Un amigo, con quien desayunaba el pasado jueves en el hotel La Perla, me aconsejó que fuese al cine, a ver Two Lovers. Aprecio su criterio, de manera que no lo dudé; anoche Paula y yo vimos la película. Además, mi amigo me había puesto delante un reto, uno de esos que me estimulan intelectualmente. Simplificando mucho, me dijo: mira, creo que te gustará, se trata de un tipo que tiene que elegir entre dos amores, entre dos formas de amor, y me gustaría que cuando la veas me digas que hubieses hecho tú en su lugar. ¡Un ejercicio de comparatismo! Genial: creo que por naturaleza y por profesión soy un comparatista, así que no sólo lo haré, le respondí, sino que procuraré darte las razones de mi elección.
La peli me gustó. En efecto, un tipo (Joaquin Phoenix), personaje frágil, entrañable y un tanto desequilibrado (padece un trastorno bipolar, que se le manifestó a causa de un desengaño amoroso previo, y que le ha llevado varias veces al borde del suicidio), judío, vive y trabaja con sus padres en Nueva York, sobrevive anímicamente como puede, tomando o dejando de tomar el litio. Sus padres, amorosos, se preocupan por él. Últimamente se diría que el Cielo ha acudido en ayuda de la familia: planean una fusión de su modesto negocio con el de otra familia, amiga, judía también, que, para plena satisfacción, tiene una hija, Sandra, bella y adorable, soltera y de la misma edad del protagonista. Se conocen, ella se enamora, él la aprecia, intiman, se acuesta con ella y llega incluso a considerarla "su novia". Los padres exultan de gozo. También es un modo de asegurar la vida de su hijo enfermo. No obstante, en secreto, la madre del chico tiembla: le conoce bien y sabe que, en el fondo, todo es demasiado perfecto, demasiado legal y aparente para un alma que anhela la verdad, lo auténtico, lo que no puede ser manoseado; creo que la película insinúa que la madre sabe que es un artista. Simultáneamente, el personaje se topa, en la escalera de la casa paterna, con una nueva vecina: Michelle/Gwyneth Paltrow. Phoenix se enamora locamente. La observa desde su ventana, la busca en todo, no sólo pretende vivir con ella sino, como decía Goethe, desde el primer instante vive en ella. El amor de la novia judía palidece a la luz, ¿tenebrosa?, de un amor absoluto. En lo que termina siendo una cadena de amores imposibles, Michelle ama a un hombre casado, un tipejo que juega con ella, que le promete lo imposible y que la cosifica de un modo infantil y cruel. Por un instante, en plena crisis, Phoenix casi logra desencantar a Michelle: en sus horas más bajas, le convence de que ponga fin a la relación adúltera y destructiva, y le pide que huya con él, que inicien juntos una vita nuova. Dejo aquí el relato, convencido de que resulta preferible ver una película sin que un gracioso nos la haya destripado previamente.
Me metí de lleno en la historia. La narración es lo suficientemente morosa como para irla contemplando a la vez que uno piensa en muchas cosas, en planteos intelectuales pero también, antes incluso, en la propia experiencia de la vida, que a la altura de los cuarenta y cinco viene siendo ya bastante iluminadora y significativa.
Confieso que, inicialmente, no entendí siquiera en qué consistía el reto amistoso que me habían lanzado. La cosa parecía presentarse de un modo simple y convencional: Phoenix ama a Michelle y no a su novia judía. Michelle ama a su amante casado, y Sandra le ama a él. Ninguno es correspondido. A eso me refería con la cadena de amores imposibles y frustrados, aunque se pueden establecer notorias diferencias entre unos y otros enamoramientos. Sin duda, el más radical, el más pasional e incondicionado es el que Phoenix siente por su diosa. Es exactamente eso que Salinas llamaba un amor en vilo. Pero conozco la sutileza de mi amigo como para predisponerme a dar más de una vuelta al asunto. ¿Se puede realmente negar que Phoenix, a la vez que adora a Michelle, ama también a Sandra? De hecho tienen sexo, y del bueno. ¿No será, además, un amor, el que ambos sienten, más idóneo para asentar un futuro familiar? ¿No vale un amor la medida en la que de verdad somos amados y correspondidos? Creo que, en lo que al fondo se refiere, la película deja las cosas abiertas. Phoenix y Sandra pertenecen a una misma clase social, a una misma tradición cultural y religiosa. Casarse con Sandra es casarse con la Ley. Michelle, en cambio, es inalcanzable, tenebrosa, fugaz, representa una libertad y un ansia de absoluto que casan mal, valga la expresión, con las obligaciones y las responsabilidades contractuales derivadas de la figura matrimonial. Por tanto, claro que hay tema para pensar, para hablar, para examinarse.
No obstante, mientras veía la película, y después, ya en la cama, sentí lástima por todos los Phoenix que en el mundo han sido. Me los imaginé, insomnes, con la vida íntimamente arruinada, sin ilusión, anhelando siempre aquello que Paul Claudel formulara en un famoso épodo de sus Cinq Odes: "J´entends mon antique soeur des ténèbres/qui remonte une autre fois vers moi./L´épouse nocturne qui revient une autre fois vers moi sans mot dire./Une autre fois vers moi, avec mon coeur, comme un repas qu´on se partage dans les ténèbres".