Ha aparecido con un carácter cuasi-póstumo La vida que respira (Pretextos, 2011), el último libro de Nicanor Vélez (Medellín, 1959-2011). El volumen del poeta y editor colombiano consta de tres partes diferenciadas. La primera, de cuya primera composición toma el título, escrita en la línea de su trabajo anterior, contiene poemas de amor, poemas para un cuerpo y un alma amados, en un intento renovado de refinar aún más una sensualidad ardiente, entregada, delicada. La segunda parte contiene un conjunto de poemas de trasfondo político, en el sentido más noble (que lo tiene) de esta palabra: ahí el poeta ajusta cuentas con algunos de los principales errores y horrores de su tiempo, con los grandes conflictos morales que nos afectan a todos. Por último, la tercera parte, la última, mantiene como eje central la muerte. Desconozco las circunstancias concretas en las que se escribió, pero cabe imaginarse que Vélez sentía de cerca el zarpazo de la igualadora. Se enfrenta con ella con una sobriedad y valentía ejemplares. No le vuelve el rostro, al contrario, como un gran torero, juega con ella, por momentos la domeña, la duerme como si fuera una niña ella misma asustadiza. Preciso y precioso testimonio testamentario, carente de sentimentalismo pero cargado de un sentido fraterno y abierto de la existencia. Toda esta distinción en partes no obsta para que el poeta siembre aquí y allá, libremente, semillas que harán que todo el libro crezca como uno, con una unidad profunda porque es interna. Termino con un poema que lo resume todo. Se titula VIDA, y es bellísimo: "A ciertos nubarrones/ sigue lluvia,/detrás hay un sol que resplandece".
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