En una crítica que se hizo a mi libro sobre Kakfa, un señor me afeó que hubiera escrito una frase concreta: "Nunca ha resultado fácil encontrar sacerdotes que defiendan abiertamente la mentira y el orden de lo necesario". No me pareció mal que lo dijese. He pensado mucho ese reproche y creo que no volvería a escribir dicha frase; si al final redacto mis retractaciones, a lo mejor la incluyo como un error. En todo caso, lo escrito, escrito queda: lo de todos, para bien y para mal. He pensado mucho en esa frase, al hilo de las revelaciones crecientes acerca de los abusos sexuales en el interior de la Iglesia Católica, y de su ocultación durante décadas por sus responsables jerárquicos. Ese sería un caso claro de que el pecado y el horror, además de ser cometidos, se han ocultado con una doble moral. Nadie, que yo sepa, ha defendido la pederastia desde un púlpito. Me refería a eso con aquella frase. De hecho, creo que la crítica más de fondo que se está haciendo al comportamiento de la Iglesia tiene más que ver con el hecho de que ella, al proclamar su mensaje, un mensaje de exigencia moral, parece que estuviera a la vez condenando a los que no se ajusten a él, cuando, simultáneamente, en su mismo seno, ha albergado y amparado a quienes cometían, no ya pecados, sino crímenes que habría que incluir en el catálogo de los delitos de lesa humanidad.
He leído lo que se ha escrito estas semanas pasadas, y, como es natural, tengo mis propias opiniones. Hay muchas cosas en las que no yo no voy a entrar. Entre otros motivos, porque detrás de todo esto hay personas que han sufrido y sufren, y me niego a trivializar ese dolor, sea ignorándolo o haciendo con él mi propia bandera.
La Iglesia ha conocido el pecado en su seno desde su mismo origen. Es más, en alguna medida, fue fundada sobre él. Me refiero al pecado del primer Papa, que negó al Cristo nada menos que tres veces. Los Evangelistas lo contaron, sin ahorrarnos ningún detalle. Los cuatro. A ninguno se le ocurrió ocultarlo. Y a San Pedro menos que a nadie (qué desprecio de la propia imagen: se ve que el hombre estaba preocupado por otras cosas). El Cristo reaccionó como sabe, como siempre: perdonando y, lejos de reprimir al pecador, lo constituyó en pastor supremo. Previamente le pidió por tres veces que le expresara su amor. Significativo, ¿no?
A lo largo de la historia, la afirmación de que los pecadores no pertenecían a la Iglesia ha sido sostenida por novacianos, donatistas, mesalianos, cátaros, albigenses y husitas. La Iglesia ha rechazado esta idea de un modo inequívoco.
Mucha gente preferiría que la Iglesia fuese impecable, y si no, que directamente se callase. Mucha gente piensa que el pecado impide proclamar el mensaje evangélico. Yo no.
Cuando digo que mucha gente preferiría que la Iglesia fuese impecable, no me refiero sólo a quienes la odian. Me interesa mucho más (y me espanta aún más) la posición de quienes, dentro de la Iglesia, sostienen directa o indirectamente esa postura. Quienes, por ejemplo, en el contexto de estos hechos recientes, piensan que todo es una campaña diabólica. Que sería mejor que todas estas cosas no se supieran, ni trascendieran al público. Que hay que velar por la buena imagen de la Iglesia. Yo no lo comparto. Creo que en esa posición puede anidar el orgullo. El deseo de sentirse distintos o superiores a los demás. De ser o parecer impecables, como si eso fuese lo que condujese hacia Dios. La creencia ingenua de que se puede vivir en un orden –el de la Gracia, se dice– que de un modo u otro garantiza la impecabilidad de quienes se acogen a su influjo. Me parece falso todo eso.
No es que la Iglesia admita en su seno a los pecadores, es que esa es su razón de ser.
Lo que salva es el mensaje del Cristo, no sus mensajeros. Y salva del pecado, lo que equivale a decir que quien no lo experimente no será salvado.
7 comentarios:
Así es amigo mío, una vez le planteé lo que tú planteas en el post a un sacerdote, "la iglesia es pecadora" me dijo, también tienen disculpa, ya les vale.
¿ Ves la Iglesia como un todo? ¿Una unidad ?
Me gusta eso de la 'retractación', por lo que tiene de humilde.
Yo tampoco creo que el pecado impida proclamar el mensaje evangélico, lo encuentro incluso absurdo, es mezclar dos cosas bien diferentes.
Sin embargo sí pienso que ha existido una campaña en contra de la Iglesia, no diabólica, pero campaña. No porque haya que defender una imagen, que ahí pienso tal y como lo expones, sino porque la campaña se trata únicamente de una verdad fragmentada de la Iglesia, y que lo que se intenta es transmitir la idea de que es esa la verdad que hay escondida en la Iglesia. Me pregunto qué porcentaje supone eso del total.
Para ser justos, cuando se habla de algo como una característica, habría que no olvidar las otras caracterísicas, para que una parte no se convierta en un todo.
Tengo clientes que me dicen: «¡No quiero que me marques la casilla de la Iglesia Católica‼ ¡a los curas ni agua‼» Piensan en el obispo del Vaticano rodeado de oro. Se olvidan de los misioneros, por ejemplo.
me gusta eso que señalas de la razón de ser de la Iglesia, puesto que la haces partir de una falta (no me refiero al pecado, sino a la falta tal cual, a la impotencia, a la imposibilidad, a la falta de Gracia como garantía, como todo...) y la colocas también en el camino o curso de un deseo, de una aspiración, de una creación.
También me gusta mucho eso de que no salvan los mensajeros, sino el mensaje... vuelve a apuntar a la aceptación de cierta imposibilidad ya que el mensaje como abstracción es más difícil de transmitir, y necesita de los mensajeros, aunque estos no sean perfecto,
por eso yo creo que la pregunta de Francis Black es muy acertada, pero que tu texto ya es una respuesta, no la ves como un todo, y eso es lo que te permite seguir creyendo en ella,
en fin, que me enrollo, pero gracias por tus palabras valientes y reparadoras
Desde otro punto de vista, la realidad de la Iglesia, tal y como yo la veo, es una
Por eso a mí no me sirven (del todo) los argumentos exculpatorios del estilo "con todo el bien que hace la Iglesia, al menor fallo… por qué no se fijan en todo el bien que hacemos"
No me valen, no sólo por aquello de que en la tierra el trigo y la cizaña crecen juntos, en la Iglesia y en cada uno de sus miembros, cada día, sino porque en otro sentido, la Iglesia, con todo el bien y el mal que hacemos los que nos honramos en pertenecer a ella, es una misma realidad, hecha de pecado y de santidad.
Lo que quiero decir, torpemente es que en la Igelsia nos alegramos del bien, por supuesto, pero no podemos sacudirnos el mal como si fuera un cuerpo extraño
la Iglesia es una, también para eso
Sí, entiendo lo que dices, aunque para mí decir que es una (que todo va junto, por ejemplo) no quiere decir verla como un todo (un todo igual, todo el mismo valor, la misma función, hecho de lo mismo)
Está bien esa metáfora del cuerpo extraño, ese extrañamiento mal entendido
completamente de acuerdo, una cosa es la unidad (que no se opone a la variedad) y otra es la totalidad, que es la palabra que tú habías utilizado con precisión
Publicar un comentario