Nueva York se ha convertido en sí misma en un género literario. No exagero si digo que hay una veintena de escritos sobre la ciudad que se encuentran entre las páginas más destacadas, brillantes e indispensables de la literatura moderna. Decir Nueva York es también recordar y releer a sus cronistas, de E.B. White a Alfred Kazin, de Joseph Mitchell a Brendan Behan, de Asbury a Riis, y entre todos ellos destaca con una luz muy especial y bella Maeve Brennan, la cronista del New Yorker, acaso la que sintió más íntimamente la ciudad a pesar o a causa de haberse considerado siempre una extraña en sus aceras.
Maeve Brennan nació y vivió en Dublín hasta los dieciséis años y a esa edad se trasladó con su familia a Washington; su padre fue el primer embajador del Eire. Estudió literatura y decidió quedarse para siempre en Manhattan, probando suerte entre el periodismo y la literatura. Fascinó a muchos: Truman Capote se inspiró en su sofisticada elegancia para armar el personaje de Holly Golightly de Desayuno con diamantes, y los responsables de New Yorker le abrieron rendidamente las páginas de la mítica revista; allí publicó relatos magistrales y, bajo el pseudónimo de The Long-Winded Lady (la mujer prolija), creó una sección, The talk of the town, que hoy existe, en el que fueron apareciendo estas crónicas urbanas aún no superadas. No obstante su talento poético, Maeve Brennan fracaso siempre y murió sola, abandonada, olvidada.
Como sólo son capaces los autores y autoras más grandes, Brennan presenta ante nuestros ojos un mundo aparentemente aprehensible, un mundo a la mano, claro, auténtico, de líneas impecablemente perfiladas. Lo leemos, gozando a cada página con sus impresiones certeras, con su humor, con su humanidad desbordante. Nos envuelve como lo haría una amiga con su brazo mientras paseamos a solas con ella por cualquier rincón neoyorquino. Estamos en una casa de comidas, en el hall de un edificio ruinoso, sobre la pelouse de cualquier parque, ante los infinitos rostros humanos de un laberinto de asfalto. Susurra cosas, nos abre los ojos, nos calienta con una presencia viva y luminosa. Pero hay un momento, en esta lectura, antes o después, en el que se produce un salto, un relámpago. Por fin nos despertamos y atisbamos, bajo tanta precisión y belleza, que ahí está latiendo ante nosotros otro mundo, el plano de la decisión moral, de la apertura del corazón, de la naturaleza (en la lluvia, en una planta, en un golpe de viento) y sobre todo vemos al otro que sufre, la indestructible realidad invisible, lo que recientemente Eduardo Galeano ha llamado el “mundo en la barriga”.
No puedo cerrar esta entrada sin hablar de la edición: de la primorosa traducción y presentación que ha hecho de Brennan Isabel Núñez. Con todo, este resultado es la punta del iceberg de la perspicacia y generosidad que Isabel ha derrochado con los lectores españoles al rondar desde hace años a esta escritora; cursos, entradas y comentarios en su blog, capítulos en libros dándola a conocer, insistencia ante toda clase de editores, en suma a private devotion hacia alguien con quien tiene una natural empatía y acaso mucho más. Enhorabuena Isabel, y sobre todo, muchísimas gracias.
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