Cuando oía a la ministra de igualdad anunciar ayer que la ley del aborto iba a ser reformada en el plazo de un año, pensaba que vivimos en un mundo en el que los muertos nos asedian. Cada vez se hace más difícil no oír las voces y las quejas de todos aquellos a los que les negamos la posibilidad de ver la luz.
De lo que no me cabe la menor duda es de que son personas –con un espíritu tan vivo o más que el nuestro– y que por lo tanto tienen que estar en algún lado. Están muy cerca. No están en ningún limbo.
Recuerdo un pasaje de Pedro Páramo que habla de las voces de los muertos que son sepultados en plena vida:
-¿No, no me oyes? –pregunté en voz baja.
Y su voz me respondió:
-¿Dónde estás?
Estoy aquí en tu pueblo. Junto a tu gente. ¿No me ves?
-No, hijo, no te veo.
Su voz parecía abarcarlo todo. Se perdía más allá de la tierra.
-No te veo.
(La foto está tomada por Juan Rulfo)
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