Esta mañana, nada más levantarme, después de abrir los ojos y rezar, he escuchado varias veces a mi adorado
Battiato, y su interpretación magistral de la
Canzone dell´amore perduto de
Fabrizio de André; es como desayunar dos tazas de melancolía: creo que este acto reflejo se ha debido a que mis tres hijos mayores están dando tumbos por
Europa. Por una parte, me alegra que descubran un mundo, a la edad en que yo lo hice, pero, por otra, lo llevo mal, siempre he llevado mal el hecho de que el tiempo pase, de que los niños crezcan, de que la vida siga su curso imparable y de que yo me quede solo. Pensaba que la vida es como un cigarillo, que se enciende con un fuego que le viene de fuera, se consume con un destello más o menos brillante, fugaz siempre, casi instantáneo, y acaba en puras cenizas que se dispersan con la primera brisa de la tarde. Como dice
Florence Delay, en el
vídeo que os pasé el otro día, en el que habla de
Mes cendriers, lo curioso de la religión cristiana es que, en su
timing, primero vienen las cenizas (la muerte) y después el fuego (la resurrección). Nadie me negará que para creer eso se necesita una fe del tamaño de un grano de mostaza. ¿La tengo yo? ¿La encontrará el
Cristo cuando vuelva sobre la tierra? Y en todo caso, ¿a quién le importan ya esos
cuentosdevieja? A mí, por ejemplo.
Estoy a gusto sola en la oscuridad. Estoy a gusto en la habitación oscura, me basta la poca luz de la calle, y el cigarrillo, la chispita de vida. Qué bien vio esa dimensión del cigarro y del fumar la Kaschnitz, como lo vio Florence. Fumar un cigarillo es como tener, mientras dura, la vida entera entre las manos, y poder contemplarla a placer.
Te estoy oyendo…, "¿chispita de vida?", sí, pero fumar mata. Joder, y escalar montañas, y bucear, y volar, y los toros, y amar, y la poesía (mata de hambre) y las motos. Vivir mata. Ya lo sé, además, justamente, se trata de eso, se trata de las cenizas, de acostumbrarse a vivir entre las cenizas.
Ashes in the mouth.
Life is just ashes in the mouth. Todo esto me recuerda que quería recomendarte un clásico de la interpretación literaria. Yo soy muy malo recomendando libros. Pero, ¿no te dedicas a eso? En absoluto. Cada vez que alguien me pide un libro (algo que me distraiga…), se me corta la digestión. A ti no me importa recomendarte un libro, porque formas parte de mí, la mejor parte además. Me refiero al
Psicoanálisis de los cuentos de hadas de
Bruno Bettelheim. Lee lo que escribe sobre la
Cenicienta, sobre
Hansel y Gretel, o sobre
Caperucita Roja, y te verás reflejada ahí como en un espejo roto. Ahora me doy cuenta del sentido que están teniendo las últimas entradas de este
blog. Eres tú. Tu vida, vista como un cigarrillo que se consume.
Todo esto es un poco rebuscado y autorreferencial y oscuro, ¿no? Pues depende como se mire: yo lo veo más bien como una
escala dei, como la de esta foto, una escalera amplia y bien iluminada, con libros apilados en los descansillos. Yo, lo que sí diría es que me encuentro en un ejercicio permanente de narcisismo. Qué mal se ha entendido este término por regla general. No hay nada peor que un lugar común lingüístico. Intento enseñarlo cada año a los alumnos pero, en la mayoría de los casos, es perfectamente inútil el esfuerzo. Ir a los diccionarios, les digo. Yo lo he hecho esta mañana. He buscado en media docena de volúmenes de antropología, de alquimia, de teología e historia de las religiones, la voz ceniza. He encontrado algunas perlas. Ya te lo contaré. Pero, lo que de verdad me ha impresionado, en el
Cirlot, es como se aproxima el poeta al mito de
Narciso. Te lo recopio entero: "Joachim Gasquet concibe el mito de Narciso no como una manifestación primordial del plano sexual, sino del plano cósmico, y dice que
el mundo es un inmenso Narciso en el acto de pensarse a sí mismo, por lo que Narciso es símbolo de esa actitud autocontemplativa, introvertida y absoluta". Genial. El mundo entero como un cigarillo que se consume despacio a la vista de alguien.