lunes, 1 de noviembre de 2010

Notas para un diario 180 (Sobre el fracaso, la literatura y la muerte)

"Hoy en día el adulto experimenta tarde o temprano –y cada vez más temprano que tarde–, el sentimiento de que ha fracasado, de que su vida de adulto no ha conseguido ninguna de las promesas de su adolescencia. Este sentimiento se halla en el origen del clima de depresión que se extiende entre las clases acomodadas de las sociedades industriales. Pero hoy no ponemos en relación nuestro fracaso vital y nuestra mortalidad humana. La certidumbre de la muerte, la fragilidad de nuestra vida, son ajenas a nuestro pesimismo existencial. Por el contrario, el hombre de la Edad Media tenía una conciencia muy aguda de que estaba muerto aplazadamente, de que el plazo era corto, de que la muerte, siempre presente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambiciones y emponzoñaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pasión por la vida que nos cuesta entender hoy. El hombre de las épocas protocapitalistas sentía un amor irracional, visceral, por los temporalia, entendiendo por temporalia, a la vez y sin distinción, las cosas, los hombres, los caballos y los perros". Mientras leía esas páginas luminosas de Philippe Ariès, me preguntaba si la literatura, tanto la lectura como la escritura, hay que considerarla o no como una cosa o bien temporal. O al menos, me preguntaba qué hago yo. Desde niño he sentido ese amor visceral del que habla Ariès por todo lo que rodea la letra escrita, comenzando por los instrumentos con los que se lleva a cabo: plumas, plumieres, cuadernos, agendas. Esa penchée se extendió como no a los libros como objetos y, en otro plano, a su contenido, que siempre, lo uno y lo otro, como alma y cuerpo, hasta en los momentos más comprometidos existencialmente, me han rodeado, protegido, orientado y ofrecido, antes que nada, una dosis inigualable de placer. En mi caso, al menos, la letra escrita es un bien temporal mucho más que una conquista para siempre. Pienso que esto tiene que ver con una opción fundamental en la vida. La opción entre el nihilismo (que siempre me ha atraído, más cuanto más años he ido cumpliendo) y el realismo, que en mi caso es tan metódico como inmediato. Como a Ponge, me apasionan las cosas, o mejor dicho algunas cosas, algunos paisajes y lugares, algunas personas. Creo en ellas, en cada una de las partes de su cuerpo, en sus gestos, en su olor y en su voz. Creo que están delante, cuando lo están, y en su ausencia cuando faltan. Por ejemplo creo en la silla sobre la que me siento, en el ordenador en el que tecleo estas bobadas o en la música que mientras escucho en mi ipod. No he trasladado, aposta, la escritura al ámbito de mi autoconsciencia. Mucho antes que eso para mí es un ámbito de pasión y de puro placer. La conciencia propia, con sus laberintos morales y psicológicos, la reservo más bien para la vida, y para la muerte, para el silencio, lo que entre otras cosas me preserva de considerar nada de lo literario, mío o ajeno, por modesto que sea, como un fracaso. Por eso tampoco me he dedicado, ni dedicaré, a escribir como una forma de vida. Me he situado en los alentours de la escritura (enseñándola, refitoleando, investigando parcialmente alguna cosa), pero con distancia profesional. Entiendo muy bien la lógica opuesta, la amo en cierto sentido, la he estudiado, dialogo constantemente con ella, la tengo ahí como un negro y bello horizonte, no soy ajeno a su peligro, el ensimismamiento, pero ese modo platónico de ver las cosas nunca ha traspasado my inner circles.
P.S. La foto, por si a alguien le interesa, es de unas tumbas y estatuas funerarias, temporalia, del cementerio de Sudfriedhof, en Leizpig, uno de los más bellos de Alemania y del mundo mundial.

5 comentarios:

Rafa Monterde dijo...

(...) Gracias. Un saludo

el objeto a dijo...

querido Al, me ha encantado este post tan intenso... hace unos días una gran amiga del mundo de la moda estallaba en lágrimas por ese sentimiento con el que empiezas el post. La pobre se asustó de lo que le sucedía, yo por el contrario, pensé que era normal, necesario, vivirlo y dejarlo pasar. Me interesa mucho cómo has hablado de la escritura fuera de la conciencia, más como ese bien temporal, eres un "passeur" de la escritura, no un amo, un detenteur (no se´si existe esa palabra), y ahí está tu capacidad de goce y de placer, y tu talento para transmitirlo a los otros, pour la faire passer. Tus lugares singulares siempre iluminan,
abrazos

Adelarica dijo...

gracias Van, luego te contesto con calma

Adelarica dijo...

pues ojalá sea cierto lo que dices, Van, esa visión me recuerda al Tao, a sus imágenes sobre el agua, a su alabanza de la debilidad fuerte (estuvo dudando en si poner, para ilustrar este post una foto de la tumba de Keats en el cementario protestante de Roma, al que siempre acudo, en el que se recogen aquellas bellas palabras sobre el nombre que está escrito sobre el agua)
gracias por leerme y comprenderme tan bien

el objeto a dijo...

más que una "debilidad fuerte", esa energía acuosa daoista y tuya, es una "fuerza maleable"