Seguimos, pues.
Tuve la suerte en diciembre pasado de estar dos días en Roma con un viejo profesor americano que lleva viviendo allí casi cuarenta años. Se llama Sheldon y es de la personas a las que más quiero. Es un ser dulce, inteligente, nada irónico y con un entusiasmo que os prometo que parecía que paseaba por Roma por primera vez. Tenía una sonrisa y un brillo en los ojos que me impresionaron. Es un experto en escultura romana y conoce la ciudad bastante bien. A pesar de que tiene setenta años, tuve que pedirle por favor que parara muchas veces. Quería enseñármelo todo, incluido el cafetín en el que sirven el mejor capucchino de toda Roma (Se llama Café Sant´Eustachio, por si a alguno le interesa). Era como si pensara: a este pobre le voy a transmitir todo lo que pueda, al menos algo de lo mucho que amo a esta ciudad trimilenaria (ya me pasó algo parecido en Viena con otro amigo también muy viejo y también muy sabio; otro día hablaré de él).
Bueno, pues para colmo, esos días había en Italia una exposición sobre Mark Rothko, el pintor norteamericano, de origen judío lituano. Y hete aquí que Sheldon es uno de los mayores expertos en Rothko del mundo. Cuando el año pasado se celebró en Lituania el congreso mundial de los 25 años de su muerte, le invitaron a dar la conferencia inaugural. Por si fuera poco lo que teníamos que ver, encima eso. Para los dos Rothko es el mayor pintor del siglo XX, de modo que pasamos cuatro horas en la exposición. Había algunos cuadros asombrosos: toda su etapa de madurez, con los cuadros con dos o tres franjas sobre el lienzo, con esos límites entre los colores, irradian a la vez una paz y una energía muy grandes.
Sheldon me enseñó los cuadernos de trabajo de Rothko. Se pasaba meses dibujando antes de pintar. No es fácil decir qué buscaba en concreto pero emborronaba cientos de hojas con dibujos de los planos llenos de rayajos y de espirales en blanco y negro. Los dibujos dan una sensación de movimiento. Sheldon me señaló que toda esa actividad frenética se nota debajo de los planos o franjas de color. Volví a mirar los cuadros y tuve que contener la respiración. La acción del pintor quedaba reflejada en la tela por medio de un gran movimiento subterráneo e invisible. El cuadro estaba vivo y al mismo tiempo no pertenecía del todo al mundo de lo creado. Estaba en lo increado.
Rothko llegó a lo increado, muy lejos de la destrucción. Como la Weil o cualquiera de nosotros en nuestras acciones ordinarias.
En la foto del mar egeo que he elegido se ve también esto. El artista, un fotógrafo japonés, ha hecho del mar griego un objeto increado, artístico, que está por ese lado emparentado con los cuadros de Rothko y con el misterio de cada una de nuestras vidas.
2 comentarios:
Roma, Rothko, Sugimoto... tríada sublime. Mi envidia se enciende, pero con una media sonrisa burlona.
Gracias. Otra vez.
Mi envidia se enciende también !!!
Cúando vas a invitarme a uno de esosviajes contigo? un bx y mil gracias
Lourdes
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