Hablando de la luz, ayer pasé la tarde, precisamente, en Saint Jean de Lux, Donibane Lohizune (nombre bello y eufónico donde los haya; joder, aquí lo mismo le damos al vasco que al gallego que al catalán: la intimidad tiene estas cosas, que uno se abre a los demás y se olvida de la gran política, la de Camps y sus trajes, por ejemplo), San Juan de Luz (en la foto, not bad, hein?, si picas en ella la verás en grande; al que no tenga nada mejor que hacer en septiembre le invito a comer unos moules en una terraza y a contemplar la luz dorada de la tarde, una de las más bellas del mundo). Mi hijo Álvaro se había sacado el carnet de moto y nos fuimos, con Victoria también, a comprarle un regalo a su madre. Recorrimos los quince kilómetros que separan Biarritz de San Juan de Luz por la costa, por la so called Côte des Basques, yo (muerto de miedo por el niño) con María un poco más adelante, y Álvaro detrás, dando sus primeros pasos motorizados. Aún le recuerdo, como si fuera ayer, sobre las cuatro ruedas de la bici en el parque de la Media Luna, y mira… Horror: tempus fugit! Fuimos, bebimos café en la rue Gambetta, charlamos los tres, dimos un paseo por el puerto, hicimos la compra (una blusa de hilo color verde hoja seca y una camiseta a juego que María Victoria eligió) y volvimos felices y reconfortados a casa. Pensaba, mientras pasaba unas horas con mis hijos, ya bastante mayores, en la relación entre la luz y el fuego. Mi amiga Isabel me escribía por la mañana que, como había escrito Larbaud, acaso en la vida puede ser preferible la sombra. De lo que no cabe duda es de que asociamos la luz con el calor y la sombra con la fresca. El fuego es a la luz lo que lo trascendente a sus consecuencias. En muchas tradiciones religiosas es así. La luz es el significado del significante fuego. En realidad, creo que es una cuestión mucho más compleja, dura y vital de lo que parece. La capacidad o el deseo que tengamos del fuego (y no me refiero ahora a helios, sino a esa realidad en sí que hace que las cosas sean, al fuego de la vida, a eso que quema con tan sólo acercarse, y quema hasta el punto de que puede destruir e incendiar toda nuestra casa, la casa del ser de la que tantísimo habló Heidegger), determina nuestra postura ante la vida: podemos enmascararla cuanto queramos pero al final siempre se revela el fondo de nuestra condición humana. A más cercanía con el fuego, más posibilidad tenemos de ser aniquilados. Pero a la sombra, y por seguir con la imagen taurina de mi amiga, los toros se ven siempre desde la barrera. Dicho de otro modo, en la arena siempre luce el máximo sol. Su misma forma y el color albero del suelo así lo reflejan simbólicamente. Ahí bulle, y puede morir masacrado, todo: la pasión sexual, la exultación, el arte, la gloria de la vida. En mi Kafka, he planteado la cosa con la imagen de las tres mariposas y el fuego. No es mía. Es una leyenda franciscana. Francisco (de quien se ha dicho que ha sido la persona sobre la tierra que más se ha parecido al Cristo; yo lo comparto, si excluimos por supuesto a María) sabía mucho del fuego del amor. Que se le pregunten si no a Santa Clara. O a Giotto di Bondone, que lo inmortalizó en los frescos de Assis.Tres mariposas que contemplan el fuego. Una se acerca y, al darse cuenta de que se le queman los ojos, se vuelve hacia atrás. A la segunda le pasa lo mismo con las alas. Renuncia y se vuelve. La tercera (la tercera persona, la más espiritual y material a la vez, la más consciente de lo que puede perder y de lo que se puede perder si no accede, la más familiar con el fuego) se zambulle en las llamas como en una orgía o como en el interior de una mirada de amor de esas que te deja todo el aparato respiratorio (cuando no la conciencia misma) abrasado. Durante un instante se hace una con el fuego, para después desaparecer fulminada. Siempre que llego a este punto, además de sentir envidia de los místicos (Francisco, Giotto, Juan el teólogo, Juan de la Cruz, Caravaggio, Tom, el viejo gato, al mismo tiempo, por cierto, grandísimos artistas), recuerdo el verso de Mandelstam sobre la necesidad de dominar el arte de la separación. He pensado mucho estos días en el arte de la separación, pero soy plenamente consciente de que separarse también significa la muerte. Otra forma de muerte. A la sombra, sin toreo, sin vida, de una manera más o menos plácida o escéptica (Larbaud era un gran escéptico; yo procuro no serlo). De modo que, resumiendo, al final tengo que darle una vez más la razón a Unamuno (que tanto amaba San Juan de Luz) y reconocer que la condición humana es trágica. Me contaba un amigo librero que, cuando Don Miguel vivía en Hendaya, muy cerca de aquí, cuando salía a dar paseos por la frontera francoespañola, se metía un ajo en el bolsillo para no olvidarse de que era español (creo que Joyce, en Trieste, hacia lo mismo con una patata irlandesa). Esa es la parte cómica de la tragedia, a la que irá consagrado mi próximo libro. Pero eso sólo será posible si tú me ayudas, un poco.
3 comentarios:
Muy interesante post con paisaje de San Juan de Luz!. Necesitamos la luz aun cuando el fuego arda en nuestro interior. En realidad, Larbaud se refería a la vejez y la enfermedad. En uno de los funerales de mi padre, un capuchino inspirado dijo que alguna gente pasaba por la vida de puntillas o sin dejar huella mientras que otros ardían con su luz, la compartían, se comprometían con su entorno y a veces esa intensidad les hacía más fugaces (mi padre murió a los 69). Ya no recuerdo cómo fueron sus palabras pero´dijo algo como que prefería hablar de intensidad que de santidad...
Lo de Larbaud significaría vivir arrebatado y más tarde, cuando ya sólo quedan fuerzas, observar, contemplar, pensar. Esa sería (creo yo) su sombra, no implica haber visto los toros desde la barrera.
Al menos, así la entiendo yo, que no sé ni cómo es la barrera, que siempre he tenido que vivir en ebullición y siempre interpelada por desafíos y dificultades vitales, desde que llegué al mundo "en mal momento" (eso decía mi madre) o en el lugar equivocado (eso sentía yo), pero de ese error nació también algo bueno, aunque fuese a través del dolor.
Gracias por la cita
De nada. Precioso lo que cuentas del funeral de tu padre. Intensidad y santidad. Creo que yo estoy más del lado de lo primero, si es que se oponen. Tú sí, pero Larbaud no vivió en ebullción precisamente. Increíble como entiendes lo que escribo…GRACIAS!
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