Hoy se ha concedido a Tzvetan Todorov el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2008, y no se puede sino reconocer que se trata de un premio merecido. ¿En la categoría de las Ciencias Sociales? ¿Por qué no en la de Humanidades? Al gran estudioso de Montaigne, de Rousseau o de Benjamín Constant, seguramente le habría convenido y satisfecho más esa otra categoría, pero, como dicen en el país que supo retenerle, y ofrecerle durante cuarenta años las condiciones idóneas para desarrollar una fascinante aventura intelectual, “peu importe”.
Cuando algunas mentes decimonónicas se empeñan en desgajar las ciencias sociales de su fundamento humanístico, abriendo brechas de ignorancia en nuestro sistema universitario, la obra de Todorov demuestra en la práctica la unidad radical de todo el pensamiento sobre el hombre.
En el magnífico libro-entrevista que realizó con Catherine Portevin, titulado Deberes y delicias, una vida entre fronteras, Todorov recuerda los hitos principales de su larga investigación. Imposible rastrearlos todos, pero no puede olvidarse ahora que los frutos que ha cosechado en campos tan diversos como la antropología, la historia, el análisis de la pintura o de la guerra, la historia literaria, se deben principalmente a su formación filológica. Fueron los años de trabajo en torno a la revista Poetique (una de las grandes señales luminosas de la Francia de 1968, que contuvo mucho más que eslóganes y algaradas callejeras), al lado de pensadores tan extraordinarios como Gérard Genette, Hélène Cixous, Oswald Ducrot y un largo etcétera.
Que nadie se engañe: en aquel proyecto común, de naturaleza eminentemente literaria, nace la figura de Todorov. De un conjunto de obras de teoría y crítica literaria, de retórica y semiología, entre las que cabe destacar Poética de la prosa o Simbolismo e interpretación.
Junto a Figuras III de Genette, esta obra de Todorov, marca una vuelta imprescindible a la concepción simbólica de lo literario, con una voluntad inteligente de amar el logos, de logos philein o filología. Como George Steiner, que también recibió el Príncipe de Asturias, Todorov es sobre todas las cosas un maestro en el arte de la lectura. En concreto, rescató la teoría medieval de los cuatro sentidos de la escritura y la puso a la disposición de una nueva generación de lectores europeos, abriéndoles de ese modo el camino para pensar con libertad.
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