... El primer libro de Tranströmer se
llamaba Diecisiete poemas, y vio la luz en 1954. Medio siglo justo de escritura
silenciosa, cadenciosa y abierta. En medio una docena de obras: Secretos en el
camino, Prisión, El cielo a medio hacer, Mirando en lo oscuro, Caminos, Balticos,
Para vivos y muertos, La góndola triste, etc. Y al final la “gloria” humana,
una farsa bienintencionada que ha debido de saberle a cenizas en la boca. Los
mismos o parecidos motivos están presentes en un ritmo ligeramente atonal: la
naturaleza, muy en primer plano, con
sus coordenadas de tiempo y sus espacios llenos de vacío, con sus
bosques de abedules y atardeceres blancos, los más mínimos gestos humanos, a
menudo interiores, la presencia oculta o sonora de la muerte, la imprescindible
cultura en forma de pequeños ritos, de objetos como los libros, la música o el
café, alguna que otra ciudad exótica. Leyendo a Tranströmer uno se de cuenta
del potencial de la poesía, de hasta qué punto se ha convertido en el camino
transitable, en la fuente de sentido accesible universalmente. Parafraseando el
psalmo se puede afirmar que en la poesía del nuevo premio Nobel “la sabiduría y
la paz se besan”. “El año anterior a mi muerte –
pone el poeta en boca de Edvard Grieg, el compositor nórdico– enviaré cuatro
salmos para rastrear/a Dios./Pero eso empieza aquí. Una canción de aquello que
está cerca.” No encuentro una mejor aproximación o resumen de su quehacer
poético. Una canción de aquello que está cerca, y el enigma de saber si detrás
de las palabras y las cosas hay o no algo más. Si, como dijo Milosz, un tordo
en una rama es sólo eso, un tordo en una rama...
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