Ha muerto en Mallorca, en la víspera de la Navidad de 2010, a la edad de noventa y dos años, Don José Orlandis. Tengo la inmensa suerte de haberle conocido, de haber hablado muchas horas con él, y de poder contarme entre sus amigos. Guardo como oro en paño una docena de cartas suyas. Nos separaba medio siglo (con todo lo que eso significa), pero nos unían cosas que están más allá del tiempo. Me ayudó en varios de mis libros, a fondo, como hacía él las cosas, me leyó, me corrigió. Por supuesto yo le leí mucho más a él, especialmente todo lo que escribió sobre la génesis y el desarrollo de la España visigótica; he de confesar que tenía por su persona y por sus escritos (cuyos planteamientos no siempre comparto) un respeto reverencial. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que, de alguna forma, aún desde la discrepancia, los aceptaba acríticamente. Me parecía alguien tocado por algo especial, algo que poca gente tiene y que después él cultivó hasta la extenuación. Es una mezcla de bondad, de experiencia, de moderación, de sabiduría, en una palabra. Un ejemplo, tonto quizás. Un día le confesé que estaba harto de Pamplona. Me parecía pequeña, chata, aburrida. Le explicaba, con entusiasmo, que deseaba vivir en Nueva York, en París o en Berlín, y que estaba haciendo planes para irme. Me miró con verdadero amor paterno. Con su voz entrecortada, me dijo: "Álvaro, te entiendo muy bien, si te vas yo iré a verte con mucho gusto, pero también te digo que, para un cristiano, cualquier ciudad es buena". No se me ha olvidado esa afirmación. Don José conocía el siglo XX como pocos. Lo había vivido (y escrito) en gran parte, había tratado a muchos de sus protagonistas, lo había estudiado, sondeado, contrastado con el pasado, con la tradición en la que vivía con toda naturalidad. Nunca le oí hablar mal de nadie. Lo suyo era comprender y, siempre que podía, amar. Con distancia. Como los artistas, pero amar al fin y al cabo.
1 comentario:
Realmente, un ejemplo. Gracias. Un saludo, Rafa. Feliz año nuevo, feliz Navidad con retraso...
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