martes, 3 de enero de 2012
Averno de Louise Gluck
Hace poco leía una afirmación de Wallace Stevens en la que pedía (en El Ángel necesario) que alguien por fin escribiera, puesto que se había dicho tanto sobre el cielo y el infierno, de una vez por todas la comedia de la tierra. Cito de memoria; ese mismo día me llegó como un zorzal la magnífica edición que Pretextos (con traducción de Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco, 2011) acaba de publicar de Averno, lo último en castellano de Louise Glück, una de las grandes poetas vivas de nuestro tiempo. Abrí el libro por estos versos, “¿Qué es un alma?/Una bandera que ondea/demasiado alto en el mástil, no sé si me entiendes?. Comprendí de inmediato que todo, tratándose de ciertos temas, estaba aún por escribir. Nacida en 1943, con un amplio elenco de libros a su espalda, sólo de poesía más de diez, ensayista lúcida, profesora en la Universidad de Yale, persona elegantísima, mente sutil, Louise Gluck añade a todas esas características que le hacen destacar, una increíblemente moderna claridad. Sus versos se extienden por la superficie de las cosas, por la piel, ante los ojos del lector. Diáfanos, directos las más de las veces, agudamente dispuestos al mismo tiempo para la incisión pentrante en nuestro interior. No es que sea menos capaz o brillante que otros poetas de su generación, no lo considero así en absoluto. La respuesta es la contraria: ella ha asimilado como nadie las lecciones arduas de la modernidad rusoniana, bodeleriana o eliotiana. Pongamos un ejemplo tomado de este Averno, viaje a la llaga misma de una tierra que antes o después nos hará suyos al morir. Como una nueva Core, Gluck consigue trazar un recorrido en forma de círculo sobre los temas que le obsesionan (la relación alma-cuerpo, la superviviencia o no post mortem, la vida del espíritu, la culpa también muy fuertemente) y lo hace sobre un horizonte ideológico que parte de la tradición clásica y que recupera el judeocristianismo no de un modo dialéctico respecto de la Roma de Virgilio sino más bien lo hace por medio de los autores y las líneas de vida del barroco europeo. He encontrado no menos de diez intertextualidades de autores como Pascal, Calderón y hasta de Quevedo. Ese juego con lo que podemos llamar los estratos de los grandes periodos artísticos, Gluck lo presenta de la forma más natural del mundo, ha asimilado como nadie cada uno de los mitos, de los giros, de los gestos y los va desgranando de un modo horizontal, humilde, máximamente cercano a cada lector con el que dialoga en voz baja y por el que parece seriamente interesada.
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