme. Desde ese aura suya benjaminiana que, afortunadamente, no hemos conseguido robarle.

Abrazos a todos y gracias.

Anónimo dijo...

Yo no me planteo si los museos me gustan o no. Me ofrecen la posibilidad de dialogar con expresiones llenas de pensamiento y belleza que han perdurado a lo largo de los siglos. No tengo otra opción. Cuando llegas a un museo hay tantas cosas interesantes que ver que cuesta pararse en cada una, porque la siguiente ya está llamando tu atención. Yo aprendí a ver los museos de otra forma con Mª Josefa Huarte. Fui con ella al Louvre y me sorprendió ver que tenía muy bien pensados los tres o cuatro cuadros que le interesaban esa vez. Estuvimos mucho tiempo delante de cada uno de ellos. Desde entonces, cada vez que voy a un museo, si es la primera vez, hago un recorrido general para saber qué es lo que hay. En las visitas posteriores, pienso qué quiero ver. Generalmente son pocas cosas, así que les dedico todo el tiempo que necesito para conversar con ellas. La última vez que estuve en el Thyssen vi la colección de Matisse (con calma, pero rápido, ¡qué remedio!) y después estuve media hora contemplando el Rothko (por suerte en esa sala del Thyssen hay un oportuno banco en el que sentarse). Es cierto que en esa situación, completamente inmersa en el cuadro, desconcierta ver a otra gente incapaz de detenerse. Pero no es fácil aprender a mirar. Ni el arte, ni la violencia, ni la santidad. Es un largo aprendizaje y la mayor parte de las veces también un don.

Laura Ferrero Carballo dijo...

A mí tampoco me gustan los museos. Dudo que la belleza se encuentre ahí... Fue Keats creo el que dijo aquello de que beauty is truth and truth is beauty. Compartamos o no el criterio del poeta, del hecho de que muchos de nosotros no comprendamos estos versos se desprende nuestra relación ambigua con la belleza... como si pudiéramos apresarla en una simple fotografía! en fin!

Y nada de bruto, muy sincero, en tu linea!!

Belnu dijo...

Cela? En absoluto...
Me voy mañana a primera hora...

L.R. dijo...

ALVARO ¡QUÉ SUERTE! EN IRLANDA, EL PAIS DE MI FAMILIA POLÍTICA. IRLANDA, COMO ESPAÑA, PAIS DE GRANDES PERSONAJES POLÍTICOS EAMON DE VALERA , ANDY MCDONNELL... DE PERSONAJES LITERARIOS, Y DE PERSONAJES DE ANDAR POR CASA.
QUÉ DISFRUTES, ESPERO IR EL PRÓXIMO OTOÑO, UN BX MUY FUERTE
LOURDES

Anna A. dijo...

Tristeza. Sí, quizás es el sentimiento que me producen las líneas de esta entrada. Tristeza por la idea del distanciamiento con todo aquello que nos rodea, nos afecta, nos importa, nos seduce o no. No es indiferencia, solamente desafección.

Tristeza por saber que, en realidad, nadie lo ha perdido. Esa capacidad de mirar, me refiero. Nadie que mínimamente sienta. Cuántas veces habré dejado quietas mis manos por no retener una imagen con la cámara sólo por el simple deleite de saber que, el destello que produjo el instinto de la foto, reclamaba dejarla marchar.

La pérdida también guarda cierta belleza. Y allí, justo a su lado, asoma la cabeza una memoria que deberíamos reclamar.

Un beso.

Adelarica dijo...

menudos comentarios, todos los últimos; imposible siquiera intentar contestar a cada uno, como por otra parte se merecen. Debería casi escribir un libro, y acaso lo haga. Por de pronto, Jean Clair publicó el año pasado un ensayo titulado precisamente Le malaise dans les musées. Se han mezclado varios asuntos, de todos modos, seguramente por mi tendencia tardía a emborronarlo todo. Respecto de la brutalidad, ahí os va un verso de Heany, de un poema muy duro y comprometido, en el que dice que la brutalidad del artista será para él como un prontuario de buenos modales en una selva selvática: Like a book of manners in the wilderness. Yo así lo pienso también, como Irene. Estamos todos no dormidos, sino adormilados.

Ralph World dijo...

Álvaro,

Touché. Tu post de hoy da para toda una noche de tertulia, por supuesto con alcohol por medio.

Mi vieja idea de las “gafas de la verdad” desde las que contemplo las cosas y las personas como creo que son (o como creo que deben ser) coincide con la tortura de Wilde en De Profundis. ¿Es racional lo irracional? ¿Es malo o bueno el dolor? ¿es mala o buena la sensibilidad, es decir, la capacidad de percibir dolor?

Me gusta la metáfora que utiliza Alessandra Borguese para titular su libro (“con ojos nuevos”) tras su conversión. O los ojos con los que miraba el príncipe feliz, también de Wilde. Y los de la golondrina.

Todo un arte, muy personal, por cierto, el arte de saber mirar. El tiempo es, además, un plano del que uno puede escaparse perfectamente, hacia adelante o hacia atrás, ya sea en un museo frente a Nefertiti o en una calle cualquiera de Dublín.

Unknown dijo...

No cuesta entrar en calor a los que te seguimos, pero con un pequeño chispazo la cosa se anima una barbaridad.
Yo animo a todo el que viaja, a que deje la máquina de fotos en casa, y viva con intensidad cada instante y que las fotos las haga el alma , es la que mejor y con más precisión graba los momentos inolvidables.
Lo mejor de Dublín son sus parques, y jugarte un partido de fútbol con los irlandeses.

Icíar dijo...

Veo que todos sois unos enamorados de Irlanda. Pues bien, para no desentonar, diré que me voy al país más fascinante del mundo, me voy por segunda vez a .... Islandia.

Por cierto, hablando de museos ¿sabíais que allí hay un museo de penes? .... lo digo para los que dicen que no le gustan los museos. Igual cambian de opinión.

Adelarica dijo...

Pues yo no creo que cambie, la verdad. Me basta con tener uno. Que nadie me psicoanalice pero creo que ese museo sería para mi la viva representación del infierno en la tierra. No obstante, creo que has tenido el mérito de sintetizar en una sola imagen las dos cuestiones: mi brutalidad y la museofobia del personal, jajaja

Corina Dávalos dijo...

Qué interesante, lástima llegar tarde. Me consuela haber estado en Segovia, procurando hablar con las piedras mientras quienes acompañaban hablaban con el guía. Yo tengo que agradecer a los museo y los guías que me ayudaron a dar el paso del consumo de cultura a la mirada de la que habla tan bien Irene. A mí me inquieta cada vez más (¡cómo no!, gracias a mi tesis) la parte que yo he de poner en el diálogo con el arte. La riqueza de las obras es siempre pródiga; la limpieza y la apertura del alma, así como el saber que ensancha y ahonda... pues ya es tarea propia y de los amigos. De ahí que me alegre tanto de que este blog y otros sigan vivos. Si no, a cuénto de qué me iba a parar en la mirada de Nefertiti y esta cuestiones en medio de un secarral de la sierra de Madrid.

L.R. dijo...

Me da mucho que pensar ese museo de Islandia, quizas por la falta de tacto, o por la equivocación de creer que el hombre es un bicho. Creo que se equivocan todos aquellos que nos diseccionan como a las moscas me tengo y tengo al Hombre en algo mas que un insecto expuesto a cualquiera.

paisajescritos dijo...

Fobia a los museos. Como decía un buen profesor mío, en los museos, si acaso no más de una hora, porque lo interesante está en los bares alrededor del museo. En Irlanda no pisé ni uno (museos) pero me encontré (desconozco si es un autor genial) y seguro tú también has encontrado, a Pat Ingoldsby vendiendo su obra. Es uno de los momentos en que la cámara se deja a un lado. Pero no en otros, una cámara de fotos permite ver de otra forma, aunque no ha de sustituir la mirada directa. Esto último me ha hecho pensar en John Berger. Saludos.