Cuando
Claudio Magris, en el espléndido ensayo que dedica a los escritores alemanes de la ciudad de
Praga (en su nueva obra,
Alfabetos,
Anagrama, 2010), afirma que "la escritura es una esencia de la realidad que puede prescindir de la realidad, que puede sustituir a lo que no existe y representar una ausencia, obligar a la realidad o la naturaleza ausentes a presentarse en su inaferrablidad", recoge el núcleo de una reflexión sistemática que en su caso dura ya cerca de medio siglo. Si algo ha sabido siempre el escritor de
Trieste abordar, atrapar, desgranar, en sus magníficos ensayos, es la sutil relación que se produce, en la creación literaria, entre realidad e irrealidad. La alta dosis de la última que reclama y absorbe la primera. Toda creación auténtica, podría decir
Magris, debe de ser creación
ex nihilo, al menos en el sentido de que, como ocurre con la entera realidad, el arte cobra mayor consistencia cuanto más surge del fondo mismo de lo que no es. Me dijo una vez un psiquiatra amigo que los enfermos, en ocasiones, se recuperan mejor de una crisis cuanto más fuerte y extrema sea ésta; con el dolor y el espanto se puede dejar atrás hasta el último resto de lo que ya no será más. Se trata de las formas diversas del gran oxímoron: para construir algo duradero hay que partir de la ruptura y la fugacidad, de la radical abolición de las raíces, siempre insuficientemente fundantes, de las cosas del mundo.
Claudio Magris ha estudiado, durante décadas, la fertilidad del mito literario habsbúrgico. Lo hizo de frente en su tesis doctoral, y más tarde en su insuperado trabajo sobre la
literatura hebraico-oriental. Por eso, al hojear hoy por la mañana este último volumen de ensayos, y encontrarme con cuarenta páginas dedicadas al mito (literario) de
Praga, no me he resistido a leerlo del tirón. El resultado es espectacular, si tenemos en cuenta que al estudio y al sistema se suman ahora una sabiduría incrementada con los años y el oficio, un manejo certero de las difíciles armas del ensayo. Me asombra lo que sabe
Magris, pero mucho más aún me asombra el modo en el que presenta lo que sabe. En este caso, articula como si fuera cosa fácil un sinfín de planos (desde el periodístico al psicoanalítico, pasando por el social y el político), y los dispone al servicio del esclarecimiento de una cuestión sumamente difícil, amplia y compleja. Cuanto hay en
Magris de la vieja escuela sociocrítica de
Lucien Goldmann, pero de que modo tan apabullante supera incluso a aquel viejo maestro. Voy a poner un ejemplo cercano. Es como si alguien, ahora, o dentro de cincuenta o cien años, pudiera explicarnos, de manera verosímil, los rasgos generales de los escritores catalanes en lengua castellana de los
siglos XX y
XXI. Para apenas rozar algo así, sin hacer el ridículo, sería imprescindible integrar las raíces histórico-culturales de las generaciones anteriores al modernismo, presentar la miríada de pulsiones políticas que les han influido y oprimido a los autores más destacados, especialmente las tensiones nacionalistas de signo opuesto, habría que enmarcar las diversas creaciones en la trayectoria histórica real de un pueblo y una ciudadanía, con los sucesivos cambios, transformaciones y rupturas, dirimir la influencia de instituciones como la
Iglesia Católica, repensar los procesos sociales y migratorios, ajustar cuentas con las interacciones del costumbrismo y con las diversas formas de la vida íntima de las gentes… ¿Verdad que no sería fácil hacer que algo así fuera útil y legible? Pues por eso me admira, hasta el gozo intelectual, poder contemplar como lo construye él, con la máxima pulcritud y sencillez, para el caso de ese foco de creación artística que fue
Praga, y todo en apenas medio centenar de páginas.