martes, 27 de mayo de 2008

Notas para un diario 20


Una de las pocas cosas que podía haber hecho en la vida, además de ser profesor de literatura, es haber sido librero (cosa que a día de hoy tampoco descarto). No hace falta decir lo que siento por los libros y lo que todo ese mundo representa para mí. Por eso, así como huyo de los relatos, cada día más frecuentes, en los que los protagonistas son escritores (salvando a Philip Roth y sólo cuando habla de sí mismo), en cuanto veo algo sobre libreros (relatos, autobiografías, testimonios) no puedo resistir la tentación de leerlo. La nómina es más grande de lo que cabe pensar y hay algunas piezas que se encuentran entre mis lecturas favoritos: por ejemplo el relato de Stefan Zweig titulado Mendel, el de los libros. Una narración a la que vuelvo constantemente y que contiene a raudales las pocas cosas que me hacen feliz. Por cierto, Adelphi acaba de publicar en Italia el relato sólo en un pequeño volumen; hasta ahora, como en el caso de España, sólo era posible encontrarlo en colecciones de cuentos (que yo sepa, la última edición española está en Sueños olvidados, Alba, 3º ed., 2006). En esta línea, ahora acabo de leer el libro de Mijaíl Osorguín titulado La librería de los escritores, publicado en colaboración por las Ediciones de la Central y por Sexto Piso. 
Unos cuantos artistas y filósofos rusos, pocos meses después  de la Revolución de octubre, en pleno entusiasmo por lo que lo que pensaban que se avecinaba, decidieron montar una librería en Moscú.
Neófitos en el arte de vender libros, y por más que le echaban toda la buena voluntad del mundo, a veces se producían en la tienda escenas increíbles, más propias de una película de Billy Wilder.
Uno de los socios era nada menos que el eminente Nikolai A. Berdiáev. Encargado de la sección de pensamiento, su estilo comercial lo describe Osorguín en este pasaje memorable en el que cuenta como atendió con todo su buen hacer a un cliente que buscaba un libro de Nietzsche:

-¿Busca Ud. a Nietzsche? ¿Lo quiere en ruso o en alemán?
-Lo preferiría en ruso.
-Existen varias ediciones de Nietzsche en ruso. La peor es la de Kliukin: la traducción es mala y la selección del material peor.
-Yo quisiera una buena edición.
-Hay otras ediciones pero todas son deficientes.
A continuación, un análisis detallado de las ediciones de Nietzsche en ruso. El cliente escucha respetuoso, el filósofo hace una exposición minuciosa, prueba de un excelente manejo del tema y de un auténtico deseo de ayudar al cliente en su elección. Por fin, una vez descubierta la obra idónea, Nikolái Alexandrovich declara:
-Lamentablemente, esa edición no la tenemos.
-Bueno, no se preocupe, me llevaré otra.
-Es lamentable, la verdad, pero vivimos una época…
-¿Me podría enseñar…?
-¿Qué?
-Alguna edición de Nietzsche.
-¿Ha de ser obligatoriamente en ruso?
-Sí, me gustaría que fuera en ruso.
-Lo que ocurre es que en este momento no disponemos de ninguna edición en ruso.
-¿Ninguna? ¿Ni siquiera de la Kliukin?
-No, ni esa. Pero esa es mala.
-Disculpe, no lo había entendido. Pues…no tendré más remedio que llevarme una edición en alemán, aunque no manejo ese idioma con soltura… En fin, muéstremela de todas formas.
-¿En alemán? Uf, eso se consigue muy de vez en cuando. No tenemos ninguna.
Y Berdiáev se queda mirando con auténtica compasión y una sonrisa bonachona al obtuso comprador. Lamenta sinceramente no poder saciar la sed de conocimiento de esa persona. El comprador está desconcertado pero la conversación continúa. Berdiáev le habla con autoridad y convencimiento de un libro de Lichtenberger que da una cierta idea de Nietzsche pero que también tiene, por supuesto, sus fallos. En definitiva, consigue interesar a aquel buscador de sabiduría que, dispuesto a comprar el libro, pregunta con cautela:
-Y… ¿tiene usted el de Lichtenberger?
-¿En mi biblioteca personal o aquí en la librería? ¿Le gustaría comprarlo?
-Sí.
-No lo tenemos.
-Ah…
El comprador se marcha bastante confundido y Nikolái Alexandorvich dice consternado:
-¡Qué lástima que no tengamos a Nietzsche! Ese hombre está de verdad interesado y le será imposible conseguirlo. Es tan desagradable decir que no…


Como veis, la cosa no tiene desperdicio. Gracias a Dios no todos los socios eran como Berdiáev y la librería salió adelante durante unos años. Entre todos consiguieron crear un oasis en medio de un clima político cada vez más infecto. Pronto se convirtió en un centro de irradiación cultural de primera magnitud: de forma natural se vendían e intercambiaban libros e ideas, se ayudaba financieramente a los escritores y artistas, se fue creando un fondo impresionante de libros y documentos que como tanta cosas después fue convenientemente arrasado por la revolución.
El relato es emocionante. La edición magnífica: al texto se añaden ilustraciones de Rémizov y unos poemas de Marina Tsvietáieva que surgieron en aquellos años en el humus de la librería.

(La foto es un regalo de A.E. y M.N. y está tomada en la librería Lello, de Oporto, acaso la más bonita del mundo. Esa librería me la descubrió D.G. La foto hay que mirarla con atención: contiene algo extraño…)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿De quién es esa cara tras el cristal?

Anónimo dijo...

Ayer me contó María que habías utilizado "la foto" para una entrada en tu blog. Siempre sienta bien ver que las cosas de uno valen para otros.
Un saludo fuerte.
andoni

Alvaro de la Rica dijo...

No lo sé. El fotógrafo, al que agradezco de nuevo la foto y su comentario, me dio una explicación pero no me resulta del todo convincente.

Anónimo dijo...

Te recomiendo entonces "Shakespeare & Company" de Silvia Beach, Ariel. Y leeré el de Zweig

Adelarica dijo...

Gracias: lo conozco y hablaré pronto de la rive gauche. Te vas a quedar impresionada con Mendel