jueves, 29 de marzo de 2012
Notas para un diario 234
Siempre creí, equivocadamente, que esta foto de Helmut Newton, que el Grand Palais ha elegido para el póster de la retrospectiva que le dedica estos días, estaba tomada en la rue des Beaux Arts. Son esas cosas que a uno se le meten, no se sabe como, en la cabeza y que se quedan ahí para los restos. Está realizada en 1975 y es una foto en espejo goyesco con otra en la que la misma mujer aparece desnuda. Yo confieso que no he visto aún la otra foto. La calle, situada detrás de la rue de Rivoli, en la margen derecha, se parece como dos gotas de agua a esas que mencioné en la nota anterior, de la izquierda, las calles Visconti, Bonaparte, Beaux Arts, etc. En esta última, en un hotelito humilde que fue derribado y que se llamaba Hotel D´Alsace, vivió sus últimos años, y murió el 30 de noviembre de 1900, Oscar Wilde. Tenía a su muerte más o menos mi edad, pero estaba destrozado, muy posiblemente por la sífilis. Puestos a hacer confesiones diré que mantengo una identificación mística con el escritor dublinés. Que cada quien piense lo que quiera al respecto, pero esa identificación, en mi caso, se hace más y más intensa justamente con el Wilde de los últimos años parisinos. He peregrinado (y seguiré haciéndolo) a cada uno de los rincones que de una manera u otra lo evocan, De Profundis en mano, y he percibido, sentido, casi tocado, su espíritu todavía vivo; es por ahí por donde yo experimento la presencia de algo que no es de este mundo. Sus opiniones al final de su vida eran rotundas y claras. Por ejemplo, sobre el éxito y el fracaso (en el que estaba plenamente sumido) decía que "el artista que triunfa es un artista incompleto. El éxito es un mero episodio (es cuanto puede ser) y el fracaso es el desenlace real, final… la suprema función del artista es reflejar la belleza del fracaso". Pienso que hay mucho contenido en esas intuiciones, pero no me toca a mí desvelarlo ahora. Es una réplica exacta del pensamiento de Cervantes. Hasta el último día, Wilde mantuvo intacto el deseo de amar: "Para mí la vida sin deseo no merece la pena vivirse", dijo a su amigo Frank Harris. A pesar de lo que se ha escrito, mantuvo también vivo el deseo de escribir (y se mantuvo a través de él). Dijo a algunos que "su obra estaba ya hecha" pero también escribió en una carta que en el fondo de su corazón, "esa cámara de los ecos muertos" (toma escritor) deseaba hacerlo cada mañana de cada nuevo día. Por eso le admiro. En eso quiero ser, vivir y morir como él. Deseando. De Newton, Helmut, hablaremos otro día.
lunes, 26 de marzo de 2012
Tabucchi (in memoriam)
Esta bella historia de amor, como tantas otras, comenzó en La Gare de Lyonn. Un estudiante italiano, Antonio, esmirriado, de izquierdas, nacido en 1943 en Vecchiano, un poco más de veinte años, compra en un bouquiniste un libro en francés de un autor desconocido que se titula Bureau de tabac. Los efectos no nocivos del tabaco: aquella lectura orientó su vida. Es el lenguaje el que nos imanta. Antonio decide aprender el idioma de Pessoa y poner rumbo sudoeste, rumbo a Portugal. Desde entonces no para de dar vueltas a uno de los genios del siglo XX, el poeta Fernando Pessoa, lo ha traducido e interpretado, con especial acierto en lo que se refiere a la "heteronimia" pessoana, lo ha reescrito en fábulas extraordinarias como "Los últimos tres días de Fernando Pessoa" y, sobre todo, se ha inspirado en él, en las grietas que abrió su poética, se ha alumbrado con su luz blanquecina y un tanto mortuoria. Antonio Tabucchi ha muerto en Lisboa, no debía de ser de otra forma, antes de cumplir los setenta, profundamente revuelto con su país y con sus gobernantes, con un mundo actual que comprendía pero que no aceptaba plenamente. Tenía un lado político Tabucchi, legítimo cuando no obligado, para mí el menos interesante porque pienso que no estaba bien mesurado, escondía demasiados blancos y negros, aunque esos excesos no influyeron en la realización de esa extraordinaria fábula política que es Sostiene Pereira. Una testiomianza. Tabucchi fue un gran fabulador. Escribió una docena de buenas historias: Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, Pequeños equívocos sin importancia, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, etc. Pero creo que será recordado como el mejor lector de Pessoa, aunque no se trate, todo lo contrario, de cosas incompatibles. Italia, Francia, Portugal, España… Tabucchi vino mucho por aquí, al principio de la mano del gran italianista Pedro Luis Ladrón de Guevara que editó uno de sus más grandes libros, Un baúl lleno de gente (Huerga & Fierro, 1997). Tabucchi fue un escritor europeo.
domingo, 25 de marzo de 2012
Notas para un diario 233
Días de intenso trabajo literario. Cuatro o más frentes abiertos. Mientras duren las fuerzas… "Estoy en un punto en el que no puedo ser la que siempre soy ni convertirme en la que podría ser", escribe la narradora de Tres luces de Claire Keegan (Eterna Cadencia, 2011). Esa frase leída al paso en esta pequeña joya creo que es inspirada. Je viens au théâtre voir l´animal insoumis, pris dans les filets des mots et s´en délivrant para la parole. El nuevo libro de Valère Novarina (La Quatrième Personne du singulier, P.O.L, 2012) que compré en chez Jakin, en Bayona, me resulta también deslumbrante: el animal insumiso, ¿cabe mejor defición del hombre?, la distancia entre les mots (las palabras) y la parole (la Palabra): cómo no recordar el comienzo del Evangelio según Juan en la traducción de Florence Delay: Al principio, la Palabra… así, sin más, no Al comienzo era (estaba) la Palabra, no, sin verbo, sola la Palabra: Instantánea, Perenne, ¿completa?. Lo que llama la atención en el sueño es la insumisión, añade Novarina. Y yo tuve un sueño… el sueño de la insumisión, no el del humanismo sino el de la inhumanidad.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Los Stuparich
Acabo de leer con la misma pasión de siempre a Giani Stuparich, en este caso su diario de la guerra del verano de 1915 (Minúscula, 2012). Arranca a primeros de junio (Giani, su hermano Carlo y el escritor Scipio Slataper se habían alistado pocos días atrás en Roma) y termina a comienzos del mes de agosto de ese mismo año. Es un relato sobrio, soprendentemente pormenorizado. Sólo cabe pensar que Giani llevaba lápiz y cuaderno en mano, y como una cura diaria frente al horror de la guerra, anotaba fidelísimamente cada paso, cada gesto, cada moción interior. Atrás quedaba su Trieste querida, familiar, italiana, atrás quedaba Florencia, sus estudios sobre Maquiavelo, su grupo triestino, las tertulias en la Giubbe rosse, todo ese mundo que no se perderá, gracias a su inmenso y a la vez humilde talento literario.
Giani tenía veinticuatro años en el verano de 1915, tres más que su hermano Carlo y tres menos que Scipio. Éste último se separa de ellos al poco de enrolarse, por razones circunstanciales, y caerá herido pronto. Carlo en cambio lo acompaña de cerca en esos primeros compases de la guerra, es su sombra, se cuidan mutuamente y se atienden con un amor fraterno raro por lo delicado e intenso, pero más tarde morirá trágica y heroicamente en la toma del Monte Cegnio, no lejos de la Rocca, cerca de la ciudad de Vicenza, a finales del mes de mayo del año siguiente. El libro en buena medida es un homenaje a ese hombre recto que fue Carlo Stuparich, homenaje indirecto como es propio de alguien tan refinado literariamente como Giani, pero por eso mismo más lúcido, objetivo y perenne. No me olvido de un detalle, contado de paso hacia el final del libro: Carlo recoge unas postales y una cartera de un muerto (con una libra y media) y no descansa hasta ponerla en manos de los oficiales.
Stuparich publica en una advertencia inicial lo que sin duda constituye el pacto de lectura de este libro/documento. Se trata, nos dice, de las notas tal cual fueron tomadas. Sin apenas alteraciones cuando, quince años más tarde, se retoman para ser publicadas. Conociendo un poco la evolución estilística del grandísimo escritor triestino que fue Giani Stuparich, salta a la vista el trabajo de toda una vida para liberar su prosa de un cierto, vamos a llamarlo así, literarismo. Guerra del 15 lo escribe Stuparich con poco más de veinte años. Y todavía usa palabras un tanto rebuscadas, "literarias", de escuela estilística. El traductor Miguel Izquierdo ha realizado un trabajo difícil para mantener ese tono anacrónico, en su justa medida. Palabras y giros decimonónicos que, por otra parte, no vienen mal en un relato de guerra porque lo templan.
Dicho esto, qué tesoros contiene un libro así. "Morir no es más que dar un paso… me duermo, dice hacia el final, necesitado de un consuelo que no puedo pedir a los hombres ni sé implorar a Dios". Lo adoptaría como lema para mi muerte. Unamuno en estado puro. Es un época tan brutal en lo político como esplendorosa en lo artístico y en lo filosófico. Me fascina Stuparich: su sensibilidad, su mirada transparente, el amor no excluyente a lo propio, la apertura fundamental al otro. Es la gran literatura europea la que nos llega de su mano.
lunes, 19 de marzo de 2012
Kaddish por Europa
Todavía tengo el frío metido en el cuerpo con la noticia de Toulouse. No estoy lejos de allí, físicamente, y con el espíritu estoy más cerca aún, en medio de la tragedia mil veces repetida en la vieja Europa. Mujeres y niños, una vez más. Y por el mero hecho de ser judíos. Pues no sé si por ser poeta o no, pero en todo caso yo soy judío, y más hoy que nunca. Judío bautizado cristiano, para mayor confusión de aquellos que no entienden nada de nada. Son miles las consideraciones que me vienen al espíritu en una noche larga como la de hoy: desgraciadamente he pasado media vida, y no es precisamente un deporte, estudiando todas las formas inacabables del antisemitismo "europeo", a cual más odiosa. Parece que se ha abierto de nuevo la veda. Sarkozy, que es judío, ha puesto el grito en el cielo. Pero nada ha cambiado: también eran judíos varios de los premiers en la Europa asesina de los años treinta, empezando por Disraeli. No sirvió para casi nada ante la barahúnda de los bárbaros. Recuerdo a los ingenuos que el Estado de Isarel es una democracia plenamente homologada con la más avanzada del planeta. Pocas bromas y lecciones por ahí. Tienen problemas terribles que solucionar. Y ¿quién no? Hay excesos, y actos que se rigen más por la ley de la venganza que por ninguna otra. Pero, en Israel están todos sometidos al imperio de la ley, como en cualquier país civilizado, y al terrorismo de estado cuando aparece se le llama así. Yo estaré siempre del lado de las democracias, se llamen la española del 78, la israelí o cómo no la americana. Sé que a muchos no les gusta esto, y que en cambio siguen defendiendo a Fidel y al independentismo vasco. ¡Qué pena más profunda me dan! Qué sentido más primitivo de las cosas tienen: la tierra, la tierra, el vaterland que siempre me pareció un water-closed. Que eso incluye a unos pocos bestias isralíes, puede, pero no a su Estado, ni a su gente, ni mucho menos a los judíos en general. Espero que Francia, la Francia que estos días sube los impuestos a los libros, esté a la altura de las terribles circunstancias que la asolan. Pero lo dudo.
domingo, 18 de marzo de 2012
Notas para un diario 232
Me resulta emocionante leer, al comienzo de Guerra del 15 de Giani Stuparich (Minúscula, 2012) que los soldados italianos cargaban con libros las mochilas antes de partir al frente. ¿A dónde creían que iban? ¿De excursión boy scout? Iban al infierno, pero hasta ese espacio es más llevadero con libros. Poco más adelante, tras días enteros y semanas de marchas extenuantes bajo la lluvia, cuando debían ir dejándolo todo por el camino que lleva hacia una muerte a la que había que enfrentarse desnudo, sin nada, ascéticamente, lo que más les costaba soltar era el bendito lastre de los libros. Se les formaban llagas en los hombros de tanta carga pero resistían cuanto podían y se aferraban a esos amigos silenciosos como si se tratara de un auténtico viático. Es emocionante todo lo que se refiere a los libros, al menos para alguien como yo. Hace poco hablaba con una amiga francesa de la biblioteca de uno, de si se puede o se debe entrar físicamente en la biblioteca de un amigo. Pienso más bien que no. Si no le conocemos, no tiene mucho sentido; si le conocemos, admiramos, queremos, el sacrosanto respeto a la intimidad nos lo impide. Sólo cabe "hacer una biblioteca" con alguien a quien de verdad deseamos, como hacemos con el amor. Entonces sí, ahí la desnudez debe ser tan total como en la cama, pero sólo entonces. Cada vez veo más clara la conexión éros-libros-muerte.
viernes, 16 de marzo de 2012
Train to hell: El túnel de Dürrenmatt
Alpha Decay publica, en su cuidada colección Alpha Mini, El Tunel de Friedrich Dürrenmatt en una edición primorosa de Juan de Sola. Como ya hicieran entre otras con obras tan emblemáticas como la de Delmore Schwartz (En los sueños empiezan las responsabilidades), los editores de Alpha Decay proponen en estos volúmenes un juego especular que a mí me parece hoy más que necesario: a una obra capital, en este caso la nouvelle El túnel del siempre inquietante autor suizo Dürrenmatt, en una nueva traducción (casi una edición crítica), se le añade un largo epílogo que es un esfuerzo por contestar al texto que le precede y al que sirve con lucidez. En el caso del germanista Juan de Sola el resultado no puede ser más satisfactorio. A la clásica narración se añade un espacio de reflexión y de crítica que nos permite realizar una lectura ejemplar del texto. Animo a la legión de escépticos, en este caso equivalente a la de los incultos, a zambullirse en el volumen para darse cuenta de que la lectura de una crítica, alejada tanto de la pedantería como de la superficialidad, puede ser tan memorable como la de una ficción. En realidad la crítica es otra forma de ficción.
El polifacético Dürrenmatt nunca defrauda, y mucho menos lo hace en las narraciones cortas como ésta. En ellas acumula sus virtudes como literarto, como hombre conformado por el teatro y por la arquitectura: la capacidad de plantear una situación netamente espacializada, la destreza en profundizar en la angustia de un hombre contemporáneo que se hunde sin saberlo hasta profundidades abismales, el talento para dotar a sus historias de una dimensión alegórica que las abre hasta hacerlas universales.
La "inmediata proximidad de las paredes del túnel", un túnel por el que se precipita hacia la "nada" a la que se alude al final de forma más o menos secante. En esa proximidad que convierte las paredes de la montaña en una segunda piel para el viajero consciente (y que recuerda como un calco a las paredes con la que Santa Teresa describe sus visiones de los espacios más allá), y en esa alusión final de corte nihilista (pero también místico) se encierra a mi juicio una parte importante del sentido de esta maravillosa narración.
martes, 13 de marzo de 2012
Trabajos forzados (Daria Galateria)
Daria Galateria pertenece a ese sinfín de escritores italianos enamorados de Francia. Durante siglos los autores europeos (de Montaigne a Goethe y a Byron, de Szentkuthi a Stendhal o a Keats) pasaban por los estados italianos de forma religiosamente obligatoria. En el siglo XX en cambio, el camino ha sido más bien el inverso. Italo Calvino, Tabucchi, Sciascia o Magris compraron casa en París, y la lista de afrancesados italianos equivale a la de sus mejores poetas, narradores y cultivadores del ensayo: Lampedusa, Savinio, Spaziani, Montale, Lampedusa, Giovanni Macchia, Calasso, Benedetta Craveri, todos han dedicado la parte del león en su obra a invitar a los demás a asomarse a las grandiosas letras francesas. También es el caso de Daria Galateria. Sus trabajos sobre André Breton, sobre el Gran Siglo, sobre Port-Royal y sobre la Revolución de 1789 son sencillamente extraordinarias. Impedimenta (2012) ofrece ahora un libro, Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, en el que podemos apreciar sus mejores cualidades como ensayista. El volumen contiene veinticuatro retratos de escritores (nueve de ellos franceses) escritos desde el punto de vista de su paso por los trabajos no literarios que mantuvieron, o con los que se mantuvieron. La primera nota que caracteriza estos textos es la brevedad. Las vidas breves o mínimas es en sí mismo un género cultivado desde la antigüedad por espíritus tan refinados como Aubry o Schwob, un género que personalmente me apasiona. En unos pocos trazos, desde un punto de vista imaginario o real, el autor presenta una vida entera, la resume y le otorga un sentido. La perspectiva adoptada por Galateria es acertada para ese fin literario: el trabajo alimenticio puede redimir y rehacer una vida, es ahí donde los escritores son de manera más eminente ese "nadie" que se esconde detrás de un verdadero escritor. Daria Galateria ha ido más lejos de esa perspectiva, rozando al paso de las meras informaciones momentos cruciales de la vida de los autores: sea del Chatwin que nunca se dejó atrapar por las excepcionales cualidades físicas e intelectuales que le adornaban y que hacían descollar donde quiera que se encontrase, del Claudel que era capaz de caer casi en el delito por favorecer al amor de su vida, del Hrabal que se abre paso en medio de la experiencia totalitaria y sale no sólo indemne sino cada vez más libre y fuerte, etc, etc. Cada retrato es una pequeña obra de arte. La mirada oblicua, la sabiduría que le lleva a evitar conclusiones fáciles, el estilo y la forma de mirar, en dos palabras. Gran libro. Quizás uno de los últimos trabajos, como traductor, del recordado Félix Romeo.
sábado, 10 de marzo de 2012
Notas para un diario 231 (Rue Visconti)
Al azar de una búsqueda encontré ayer esta foto de un patio trasero, el del número 21 de la rue Visconti en París. Siempre me fascinó ese nombre italiano au coeur même de la ville. Es una calle pequeña paralela al río (a la altura del Quais Malaquais), paralela también a otras callejas bellísimas como lo son la rue Jacob o la rue des Beaux Arts, perpendicular a la rue de Seine y a la de Bonaparte, con la que forma un ángulo casi recto. He paseado mucho por ahí – ¿quién de los que amamos París ha dejado de hacerlo? –, conozco muchas de sus puertas y ventanas, he husmeado en sus recibidores e imaginado las vidas que transcurrían tras esos gruesos y húmedos muros. Me encantó hallar esa foto justo cuando estoy intentando traducir un pequeño libro de Julien Green. Ese patio cubierto por parras vírgenes le hubiera fascinado al gran escritor sudista. Vignes vierges en francés. Apenas sé nada de jardinería, aparte del hecho de que me encantan las plantas, pero tengo entendido que a diferencia de la hiedra las parras que se asientan en la piedra de los muros cambian de color y con frecuencia adquieren esos tonos que oscilan entre el malva, el morado, el color del vino. Burdeos, decimos en español también, y por algo. El relato greeniano, que conozco desde hace más de veinte años, leído y pensado ahora de nuevo, me está impresionando. El tema de fondo es la religión, claro; muy unida a la sexualidad y a la escritura. Claro en alguien como él, que no vivió más que para ese misterio de amor y de muerte que encierra la literatura. Creo que el caso de Kafka es distinto, y no sólo por el hecho de que fuese de origen judío. Kafka estaba inmerso más bien en una tradición humanística y atea que, sobra decirlo, parte del hecho religioso también aunque se puede afirmar que lo ha abandonado (en algunos casos habría que decir más bien que se ha sentido abandonada). No me gusta la palabra superado en este contexto, como rechazo una visión lineal del progreso. Siempre estamos volviendo a lo mismo, nuestro caminar describe más que una recta un círculo. Entre todas esas corrientes, idas y venidas, me encuentro a gusto en los lugares más indeterminados, como me encuentro en casa en las estrechas aceras de las calles más viejas de París. No me engaño: soy muy consciente de que esa opción, para alguien como yo, es del todo dramática.
viernes, 9 de marzo de 2012
Chagall en Madrid
Paloma Alarcó, Jefa de conservación de Pintura moderna del Museo y Directora del Proyecto de la exposición Chagall , me ha contestado lo siguiente a unas preguntas que le hice sobre la impresionante expo que puede verse ahora en Madrid.
P. 170 piezas, en su mayoría óleos, pero también acuarelas, litografías, gouaches, de más de treinta instituciones, un comisario de lujo, Jean-Louis Prat, Presidente del Comité Chagall, un ciclo de conferencias en paralelo: el Thyssen sigue empeñado en hacer grandes apuestas en calidad y en cantidad, ¿no es cierto?
R. Efectivamente, desde su inauguración, hace ahora veinte años, el Museo Thyssen ha apostado muy fuerte por su programación expositiva. Además de las muestras temáticas, las exposiciones monográficas han arrojado nueva luz sobre los grandes maestros de la historia del arte presentes en nuestras colecciones. Es indudable que Marc Chagall es un pintor que levanta pasiones pero, en general, se tiene una idea muy parcial, incluso equivocada, de su producción. Con esta primera retrospectiva completa que se le dedica en España, comisariada por Jean-Louis Prat , un gran especialista en su obra, ofrecemos un enfoque muy amplio de un artista mucho más complejo y versátil de lo que parece a simple vista.
P. Marc Chagall. Un pintor único a la vez independiente de todo lo que conoció en su siglo y permeable a numerosas influencias que van desde el surrealismo a la tradición iconostásica rusa. ¿Qué rasgos destacaría Usted, como experta en arte moderno y contemporáneo, de la trayectoria de Chagall?
R. Es cierto que Chagall, que vivió prácticamente al completo el agitado siglo XX, se interesó por los sucesivos movimientos de vanguardia, el expresionismo, el cubismo, el orfismo, o el surrealismo (del que podría considerarse un precursor), pero nunca quiso vincularse a ninguno de ellos. Además de esa inclasificable amalgama de estilos, su obra se nutre de una singular mezcla de culturas, de las tradiciones judías, el folclore ruso, la religión, la literatura. A mí me interesa precisamente esa marginalidad voluntaria de Chagall, el modo en que logró configurar un estilo y una iconografía totalmente personales para transmitir asuntos de la conciencia universal.
P. La exposición, instalada en las dos sedes del Museo Thyssen-Bornemisza y de la Casa de las Alhajas de la Fundación Caja Madrid, es de las que merece la pena verse más de una vez: propónganos un itinerario que nos permita comprender la lógica interna con la que se han dispuesto las piezas.
martes, 6 de marzo de 2012
Los mutilados de Hermann Ungar
Me sigo preguntado cada día qué es lo que hace que la literatura sea tan fascinante, tan inagotable, tan rumorosa: en efecto, la literatura es un confuso ruido de voces que no garantiza nada pero que nos preserva de caer en esa postura humana indigna que es la autosuficiencia. Pensaba eso al leer estos días, no sin dificultad, Los mutilados de Hermann Ungar (Siruela, 2012). No es precisamente un plato de buen gusto. En la mejor tradición mitteleuropea de entreguerras, Ungar narra la no vida de un hombre del subsuelo, Franz Polzer, de una caricatura humana que no sólo no puede decir quién es sino que su paso por la vida consiste en una lacerante sustracción en todos los planos. Trabajador incansable, ordenado hasta la manía, el único atributo de Polzer es la facilidad con la que se deja esclavizar por quienes le rodean, le utilizan y le oprimen, aprovechándose de su miedo cerval a la vida, de su rancia imaginación, de una ausencia de autoestima larvada en una infancia desoladoramente violenta. El trabajo de Ungar con el personaje de Franz, y con el resto de la siniestra troupe con la que convive (Frau Porges, su patrona, su amigo Karl Fanta con su mujer Dora, Kamilla, Herr Fogl, Herr Wodak el director del banco en el que presta sus servicios) es de primera división narrativa: los distintos caracteres están delineados hasta el más mínimo detalle, son tan horribles como verosímiles y se te clavan en el ánimo para siempre. Más cercano a Robert Walser que a Kafka, a Musil o a Broch que a Thomas Mann, Ungar era para mí hasta ahora un perfecto desconocido. Praguense, judío, estudioso del Oriente, vivió en el Berlín cabaretero y weimariano y murió con apenas cuarenta años. Datos irrelevantes ante la densidad que rezuman sus páginas, ante la luz negra que proyectan acerca de los mecanismos del mal y de la siempre correlativa inocencia victimaria. Un libro duro pero a la vez puro, con la pureza de la realidad, eso sí de una realidad mutilada.
viernes, 2 de marzo de 2012
Filón
Filón es uno de los grandes sabios de la Humanidad. Un sabio desconocido por el gran público y aún por muchos estudiosos de la tradición cultural occidental, demasiado inclinada a dejar al margen a aquellos que no pueden ser integrados en un discurso empobrecedoramente lineal. Nacido en la Alejandría romana, contemporáneo de Jesucristo y de Calígula, dejó una obra de incalculable valor que ahora ve la luz completa en castellano de la mano de un equipo de helenistas y teólogos de Argentina y España. Filón el judío, como se le ha conocido históricamente, es uno de los grandes intérpretes de la Escritura sagrada, un lector a la vez original y sistemático que escribía para los judíos de la diáspora pero que realizó una obra de valor universal. Siendo uno de los grandes intérpretes de la Torá y de los autores griegos (de Platón especialmente) su aportación a la historia de las ideas se hace cada día más patente, gracias entre otras cosas a proyectos como éste que en los tiempos que corren parece algo más que una obra puramente humana. La editorial Trotta y un equipo dirigido por el profesor argentino José Pablo Martín han finalizado el cuarto de los ocho volúmenes de la obra completa de Filón de Alejandría.
Ver la entrevista entera aquí
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