En plena crisis mundial, con la que nos bombardean los telediarios día y noche, veo una noticia de esas que se ponen para rellenar pero que, con mi cabeza, cada vez más a pájaros, son las que de verdad me interesan: una manada de delfines trata de sostener a uno de sus integrantes a flote; el buen bicho agoniza por alguna razón y durante horas el resto da vueltas sobre él, dándole pequeños toques para que no se hunda del todo. ¡Qué delicadeza! No consiguen nada porque al final sucumbe el moribundo pero qué espectáculo más bello y melancólico, y más en estos tiempos críticos en los que el contribuyente acude por segunda vez (es como pagar la dichosa hipoteca dos veces, ¿no?) en ayuda de los banqueros, me parece alucinante. Hablando de hundirse en el agua, veo también, en otro programa de televisión a un tipo que vive en San Carlos de Bariloche y que muestra un lago que acumula las aguas del deshielo. Cuenta el buen hombre que cuando alguien cae al lago, muere al instante debido al frío, pero que los cuerpos se quedan en suspenso, en una capa de las aguas semicongeladas patagónicas: se queda, dice, "en un estado intermedio", en el doble sentido físico y jurídico: al no haber cadáver, no se puede constatar si alguien murió de verdad o simplemente desapareció, las viudas nunca acaban de ser viudas ni los hijos huérfanos. Lo del estado intermedio me recuerda algo que me obsesiona: cuando uno muere (supongamos que en efecto es así), en la medida en que el mundo al que el difunto ha pertenecido prosigue su curso con toda naturalidad, no se puede decir que todo se haya acabado definitivamente para él. Y aunque la vida murió/nos dejó harto consuelo/su memoria (Manrique). Ayer me preguntaba que cómo nacen los poetas y hoy pregunto que cuándo muere definitivamente un hombre, ¡en plena crisis!, ¿a quién le importa una cosa o la otra? Ahora caigo (sólo sé pensar cuando escribo) que una parte importante de la literatura de todos los tiempos se inscribe en el "estado intermedio" de los muertos: empezando por la Odisea o el ciclo tebano y hasta el mismísimo Godot. ¿La Odisea también? Y tanto, Ulises, "el muerto más vivo". Todos piensan y actúan como si hubiera muerto, menos la sua moglie, mira tú por donde, eso si que es tener fe en uno y lo demás son tonterías. Hablando de amor y de memoria de los que amamos, me quedo maravillado al leer la traducción/glosa que hace Martini (me refiero al Cardenal, claro), de la famosa frase: "Ama al prójimo como a ti mismo". Como desde pequeño me han tostado (numquam satis) para que piense en los demás, siempre había oído esa frase con un cierto recelo. Eso de "amarse a uno mismo", por muy evidente que sea (y no hace falta ser psicólogo), me sonaba mal, y mira que me repetía a mí mismo que era vox Dei. Pues el bueno de Martini (cuyo libro sobre la vocación en el Antiguo Testamento creo que es de lo mejor que se ha escrito en la teología espiritual de este siglo en crisis), dice que la frase hay que leerla así: "Ama al prójimo, porque es como tú". Si te fijas, la nueva versión contiene una paráfrasis (casi una perífrasis o circunloquio), pero yo la prefiero así porque en estas cosas de amarse a uno mismo soy muy remirado. ¿En plena crisis?, sí, sobre todo en plena crisis.
2 comentarios:
Me han gustado mucho las notas para tu diario. La anecdota de los delfines es inolvidable. Un abrazo
Gracias, Lauren, ahora voy a estar unos cuantos días con esta fórmula: me ha dado una especie de fiebre y tengo que escribir todas esas para que no me estalle la cabeza. Lo siento
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