Cuando me he encontrado más solo, he buscado el consuelo de mis amigos. Y nada. Les he pedido que entren conmigo más adentro, en el jardín del dolor. Y nada. Cuando por fin me han acompañado un trecho, se han dormido. Como niños. Han soñado con sus cosas: sus proyectos, sus ensueños, sus amores. No he contado entre sus ilusiones. No he conseguido apenas nada. No he querido despertarles. Quién soy yo para despertar a nadie. Eso me pasa por ser un iluso, por creer que alguien va a querer acompañarme a mí. Ni siquiera un tramo del camino. Nadie. He hecho el ridículo, una vez más. "Si quieres atrapar algo, no lo agarres". Cuántas veces te lo he repetido. Y tú, nada: eres incapaz de comprenderlo. ¡Tonto! ¡Tonto! ¡Eres un tonto! Ama tu soledad, soledad del cuerpo y del alma. No hagas cargar a nadie con ella. Muévete en el enorme espacio que te ofrece. Deja tu condición. Sufre como sufren los hombres. Permite que la tristeza se apodere de tu alma porque hay motivos para sentir una tristeza inmensa. Motivos que están más allá de ti y de tu sensación de soledad. Soledad santa. Y, entonces, sólo entonces comprenderás que nada es tuyo y que es una locura querer atrapar el aire. Una suave brisa acariciará las praderas interiores, purificando el calor que asciende de la tierra. Sólo te pido que intentes olvidarte y sonreir un instante. Olvida. No te turbes: "seguirás solo. Sin nada. Sin nadie".
(El paisaje es de María Perelló)
No hay comentarios:
Publicar un comentario