martes, 13 de marzo de 2012
Trabajos forzados (Daria Galateria)
Daria Galateria pertenece a ese sinfín de escritores italianos enamorados de Francia. Durante siglos los autores europeos (de Montaigne a Goethe y a Byron, de Szentkuthi a Stendhal o a Keats) pasaban por los estados italianos de forma religiosamente obligatoria. En el siglo XX en cambio, el camino ha sido más bien el inverso. Italo Calvino, Tabucchi, Sciascia o Magris compraron casa en París, y la lista de afrancesados italianos equivale a la de sus mejores poetas, narradores y cultivadores del ensayo: Lampedusa, Savinio, Spaziani, Montale, Lampedusa, Giovanni Macchia, Calasso, Benedetta Craveri, todos han dedicado la parte del león en su obra a invitar a los demás a asomarse a las grandiosas letras francesas. También es el caso de Daria Galateria. Sus trabajos sobre André Breton, sobre el Gran Siglo, sobre Port-Royal y sobre la Revolución de 1789 son sencillamente extraordinarias. Impedimenta (2012) ofrece ahora un libro, Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, en el que podemos apreciar sus mejores cualidades como ensayista. El volumen contiene veinticuatro retratos de escritores (nueve de ellos franceses) escritos desde el punto de vista de su paso por los trabajos no literarios que mantuvieron, o con los que se mantuvieron. La primera nota que caracteriza estos textos es la brevedad. Las vidas breves o mínimas es en sí mismo un género cultivado desde la antigüedad por espíritus tan refinados como Aubry o Schwob, un género que personalmente me apasiona. En unos pocos trazos, desde un punto de vista imaginario o real, el autor presenta una vida entera, la resume y le otorga un sentido. La perspectiva adoptada por Galateria es acertada para ese fin literario: el trabajo alimenticio puede redimir y rehacer una vida, es ahí donde los escritores son de manera más eminente ese "nadie" que se esconde detrás de un verdadero escritor. Daria Galateria ha ido más lejos de esa perspectiva, rozando al paso de las meras informaciones momentos cruciales de la vida de los autores: sea del Chatwin que nunca se dejó atrapar por las excepcionales cualidades físicas e intelectuales que le adornaban y que hacían descollar donde quiera que se encontrase, del Claudel que era capaz de caer casi en el delito por favorecer al amor de su vida, del Hrabal que se abre paso en medio de la experiencia totalitaria y sale no sólo indemne sino cada vez más libre y fuerte, etc, etc. Cada retrato es una pequeña obra de arte. La mirada oblicua, la sabiduría que le lleva a evitar conclusiones fáciles, el estilo y la forma de mirar, en dos palabras. Gran libro. Quizás uno de los últimos trabajos, como traductor, del recordado Félix Romeo.
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