sábado, 31 de mayo de 2008

Para Paula





Paula


Me has preguntado
como el hijo mayor
que por qué no te escribo un poema.

Pero tú eres más
que el hijo mayor.

Tú eres yo
y no quiero escribir para mí.

No es que te quiera
es que eres yo mismo



(Foto de M.C.)

El Cézanne de Roger Fry



Acaba de salir en la Colección Cátedra Félix Huarte (Eunsa, 2008) una edición del Cézanne de Roger Fry (1927), traducido y anotado por Paula. No conozco un libro que enseñe mejor a mirar un cuadro que éste. Es el libro que compendia todos los libros de Roger Fry, pintor y escritor del Grupo de Bloomsbury. Amigo íntimo de Virginia Woolf (de la que por fin ha aparecido en español la magistral biografía de Nadia Fusini, en Siruela, 2008), la obra escrita de Fry representa, junto a las novelas de la Woolf, lo mejor de ese grupo: ambos alcanzaron una densidad y sutileza únicas en sus respectivos géneros. En su biografía del crítico (Edhasa, 1984), Virginia Woolf escribió lo siguiente a propósito de este libro: "Como la mayoría de los libros que parecen completos y sin resquebrajaduras, el Cézanne le costó a su autor mucho trabajo pesado y mucha desesperación. Tuvo que luchar todavía más que de costumbre con las palabras y su imprecisión. Y a ratos surgían dudas: ¿podía ser tan grande Cézanne como creía Roger Fry? ¿No sería una ilusión? Entonces se iba a contemplar los cuadros "como por primera vez" y volvía con sus convicciones más reforzadas que nunca: "es el más grande porque posee la gravedad y ponderación de las cosas más grandes… es lo más colosal". Ejercicio exhaustivo de análisis de la evolución del pintor, Fry se detiene a propósito donde comienza lo más importante. Conocía demasiado bien el entramado del arte y la religión como para no hacerlo. Lo explica así: "El análisis se detiene antes de llegar a la última realidad concreta de una obra de arte y tal vez, proporcionalmente a la grandeza de la obra, deba dejarse sin explorar una parte más importante de su objetivo".

La edición de Paula parte y termina de esta gran intuición metodológica de quien ha sido (junto a Gombrich) su gran referencia intelectual a lo largo de su carrera como profesora. Rigor, perspicacia y contención. Virtudes que nacen de un temperamento templado y de una formación riquísima. El libro es una joya.

(Fotos: Roger Fry pintando y los Fry (Roger y Margery) junto a los Woolf (Virginia y Leonard) en un viaje a Atenas en el año 1932)

viernes, 30 de mayo de 2008

Absence of Colour



Tempus fugit…

Al

miércoles, 28 de mayo de 2008

Notas para un diario 22

Discusión en el Parlamento español sobre los crucifijos en las tomas de posesión de los miembros del Gobierno y en otros ámbitos públicos. Recuerdo siempre la frase de Cyprian Norwid, el poeta modernista polaco: "Nunca detrás de sí mismo con la Cruz del Salvador, sino detrás del Salvador con la propia cruz". Qué difícil es encontrar un liberal. Hablo con L., entre otras cosas, de liberalismo, postmodernidad y no sé como llegamos a lo que ambos pensamos sobre la Cruz. Me dice que me ve ensimismado (otro amigo me confirma que mi escrito sobre la amistad es "humano, demasiado humano"). Tiene razón. Me ofrece su ayuda en un gesto de amistad. Cuando he estado en sitios y momentos especiales (Auschwitz, por ejemplo), he sentido el impulso de llamarle o de ponerle un mensaje. He puesto a los alumnos la película Sin destino. Muchos salían llorando: las mujeres de un modo más visible (y honesto, comosiempre). Releo algunas partes de la correspondencia de Rilke (Merlín, la amiga venciana, Tour und Taxis, Benvenuta, Clara, cómo no). Me doy cuenta de que Trieste se convirtió para él en un polo de atracción. Empiezo a escribir el texto sobre Magris y el viaje interior. Algunos de los más grandes viajeros han sido los viajeros al interior: Juan de Patmos, Virgilio y Dante en el infierno. Ayer me dormí oyendo, en la radio, una lectura de las visiones del infierno de Faustina Kowalska. Siete estrados en el infierno. Como en la escala de Mahoma. Como en el Eliot del tercer movimiento de Ash Wednesday. Me parece que el cuarto o quinto es la falta de luz que no obstante permite distinguirse (hombres y demonios). Me levanté a apuntar la referencia y a sacudirme el miedo con un lingotazo de whisky. El que bebía Josep Pla, otro gran viajero interior. Los mejores libros comienzan cuando se afinca en El Ampurdán. Volvió a Argentina por razones eróticas. Y escribió las Notas per a un diari. "Toma catalán". Eran los años 65 y 66, en los que nací.


(La foto es de Bracha LICHTENBERG-ETTINGER)

martes, 27 de mayo de 2008

Notas para un diario 21

KEINER

A Cristina Kaufmann
In memoriam


Sintió a su mujer inquieta a su lado, y eso le molestó.
-¿Te pasa algo?
-No. Nada.
-¿Te encuentras mal?
-No te preocupes. Estoy bien, más tranquila que nunca. Duérmete, que es tarde y te vas a desvelar.
-No puedo dormir. Díme qué te pasa. Tienes cara de haber perdido algo.
-¿Perdido?… no sé.
-Ya estamos como siempre.
-Lo siento pero no te entiendo.
-No hay nada que entender–, dijo él, girándose hasta darle la espalda.
-De repente me dices no sé que de mi cara y no sé que quieres que te diga.
-Sencillamente lo que te pasa– insistió volviéndose hacia ella.
-Es que no lo sé. No tengo ni idea y, además, qué más da lo que me pase. Llevo toda la vida buscando algo que no sé qué es y estoy cansada. Lo he buscado dentro de mí desde pequeña. Lo he buscado en los libros y en los cuadros, en la religión, en los demás sobre todo, en las tres o cuatro personas que he amado. Quizás más que buscar algo se trata de buscar a alguien.
-O sea que puede ser que a lo largo de tu vida en realidad no hayas encontrado a nadie. Me alegro de que me lo digas a mí.
-Me ha parecido alguna vez que lo había encontrado. Quizás sólo fueran momentos en los que ya no buscaba nada. Pienso ahora, con la distancia y la paz que tengo esta noche, que no he estado nunca ni siquiera cerca de lo que sigo buscando.

Hacía frío. Del jardín devastado por el invierno entraban como cuchillos ráfagas de un viento helado. Una noche más la fugitiva nieve era arrastrada con violencia contra las paredes de las colinas. Los árboles eran sombras destinadas a desaparecer en cualquier instante. En el valle, no lejos de la casa, se oían los quejidos de los animales.
-En todo caso veo que para ti no cuento nada.
-La alegría que sentí aquel verano en Holanda o con D. en París: recuerdo horas leyendo al sol en la plaza de la Sorbona, frente a Vrin, y como de repente nos mirábamos y subíamos corriendo al hotel, ¡qué forma de amarnos! O cuando nació mi hijo –entonces noté que me daban algo, algo que me era puesto en el corazón–, o esos momentos, no tan infrecuentes, instantes de plenitud que surgen de la nada, de improviso, como esas otras sensaciones inesperadas de algo que ya hemos visto.
-¿Has encontrado lo que buscabas en las alegrías del cuerpo y del corazón?
-No, porque todas esas cosas han estado siempre amenazadas por algo o por alguien.
-Vamos, que siempre has vivido con miedo. Eres como una niña pequeña.
-¿Crees que se me habrá quedado perdido en el país de la infancia?
-No. No creo en la magia de la infancia. ¿Te acuerdas de quién hablaba de la irrecuperable magia de la irrecuperable infancia? Pura retórica. No tengo hijos pero es horrible contemplar los movimientos de un niño y constatar en qué escasa medida puede decirse que se encuentre ya en tierra firme. A la hora de la verdad no tiene a nadie y hasta los que parecen adorarle se pueden convertir para él en nadie. ¿Crees tú que esa es realmente la última palabra?

Los dos permanecieron callados, en un silencio a la vez tenso y cansado. La nieve, el viento, toda la tierra parecía huir moviéndose en círculos…
-“No tengo a nadie”, como dijo aquel ciego del abrevadero.
-El abrevadero de los carneros aptos para el sacrificio.
-Somos huéspedes de nadie y la posada no puede decirse que sea precisamente espaciosa ni acogedora. Para colmo la puerta se abre siempre hacia dentro y va a dar sobre un precipicio. No me extraña que tantos se nieguen a pasar por la puerta.
-Veo que he conseguido pasarte toda mi melancolía. Y lo que es peor he conseguido robarte tu sueño, tu sueño de niño.
-Tu melancolía se añade a la mía.
-No sabes cuanto lo siento…, pero, me has preguntado antes por la última palabra y quería contarte una cosa. Una vez estaba en París. Fue antes de conocerte, cuando vivía con mi marido. Estaba desesperada porque había dejado de hablarme. Me juré que si él no me hablaba yo tampoco hablaría con nadie. Cada día pasaba por una iglesia a la orilla del río. No entraba. Me quedaba en el jardín que la rodea, junto a un viejo árbol que se tiene en pie gracias a unas lañas de hierro. Un día vi a un hombre enfermo que se había colocado cerca de mí, casi rozándome. Al principio me asusté pero enseguida me di cuenta de que se trataba de un ser totalmente inofensivo. Parecía extranjero. De vez en cuando me miraba sonriendo, hasta que yo le miraba y entonces bajaba la vista como un niño tímido. Siempre estaba moviendo los labios como si recitara en bajo una salmodia. Desde aquella primera vez me lo encontraba allí cada día. Empecé a observarlo con una curiosidad que se transformó en simpatía. Sus ropas estaban viejas pero no eran malas. Llevaba una camisa blanca recién lavada. Siempre igual: llegaba en silencio y al rato se hacía notar, se colocaba más cerca, sin molestar pero muy cerca. Solamente recitaba su plegaria y a ninguno de los dos se nos ocurrió decir nunca nada. Sabíamos que los dos estábamos sufriendo mucho y eso bastaba. Mi silencioso amigo me recordaba la relación que había mantenido siempre con mi hermano. Era como cuando sus depresiones empezaron a hacerse agudas, y yo tenía las mías y apenas nos veíamos un minuto por la mañana. No nos hablábamos pero creo que nadie me ha querido y acompañado nunca como él. Nos bastaba una pregunta un tanto enfática: ¿te has tomado las pastillas? ¿no se te habrá ocurrido comer queso? Esa complicidad nos consolaba. Cuando murió mi hermano recordé la expresión ida de su cara preguntándome cada mañana por el dichoso queso. Por fin, un buen día dejó de venir el viejo. No me preguntes porqué pero creo que se murió de pena aquellos días. La tarde anterior ocurrió algo extraño. No se colocó tan cerca como las otras veces. A los pocos minutos se acercó al árbol, se agachó y dejó algo en la parte exterior de las raíces. Se fue con paso rápido y al poco rato yo también me fui porque sentí un enorme frío por dentro. Al día siguiente, al ver que no venía me acerqué al lugar donde había depositado aquel objeto. Era una tira de tela azul, quizás un marcador de lectura. Sin pensarlo lo recogí y me lo llevé a los labios como si fuera una reliquia. Una flor azul en el camino. Supe que la había dejado para mí.


(La foto es de la iglesia ortodoxa de Saint Julien-le-Pauvre de París, donde se desarrolla la escena final del relato, incluyendo una vista del árbol con las lañas que ahí se menciona)

Notas para un diario 20


Una de las pocas cosas que podía haber hecho en la vida, además de ser profesor de literatura, es haber sido librero (cosa que a día de hoy tampoco descarto). No hace falta decir lo que siento por los libros y lo que todo ese mundo representa para mí. Por eso, así como huyo de los relatos, cada día más frecuentes, en los que los protagonistas son escritores (salvando a Philip Roth y sólo cuando habla de sí mismo), en cuanto veo algo sobre libreros (relatos, autobiografías, testimonios) no puedo resistir la tentación de leerlo. La nómina es más grande de lo que cabe pensar y hay algunas piezas que se encuentran entre mis lecturas favoritos: por ejemplo el relato de Stefan Zweig titulado Mendel, el de los libros. Una narración a la que vuelvo constantemente y que contiene a raudales las pocas cosas que me hacen feliz. Por cierto, Adelphi acaba de publicar en Italia el relato sólo en un pequeño volumen; hasta ahora, como en el caso de España, sólo era posible encontrarlo en colecciones de cuentos (que yo sepa, la última edición española está en Sueños olvidados, Alba, 3º ed., 2006). En esta línea, ahora acabo de leer el libro de Mijaíl Osorguín titulado La librería de los escritores, publicado en colaboración por las Ediciones de la Central y por Sexto Piso. 
Unos cuantos artistas y filósofos rusos, pocos meses después  de la Revolución de octubre, en pleno entusiasmo por lo que lo que pensaban que se avecinaba, decidieron montar una librería en Moscú.
Neófitos en el arte de vender libros, y por más que le echaban toda la buena voluntad del mundo, a veces se producían en la tienda escenas increíbles, más propias de una película de Billy Wilder.
Uno de los socios era nada menos que el eminente Nikolai A. Berdiáev. Encargado de la sección de pensamiento, su estilo comercial lo describe Osorguín en este pasaje memorable en el que cuenta como atendió con todo su buen hacer a un cliente que buscaba un libro de Nietzsche:

-¿Busca Ud. a Nietzsche? ¿Lo quiere en ruso o en alemán?
-Lo preferiría en ruso.
-Existen varias ediciones de Nietzsche en ruso. La peor es la de Kliukin: la traducción es mala y la selección del material peor.
-Yo quisiera una buena edición.
-Hay otras ediciones pero todas son deficientes.
A continuación, un análisis detallado de las ediciones de Nietzsche en ruso. El cliente escucha respetuoso, el filósofo hace una exposición minuciosa, prueba de un excelente manejo del tema y de un auténtico deseo de ayudar al cliente en su elección. Por fin, una vez descubierta la obra idónea, Nikolái Alexandrovich declara:
-Lamentablemente, esa edición no la tenemos.
-Bueno, no se preocupe, me llevaré otra.
-Es lamentable, la verdad, pero vivimos una época…
-¿Me podría enseñar…?
-¿Qué?
-Alguna edición de Nietzsche.
-¿Ha de ser obligatoriamente en ruso?
-Sí, me gustaría que fuera en ruso.
-Lo que ocurre es que en este momento no disponemos de ninguna edición en ruso.
-¿Ninguna? ¿Ni siquiera de la Kliukin?
-No, ni esa. Pero esa es mala.
-Disculpe, no lo había entendido. Pues…no tendré más remedio que llevarme una edición en alemán, aunque no manejo ese idioma con soltura… En fin, muéstremela de todas formas.
-¿En alemán? Uf, eso se consigue muy de vez en cuando. No tenemos ninguna.
Y Berdiáev se queda mirando con auténtica compasión y una sonrisa bonachona al obtuso comprador. Lamenta sinceramente no poder saciar la sed de conocimiento de esa persona. El comprador está desconcertado pero la conversación continúa. Berdiáev le habla con autoridad y convencimiento de un libro de Lichtenberger que da una cierta idea de Nietzsche pero que también tiene, por supuesto, sus fallos. En definitiva, consigue interesar a aquel buscador de sabiduría que, dispuesto a comprar el libro, pregunta con cautela:
-Y… ¿tiene usted el de Lichtenberger?
-¿En mi biblioteca personal o aquí en la librería? ¿Le gustaría comprarlo?
-Sí.
-No lo tenemos.
-Ah…
El comprador se marcha bastante confundido y Nikolái Alexandorvich dice consternado:
-¡Qué lástima que no tengamos a Nietzsche! Ese hombre está de verdad interesado y le será imposible conseguirlo. Es tan desagradable decir que no…


Como veis, la cosa no tiene desperdicio. Gracias a Dios no todos los socios eran como Berdiáev y la librería salió adelante durante unos años. Entre todos consiguieron crear un oasis en medio de un clima político cada vez más infecto. Pronto se convirtió en un centro de irradiación cultural de primera magnitud: de forma natural se vendían e intercambiaban libros e ideas, se ayudaba financieramente a los escritores y artistas, se fue creando un fondo impresionante de libros y documentos que como tanta cosas después fue convenientemente arrasado por la revolución.
El relato es emocionante. La edición magnífica: al texto se añaden ilustraciones de Rémizov y unos poemas de Marina Tsvietáieva que surgieron en aquellos años en el humus de la librería.

(La foto es un regalo de A.E. y M.N. y está tomada en la librería Lello, de Oporto, acaso la más bonita del mundo. Esa librería me la descubrió D.G. La foto hay que mirarla con atención: contiene algo extraño…)

sábado, 24 de mayo de 2008

Kina Grannis




¿Qué os parece?

Al

Notas para un diario 19




Mientras llueven mares sobre la capital del Reyno (que espectáculo!) y yo preparo una sesión del seminario de la Cátedra sobre el Autorretratro en espejo convexo de John Asbery, oyendo el piano de Philip Glass, recuerdo que hace dos días, el pasado jueves, Jean Clair ha sido elegido miembro de la Académie Française. Me contó en Pamplona que la elección era ese día (ver DIARIO 7 del 7 de mayo de 2008). Al final fue elegido por una gran mayoría de académicos y supone en parte la culminación de una carrera de ensayista. La Academia se renueva, a diferencia de la nuestra, con gentes de pensamiento (ya incorporó hace tres años a mi amiga Florence Delay), profesores y críticos. No todo es escribir novela en el país de Balzac, Flaubert o Proust (Cuando pienso que no está en La Española Jiménez Lozano…) J.C escribe maravillosamente sobre los temas más difíciles. Claro, sutil y envolvente, cumple como pocos la teoría del iceberg: reconocemos con claridad que detrás de lo que dice hay horas, días y años de pensamiento elaborado. Su independencia intelectual está moderada por la prudencia. Acaba de publicar en España La barbarie ordinaria (La Balsa de la Medusa), un estudio sobre el Holocausto y la pintura de Zoran Music. Hablaremos de todo esto con la calma debida. Me vuelvo a estudiar.

(La foto con J.C la tomó L.B. La otra es una foto de la famosa "cúpula" del Instituto de Francia, sede de la Académie, quai Branly, en la margen izquierda del Sena)

Notas para un diario 18

Pensaba estos días en la amistad. Cuánto se ha dicho y escrito sobre esta maravillosa realidad humana, algo sin lo cual, no sé qué pensaréis vosotros, pero yo al menos no sabría vivir. O dicho de otro modo, en realidad si nos fijamos bien al final vivimos por y para la amistad. Yo desde luego pienso así; a veces creo que es algo innato, sobre todo si echo la vista atrás y me veo hace años, con bastantes menos (como en la foto del perfil), entusiasmado con ese mundo que se abría al tiempo que las primeras amistades iban surgiendo en el horizonte de una vida que comenzaba a dar sus primeros pasos en el mundo. Gracias a la amistad, la atmósfera se vuelve respirable en un sentido literal de la palabra: lo contrario supone la muerte moral, algo infinitamente peor que la muerte física. No cabe concebir lo que los teólogos llaman "gloria accidental" sin los amigos que uno ha ido haciendo, acaso la única hoja de servicios verdaderamente elocuente; por eso dicen también los profetas que no nos salvamos ni condenamos solos. Nunca más a cuento la frase de mi amigo Claudio de que los amigos son aquellos que en el Juicio final testimoniarán a nuestro favor. Algunas noches, ya en la cama, medio tostado, me represento la escena –tarea inútil: "no ojo vio, ni oído oyó…"– y creo que la idea se queda corta: no sólo testimoniarán sino que gritarán, presionarán y hasta patalearán si hace falta para que nos dejen entrar… ¿qué sería una eternidad sin ellos, sin nuestros queridos amigos?
No tengo ninguna gana de especular sobre la amistad, como lo hizo por ejemplo el gran Cicerón (antes lo hizo Platón en el Lisias) cuya lectura es obligada. Mis pensamientos estos días se han movido en un terreno ambiguo, lo que en este ámbito quiere decir entre la ilusión que descubre nuevas amistades y la desilusión con algunos "amigos". A ver si me explico.
La amistad es algo que se descubre inopinadamente: el proceso tiene que venir precedido de un conocimiento previo indiferenciado (los amigos se conocían antes de serlo pero no sabían que estaban destinados a algo tan alto y definitivo) y, cuando menos se lo esperan, pronto o más tarde, acaso a través de un gesto, de una palabra, de una mirada o ausencia, se dan cuenta de que donde antes había sólo una persona apreciada ahora tienen un amigo. No creo que existe una experiencia más dulce y más extraordinaria que ésta: descubrir la amistad, con frecuencia cuando uno menos se lo espera. Alguien a quien habíamos visto cientos de veces, con quien habíamos trabajado, nos había servido el café o los libros, le habíamos dado clase, hecho negocios o deporte con él, compartido una familia, una educación o una infancia o lo que sea, de repente se nos revela como amigo. Nos dice algo, nos escribe, nos hace saber que está ahí e intuimos que lo dice de verdad y con todas las consecuencias. Otras veces, un amigo que nunca nos había dicho realmente lo que sentía por nosotros, de repente nos los revela (ya lo sabíamos pero es una maravilla oírlo de su boca). Entonces surge de lo más profundo de nuestro ser un sentido "gracias a la vida". El otro deja de ser "el infierno" del que habló Sartre para ser "la salvación". He tenido dos experiencias así en los últimos días.
Ese momento de revelación gloriosa tiene que ver seguramente con el descubrimiento de que a esa persona le importamos de verdad, con la certeza de que a partir de ese momento ponemos todo lo que tenemos a su disposición (éste es un punto delicado: el amigo siempre da y al mismo tiempo se cuida de no pedir y de limitar la generosidad del amigo), nos abrimos completamente al otro, presentimos todo lo que le pasa, gozamos con él y sufrimos con él: las dos vidas se funden en una, son una en realidad ("el amigo da la vida por el amigo"), entrelazada, entregada, plena de respeto y admiración. Queremos que el amigo crezca y le ayudamos con todas nuestras fuerzas para que así sea. Nada nos hace más felices que poder asumir un riesgo por él. Por eso decía un sabio que lo mejor que pueden hacer los padres es ser amigos de sus hijos (¿hay mayor "riesgo" que engendrar un hijo?), cosa que no siempre ocurre. Tampoco ocurre demasiado entre hermanos, y es una verdadera pena a la que hay que resignarse.
En la amistad las palabras son hechos y los hechos palabras que nos gritan la verdad de lo que el otro lleva en el corazón. La amistad es algo puro e inmaculado, lo malo que hay en los amigos queda purificado por el fuego de la amistad y nunca se presenta como algo malo, aunque no todo en la amistad sea perfecto. Como todas las realidades grandes de la vida, existe la sombra de la amistad, la apariencia de amistad. Esto ocurre cuando la amistad no es recíproca: algo que no siempre se descubre a la primera. Creemos que alguien es amigo nuestro (o a la inversa) pero en realidad no lo es: le importamos poco o sólo quiere de nosotros una parte y no la totalidad. Ni sufre ni goza con nosotros, no presiente nada ni tiene la menor intención de que crezcamos en el bien. En realidad no está dispuesto a dar nada de lo que más le importa. Se lo reserva para él o para sus verdaderos amigos, de entre los cuales nosotros quedamos excluidos. También aquí hay que resignarse. Durante un tiempo no vemos que se trata sólo de la "sombra de una amistad": por muy alargada que sea, los hechos acaban negando la amistad. En ese caso no valen de nada, absolutamente de nada, las palabras. La expresión retomar una amistad encierra un error de concepto: sólo es válida metafóricamente. Si nos confundimos aquí, sólo prolongaríamos una realidad de manera artificial y eso es algo que cualquier persona inteligente y sensible no puede soportar, ni hacer como que cree en eso, ni siquiera aunque se lo pida un tercer amigo, uno de verdad.
La amistad es eterna. Si ha sido, es y será. Nada la mata: ni la distancia, ni la lejanía, ni terceros de mala fe, ni los errores que todos comentemos a diario, la incomprensión o el silencio. La amistad puede sobrevivir incluso al enamoramiento que puede surgir entre los amigos: sea de uno, de otro o de ambos (quizás sólo en este último caso puede hablarse de amor amor: cuando en la amistad surge el enamoramiento recíproco o cuando al enamoramiento le sobrevive la amistad)
Parece un juego de palabras pero no lo es. La confusión es humana y en ocasiones todo queda sumido en la confusión. A veces se sufre mucho pero se puede estar tranquilo de que no pasará nada malo si uno se apoya en la fortaleza infinita de la amistad.
Naturalmente no tengo que confesar que no concibo ni la vida, ni el trabajo, ni la familia, ni la vida espiritual sin la amistad. Al final nuestros amigos son nuestra familia, nuestra vida verdadera.

viernes, 23 de mayo de 2008

Hallelujah



Algo que me gustaría compartir con todos vosotros
Al

lunes, 19 de mayo de 2008

Notas para un diario 17

He pasado muchas horas de mi vida en la Place de la Sorbonne. Leyendo, hablando con alguien, hojeando libros en Vrin y en PUF (¡ha desaparecido!), o simplemente estando allí. He dormido en varios de los hoteles de la plaza y desayunado en todas sus terraza y cafés. Sé quienes pasaron por ahí, quienes se amaron y rompieron bajo la imponente cúpula. Un verano, en vez de apuntarme en el curso de francés de la universidad (que mis padres me perdonen), instalé allí mis reales y acudí, eso sí, con absoluta disciplina, cada mañana, durante veinte días. Me gasté media matrícula en libros de filosofía y la otra media en invitar a café y curasanes a una amiga italiana que me contó de comienzo a fin El hombre sin atributos de Musil. Me gusta especialmente a primera hora de la mañana, recién regada y con poca gente. Los días lluviosos y de invierno, la luz se atenúa y desde las vitrinas apenas se distinguen los contornos de los pasentes. Podría uno estar de noche en el puesto de mando de un barco en plena tormenta que no vería menos.
La última vez que fui a París recalé, cómo no, en la plaza. Llevaba en el bolsillo un ejemplar del Diario de Katherine Mansfield que me acompaña siempre que me aprieta algún sufrimiento (reconozco que por entonces estaba superado). Leí una vez más su increíble pasaje sobre el dolor: "Quisiera que estas líneas fueran acogidas como mi confesión postrera. No hay límite al sufrimiento humano. El sufrimiento es ilimitado, es la eternidad. Pero no quisiera morir sin dejar escrita mi creencia de que el sufrimiento puede ser vencido. Pues lo creo. No se trata de lo que llamamos "ir más allá". Esto es falso. Hay que someterse. No te resistas. Acógelo, déjate anonadar. Acéptalo plenamente. Que el dolor sea parte de tu vida. Porque todo lo que en la vida aceptamos plenamente, experimenta un cambio. Así es que el dolor tiene que volverse Amor. Ahí está el misterio. Si el dolor no es un proceso reparador, yo haré que lo sea. Aprenderé la lección que él mismo enseña. Estas no son palabras vanas. No son consuelos para enfermos. La vida es misterio. El dolor más espantoso desaparecerá. Tengo que volverme hacia el trabajo. Tengo que transformar mi suplicio en algo diferente, cambiarlo. "El dolor se convertirá en alegría"
De lo que no cabe duda es de que Katherine Mansfield pasó un auténtico calvario. Mientras escribía esas líneas, enferma de tuberculosis, yacía en cama sin esperanza de curarse. "Cuando tenía un mal día, Katherine se sentía demasiado débil para levantar la cabeza de la almohada; en uno bueno, se levantaba a las siete y media y caminaba sólo hasta los árboles que rodeaban la casa, se sentaba en un tronco al sol y disfrutaba de la sensación de estar sola". Así han descrito los últimos meses de su vida. Pero los sufrimientos físicos eran, para ella, lo menor: "Comparado con el dolor espiritual, un juego de niños. Si uno tuviera el pecho oprimido por una piedra muy gorda, aún podría sonreír". No. Le atenazaban la soledad, el desamor y el desamparo.
Algo muy parecido a lo que le ocurrió a otra de las grandes damas de la literatura del veinte: Karen Blixen. Algún día contaré algunas historias de su vida: su soledad infantil, el suicidio de su padre, el amor imposible por el primo de su marido, el abandono. Lo que me llama la atención, en su poema sobre el dolor es que identifica también a éste con el amor y con el cambio:

Santo dolor, madre de toda alegría, 
anhelo de felicidad, la noche cede a la mañana.
De la tierra de la imperfección hacia la luz
todos los caminos pasan por tu imperio
La luz deviene oscuridad, el amanecer deviene noche
purificados por ti, en tus manos.
Tú diriges la luz, dolor, madre de la alegría
hasta la perfección, donde termina todo cambio.

Siempre me he preguntado por las razones de fondo de esta identificación, más allá de la experiencia de esas almas grandes. No cabe duda de que, como en tantas cosas, la observación de la naturaleza jugó un papel en el imaginario de nuestros ancestros: el ciclo de las estaciones, con la siembra, el paso del crudo invierno y la resurrección de la vida en la primavera impuso una lógica que se llega a reflejar en escritos tan espirituales y refinados como los Salmos: "Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares: al ir iba llorando, llevando la semilla, al volver viene cantando, trayendo sus gavillas" (Sal 126, 5-6). El labrador siembra llorando por que piensa que está cometiendo una locura: se desprende del grano que no sobra y los arroja a puñados sobre el suelo quitándoselos de la boca a sus hijos. Allí, durante meses, se pudrirán enterrados en una oscura incertidumbre. Pero al cabo de los meses, el sacrificio inicial y la paciencia ante lo que no se veía conducirá a la siega.
No sé si me convence del todo esta bella explicación. Supongo que en parte la cosa es así. El mismo Jesús acepta esa lógica de la naturaleza cuando dice aquello de que "si el grano de trigo no muere…". Pero no somos naturaleza y en todo caso esa lógica no explica que el sufrimiento se transforme en amor. Amor, dice Katherine Mansfield. La naturaleza sabe de la vida, de la abundancia, pero no del amor, que es tan necesario como irracional.
No sé. Supongo que aquí viene lo del misterio. El amor es un misterio. El Cristo también dijo aquello de que el que quiera seguirme, cargue con su cruz. No especuló con el sufrimiento. Se limitó a mirar con amor y a decir una sola palabra: "Sígueme". Al instante le seguían aliviados. ¡Qué misterio!

domingo, 18 de mayo de 2008

Notas para un diario 16

En mi libro sobre Kafka (¿de próxima aparición?) hablo bastante de la puerta de la Ley, ante la que un hombre se aposta de por vida, a la espera de que le dejen pasar. Como es sabido, nunca llegará a franquear ese umbral de la puerta. Se lo impide en primera instancia un guardián cuya misión consiste en disuadirle. No obstante, cuando se acerca la muerte del peregrino estático, cuando su cuerpo ha menguado y los sentidos no le responden, a punto de yacer bajo tierra, el guardián se inclina sobre su oído y le dice sin ningún miramiento que esa era la puerta reservada en exclusiva para su entrada, que sentía que no la hubiera franqueado y que puesto que no lo había hecho se disponía en ese instante a cerrarla para siempre. No es fácil pensar en un ejemplo más perfecto de terror metafísico. Dantesco. Kafkiano. Catalinesco.
La imagen de la puerta ha fascinado a los hombres desde siempre. ¿Quién no recuerda las jambas de las puertas de los hebreos rociadas con sangre de corderos para evitar al Angel Exterminador? También lo sigue haciendo ahora mismo. De las pocas creaciones poéticas que conservamos de Simone Weil hay una que se titula "La puerta" y que comienza con este verso: Abridnos, pues, la puerta y veremos los vergeles… La cuarta estrofa es memorable y parece destinada a interpretar a Kafka (y por supuesto también a Dante):
La puerta está ante nosotros, ¿de qué nos sirve la voluntad?
Vale más marcharse y abandonar toda esperanza.
Jamás entraremos. Estamos fatigados de verla.
La puerta, abriéndose, dejó pasar tanto silencio.
En mi libro intentó abrir una vía de acceso al misterio de la puerta abierta inaccesible impenetrable. No tengo ninguna seguridad de haber conseguido nada, pero al menos lo he intentado. Somos extranjeros delante de la puerta, decía Claude Esteban, rogamos como Apollinaire que nos habrán la puerta a la que llamamos llorando, sin darnos cuenta de que la puerta somos nosotros mismos.
¿Quién no recuerda el principio de uno de los cuentos más bellos del siglo: "Una noche de confidencias, hace apenas tres meses, Lionel Wallace me contó la historia de la puerta en el muro. Y en aquel momento pensé que, al menos para él, era una historia verdadera"?

(La foto está tomada en Chefchaouen, Marruecos, por Enric Duch

Notas para un diario 15

A través de La maga, le pregunté al I Ching, el libro de las metamorfosis, por lo que más me preocupaba y me mostró el trigrama de la montaña que significa el aquietamiento y la calma. Como, no obstante, mi inquietud crecía por momentos, añadió cosas como las siguientes:

1. La montaña descansa sobre la tierra. Cuando es empinada y angosta y carece de base ancha, tendrá que derrumbarse. Únicamente elevándose desde la tierra. ancha y grande, no orgullosa y abrupta, ve asegurada su posición. Por eso tienes que ser generoso y magnánimo como lo es la tierra, portadora de todas las cosas; sólo entonces tu posición quedará asegurada con la paz que tiene la montaña.
2. Las líneas oscuras están a punto de trepar hacia arriba y de provocar la caída hasta del último trazo firme y luminoso, ejerciendo sobre él una influencia corrosiva. Lo vulgar, lo oscuro lucha contra lo noble, lo fuerte; nunca lo hace directamente, sino que lo socava lentamente con su acción hasta que finalmente se derrumba.
3. En la inmediata proximidad del principio fuerte y luminoso, situado arriba, la índole de lo oscuro se transforma. Al subordinarse lo inferior a lo superior, encuentra su dicha, y lo superior a su vez impone su derecho. Y todo irá bien. El mal no sólo es nefasto para el bien, sino que en sus últimas consecuencias se destruye a sí mismo; pues el mal, que vive únicamente de la negación, no puede existir por sí mismo. Para el hombre vulgar es mejor verse disciplinado por un noble.
4. No es posible obrar en contra de semejantes condiciones de la época. Por lo tanto, no se trata de cobardía, sino de sabiduría, si uno se aviene a evitar la acción.
5. Preferible es ser inconstante y fiel que constante e infiel.

sábado, 17 de mayo de 2008

Notas para un diario 14

Hace ya algún tiempo paseaba con La maga: nos habíamos confesado, mostrado las heridas aún abiertas y curado mutuamente. Como si fuera una consecuencia de la paz que nos invadía en ese momento, me quiso mostrar un lugar, una casa de thé escondida entre las calles de Grácia. Eran las ocho y diez de la tarde. Me acuerdo de la hora exacta porque el lugar estaba ya cerrado. Miramos con pena el letrero que indicaba las horas. Nos disponíamos a dar media vuelta cuando el rostro delicado y sonriente de una mujer se aproximó al cristal de la puerta. Con una amabilidad oriental nos invitó a pasar. Agradecidos por la deferencia, no sin cierto pudor por estar tal vez molestando, nos introdujimos en un espacio naranja en el que había una mesa de madera oscura preparada con una docena de servicios de thé. Las tazas y los platos formaban el más armonioso mosaico azul y verde agua. Todo estaba dispuesto. ¿Para quién? A nosotros nos estaban reservados sólo los olores. La mujer nos invitó a pasar al interior y nos hablaba con una voz suave y melodiosa. A la vez que nos mostraba los olores más insólitos y penetrantes (aún hoy podría recordarlos y describirlos con la máxima precisión), nos contó una parte de su vida, seguramente la más hermosa: sus viajes, sus dones naturales (entre los que sobresalía un "olfato absoluto": la capacidad de distinguir olores uno entre mil), su inquietud, sus ilusiones para el tiempo por venir. Mientras éramos introducidos en una atmósfera de ensueño (no era fácil distinguir aquel espacio de un rincón de una calle en un cuadro de Vermeer), yo pensaba por mi cuenta. Junto a la primera mujer había otra. Por un momento me pareció una ninfa. Permanecía en silencio pero nada hubiera sido lo mismo sin ella. Me admiró desde el principio su delicadeza al saludarnos. ¿Nórdica? ¿Mediterránea? No sabría decirlo con precisión; acaso reunía lo mejor de ambas. La escena que se me presentaba no era la de la magdalena de Proust, aunque la anámnesis tampoco estaba del todo ausente: " y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de thé en la que había echado un trozo de magdalena. En el mismo instante, me estremecí… un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba… ¿cuál puede ser ese estado ignoto que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las realidades?" La escena era también otra, ocurrida una y mil veces desde hace dos mil años: recuerdo a mi madre que me la susurraba de niño, antes de acostar: dos hermanas amaban al mismo hombre. Un día le invitaron a cenar. El mismo amor revestido de dos actitudes casi opuestas. Una prepara su cuerpo y su alma para recibir al Amado. Un día entero de autocontemplación y cuidados propios. La otra hermana, menor en años, se olvida de sí misma y atiende a los preparativos del encuentro: la comida, la mesa, las flores de la casa. El amor no le permite detenerse hasta lograr una atmósfera única. Por fin llega el hombre y se admira de cuanto le rodea. Está feliz en esa casa. Conoce mejor que nadie el amor que le prodigan. Pero cuando tiene que elegir, escoge a ambas por la sencilla razón de que las dos le aman.
Mirando a mi alrededor, aquella pequeña estancia me pareció Betania.
Nos costó salir de allí…
¿Habíamos vivido un sueño?

(La mujer de la foto es Inés Bertón)

domingo, 11 de mayo de 2008

Notas para un diario 13


Ahora que se acerca el verano, pienso en Emily Bronté, la gran poetisa de Thorton, y en particular en sus poemas sobre la nieve y la muerte. Hermana de Charlotte (la autora de Jane Eyre) y de Anne, Emily escribió una de las diez mejores novelas de todos los tiempos (Cumbres borrascosas), de la que hablaré pronto aquí, y un puñado de poemas que ni siquiera se atrevió a publicar con su nombre. Personaje solitario y fascinante, visionario y al mismo tiempo dotada de un agudo sentido de lo real, puso en práctica la idea pascaliana de que las grandes venturas de la vida son las aventuras interiores. De ella dijo su querida hermana Charlotte: "Mi hermana Emily amaba el páramo. Flores más relucientes que las rosas florecían para ella entre los pardos brezales; de la más pálida ladera de una colina podía hacer su mente un Edén. Encontró en la amarga soledad muchos y queridos deleites, y era de ellos la libertad el más amado". De la nieve dijo cosas maravillosas tales como:

O transient voyager of heaven!
O silent sign of winter skies!
What adverse wind thy sail has driven
To dungeons where a prisioner lies?

For many a week, for many a day,
My heart was weighed with sinking gloom,
When morning rose in mourning grey
And faintly lit my prison room;
But, angel like, when I awoke,
Thy silvery form so soft and fair,
Shining through darkness, sweetly spoke
Of cloudy skies and mountains bare.

Sus versos, clásicos y rotundos, hablan de la nieve como de un visitante luminoso, en cuyo esplendor los ojos cansados de los hombres redescubren la belleza de otro mundo. Un elogio del rigor y del frío, del silencio que penetra poco a poco en el alma y le hace comprender el sentido del tiempo y de la muerte: "Then let us sit and watch the while/the blue ice curdling on the stream"

Emily Bronté vió en la nieve un signo de los esplendores de la muerte. En su poema The visionary dejó constancia de esta identificación. Mientras los demás duermen seguros materialmente, sólo el poeta vela de noche y espera la caída de la nieve y los presagios que se esconden entre las sombras blancas que se extienden por los paisajes del alma:

Silent is the house; all are laid asleep
One alone looks out o´er the snow wreaths deep,
Watching every cloud, dreading every breeze
That whirls the wildering drift, and bend the groaning trees

What I love shall come like a visitant of air,
Safe in secret power from lurking human snare;
What loves me, no word of mine shall e´er betray,
Though for faith unstained my life must forfeit pay

Burn, then, little lamp; glimmer straight and clear-
Hush! a rustling wing stirs, methinks, the air;
He for whom I wait, thus ever comes to me;
Strange Power! I trust thy might; trust thou my constancy


(Traducciones:
¡Oh fugaz peregrino del cielo!
¡Oh señal silenciosa de los cielos en invierno!
¿Qué viento hostil tu vela ha conducido
a la cárcel donde yace el prisionero?

Día tras día, semana tras semana,
el corazón ha sentido una honda tristeza
cuando con grises de luto nacía la mañana
y apenas iluminaba mi habitación, mi celda.
Más cuando depertaba, igual que un ángel,
tu forma de plata tan suave y hermosa,
brillando en lo oscuro, con dulzura hablaba
de cielos nubosos y desnudas montañas.

***

Siéntate pues conmigo a mirar el instante
en que la helada azul va cuajando en el río

***

Silencio en la casa: están todos dormidos.
Sólo alguien mira la nieve amontonarse,
contemplando las nubes, temiendo que las brisas
agiten los cúmulos de nieve y los gimientes árboles.

Visitante del aire, así vendrá mi amor;
con secreto poder, a salvo de las trampas acechantes del hombre.
No habrá palabra mía que traicione al amado
aunque deba pagar mi vida por esta limpia fe.

Arde, pues, lamparita; clara y pura centellea.
¡Silencio!: un ala susurrante agita el viento:
es el esperado que ya viene hacia mí.
¡Extraño Poder! En tu fuerza confío; confía tú en mi constancia.

Las traducciones son de Ángel Rupérez. Las fotos son del Moncayo nevado: uno de los paisajes más bellos del mundo por el que paso no menos de veinte veces cada año)

sábado, 10 de mayo de 2008

Notas para un diario 12

Otra conversación frente a un gin-tonic
-Lo siento pero a mí no me gusta lo clandestino.
-A mí tampoco.
-Entonces me estás pidiendo algo imposible.
-¿Por qué?
-Porque se va a complicar todo, si no cambias de actitud y no aceptas la realidad.
-La realidad no me queda más remedio que aceptarla.
-¿Entonces?
-Entonces, ¿qué?
-Que me pones entre la espada y la pared y la verdad es que no sé qué quieres que haga.
-Sólo quiero que me comprendas y que no te enfades conmigo.
-No me enfado pero no estoy segura de comprenderte.
-¿Qué es lo que no comprendes?
-Tu incapacidad para aceptar que no puedes ser el centro de todo.
-No lo pretendo pero creía que compartíamos algo.
-¿Y no lo compartimos?
-No como antes.
-Nunca nada es como antes, las cosas cambian y nosotros también cambiamos.
-Yo no he cambiado respecto a ti.
-¿Y yo?
-Tú estás ya ailleurs, en otra parte.
-¿Y no te alegras?
-La verdad es que no. No soy capaz de hacerlo, al menos por ahora.
-Entonces es que no me quieres lo suficiente.
-A mí me parece que es justo todo lo contrario.
-Creo que estás cayendo en un solipsismo.
-Explícate por favor.
-Tu razonamiento se encierra solamente en ti, en un solus ipse.
-Vaya, ahora te has puesto filosófica.
-¿Te molesta?
-En absoluto. Es lo que me atrae de ti precisamente. La capacidad que tienes de comprender situaciones difíciles y contradictorias. O sea la confusión en la que vivimos instalados.
-Sobre todo algunos...
-Tú y yo nos movemos bien en ese terreno limítrofe.
-No estoy segura de que me interese mantenerme ahí por más tiempo.
-A eso me refería cuando te decía que has cambiado.
-Volviendo a tu tendencia al solipsismo, no te das cuenta de que ha sido una manera indirecta de decirte que eres un egoísta.
-Ahora me atacas por ahí.
-Por supuesto, para ti la vida consiste en apaciguar todo lo que no conduzca a tu felicidad.
-No sé si te entiendo.
-Te lo voy a decir más claramente: creo que en el fondo sólo te mueves por un gigantesco amor a ti mismo, selbstsucht, un inmenso amor propio que adopta la formas destructivas de la suficiencia y de la arrogancia.
-Me dejas planchado.
-Lo siento. No me lo tengas en cuenta. Estoy muy cansada y seguramente no me he expresado bien.
-Te has expresado con una precisión y una energía admirables.
-No exageres.
-Te lo juro.
-A lo mejor es que te he dicho algo verdadero.
-Pero lo has dicho con una precisión fría.
-Eso es porque te quiero.
-Pues vaya forma de demostrarlo.
-No se me ocurre otra forma mejor.
-Pues a mí se me ocurren varias.
-Ya estamos con lo mismo de siempre.
-Por supuesto, reconocerás que es más agradable.
-Te he dicho que estoy cansada. Me empieza a aburrir esta conversación.
-Pues no hablemos…
-Lo mejor es el silencio
-Después de tus palabras, no es posible el silencio
-Sí ... (Entonces me acerca un dedo a los labios como queriendo cerrármelos)

(Alex Katz, White Hat, 1990)



miércoles, 7 de mayo de 2008

NOtas para un diario 11




Cuatro días en Pamplona con J.C y L.B. Cuatro días de paseos y largas conversaciones. De preguntas y de silencios compartidos. Salimos de Pamplona y nos encontramos de pronto en un mar de hierba. Llegamos a Roncesvalles y estaba sonando el órgano. Permanecimos sentados media hora deslumbrados por el azur de las vidrieras. Otra luz dorada nos esperaba en Artáiz para iluminar las figuras triformes de la fachada románica. Desde allí fuimos impacientes a ver los frescos que se conservan en el Museo. No encontramos ningún rastro de una edad oscura. Otra mañana nos detuvimos también ante la pietá de un maestro de Peralta en el museo diocesano: la Virgen, en presencia de un San Juan vestido de un rojo intenso, quita una a una las espinas de la blanca cabeza del Señor. J. saca a menudo su libreta y anota cuanto ve. Hemos paseado mucho por las callejuelas y murallas de la vieja capital y, con frecuencia, al darme la vuelta, veía a los dos cogerse de la mano y sonreírse con una ternura emocionante. Hemos pasado buenos momentos juntos. Hemos reído. Apuntábamos en la misma dirección. Buscábamos respuestas en el otro, y hemos encontrado no pocas pistas. En la taberna del gitano las confesiones cruzaban con libertad de un lado a otro de la mesa, animadas por varias botellas de rioja. Nos hemos despedido con pena en el aeropuerto de Biarritz.
Ayer cumplía años mi hija Poli. Un mayo florido de aniversarios y de vida. Apenas he podido estar con ella, pero nos hemos cruzado media docena de mensajes que acaban siempre con un tkm. Se parece tanto a mí. A veces no puedo siquiera creer lo que veo. Está cambiando por momentos. Mantiene intacta su enorme capacidad de atención hacia las cosas. Su cercanía. Su necesidad de amor y orientación. A punto de salir del país perdido de la infancia, se asoma a la vida adulta y parece no querer entrar en ella. Parece decir, como Saint-John Perse, aquello de que prefiere la llanura en la que no había más que reinos y confines de luces, cuando la luz y la sombra estaban más cerca de ser una misma cosa.

Después de todos estos días, no puedo quitarme ciertas ideas de la cabeza: Un peso sobre mis miembros que crecen nutridos de años.

(Las fotos: J.C. en Navarra está tomada por mi; Poli hace unos meses en la costa de Santander; la foto del capitel de Artáiz la he tomado yo también)

lunes, 5 de mayo de 2008

Notas para un diario 10

Cuando me he encontrado más solo, he buscado el consuelo de mis amigos. Y nada. Les he pedido que entren conmigo más adentro, en el jardín del dolor. Y nada. Cuando por fin me han acompañado un trecho, se han dormido. Como niños. Han soñado con sus cosas: sus proyectos, sus ensueños, sus amores. No he contado entre sus ilusiones. No he conseguido apenas nada. No he querido despertarles. Quién soy yo para despertar a nadie. Eso me pasa por ser un iluso, por creer que alguien va a querer acompañarme a mí. Ni siquiera un tramo del camino. Nadie. He hecho el ridículo, una vez más. "Si quieres atrapar algo, no lo agarres". Cuántas veces te lo he repetido. Y tú, nada: eres incapaz de comprenderlo. ¡Tonto! ¡Tonto! ¡Eres un tonto! Ama tu soledad, soledad del cuerpo y del alma. No hagas cargar a nadie con ella. Muévete en el enorme espacio que te ofrece. Deja tu condición. Sufre como sufren los hombres. Permite que la tristeza se apodere de tu alma porque hay motivos para sentir una tristeza inmensa. Motivos que están más allá de ti y de tu sensación de soledad. Soledad santa. Y, entonces, sólo entonces comprenderás que nada es tuyo y que es una locura querer atrapar el aire. Una suave brisa acariciará las praderas interiores, purificando el calor que asciende de la tierra. Sólo te pido que intentes olvidarte y sonreir un instante. Olvida. No te turbes: "seguirás solo. Sin nada. Sin nadie".

(El paisaje es de María Perelló)

viernes, 2 de mayo de 2008

Notas para un diario 9


Hoy, 2 de mayo, es un día histórico. Inés cumple seis añazos. Increíble pero cierto. Como si fuera un sueño del que nos hemos despertado de repente, aún recuerdo sus primeros movimientos, recién nacida. Recuerdo también que era una niña tranquila y rellena los primeros años. femenina, delicada, abierta, desde siempre. Tiene el mismo equilibrio de mente y corazón que su hermano mayor; algo innato en lo que los padres como mucho podemos intentar no estropearlo.
Hemos pasado un día perfecto. A primera hora en la playa, nos hemos bañado los dos mientras los mejores surferos del mundo practicaban en la olas para el campeonato que empieza aquí el lunes. Al fondo, el Faro de Biarritz y los Pirineos (en concreto Las Tres Coronas). Hemos procurado estar todo el día juntos, siesta incluida. Aquella niña pepona tenía ya clarísimo que de regalo sólo quería ropa. Y además la elijo yo, papi. "De acuerdo, princesa" (siempre le he llamado así, desde pequeña).
Pensaba hoy en el inevitable paso del tiempo. Más que instalarse en el presente (algo que obsesiona a mi amigo Claudio y obsesionaba también a Fernando I., más cuánto más se acercaba su muerte), creo que hay que vivir fuera del tiempo o en otro tiempo. Sobre esto habría mucho que decir pero es algo que se percibe con claridad en las relaciones paterno-filiales. Uno de esos terrenos en los que quiebra la dimensión lineal de la vida: aquí se produce más bien un círculo o quizás una elipse. Cuando los dos chapoteábamos en el agua esta mañana, me preguntaba quién era de verdad el hijo de quien. Al mismo tiempo pensaba en mi madre, de la que hablaré a fondo algún día, cuando sea capaz de ser objetivo. Figlia dal tuo figlio, el gran título de quien también es Teotokós. Hizo falta Miguel Ángel para esculpir la imagen en piedra: una imagen que proyecta una dinámica circular de las almas y de los cuerpos: ¿quién ejerce la pietas? ¿quién sufre más? ¿quién ama más? Cada uno a su tiempo: nacimiento, vida, muerte, vida, (re)nacimiento.

(La foto de la Pietá es de Robert Hupka, que entendió lo esencial de la figura miguelangelesca)