El próximo miércoles, día 22, se cumplirán diez años de la muerte de Claudio Rodríguez. Ese día, el cristalero azul , el cristalero de la mañana vino a buscarle y se lo llevó para siempre. Fue uno de los raros poetas en los que su intuición estuvo a la altura del don de la palabra que le fuera concedido. Nadie en cincuenta años ha empleado el castellano como lo hiciera Claudio Rodríguez; con semejante plasticidad y capacidad de encarnación verbal. Sus poemas son emocionantes, inolvidables, insuperables. Reflejan también su rectitud como persona, su humildad, su clarividencia. Debería instituirse una fiesta nacional ese día. En memoria de quien de verdad limpió las palabras tribales que todos malgastamos. Elegir un único poema de Claudio Rodríguez es una misión suicida, pero me dejaré llevar por mi estado de ánimo, y os copio el comienzo de Casi una leyenda, su último poemario (1991). Un libro distinto, más tenso, fragmentario, más introspectivo también, pero lleno de la misma luz (negra) que todos sus poemas reflejan. Además se trata un poema en el que la muerte, en otro mes de julio, está claramente rondando el alma del poeta.
Aquí está ya el milagro,
aquí, a medio camino
entre la bendición, entre el silencio,
y la frecundación y la lujuria
y la luz sin fatiga.
¿Y la semilla de la profecía,
la levadura del placer que amasa
sexo y canto?
Esta noche de julio, en quietud y en piedad,
sereno el viento del oeste y muy
querido me alza
hasta tu cuerpo claro,
hasta el cielo maldito que está entrando
junto a tu amor y el mío.
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