Se ha dicho muchas veces, me temo que con cierto fundamento, que no hay nada más difícil de describir que la felicidad. En los anales de la mejor literatura, la felicidad brilla por su ausencia, aunque, no se puede negar, la mejor de entre la mejor contiene, de forma más o menos secreta, la felicidad: bastaría con evocar ejemplos como el Magnificat, a León Hebreo, los sonetos del Dante (Vita Nuova) o de Petrarca, para justificar en parte esa afirmación. Pero, para el resto de los mortales, la felicidad es esquiva literariamente y se presenta ordinariamente con el pertubardor rostro de la ausencia. El hombre que busca la camisa de la felicidad, en el cuento popular friulano (otra versión del traje del emperador de Andersen), se da cuenta de que sólo es feliz cuando no lleva ninguna puesta. La felicidad humana está siempre amenazada, no hay luz sin sombra y, para colmo, corre el riesgo de volverse autocomplaciente, cuando no directamente estúpida. Reconozco que he pasado cuatro días, navegando entre Ibiza y Formentera (en la foto), muy cerca de la felicidad más completa. Rodeado de mar, in paradisum, acompañado por personas a las que quiero cada día más (conste que con ellas hubiera sido igualmente feliz, no en el infierno, no, no voy a exagerar, pero sí en el purgatorio, un lugar del que no sé porqué no hablo mucho, teniendo en cuenta que lo tengo siempre en mente). Las horas pasadas bajo el sol, con un ligero viento del norte, bucear cerca de las rocas, suspendidos en un agua turquesa y transparente, viendo peces de mil colores, durmiendo mecidos por el ligero balanceo del barco, antes de comer, sin tiempo para pensar en el tiempo, abstraídos con su misma duración casi interminable, hasta exprimir la bondad de la mera existencia, han sido otras tantas de las ocupaciones con las que hemos llenado nuestras jornadas. También hemos hablado bastante, de nuestros hijas e hijos respectivos, de nuestras carreras profesionales ya más que iniciadas, de nuestros proyectos (esos que la mano de Dios puede desbaratar de un palmetazo), y hemos celebrado la infancia que compartimos, dado gracias por nuestros padres que nos quisieron hasta la locura, por la libertad interior que nos transmitieron, unos padres de esos que hubiera podido tener un personaje realmente santo, et pourtant…; nos hemos observado en silencio, hemos compartido el tiempo.
Para mí, el momento de mayor plenitud y abandono, ocurrió la noche del domingo, en Ibiza, cenando en el restorán de la foto, también gracias al habano y al vino ribero, al buen hacer de los camareros, a su elegancia natural, a su sensibilidad exquisita. Quizás porque habíamos decidido no cenar en tierra, limitarnos a pasear por los alrededores de la Catedral y volver pronto al barco a dormir. De repente, sentimos hambre y cambiamos de planes. Había una luz azul y oro, como la de los cielos en los paisajes de escuela española. Nos dieron la última mesa libre. Fue como si la felicidad de aquellos días fugaces se estirara hasta estallar, materializándose inesperadamente en el momento de compartir la cena improvisada. No sé. Lo que viví fue una verdadera comunión, una despedida y al mismo tiempo un memorial de unos días de ensueño. La mañana del lunes, ya en Madrid, Paula y yo contemplamos, en el pase de la prensa, la exposición de Matisse que Tomàs Llorens ha preparado en el Museo Thyssen. Al ver aquellos cuadros y dibujos plenos de color y de mar, de talento y de amor por la vida, volví por unos instantes a las horas anteriores y reconocí la extrema suavidad de una felicidad recién acariciada.
6 comentarios:
:)
Qué bien, todo eso recobra y fortalece para pasar por el purgatorio y batallar con nuevas energías!!!
eso espero, aunque dos días de trabajo con mareo de tierra (la secuela de estar cuatro bamboleándote en un barco) te dejan otra vez para el arrastre
Álvaro, lo que dices de la felicidad, ese brillar por su ausencia en la literatura, es bien cierto. El dolor, la tristeza, la desesperación, suelen parecer sentimientos más profundos (literariamente hablando, claro, y el lector pareciera identificarse más facilmente con ellos. ¿Tú sabes que viví en Mallorca casi dos años? Las baleares son el lugar más parecido a mi idea de Paraiso terrenal. Es maravilloso que hayas pasado días felices, te los mereces.
Álvaro, lo que dices de la felicidad, ese brillar por su ausencia en la literatura, es bien cierto. El dolor, la tristeza, la desesperación, suelen parecer sentimientos más profundos (literariamente hablando, claro, y el lector pareciera identificarse más facilmente con ellos. ¿Tú sabes que viví en Mallorca casi dos años? Las baleares son el lugar más parecido a mi idea de Paraiso terrenal. Es maravilloso que hayas pasado días felices, te los mereces.
Tienes una rara habilidad para escoger, para vivir, los mejores sitios: te envidio!
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