Hace un mes aproximadamente, leí este artículo de Francesc Torralba, en La Vanguardia, acerca de cómo puede o debe leerse hoy la Biblia. Me pareció impecable, y lo suscribo íntegramente:
¿Cómo puede interpretarse la Biblia hoy?
Quizás es más fácil responder a la pregunta de un modo negativo. La Biblia nunca jamás debería ser utilizada como un pretexto para defender intereses de grupo, para legitimar actitudes xenófobas y, menos aún, para ensalzar la guerra. Los doctos exégetas siempre nos recuerdan que un texto fuera de su contexto se convierte en un pretexto para defender cualquier ideología. El referente más importante de la filosofía de la interpretación, Hans Georg Gadamer, autor de Verdad y método (1960), ya advirtió del riesgo de sucumbir al círculo hermenéutico. Leer desde prejuicios o pre-comprensiones determina la interpretación. Por ello, cuando menos, resulta esencial explicitarlos, tomar consciencia de ellos, abrirse al diálogo. Con la Biblia, el sesgo interpretativo ha sido una operación constante y reiterada a lo largo de la historia. De ahí la necesidad de conocer el texto en su contexto, su genealogía, las tradiciones literarias que coexisten en su trasfondo y su consistencia interna. A lo largo de la historia, la Biblia ha suscitado un acalorado y prolongado conflicto de interpretaciones que no sólo se ha desarrollado en el ámbito académico, sino que ha tenido consecuencias en lo político, lo social y lo civil. Después del siglo XX y del exhaustivo desarrollo de la hermenéutica, queda claro que no debe ser interpretada literalmente, pero tampoco debe someterse, integralmente, a un proceso de desmitificación. Para muchos de nuestros contemporá- neos, la Biblia es un universo enigmático. Entre las generaciones de jóvenes universitarios crece su desconocimiento. No sólo ignoran los libros y personajes veterotestamentarios, también las parábolas del Nuevo Testamento. Para ellos, la cuestión no es cómo interpretarla, sino por qué leerla. Se preguntan qué beneficios emanan de tal ejercitación, qué tipo de nutriente espiritual contiene el Libro de los Libros. Más allá de su valor confesional, la Biblia, como subraya Søren Kierkegaard, no es un texto para ser analizado y troceado, sino para edificar el alma, para construir un mundo alternativo, para suscitar nuevas experiencias. Esta enorme biblioteca, más allá de sus usos religiosos, es una fuente de creatividad artística, de consuelo emocional, pero también un aguijón para la metamorfosis social. Los más grandes creadores de Occidente han hallado, en sus páginas, el estímulo a sus obras intelectuales. Incluso los más grandes filósofos ateos de la historia no pueden interpretarse sin considerar su recepción de la Biblia. ¿Se puede, acaso, comprender el Anticristo de Friedrich Nietzsche o Moisés y el monoteísmo de Sigmund Freud sin el libro sagrado? Por su naturaleza poliédrica, la Biblia puede ser leída como una fuente de sanación interior, como un impulso de transformación social, como una forma de sabiduría práctica, pero sobre todo como una pedagogía del amor que libera y eleva.
4 comentarios:
Te felicito por la elección de este artículo. El cuadro me atrapó, y me hizo entrar en la entrada, y las reflexiones en cuanto a leer el texto en su contexto sin olvidar ese espíritu elevador y liberador, me parece interesante. Supongo que esto valdría para otros libros sagrados también.
Por supuesto, pero la elevación por el amor, por lo que yo conozco del Tao, el budismo tibetano, o El Corán, un amor personal y sensible a la Divinidad, y el amor como esencia de la Divinidad, es muy específico de la tradición judeocristiana, o sea de la Biblia. Sólo lo he encontrado, siendo distinto, en el concepto j´en del confucionismo.
Interesante y culta lectura. Aunque en el Antiguo Testamento ¿tú crees que se desprende esa elevación por el amor?
Bel, como sabes muy bien la parte llamada antigua de la Biblia es toda una biblioteca, de manera que habría seguramente mucho que distinguir entre tanto libro, pertenecientes además a muchos géneros distintos. Si tenemos en cuenta que la primera aparición del yo psicológico, en cualquier escrito en cualquier lengua, y con él nada menos que el concepto moderno de historia, surge ya en el primer libro del pentateuco, con los relatos y los sueños de las llamadas ad hominem a los Patriarcas (sal de Ur de los Caldeos…), no es para menos que para maravillarse que de algo así fuese posible en un contexto en el que infanticidio, el incesto, la poligamia, y hasta la antropofagia estaban por doquier. Pero, yendo al amor, no hay más que leer a David (el primer primerísimo yo lírico), el Cantar, etc. Habría mucho que hablar de todos modos.
Por cierto, escribí una entrada a tu noche de San Juan pero quizás fue impertinente
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