sábado, 31 de enero de 2009

Notas para un diario 94

"He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo". Es el comienzo de un poema de amor que un alma caritativa (le va a sentar a cuerno la denominación, pero…) me ha enviado, seguramente con un mensaje subliminal a cuestas, y si no espera a que te copie el resto de este canto maravilloso, lúcido y desgarrado. Lo escribió un poeta mexicano, Jaime Sabines (en la foto), al que no conocía pero al que estaba destinado a conocer en el momento más oportuno, es decir en aquel en el que sus palabras pudieran hacerme más daño; ya te he explicado mil veces quién pienso que nos va poniendo, como los guijarros en el cuento de Pulgarcito, los libros en nuestro camino de ida para que no encontremos nunca el de vuelta a la casa paterna, en que consiste toda vida lograda. Es el comienzo del poema y es el comienzo, mucho más importante, y que bien lo sabía Sabines, del amor: dos seres se encuentran solos, como dos loosers en el patio de un colegio, y descubren que pueden hablarse sin que, en principio, nadie vaya a hacerse daño, y se agarran al otro patito feo como a un clavo ardiendo. Que bella sintonía la de los dos principios, que humildad la del poema estructuralmente puesto al servicio de aquello que va a cantar. Te copio la continuación: Haces cosas diariamente y piensas/ y yo pienso y recuerdo y estoy solo/. A la misma hora nos recordamos algo/y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya/somos, y una locura celular nos recorre/y una sangre/rebelde y sin cansancio./Se me va a hacer llagas este cuerpo solo/, se me caerá la carne trozo a trozo./Esto es lejía y muerte./El corrosivo estar, el malestar/muriendo es nuestra muerte. Lejía y muerte es el título de esta canción: menudo título sorprendente para un poema: a mí me viene a la mente, antes que su poder de corrosión, el olor de la lejía que asocio a una limpieza bárbara que en efecto mata todo lo que se mueve, cuanto más minúsculo mejor, para que la otra vida, la civilizada, pueda aparentar una asepsia aniquiladora de todo lo vivo, de la carne, trozo a trozo, del instinto con el que Sabines habla del origen celular del amor. Por cierto, y antes de continuar con esta lectura atroz, debo decirte que no estoy seguro de haber colocado los palotes inclinados que indican las cesuras de los versos en su lugar exacto. No he encontrado un original en libro. Sabines está aquí pésimamente editado, no sé en México, ya preguntaré a mis amigos de allá que me lo aclaren. No estoy seguro pero la verdad es que los encabalgamientos parecen indicar que son correctos; es más son eficacísimos. El poeta sabe que ese malestar, ese malaise, agonía del corazón, desasosiego pessoano, dolor en Gadda, es la muerte pelada de los castizos: un vivir muriendo, un sin vivir en uno mismo, ni en el otro, ni en el mundo, todo ello en aras de una limpieza aséptica.
Pero el poema continúa, y dice lo siguiente: Yo no sé dónde estás. Yo ya he olvidado/quien eres, dónde estás, cómo te llamas. La desorientación vital y afectiva aparece con el poder devastador de confundirlo todo, y lo que es peor, se olvidan los nombres, impidiendo siquiera nombrar las cosas, la última prerrogativa del poeta descorazonado y moribundo. Sigue así: Yo soy sólo una parte, sólo un brazo,/una mitad apenas, solo un brazo./Te recuerdo en mi boca y en mis manos./Con mi lengua y mis ojos y mis manos/te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne,/a siembra, a flor, hueles a amor, y a mí/En mis labios te sé, te reconozco,/y giras yeres y miras incansable/y toda tú me suenas/dentro del corazón como mi sangre. El poeta ha quedado disminuido, partido en dos, si acaso, convertido en un brazo, que no es más que el signo de la fuerza, del poder, del querer tantas veces destructor. En un giro inesperado y agónico el cantor se vuelve sobre sí y recuerda la danza del amor que se opone a la danza de la muerte: sólo así se puede mirar, sin cansancio, al otro, sólo así el corazón bombea en la justa medida de la vida, sólo así es posible la gran operación del reconocimiento. Qu´il horreur! El final es aún más trágico, pies de nácar, tú que puedes comprender esto hasta el fondo/fondo. Te lo transcribo al tiempo que veo tu cara con un gesto de quien ya me había advertido cien veces de la misma muerte: Te digo que estoy solo y que me faltas/Nos faltamos, amor, y nos morimos/y nada haremos ya sino morirnos./Esto lo sé, amor, esto sabemos/Hoy y mañana, así, y cuando estemos/en estos brazos simples y cansados,/me faltarás amor, nos faltaremos. Estamos sin duda ante un doble misterio. Uno es el de la literatura, del otro ya hablaremos cuando me encuentre con más ganas.

jueves, 29 de enero de 2009

Fragmentos de vida

1. La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma.
2. Es la manera ineludiblemente moderna de mirar: predispuesta a favor de los proyectos de descubrimiento e innovación.
3. En una sociedad moderna, las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos una vivencia directa.
4. En la manera moderna de conocer, debe de haber imágenes para que algo se convierta en real.
5. En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual es siempre cambiante.
6. Una fotografía es un fragmento: un vislumbre.
7. De una cosa podemos estar seguros: la mirada, el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca puede completarse. No hay fotografía definitiva.
(de Susan Sontag, extractos de La fotografía: breve suma)
(La foto es de la islandesa Elina Brotherus, y se llama ¿Por fin contenta?, 1999)

miércoles, 28 de enero de 2009

Breath 2 a.m (Anna Nalick)

Bram van Velde

Charles Juliet es, junto a Claude Esteban y John Berger, uno de los escritores sobre arte que más admiro. Poetas los tres, han sabido en sus numerosos textos sobre pintura recoger algo del secreto del arte más silencioso. De entre los libros de Juliet, destaca Una vida secreta.  Encuentros con Bram van Velde. Lo publican Las ediciones de la Rosa Cúbica, una pequeña y exquisita editorial de Barcelona. Han editado sólo 1000 ejemplares, que se agotarán rápido. No me extraña: no resulta fácil encontrar un escrito tan intenso, sabio y luminoso sobre los secretos de la verdadera creación artística. Poesía, crítica, narración, Juliet recurre a todos los registros literarios para asomarse a la obra y al alma de uno de los grandes pintores del siglo XX. El resultado es emocionante.

martes, 27 de enero de 2009

Don't Think Twice, It´s Alright (Bob Dylan)

El Coloso de Goya

Según una información reciente, que procede directamente del Museo del Prado, la célebre pintura atribuida a Goya no puede serle atribuida. La tesis de la autoría de Asensio Juliá, principal discípulo del pintor de Fuendetodos, cobra fuerza tras el hallazgo de las iniciales A.J en la parte inferior izquierda de la tela. No se sabe bien. Lo que sí parece cierto, según los expertos de la pinacoteca madrileña, es que no es de Goya. Las diferencias son palmarias, aunque hasta ahora parecían haber pasado desapercibidas. Se pueden ver algunas concretas, a simple vista. Son especialmente llamativas las que se refieren al tratamiento de los animales (en las fotos, la parte superior de cada una de ellas corresponde a un perro y un burro que aparecen el El Coloso; las de la parte inferior al mismo animal en otros cuadros de Goya)
No soy un experto en la materia pero me pregunto varias cosas: ¿será posible que nadie se hubiera dado cuenta hasta ahora? ¿ha sido el descubrimiento de las iniciales lo que la movido a los investigadores? ¿con esos criterios de atribución, en el caso concreto de Goya, no habría que desestimar la autoría de otras muchas obras, óleos, dibujos, etc? ¿se va a quitar El Coloso de las paredes del Museo del Prado, ahora que se piensa que pueda ser de un pintor "de segunda"?
Seguiré este tema de cerca, y quiero preguntarles a algunos amigos de los que me fío, expertos en Goya, qué es lo que piensan ellos al respecto. En todo caso, una parte sustancial de la literatura sobre el maestro va a tener que ser revisada muy a fondo.

lunes, 26 de enero de 2009

Glassworks (Philip Glass)

Para mi muy querida Elisabeth, en la muerte de su abuela Ana, que le coge muy lejos y muy cerca de aquí.

La cabaña de Heidegger

Con este mismo título, La cabaña de Heidegger, la editorial Gustavo Gili, GG, ha publicado un hermoso libro escrito por Adam Sharr. Tiene un subtítulo: Un espacio para pensar. Puestos a ello, lo primero que me viene a las mientes es que si para pensar necesitas un determinado espacio, malo. Pues no lo dirá Ud. por Heidegger, al que parece que la mente le discurría con bastante soltura. Pues sí, lo digo por él, que fue un gran y a la vez nefasto pensador. Personalmente, cuando me encuentro con exaltaciones exageradas del espacio, me echo a temblar. Me pasó por ejemplo en el Chillida-Leku. Lo visité con mi amigo Adam Zagajewski. Nuestro guía, un hombre muy educado por lo demás, insistía en la antiguedad de los árboles, de las piedras, en que siempre habían estado allí y en el modo en el que el escultor había querido perpetuarse en su tierra. Todo muy vasco y muy heideggeriano. Adam y yo nos confesamos después que habíamos estado a punto de salir corriendo en varios momentos de la visita. Desde luego si me pierdo no me busquéis por allí. El libro es precioso, materialmente hablando. El autor es incapaz no obstante de establecer la crítica a la idolatría del lugar. Peor para él.
Se recoge, en el sexto capítulo, Los habitantes de la cabaña y sus relatos sobre ella, la visita de Paul Celan a la cabaña de Todtnauberg. Se cuenta de forma sesgada, sin querer entrar en el fondo del asunto (yo lo he contado en otro post). No me extraña porque, probablemente, si lo hiciera, el autor hubiera escrito otro libro, con los mismos materiales. Peor para él: hubiera sido un libro mucho mejor.
Recuerdo, y comparto, la frase de Steiner según la cual el hogar era cualquier sitio en el que hubiera una mesa, una lámpara y un libro. Algunos no necesitamos casas de diseño, cabañas en el bosque ni templos aptos para el sacrificio. Preferimos la gente a los lugares. Preferimos lo feo a lo aparentemente perfecto. Hemos aprendido a quedarnos allí donde nos planten. A la espera de que algún bárbaro idiota nos arranque de cuajo. El viento de la historia y del espíritu nos irá llevando de aquí para allá.
(La foto de arriba es de la cabaña de Heidegger en la Selva Negra alemana; la de abajo recoge otras cabañas, muy chulas también, sobre las que Heidegger guardó un ominoso silencio)

domingo, 25 de enero de 2009

sábado, 24 de enero de 2009

Roads (Portishead)

Al final


Carver
¿Y conseguiste lo que/querías en esta vida?/Lo conseguí/¿Y qué querías?/Considerarme amado, sentirme/amado sobre la tierra (Último fragmento)
Valente
De ti no quedan más/ que estos fragmentos rotos.
Que alguien los recoja con amor, te deseo,/los tenga junto a sí y no los deje/totalmente morir en esta noche/donde tú ya indefenso/todavía palpitas (Proyecto de epitafio)
(La foto pertenece al blog cosaswood)

viernes, 23 de enero de 2009

Stir It Up (Bob Marley)

Decisiones importantes

Me dirijo hoy especialmente a los de mi quinta, los que mal o bien hemos tenido ya que tomar no pocas decisiones: carrera, trabajo, dónde vivir, casarnos o no, niños o no, cuántos, qué hacer con lo que nos enseñaron de pequeños, amigos, amores,… Leo en Arthur C. Danto (La distancia entre el arte y la vida) un párrafo que llama la atención y sobre el que me gustaría conocer vuestra opinión:
No creo que la gente sea capaz de pensamiento racional cuando se trata de tomar decisiones sobre su propia vida. Por supuesto, están convencidos de que su comportamiento es racional y que han pensado cuidadosamente el asunto, pero cuando se han de tomar decisiones vitales importantes, con quien casarse, dónde vivir, qué carrera estudiar, a qué universidad asistir, la mente del ser humano simplemente no está capacitada para abordar la complejidad de tales cuestiones. Cuando intentan analizar racionalmente las opciones que existen, sus pensamientos emocionales inconscientes toman el mando y deciden en su lugar.

jueves, 22 de enero de 2009

I´m Yours (Jason Mraz)

Principio y fin de la nieve

Aprendí en Sisley que la nieve no tiene principio ni fin. Aparece. Desaparece. Nunca he salido de Hopkins Forest. Se le espera pero nunca se puede decir: ya, ahora es cuando va a comenzar a nevar. Nieve virgen. Nieve perpetua, pero nieve fugaz y pasajera. J´entre pour un instant dans la grand neige. A pesar de lo que pueda parecer a simple vista, está siempre cambiando: aumentando, helándose, derritiéndose. En silencio. Del blanco al negro. Del negro del cielo que la anuncia al blanco de sus cristales transparentes. Nieve dura. Nieve blanda. No la vemos como es: haría falta un cristal de aumentos. La nieve nos recuerda que la naturaleza está escrita, misteriosamente, con caracteres geométricos. La nieve será engañosa y evanescente o sencillamente invisible. En todo caso es de una belleza fulgurante. Siempre. La nieve se parece mucho a la vida, siempre cayendo, apareciendo, ensuciándose, desapareciendo…
(La foto pertenece al blog cosaswood: os recomiendo que piquéis encima para verla bien)

martes, 20 de enero de 2009

Herralde

Hay algo que distingue a Jorge Herralde del resto de los editores literarios en activo en España: su valentía. Nadie como él ha apostado por la gente que empieza, y será recordado por eso, más incluso que por el resto de su labor editorial. ¿Hacemos la lista sólo del dominio hispánico? Si alguien me dice que Herralde ha moldeado el gusto de una generación de lectores con sus traducciones de literatura extranjera y del pasado, yo le respondo que eso lo hacen otros tan bien como él (Acantilado o Salamandra hoy, Mario Muchnick o las gentes de Taurus en tiempos, con Jesús Aguirre a la cabeza). Pero un editor, lo que se dice un editor, como lo fueron Barral o Vergés por ejemplo, Feltrinelli en Italia, Christian Bourgois o Jerome Lindon en Francia, Sigfried Unseld o Kurt Wolf en el mundo germánico, aquí sólo lo es Herralde. Por eso su tarea es la más apasionante. Por eso pasará a la historia de la literatura.
Todo esto viene a cuento, no obstante, de una edición que me ha llenado de alegría: la Gran Trilogía de Gregor Von Rezzori (Un armiño en Chernopol, Memorias de un antisemita y Flores en la nieve), ahora en un único volumen de la colección Panorama de narrativas, y en tapa dura.
Para mí no hay duda de que, cuando Herralde trae a los grandes escritores en otras lenguas (de Rezzori a Magris, de Carver a Auster, de Bernhardt a Sebald), su objetivo, aquel sin el que en el fondo se sentiría frustrado, no es sino el de formar y descubrir a varias generaciones nuevas de autores en el idioma español. No le interesa la fuga que se esconde detrás de una erudición más o menos sofisticada. Herralde tiene un agudo sentido del tiempo en el que vive. 

lunes, 19 de enero de 2009

Sempre e per sempre (Francesco de Gregori)

C.S. Lewis

Acudir a diario a las librerías tiene serios inconvenientes, pero de vez en cuando nos depara alguna grata sorpresa. Encontré hace dos días un pequeño libro titulado C.S. Lewis. Apologista y mártir (Olañeta, 2008), de un tal James S. Custinger. El pequeño volumen está dedicado a discutir un asunto: si Lewis era o no un místico. Y diréis: ¿y a quien le importa? Pues a mí, por ejemplo. Y no sólo me importa sino que os confieso que es el tipo de cosas que de verdad me quitan el sueño. Naturalmente que tenía mi opinión sobre el particular, antes de leer a Custinger. Dicha intuición (que Lewis sabía) no ha hecho sino confirmarse tras la lectura de este opúsculo. Custinger parte de la distinción que se encuentra en el Libro V de la Consolación entre intelecto, razón, imaginación y sentidos. Sitúa a Lewis en el terreno temperamental de la imaginatio, y a partir de ahí muestra que se trataba de una imaginación simbólica, la única capaz de enlazar lo visible y lo invisible. Al final de los Cuatro amores (distinción que por cierto se corresponden con la concepción de Boecio), Lewis se refiere al amor sobrenatural (agapê) cuando dice que sólo "Dios sabe, no yo, si alguna vez he probado este amor. Quizás sólo he imaginado probarlo".
Además he encontrado este otro tesoro.

sábado, 17 de enero de 2009

Tu (Umberto Tozzi)

Pa' desengrasar un poco
Fdo: Charles Ingalls

Notas para un diario 93

Quiero hacerte, si me lo permites, tres consideraciones breves, distintas y de alguna manera relacionadas entre sí. Primera. Una persona cercana, de esas que te comprenden y, aunque se dan cuenta de todo, de lo bueno y de lo malo, no te juzgan, me pasa con la elegante discreción que le caracteriza las frases de un místico contemporáneo que responden a las notas para un diario de los alrededores de la Navidad, esas entradas tan amargas como, a la vista de lo que ahora leo, tuertas por no decir directamente ciegas: "La fiesta se puede organizar, la alegría no". En esta sencilla frase se resume lo que yo torpemente no conseguí decir, lo que pienso y siento desde hace más de veinte años de las fiestas de la Navidad. La idea está tomada directamente del pensamiento de Nietzsche, que decía que "la habilidad a la hora de organizar una verdadera fiesta está en traer a las personas capaces de poner alegría". La alegría es un don (compatible por cierto con todas las estrecheces, con la miseria material y hasta con el lujo) en el que se resumen todos los demás dones del espíritu humano; es la expresión de estar en armonía con uno mismo, con los demás y con la creación. En Navidad organizamos la fiesta pero de ninguna manera eso garantiza la alegría, que es previa y se refiere a otras cosas. No hay duda de que en la vida hay que tener la habilidad de rodearse de personas capaces de poner alegría: personalmente, en ese aspecto no me puedo quejar en absoluto: me rodea gente capaz de convertir la vida en una verdadera fiesta.
Todo esto me lleva a la segunda consideración sabatina: anoche acabé de ver la primera temporada de la serie Los Soprano. Y será la última. No está mal, me he tragado con Paula los quince primeros episodios. Pero no veré más. Cuando se llega a cierta edad, uno se vuelve avaro de su tiempo. Empieza a pensar que no le queda mucho. Como en In treatment, el eje de la serie es la conversación de con un psiquiatra; en este caso de un mafioso. Un eje tronchado, naturalmente, ya que el tipo no tiene ni la menor intención de dejar sus actividades bárbaras, lo que de paso le impide salir de su postración psicológica y moral. La cosa se salva, un rato, por la vis cómica de un gran actor (y de unos guionistas notables). Pero no da más de sí. Pensaba no obstante que, queriéndolo o no, la película plantea una cuestión importante. Un problema que me ronda desde que vi la otra, la seria, la del psiquiatra de verdad. ¿A qué se va al psiquiatra? A curarse. Sí, pero… ¿de qué? La pregunta es si para curarse es preciso también mejorar moralmente. Hay una diferencia radical entre la sesión de psicoterapia y la confesión sacramental. No es el hecho de que el sujeto esté, en el primer caso, enfermo. A estos efectos, y pasados los treinta, enfermos todos. La diferencia es que la confesión es un juicio: un juicio en el que a uno le absuelve el Amor, pero un juicio al fin y al cabo. El psiquiatra no puede ni debe juzgar. Ese es gran parte de su atractivo: la sensación de que uno puede decir lo más oscuro de su vida sin que le juzguen de ningún modo. Me preguntaba un amigo, muy ortodoxo, al que hablaba con pasión de In treatment, si en la serie aparecía Dios de alguna forma. Aparece explícitamente una vez. Paul Weston le dice a Laura que el problema de la religión es que enfrenta la idea de un Dios tres veces Santo con un hombre caído y pecador que, por ese mismo motivo, genera la neurosis de la culpa. Menudo temita. No pretendo resolverlo aquí. Ni siquiera voy a hablar del asunto. Lo dejo planteado y que cada uno piense lo que quiera/pueda. Pero nadie me puede negar que la cuestión, la gran cuestión, está ahí, justamente ahí.
Una cuestión que podría ayudar a comprender, y es el tercer y último rollo que te meto, uno de los grandes enigmas de la literatura española del siglo XX: el silencio de Carmen Laforet, después de escribir Nada. Aparece estos días en las librerías Música blanca (Destino, 2009), la explicación que ofrece su hija Cristina. Lo leeré con mucho gusto, e incluso con ilusión. Cristina Cerezales Laforet ha adelantado lo que ya sabíamos, que la cosa tiene que ver con una conversión fulminante: "Dios me ha cogido por los cabellos y me ha sumergido en la misma Esencia", decía la escritora. "Uno…Única", así le resumió, hacia el final de su vida, el sentido de su existencia a su hija en un papel, subrayando las dos palabras en tinta roja. Por mi parte, adelanto que cualquier intento serio de explicación de ese silencio tiene que pasar por un esfuerzo de comprensión de Nada. Ahí está todo. Desde el mismo título. Me lo voy a releer estos días. Ahí está lo que verdaderamente importa de la Laforet: las palabras antes del Silencio.
Y ahora ya está bien: me voy a montar en bici.

viernes, 16 de enero de 2009

Make You Smile (+44)

Gracias, Victoria.

El miedo

Los miedos son distintos y se cruzan unos con otros inmisericordemente: miedo al toro, miedo a la propia responsabilidad, miedo a hacer el ridículo, miedo al miedo en abstracto, miedo no ya al toro en sí mismo, sino a cómo saldrá: bueno, regular o malo, etc…
(La foto es de Javier Arroyo y el texto de Guillermo Sureda, citado en un Inédito de Marcel Cohen)

jueves, 15 de enero de 2009

Jura

Jura
Jura una y otra vez que rehará su vida.
Más al llegar la noche y sus consejos,
sus compromisos, sus ofrecimientos,
más al llegar la noche con su propio poder,
el del cuerpo que quiere y pide, al mismo
fatal placer, perdido, se dirige de nuevo.
Cavafis (trad. Valente)
(La foto pertenece al blog cosaswood)

Anne Carson

Una amiga mía, muy aficionada al tango, y en especial a una variedad conocida como "four kisses tango", me recomienda, insistentemente, que lea "La belleza del marido", una novela en verso de la canadiense Anne Carson. Ayer, con tal de no oírle más, me lo tragué de un tirón (237 páginas con las notas), leyendo ya en la cama desde la mediañoche hasta las dos de la mañana. Confieso que acabé la lectura exhausto, por la hora, y por la densidad y belleza de este libro que os recomiendo vivamente. No he leído nada mejor en los últimos años, y me confirma una vez más el buen criterio de mi amiga porteña (de adopción: ¡cuando pienso que estuvo a punto por amor de afincarse allí definitivamente!). La edición de Lumen (2003) es bilingüe, de modo que es como leer dos libros en uno. Seguramente fui yo el que enseñó a mi guía lectora el contenido de la palabra de origen griego catársis; estoy casi seguro que ahora me ha querido devolver en vivo mis elucubraciones teóricas. Y se lo agradezco, porque uno sale de esa lectura transformado para bien: es una amiga de las que de verdad te quieren. Un libro sobre el matrimonio que, como el tango, necesita a dos para bailarlo y que por supuesto hay que bailarlo hasta el final. Nunca, y no exagero, he visto expresado, con tanta belleza, el claroscuro de una realidad que está en el mismo fundamento de la vida de cada uno de nosotros (veremos que pasa con las generaciones siguientes). La pena, la unión más allá del dolor, la forma en signo de cruz de esa relación que conforma, de nuevo, a los esposos. No hay más que ver la torpeza del beso en la foto de André Kertész para saber que esos dos ingenuos se casaron. He recordado, leyendo a Anne Carson, los versos que Juan Eduardo Cirlot le dedicó a su mujer en un gran poema de amor tardío: "Te debo/el orden y la paz que me conceden/abrirme hacia mi abismo cuando el oro/profundo de mi cielo me lo manda.//Te debo estar escrito" (en Del No Mundo. Poesía 1961-1973)

miércoles, 14 de enero de 2009

Keep it Loose, Keep It Tight (Amos Lee)

Un auténtico lujo

Ayer, en Radio Nacional, Juan Ramón Lucas, entrevistó a César Antonio Molina, el Ministro de Cultura del Gobierno de España. Como es habitual, el programa comienza con una canción que sugiere el invitado. El Ministro ofreció a los oyentes la canción de Charles Trenet, Que reste-t-il de nos amours?, y además tuvo el gesto (muy propio de él) de llevar escrita la traducción de la misma. Animo a que escuchéis la entrevista (sus opiniones sobre los nacionalismos en España y sobre el equilibrio entre unidad y pluralidad de lo hispano no tienen desperdicio, y las comparto plenamente) o, al menos, a que oigáis la maravillosa canción con la que Trenet enriqueció Besos robados de François Truffaut.

martes, 13 de enero de 2009

Russia On Ice (Porcupine Tree)

Notas para un diario 92

La cosa empezó, como siempre, de la manera más inesperada: de pronto fui imantado desde la mesa de trabajo hasta la estantería de un gran almacén al que sólo acudo por necesidad o, como fue el caso, por una inspiración irresistible. A pesar de que llevaba allí siete horas revolviendo libros, salí de mi cuarto a regañadientes, llegué a la planta quinta y me dirigí, aún no sé bien ni como ni porqué, a la estantería de las películas clásicas. No dudé, sabía perfectamente hacia donde mirar. Cuando la vi, y con perdón, casi me caigo de culo. Allí estaba: un único y último ejemplar de una película que llevaba buscando durante casi treinta años (y no exagero, la vi a los 15, en uno de aquellos primeros vídeos Beta que circulaban por España a comienzos de los años ochenta; en cuanto a lo de buscarla, creo que ya no me hace falta convencerte de lo insistente que puedo llegar a ser cuando quiero algo de verdad). Aimez-vous Brahms? Esa es la película que, junto a una novela de Giorgio Scerbanenco (Appuntamento a Trieste), son las dos obras mágicas (y perdidas) de mi vida, aquellas que se me quedaron clavadas, sin las que nada sería igual y que se han alojado en mi imaginación con más fuerza y realismo que muchas otras naderías de la vida corriente. Es una historia de donjuanismo y la protagoniza una Ingrid Bergman de unos cincuenta años (en la foto de abajo, en la época y en el bosque parisino en el que se rodó la película), a la que asocio por muchos motivos que no sé si te contaré con mi querida madre. No obstante, me di cuenta enseguida de que había olvidado algunos datos esenciales, o mejor, que los había transformado en otra cosa; y qué más daba: si me hubiera encontrado con un amigo íntimo de la infancia (y mira que a algunos los he amado), no me hubiera dado ni la mitad de alegría que la que me proporcionó ese reencuentro inesperado y al mismo tiempo teledirigido. ¿Por quién? No lo sé, te lo puedo prometer. Si lo supiera lo diría, aunque quizás es mejor que sea así, y que el velo nunca se descorra del todo. Como ocurre después de que suceda lo numinoso, volviendo a casa, sentí un cierto miedo al comprobar una vez más que todo lo que sucede ocurre para que se cumpla lo que está escrito: que todo ha sido previamente diseñado, que, como dijo Borges en aquel pasaje memorable, vamos dibujando, con todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, las líneas de nuestro propio rostro. Ayer tenía los nervios de tal manera en punta que pensé con seriedad en el modo intenso y real en el que me ronda y persigue la locura. In the verge of insanity. Así me encuentro yo, lo reconozco abiertamente. Más tarde, ya en la cama, leí los ensayos de Siri Hustvedt, cuyo cuarto de trabajo te muestro en la foto de arriba, y entonces sí que se me terminó de nublar del todo la mente y el alma. Fue una de esas nieblas de las que, paradójicamente, al final, se sacan las pocas certezas que nos permiten seguir hacia delante. La frase en cuestión con la que me tope, y la que mi cerebro febril ha ido mascando a oscuras toda la noche, es la siguiente: "Aunque hoy en día está de moda rechazar los sueños tachándolos de parloteo neurológico sin sentido, he descubierto demasiadas cosas a partir de mis sueños como para creerlo". Me dormí, con la satisfacción de haber encontrado una frase redonda donde las haya. Después, no te puedo ni contar, princesa, lo que ha sido esta noche, en lo que a sueños se refiere. Los ha habido de las más variadas formas e intensidades. Hasta el punto de que me han revelado, los mismos sueños, un secreto que me apresto con temblor a confiarte. No sé si te habrá pasado pero a mí me ocurre a menudo: tengo un sueño tan fuerte que me parece real. Hasta ahí no descubro nada a nadie. Pero, ¿qué pasa cuando en el sueño hay más gente que comparte esa misma sensación de realidad? Por ejemplo, cuando vuelas con alguien en un sueño, y para los dos se trata de una experiencia real e indubitable. Algo tan vívido que cuando te despiertas, y vuelves a la normalidad, dices: vaya mierda, es ahora cuando parece que estoy dormido, o muerto. La transitividad entonces resulta esencial. Es el modo de darte cuenta de que todo aquello supera lo puramente subjetivo: en el sueño hay alguien más, a quien conoces, alguien sensato al que aprecias (tú por ejemplo), que te confirma que lo que estáis viviendo juntos en ese momento del sueño es la realidad pura. Pues bien, lo que he descubierto esta mañana, al despertar, es que esa relación que se establece forma parte del sueño también. O sea, que el sueño compartido es algo soñado a su vez. Borges lo vio con suma claridad y lo contó innumerables veces en sus cuentos y en sus poemas, es la mejor intuición de su obra insuprable. Cervantes también. Y Calderón, y Descartes, y Proust, y Kafka, y los profetas bíblicos, por atenerme sólo a unos pocos genios, la nónima completa sería tan luminosa como interminable. Soñamos que estamos soñando. Pero también soñamos que estamos viviendo. Esto ocurre tan sistemáticamente que al final resulta difícil distinguir una fase de la otra. Todo forma parte del big sleep, del sueño eterno en el que estamos todos sumidos. No sé. No sé explicarme pero a cambio te digo que me acompaña la certeza de quien ha vivido y experimentado algo. No me he explicado bien. Lo sé y lo siento. Intentaré contártelo tan pronto como nos veamos, con un gin-tonic delante. Sólo te adelanto que me ha ocurrido algo extraño y turbador mientras te escribía esta mañana gris: he sentido a alguien que miraba conmigo a la pantalla, por encima de mi hombro. Y me he dado perfectamente cuenta de que no le estaba gustando nada que contase tanto.

lunes, 12 de enero de 2009

Rebellion/Lies (The Arcade Fire)

Tolerancia

Lo tierno de este mundo, domina lo más duro (Tao Te King, XLIV)

domingo, 11 de enero de 2009

Somewhere Only We Know (Keane)

Gracias.

Siri Hustvedt

Para Ana.

No es la primera vez que Siri Hustdvedt aparece en este blog, ni será la última. Leo en El País que sale ahora su cuarta novela, Las penas de un americano. En el otoño de 2007, Bartleby Editores publicó, en edición bilingüe, su único libro de poesía accesible en español (un libro compuesto de varias secciones o pequeños libros inside). Se titula Leer para ti y es una maravilla. Por entonces, yo escribí estas breves notas:
En el cuento, la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas dentro de sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntalo otra vez. El pelo cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo.
El inicio de este poema en prosa de Leer para ti nos devuelve de un modo eficacísimo la atmósfera del mundo perdido de la infancia de Siri Hustvedt: el espacio doméstico de la emigración noruega en el corazón de la Norteamérica más profunda. La saga fantástica transmitida por los mayores a los niños, el amor que devuelve la vista al príncipe ciego, la necesidad infantil de aquietar el alma escuchando mil veces el mismo relato. Pero, obsérvese despacio. Al mismo tiempo, junto a los trazos mayores de la historia, aparece el verdadero poeta que alude hasta cuatro veces a un movimiento descendente: de las lágrimas, del pelo que cae sobre la torre, del libro que reposa suavemente sobre el pecho. “Leeré para ti” es tanto como decir: te enseñaré a mirar y a medir el mundo, te enseñaré a escudriñar tu propio corazón, te seré fiel, permaneceré a tu lado, tengo una herencia que entregarte.
En ese movimiento entrañable – la lección trasmitida en la tibieza del dormitorio infantil– se cifra una parte esencial de la poética de una de las escritoras más descollantes del panorama literario actual.
Formada a conciencia en las mejores universidades americanas, doctorada con una tesis sobre Nuestro amigo común de Charles Dickens, Hustvedt es autora de novelas, relatos, ensayos y poesía. Dotada de una fuerte personalidad literaria, convencida del valor ético de la escritura, se ha movido siempre en el difícil equilibrio entre lo autobiográfico y lo común, entre realismo y lirismo, entre la pasión por las cosas y la necesidad de someter lo humano al desprestigiado pero insustituible imperio de la razón.
Leer para ti recoge cinco intentos poéticos de perfilar un hecho que le obsesiona: el modo en el que las circunstancias influyen en nuestro modo de ver las cosas, conformando lo más íntimo del ser. Creo que se puede afirmar que Siri Hustvedt está en la tradición espiritual de Katherine Mansfield y de Antón Chéjov. Se establece una secuencia entre la vida vivida y el arte para volver a la vida.
Como en las cajas de Joseph Cornell, el gran surrealista americano que creaba imágenes en tres dimensiones evocando una cuarta, de carácter trascendente, y al que Hustvedt dedica un poema extraordinario en el libro, sus poemas abren un paréntesis, una pausa, luminosa, un marco en el que depositar una instantánea de la vida"
(El dibujo de la silla es de Herman Hesse; abajo, la bella Siri en un fotograma que parece sacado de la película Persona de Bergman)

sábado, 10 de enero de 2009

On Gaza

La única salida (y no es de este mundo)

viernes, 9 de enero de 2009

Challengers (The New Pornographers)

Modigliani por Modigliani

Hic incipit vita nuova. Como cada año por las fechas en las que ahora estamos, Amedeo Modigliani escribía esta frase convencido de que el año por venir arreglaría definitivamente las cosas. En la entrenas del año 1920, en el dorso del dibujo preliminar del retrato del músico griego Mario Varvogli, el último cuadro en el que trabajó, escribió esas palabras dantescas, sin saber que pocas semanas más tarde, el 24 de enero, le alcanzaría la muerte. Dejaba a su mujer, embarazada de nueve meses y a una hija de apenas dos años. Jeanne Hébuterne (en la foto) no pudo soportar la pérdida de Modi y saltó de una ventana desde un quinto piso, muriendo en al acto junto a la criatura que albergaba en su seno. Quedaba la hija, Jeanne, que creció con la familia paterna en Livorno. Jeanne Modiglini dedicó una parte importante de su vida a buscar y ordenar la documentación sobre su padre. Como fruto de ese trabajo escribió un libro, Modigliani sin la leyenda, que acaba de aparecer en librerías (Nortesur, 2008).

jueves, 8 de enero de 2009

If It Be Your Will (Antony/Cohen)

For you.

Notas para un diario 91

De niño, temía a la muerte. La muerte, y el miedo, me han rondado con intensidad. Hasta donde alcanza mi memoria, desde siempre. Llegó una edad en la que el miedo se transformó en angustia. Todo mi ser temblaba, también de noche, acostado con los pies fríos y el cuerpo caliente. No había nada que pudiera despejar esa niebla marrón que me rodeaba y lamía mis miembros con una sensualidad voraz y repugnante. Ni siquiera tu cercanía, tu presencia femenina. Al contrario, mi amor se convertía en un puñado lleno de sal que alguien echaba sobre la herida. Dolía. La angustia y el dolor se sucedían como una cadena de sensaciones amargas.
Te voy a contar un secreto que me avergüenza. Voy a superar la humillación sólo por ti. Al final, se trata de ti. Mi obsesión era tan aguda y constante (sé bien que esto te suena familiar) que, cada vez que apagaba una lámpara, me venía a la imaginación lo siguiente: "Y pensar que será así. Exactamente así. Soy una pequeña luz vacilante y de repente vendrá la muerte y la apagará. Y después, nada. No habrá nada de nada. Y nadie se dará cuenta". Me temblaban los dedos de frío cada vez que accionaba un interruptor. ¿Una manía? ¿Una fobia? ¿Te has parado a pensar cuantas veces apagamos en casa una luz? Yo sí. Conozco el número aproximado. Hablo sólo de apagar. No es una cifra exacta: depende de la duración del día, en las diferentes estaciones del año, o sencillamente de las horas que seamos capaces de permanecer en casa. Te das cuenta de que mientras estudiamos no hay que apagar la luz durante horas. Sí puedo decirte que el número coincide más o menos con el de tus años. Iba sumando, a lo largo del día, y al final me encontraba siempre contigo, o al menos con tu edad. Tienes la edad de la muerte.
Perdóname si no ha estado bien decirte esto último. Lo siento pero no he podido parar a tiempo. La frase se ha escrito sola. La verdad tenía que decirse y no lo he podido evitar.
En cambio, lo que ahora debo añadir, puede resultar más agradable de oír. Algo que habla directamente de ti.
Recuerdas el viaje que hicimos hasta el mar. Recuerdas la luz que contemplamos mientras comíamos en aquella terraza, a pocos metros de la orilla. Tú no te diste cuenta pero era una luz muy especial. Me resulta imposible describirla con palabras pero la reconocí al instante. Nunca olvido esos tonos malva. Aquella noche, después de dejarte en tu casa, ya en hotel, me ocurrió algo muy extraño. Te había mentido, como a todo el mundo. Te dije que tenía una cita para la cena, pero no era cierto. No quería verte más. No podía. Mi capacidad de resistencia estaba completamente vencida, después de tres días: fíjate que en algunos momentos, por unos instantes, llegué a olvidarme de la muerte. Pero esa paz nunca dura mucho. Mientras comíamos en el puerto, al contemplar aquella luz con destellos blancos y azul violeta, tan intensa y limpia a un tiempo, me sobrevino un pequeño ataque de pánico. ¿Te diste cuenta? Mientras me hablabas con nostalgia de tu padre, de como te llevaba de pequeña a aquel mismo sitio en el que ahora comíamos, sentí que alguien se había colocado detrás de nuestros hombros para mirarnos y esperar. Cuando me ocurre algo así, sé que debo de quedarme solo y permanecer aislado el mayor tiempo posible. Por eso quería dejarte y llegar al hotel y, aunque apenas habían sonado las seis de la tarde, me dispuse a meterme en la cama. Lo necesitaba. Abrí un libro pero tardé poco en quedarme completamente relajado y dormido.
Gozaba de un sueño profundo cuando algo me despertó de repente. Eran las tres de la mañana. Creo que fue la misma profundidad del sueño; una vez leí que es un recurso del organismo que se dispara, llegado a un cierto grado de hondura. Un paso más y el corazón dejaría de latir. Estaba empapado de sudor, pero ya no tenía miedo. Había dormido nueve horas seguidas. Estaba claro que no iba a continuar durmiendo. Mejor. Aprovecharía para leer un rato en el silencio de la noche. Me gusta la soledad en los hoteles. Ocurren cosas raras en las habitaciones de los hoteles. Nada extraño, con la cantidad de almas que pernoctan por ahí.
Retomé el libro por la página en la que lo había abierto horas atrás. Era mi edición italiana de los sermones alemanes de Eckhart. No es lo más apropiado para conciliar el sueño pero a mí me distraen. Nadie ha comentado la Escritura como él. Nadie. Por eso sé que era criptojudío, pero dejemos eso que no viene al caso. Leí el sermón sobre la caída del caballo en Damasco, y apenas comencé el sermón, otro de mis preferidos, en el que glosa las palabras de Cristo en Betania: "Una sola cosa es necesaria". Me lo sé de memoria, de modo que no me importó caer de nuevo en brazos de Morfeo. Y aquí viene lo extraordinario. Un instante antes de perder la consciencia, a punto de caer en la sima del sueño, en esa décima de segundo que se parece tanto a la muerte, me di cuenta de que había estado leyendo con la luz apagada. Reaccione con energía para no dormirme y comprobé que en efecto no había luz. Estaba en la más completa oscuridad y, sin embargo, podía ver con total claridad y leer las frases del pequeño libro rojo. No daba crédito y me asusté. Encendí la luz de la lámpara y, sin pensar en la muerte, la volví a apagar. Lo mismo. Podía leer y ver con nitidez.
No sé como pero me dormí de pronto como un niño. Al despertar, lo primero que hice fue comprobar si se mantenía aquel extraño fenómeno. Ni hablar. Con las cortinas de la estancia cerradas, y sin luz, no se veía nada. En cambio, al cabo de un rato, al ir encendiendo y apagando las luces del cuarto y del baño, me di cuenta de que había desaparecido mi miedo a la muerte. Ya no pensaba en aquella siniestra comparación que me había torturado durante años. Se había esfumado como por arte de ensalmo.
¿Qué había pasado? No lo sé. Sólo puedo decirte, pies de nácar, que el pensamiento de la muerte fue sustituido por otra intuición equivalente en intensidad: cada vez que acciono un interruptor me viene a la mente la idea fija de que si se se apaga mi luz, que se apaga, una luz mucho más poderosa sobreviene y lo alumbra todo. Es tu luz que espera a que me apague para cogerme de la mano.

martes, 6 de enero de 2009

Stand by me

Para todos pero especialmente para Rocío

Notas para un diario 90

King´s Night. Por la mañana, en casa. Aturdido por varias cosas que necesito reposar. Ayer fue una tarde de Reyes y de esos otros reyes que son los amigos de verdad, en ocasiones el mero prójimo al que por una súbita inspiración tratamos lisa y llanamente como se merece, sin pararnos a pensar demasiado en ese dni que nos formamos de los demás en un segundo en nuestras mentes, nunca suficientemente abiertas. Hablo con mi amigo Pedro, al que veo poco pero quiero mucho, de Giussepe Pontiggia y de Nati due volte, la novela que dedica a su hijo subnormal (en España la editó Salamandra en 2002 y aún se puede encontrar), y me recuerda el magnífico relato de Claudio Magris en el que cuenta como se encontró, en el Monasterio de Pedralbes, delante de un padre que enseñaba, con infinito amor, paciencia y dignidad, a su hijo con Síndrome de Down, a distinguir cuidadosamente cada uno de los cuadros de una muestra de retratos de la Escuela española que colgaban de las paredes reconvertidas en salas de exposición : cuenta emocionado ("Un padre, un hijo" en El infinito viajar) que el padre, delante del retrato de Mariana de Austria, se descubre la cabeza y lanza, al aire, un sonoro e ilusionado: "Velázquez". Claudio, yo, y cualquiera nos quitamos el sombrero ante ese pequeño gran maestro, con más sentido de la vida y de la belleza que tantos "sabios" que no ven más allá de sus narices. Increíblemente, ya de noche, acompaño a Inés a casa de unos buenos amigos que han preparado, para los pequeños, la visita del Rey Gaspar a su casa, vecina de la nuestra. Cuando llega su Majestad, me llama la atención que lo primero que pregunta es donde está el niño: no se refería al dueño de casa sino al del Belén, ante el que se arrodilla y reza en silencio un buen rato. Los niños, alucinados, le secundan y se postran ante la imagen del Cristo. Los mayores no fuimos capaces. Estando en medio de este silencio atronador, observo que han venido también otros amigos, Ana y Tomás, padres de tres niños pequeños que rezan detrás del Rey. Dos de ellos tienen una enfermedad que les convierte en unos seres tan diminutos como plenos de belleza. Una forma de enanismo que acorta sus huesos y contrae todos sus rasgos. Observo que, como siempre, están vestidos y peinados no ya con cuidado sino directamente con amor. Esplendorosos, la niña exhibe el lazo más bonito de toda la fiesta: azul, a juego con sus ojos y con un vestido tan pequeño como primoroso. Yo no tenía ojos nada más que para ellos y para una madre que, a una belleza física radiante, añade un halo de bondad y finura como pocas veces se ve. Hablo con el padre que me cuenta que ha pasado una semana con gripe. Los primeros días, me dice, con cuarenta de fiebre, pensé que realmente cualquier cosa puede acabar con nosotros. Y sentí miedo, añade. Mientras, yo pensaba que con una décima parte de su coraje y de su fortaleza moral yo tal vez no moriría nunca. La luz de esa familia, a la que siempre veo alegre y optimista, me llena el corazón. Pienso que esos minutos a su lado es mi regalo de Reyes, un regalo del que tendré que dar cuenta. En realidad, ya había recibido otro de naturaleza similar por la tarde: el largo prólogo que Magris ha dedicado a mi libro sobre Kafka y el Holocausto. Me lo prometió y, como hacen los amigos de verdad, en medio de dificultades objetivas y de una actividad frenética, lo ha cumplido sin darse la menor importancia. Puedo adelantar que es mucho mejor que el propio libro. Por la noche, repasando mentalmente el día, pienso que en los tiempos de Velázquez, en la Corte de su Católica Majestad, y para vergüenza de los que nos llamamos católicos, se denominaba a los enanos "sabandijas de palacio" (la misma palabra que empleaban los nazis con los judíos, la que preparó el exterminio; y no muy distinta con la que el nacionalismo vasco extremo califica a los que no son de aquí). Aquellos seres indefensos se usaban como "desahogo" de tantos que los insultaban y pegaban sin miedo a sentir ni padecer ninguna forma de culpabilidad. Todavía en 1964, un tal Doctor Moragas, en un "análisis médico" escribió de uno de ellos que sufría "cretinismo con oligrofrenia y las habituales características de ánimo chistoso y fidelidad perruna". Tal cual. El buen doctor también se quedó tranquilo y a nadie se le ocurrió meterlo en la cárcel. La gran Enriqueta Harris, cuya lectura os recomiendo encarecidamente (¿quién decía que los hispanistas se quedan siempre a un paso de entendernos de verdad?), nos mostró que sólo Velázquez supo ver lo evidente: la inmensa belleza y elegancia de esos seres distintos. Ramón Gaya (en Veláquez, pájaro solitario) también lo describió con mano maestra: "Para Velázquez, la realidad, el cuerpo de la realidad, es algo imprescindible, pero también sin mucha importancia, o sea, es algo que, siendo absolutamente imprescindible, no es decisivo; lo decisivo estará dentro, encerrado dentro, transparentándose. Velázquez pinta esa transparencia, no quiere pintar más que esa transparencia; de ahí que la realidad que termina por presentarnos –tan veraz– no sea propiamente realista, es decir, corpórea, pesada, abultada, sino imprecisa, indecisa, insegura, movible, casi precaria".

domingo, 4 de enero de 2009

20 grabaciones (preferidas) de música clásica

1. Beethoven, Klaviersonaten (Piano Sonatas) Op. 110 y Op. 111, Rudolf Serkin, Deutsche Grammophon.
2. Chopin/Franchome, Cello Sonata Op. 65, Mstislav Rostropovich, Deutsche Grammophon.
3. Brahms, Ballades Op. 10 y Sonata nº 3, Op. 5, Grigory Sokolov, Opus 111.
4. Listz. Obra para piano, (Vallée d´Obermann et al), Arcadi Volodos, Sony.
5. Górecki, Simphony nº 3 (Simphony of Sorrowful Songs), Zofía Kilanowicz, Naxos.
6. Alfred Schnittke, Klavierquintett, Keller Quartett, ECM.
7. Gabrielli, Prima Missa in Nativitate Domini, Paul McCreesh, Archiv.
8. Couperin, Leçons de Ténebres, René Jacobs, Harmonia Mundi.
8. Guillaume de Machaut, Mercy ou Mort, Ferrara Ensemble, Arcana.
9. H. Schütz, Historia der Auferstehung Jesu Christi, SWV 50, Akademia, Mecenat Musical.
10. Arvo Pärt, Berliner Messe, Paul Hillier, Harmonia Mundi.
11. Aaron Copland, Trio Vitesbsk, Trio Wanderer, Harmonia Mundi.
12. Manuel de Falla, El amor brujo, Josep Pons, Harmonia Mundi.
13. Giaocchino Rossini, Petite Messe Solennelle, Marcus Creed, Harmonia Mundi.
14. Lord Herbert of Cherbury´s Lute Book, Paul O´Dette, Harmonia Mundi.
15. Maria Callas, Mad Scenes (Donizetti, Thomas y Bellini), EMI CLASSICS.
16. Jean Barrière, Sonates pour le violoncelle et le basse continüe, Bruno Cocset, Alpha 015.
17. CPE Bach, Folia, The Purcell Quartet, Hyperion.
18. Bach, Das Wohltemperierte Clavier. 2 Teil, Christoph Bossert, Ars Musici.
19. Bach, Sonatas & Partitas for solo violin, Yehudi Menuhin, EMI CLASSICS
20. Bach, Morimur (Partitas, Chorales y Ciaccona para violín y cuatro voces), The Hilliard Ensemble, Christoph Poppen, ECM.