Acabo de leer el retrato que Cristina De Stefano ha escrito sobre la poetisa Anne Sexton en su libro Aventureras americanas (Circe, 2009). Siempre me fascinó la personalidad de la autora de Live or Die. Cristina De Stefano, a la que conocía por su biografía de Cristina Campo, traza en pocas páginas un retrato tan certero como impresionista. La infancia terrible, el abuso "paterno" ("No es para nada el príncipe, sino mi padre/borracho e inclinándose sobre mi cama/en círculos alrededor del abismo como un tiburón"), el matrimonio/el sexo/la poesía, sin lugar a dudas el nudo gordiano que jamás pudo cortar. Que nadie se equivoque, en Anne Sexton son importantes los tres elementos, sus entrecruzamientos, sus incompatibilidades. Y, en el fondo, siempre, la tentación del suicidio. Una historia triste, sin duda. Cuando leía la versión un tanto naif de De Stefano, me preguntaba si en realidad se puede salir en esta vida de una tela de araña tan venenosa como una infancia malograda. Si se puede reconstruir un cuerpo y una psique maltratados. No lo sé. Que me acuerde, en los grandes textos clásicos, sólo la Biblia ha hablado directamente de eso. Jesucristo dice con toda claridad que si destruyen el templo, él lo reconstruirá en tres días. Todos pensaban que se refería al templo que Herodes El Grande había empezado a edificar hacia el año 19 a.C., pero no, él se refería a su cuerpo de carne que sería traspasado por el dolor de la Pasión, y a su resurrección a los tres días. No habla sólo de ruinas, sino de la piedra viva que es su cuerpo (Jn, 2, 19/22). Sólo Juan lo entendió, y años más tarde se lo explicó al resto y lo escribió en su Evangelio y también en el Apocalipsis, cuando dice que en la ciudad celestial no habrá templo, sólo el Agnus Dei y el Árbol de la Vida (cf. los cápítulos finales, 21 y 22). Un amigo mío dice que, desde Job, sabemos de Dios, pero de verdad, sólo si nos toca la carne con el sufrimiento. Aunque, y esto lo añado yo, eso es siempre una prueba y una señal, ¿la señal de Jonás? (Mt, 16,4). Algo que sólo puede comprenderse desde el Espíritu, que misteriosamente sopla sólo donde quiere. Sin ese auténtico re-nacer en el Espíritu, es imposible aceptar que un padre o una madre nos hayan hecho daño. La importancia decisiva del cuerpo y sus dolores, también psíquicos, es uno de los secretos mejor guardados de la Biblia: me refiero a la relectura que hace Pablo del Salmo 40 (7-9) en la carta a los Hebreos, cuando pone en boca del Cristo ese insondable "Me has preparado un cuerpo" (10,5). Por cierto, en ese Salmo 40, con el que he rezado miles de veces, hay una referencia directamente metadiscursiva (40,8) que debe de ser casi única en la literatura antigua (siempre he pensado que así se indica de manera explícita que hay una relación entre cuerpo y letra de la escritura, como la hay entre alma y espíritu de la letra). Una vez más me he ido por los cerros de Úbeda. ¡Lo siento!
2 comentarios:
Yo tengo que contestar que sí se puede porque si no, yo no existiría. La posibilidad de transformar ese dolor y todos los maltratos en algo distinto, por ejemplo, en materia literaria capaz de mantenernos a flote, la posibilidad de convertir el viejo dolor en algo que sirve de motivación y que da sentido a las demás cosas, no sólo escribiendo per se, sino también por dar testimonio, y porque lo vivido sirve a otros y puede iluminarles también, es la clave del psicoanálisis. Y por otra parte, yo creí que ése era un libro light, muy comercial y poco riguroso y en fin, mañana lo veré porque contra mi voluntad he tenido que comprármelo, por razones que no vienen al caso. Sabía de su biografía de Cristina Campo pero no la había leído. Que tú lo elogies me sorprende...
gracias por el comentario
respecto de lo primero, sólo puedo decir amén
respecto del libro, sí, puede ser light
en concreto, Anne Sexton y nuestra comúnmente admirada Dorothy Parker no están mal retratadas
De Stefano pretende seguir el consejo de Calvino (el italiano) de buscar la levedad, y no me parece que lo haga de un modo insoportable
pero ya sabes que tengo la virtud, o el vicio, de la admiración
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