sábado, 31 de enero de 2009

Notas para un diario 94

"He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo". Es el comienzo de un poema de amor que un alma caritativa (le va a sentar a cuerno la denominación, pero…) me ha enviado, seguramente con un mensaje subliminal a cuestas, y si no espera a que te copie el resto de este canto maravilloso, lúcido y desgarrado. Lo escribió un poeta mexicano, Jaime Sabines (en la foto), al que no conocía pero al que estaba destinado a conocer en el momento más oportuno, es decir en aquel en el que sus palabras pudieran hacerme más daño; ya te he explicado mil veces quién pienso que nos va poniendo, como los guijarros en el cuento de Pulgarcito, los libros en nuestro camino de ida para que no encontremos nunca el de vuelta a la casa paterna, en que consiste toda vida lograda. Es el comienzo del poema y es el comienzo, mucho más importante, y que bien lo sabía Sabines, del amor: dos seres se encuentran solos, como dos loosers en el patio de un colegio, y descubren que pueden hablarse sin que, en principio, nadie vaya a hacerse daño, y se agarran al otro patito feo como a un clavo ardiendo. Que bella sintonía la de los dos principios, que humildad la del poema estructuralmente puesto al servicio de aquello que va a cantar. Te copio la continuación: Haces cosas diariamente y piensas/ y yo pienso y recuerdo y estoy solo/. A la misma hora nos recordamos algo/y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya/somos, y una locura celular nos recorre/y una sangre/rebelde y sin cansancio./Se me va a hacer llagas este cuerpo solo/, se me caerá la carne trozo a trozo./Esto es lejía y muerte./El corrosivo estar, el malestar/muriendo es nuestra muerte. Lejía y muerte es el título de esta canción: menudo título sorprendente para un poema: a mí me viene a la mente, antes que su poder de corrosión, el olor de la lejía que asocio a una limpieza bárbara que en efecto mata todo lo que se mueve, cuanto más minúsculo mejor, para que la otra vida, la civilizada, pueda aparentar una asepsia aniquiladora de todo lo vivo, de la carne, trozo a trozo, del instinto con el que Sabines habla del origen celular del amor. Por cierto, y antes de continuar con esta lectura atroz, debo decirte que no estoy seguro de haber colocado los palotes inclinados que indican las cesuras de los versos en su lugar exacto. No he encontrado un original en libro. Sabines está aquí pésimamente editado, no sé en México, ya preguntaré a mis amigos de allá que me lo aclaren. No estoy seguro pero la verdad es que los encabalgamientos parecen indicar que son correctos; es más son eficacísimos. El poeta sabe que ese malestar, ese malaise, agonía del corazón, desasosiego pessoano, dolor en Gadda, es la muerte pelada de los castizos: un vivir muriendo, un sin vivir en uno mismo, ni en el otro, ni en el mundo, todo ello en aras de una limpieza aséptica.
Pero el poema continúa, y dice lo siguiente: Yo no sé dónde estás. Yo ya he olvidado/quien eres, dónde estás, cómo te llamas. La desorientación vital y afectiva aparece con el poder devastador de confundirlo todo, y lo que es peor, se olvidan los nombres, impidiendo siquiera nombrar las cosas, la última prerrogativa del poeta descorazonado y moribundo. Sigue así: Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,/una mitad apenas, solo un brazo./Te recuerdo en mi boca y en mis manos./Con mi lengua y mis ojos y mis manos/te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,/a siembra, a flor, hueles a amor, y a mí/En mis labios te sé, te reconozco,/y giras yeres y miras incansable/y toda tú me suenas/dentro del corazón como mi sangre. El poeta ha quedado disminuido, partido en dos, si acaso, convertido en un brazo, que no es más que el signo de la fuerza, del poder, del querer tantas veces destructor. En un giro inesperado y agónico el cantor se vuelve sobre sí y recuerda la danza del amor que se opone a la danza de la muerte: sólo así se puede mirar, sin cansancio, al otro, sólo así el corazón bombea en la justa medida de la vida, sólo así es posible la gran operación del reconocimiento. Qu´il horreur! El final es aún más trágico, pies de nácar, tú que puedes comprender esto hasta el fondo/fondo. Te lo transcribo al tiempo que veo tu cara con un gesto de quien ya me había advertido cien veces de la misma muerte: Te digo que estoy solo y que me faltas/Nos faltamos, amor, y nos morimos/y nada haremos ya sino morirnos./Esto lo sé, amor, esto sabemos/Hoy y mañana, así, y cuando estemos/en estos brazos simples y cansados,/me faltarás amor, nos faltaremos. Estamos sin duda ante un doble misterio. Uno es el de la literatura, del otro ya hablaremos cuando me encuentre con más ganas.

2 comentarios:

Leibovitz dijo...

como dices, los palotes no están bien puestos.
el poema es así:

"He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo.
Haces cosas diariamente y piensas
y yo pienso y recuerdo y estoy solo.
A la misma hora nos recordamos algo
y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya
somos, y una locura celular nos recorre
y una sangre rebelde y sin cansancio.
Se me va a hacer llagas este cuerpo solo,
se me caerá la carne trozo a trozo.
Esto es lejía y muerte.
El corrosivo estar, el malestar
muriendo es nuestra muerte.

Yo no sé dónde estás. Yo ya he olvidado
quién eres, dónde estás, cómo te llamas.
Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,
una mitad apenas, sólo un brazo.
Te recuerdo en mi boca y en mis manos.
Con mi lengua y mis ojos y mis manos
te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,
a siembra, a flor, hueles a amor, y a mí.
En mis labios te sé, te reconozco,
y giras y eres y miras incansable
y toda tu me suenas
dentro del corazón como mi sangre.
Te digo que estoy solo y que me faltas.
Nos faltamos, amor, y nos morimos
y nada haremos ya sino morirnos.
Esto lo sé, amor, esto sabemos.
Hoy y mañana, así, y cuando estemos
en estos brazos simples y cansados,
me faltarás, amor, nos faltaremos."

http://www.poesia-inter.net

Alvaro de la Rica dijo...

gracias por estar al quite: ya lo he cambiado
me parece impresionante este poema