lunes, 15 de junio de 2009

Una temporada en Venecia

"Entre veinte minutos de paseo por una calle de París y la más larga y minuciosa colección de fotografías, hay un abismo. La una es una mera idea, una representación, un concepto, una elaboración intelectual; mientras que la otra es ponerse realmente uno en presencia del objeto, esto es vivirlo, vivir con él; tenerlo propia y realmente en la vida; no en el concepto que lo sustituya; no la fotografía que lo sustituya; no el plano, no el esquema que lo sustituya, sino él mismo." Con esta frase cerraba García Morente la cuestión de quién conoce mejor una ciudad (París, Venecia, peu importe, la foto es una vista de la playa veneciana del Lido), si quien la ha estudiado y amado durante una vida, conoce cada esquina de su plano topográfico, su historia, su literatura, su música, la memoria escrita de sus gentes, pero no ha estado físicamente allí, o quien, ignorante de todo lo demás, da un largo paseo distraído por sus calles y parques. Esta cuestión, por medio de esta imagen polémica, conflictiva, me ha rondado desde que, con catorce o quince años, leí el comienzo magistral de las Lecciones preliminares de filosofía. Ya entonces, aunque la cosa se me metió hasta bien dentro de mi mente, me negué a aceptar la solución vitalista de Don Manuel. Ni estuve ni estoy de acuerdo con el prestigio que tiene entre los hombres lo fáctico, lo que se ha llamado la Erlebnis, la vivencia. Lejos nos llevaría justificar mi posición, y no es el caso, pero como buen nihilista que soy, prefiero el ser cuando se manifiesta como carencia, como ausencia y hasta como representación. Eliot dijo, también en este sentido, que la humanidad no podemos soportar mucha realidad, porque se nos atraganta y en cuanto tenemos "contacto" con ella nos sacia y llega a darnos asco. Las mejores melodías, dijo Keats, en los versos de la Ode to a grecian urn, son las canciones inaudibles, las que suenan sólo para los oídos interiores del espíritu. Frente al mito de la vivencia, yo antepuse sin saberlo, y lo sostengo hoy aún con más fuerza, el final eterno de esa oda: Beauty is truth, truth beauty,– that is all. No he podido dejar de recordar este hito, de mis lecturas, al disfrutar con la última (o casi) propuesta de la editorial minúscula, el precioso relato del polaco Odojewski titulado Una temporada en Venecia. No quiero hablar mucho del contenido del libro; se trata de una historia de las que es mucho mejor que nos coja por sorpresa; pero si la leéis, os daréis cuenta de que la cuestión de la que he hablado antes, lo que yo llamaría la pertinencia o no de reducir la vivencia a lo puramente vivencial, sigue hoy como ayer como siempre plenamente vigente. 

10 comentarios:

JML dijo...

Comparto plenamente su punto de vista. El lenguaje no suele tolerar demasiada realidad. De algunos viajes he vuelto mudo, sordo y ciego, lo que resulta enormemente frustrante si pienso que viajo precisamente para escribir. Viajar sí, pero mientras tanto escuchemos la melodía del " lugar " en el que no estamos.
Un saludo

Adelarica dijo...

Tu comentario me ha recordado (lo siento, no por ti, que lo entiendes perfectamente, pero por otros que quizás no se han dado cuenta de que la vida es sueño; lo siento, digo, pero estamos infestados de literatura), la frase de Baudelaire, que no viajaba para escribir sino para conocer su geografía; creo que al final eso, que parece que estaba escrito en el oráculo, el viejo conocerse a uno mismo, en casa o fuera de casa, es lo decisivo.

Icíar dijo...

¿Quién conoce mejor una ciudad, si el que la ha estudiado y amado durante una vida sin estar en ella, ó el que pasea distraídamente por la ciudad ignorante a todo lo demás?
Realmente, os oigo, y no entiendo el porqué de tener que elegir. El estudio y el amor por algo no creo realmente que llegue a acercarte a su esencia si no lo ves con tus propios ojos, es decir, para conocer algo de verdad, diría que primero hay que tener ese interés de conocerlo, ese interés que te lleva a estudiarlo y por tanto a amarlo, pero….. si no lo ves con la percepción de uno mismo, ¿no se estaría quedando uno con los criterios implícitos de las fuentes de donde procede ese estudio? Realmente no creo que uno pueda conocer la esencia de algo sin estar in situ, es como tener la teoría y no la práctica.
Por otro lado, puedes vivir en algún sitio sin necesidad de conocerlo, si a uno le falta la motivación de conocerlo.
Si tuviera que decantarme, que no lo hago, me decantaría por lo segundo.
Esa frase en inglés, si la traducción es: La Belleza es verdad, belleza verdadera, eso es todo. Bueno, no os entiendo, mi mente simple y sencilla no os entiende. La verdad no siempre tiene que ser belleza, muy a menudo es fealdad hasta grados insospechables. Ahora, nosotros, lo que realmente buscamos, es esa belleza, esa es nuestra verdad, la búsqueda de la belleza entre tanta fealdad.
Pero, claro, si vosotros sois nihilistas, yo diría que soy pragmática, fea palabra. También busco transcender, y la encuentro en la belleza en un sentido muy amplio, supongo que es nuestra naturaleza espiritual.

Adelarica dijo...

Pues nada que objetar a lo primero, nada más faltaría.
Si algo que pudiera parecer feo, es verdadero, eso es lo que Keats llamaría algo bello, por feo que parezca. El criterio de la belleza es la verdad, y su contrario, el de la verdad es la belleza, esa por la que Dostoievski, éste sí otro nihilista, dijo que nos salvaríamos por ella. Por eso, en cualquier cosa bella (Keats las llamaba alegrías para siempre), hay más realidad que en lo que a veces consideramos real: por ejemplo, lo que yo entiendo por París está más en una sola carta de Nerval a su padre que en cien paseos por la ciudad de ese nombre. A mí me interesan más las ciudades invisibles que las visibles, aunque conste que siempre que puedo visito las ciudades que amo (sin ir más lejos el miércoles me voy a París)

Adelarica dijo...

Perdón, se me olvidaba: cuando dices en que tú eres una mente sencilla, da la impresión de que la mía es rebuscada. Quizás sí lo sea.

Icíar dijo...

Jajajaja, me da risa, lo decía como un piropo hacia vosotros. Es un piropo.

No quiero ser pesada, así que ya no contestaré más, después de este comentario.

En fin, si la verdad es por definición sinónimo de belleza, creo que habría que intentar de definir lo que la verdad significa, y quizás no confundir el significado de verdad con el significado de realidad. La realidad en un nivel más superficial, como algo que aprece en el exterior, y la verdad como concentración de lo que realmente es, como la esencia última de lo que aparece y vemos en realidad.

Y no creas, entiendo lo de que te gusta las ciudades invisibles más que las visibles, es algo así como sentirte acompañado, rodeado de personajes que alguan vez existieron, por ejemplo. Me encanta embobarme con esos pensamientos, pero..... no dejo de pensar, que al fin y al cabo, es un producto de mi imaginación. Pero me encanta.

..... era un piropo.

Adelarica dijo...

no eres ninguna pesada, pero lo del piropo, como lo diría, no cuela, jajaja

Belnu dijo...

"las canciones inaudibles, las que suenan sólo para los oídos interiores del espíritu."
"Beauty is truth, truth beauty,– that is all. "

Este fragmento me conmovió al leerlo. Son dos ideas afines, que también descubrí leyendo a Keats y me las quedé guardadas

Adelarica dijo...

hay una explicación de ese poema en un libro de Maurice Bowra, The Romantic Imagination creo que se llama, que quizás sea la lectura más extraordinaria que conozco sobre un poema concreto, la oda sobre una urna griega, en la que explica (basándose también en las cartas de Keats) lo que quiere decir con ese dictum: creo que tienes toda la razón cuando dices que son ideas afines

paisajescritos dijo...

Me viene a la cabeza el caso de Proust, aunque hace una pequeña trampa (bueno, licencia), pues ha estado en Venecia. El protagonista de "En busca..." el propio Marcel (o al menos comparte el nombre) nunca ha estado allí, pero con la ayuda entre otros,, de los ojos de Ruskin, o Carpaccio... la recrea y conoce y percibe. Por otro lado me he acordado de Murakami (perdonad el salto): los límites difusos entre ficción y realidad, lo real de la imaginación, o la memoria inventada.