En Agonia de Llum, el libro que recoge la poesía de Mercé Rodoreda, en la segunda parte, después de los poemas y antes de la correspondencia de la escritora de Sant Gervasi con Josep Carner, hay una sección dedicada a las acuarelas y los collages de la multifacética autora. Cuando los vi por primera vez ahí me quedé bastante impresionado, por el mundo interior que reflejaban. Un mundo que no obstante conocía muy bien desde que, hace ya más de veinte años, leyera los cuentos de la Rodoreda por primera vez, un corpus literario del que desde entonces no he salido nunca. Lo que muestran esos cuadros, que por fin pueden verse en una exposición en La Pedrera, es algo importante, a la hora de valorar a un artista: si se crea a partir de lo que se ve o a partir de lo que se sabe. O sea, si se tiene algo que decir, de aquello que se ve. Si se tiene el don poético. Algo que a Mercé Rodoreda le fue otorgado con largueza. Después viene el comentario o la descripción de las obras, sean pictóricas o literarias. Pero sin el don…, sencillamente no hay nada.
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