Una amiga judía, hermana espiritual mía desde hace muchos años, me cuenta una conversación con su hija:
Mi hija me pregunta, cuando va a hacer su examen de selectividad, qué pensar de Dios si el examen le sale mal.
Ella quiere ser médico. Tiene muy buena nota del bachiller. "Es mi ilusión", me dice, "el sentido de mi vida", y "¿qué pasa si Dios no me ayuda?"
Finalmente añade: "Es que por un lado creo, pero mi cabeza racional no me lo explica"
Yo le digo:
"Mi reina –así le hablo–. Para nosotros los judíos, Dios es la Torá también, y esa Torá ayuda a formar una idea de hombre con la que yo estoy de acuerdo y que me salva. Hablamos con Dios, luego ese diálogo es Dios."
No creo que ella se quede muy convencida, pero al menos a mí me sirve, porque sus dudas me interrogan allí donde siempre lo he hecho yo.
P.D. Espero hablar pronto de algunas de las muchas cosas que esta anécdota me inspira. La finura de espíritu de mi amiga me recuerda que los hijos son también padres de los hijos. Es un movimiento circular. Los niños limpian los los ojos de los padres como si fueran cristales.
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