sábado, 22 de noviembre de 2008

Notas para un diario 80

¿Por qué escribo?
Lee, mi niña, tan sólo lo que quiero
que leas, nada más;
lo que pueda decirte sin querer
sólo a mí me pertenece
(no me lo quites, es cuanto poseo)

La soledad es una buena amiga,
lo fue hasta aquel día de un otoño
en que de pronto vi que tú no estabas.
Tu ausencia es el dolor que llevo dentro,
ando solo y vacío
en medio de confusos personajes

Tengo fama de ser más bien sabihondo,
y a veces, como un juego,
me pregunto qué cosa es este amor.
Tal vez no debería hacer preguntas
sobre lo demasiado grande,
Dios, la vida, el amor, y sin embargo
¿a quién puede importarle lo demás?

Pues soy muy exigente en amistad
y sé mucho de amigos y de afectos
te diré, mi niña,
que los amigos, que son pocos amigos,
forman parte de uno mismo.
Y pase lo que pase están ahí
atados al propio corazón,
su infortunio nos une más aún,
son suyas mis tristezas;
y no necesitamos palabras.
Cifrados en miradas y silencios
nos contamos secretos indecibles.

Hablo del tiempo que no vuelve atrás,
aunque no me lamento, sólo suelo
decir que tengo frío
y que el invierno es cada vez más crudo.

El poder se detiene ante las puertas
del reino que habitamos,
tu recuerdo es mi ley.

Ahora a mi alrededor todo es oscuro.
Pasan nubes radiantes por el cielo,
pero luego otra vez se hace de noche.

Le temo a la muerte más que los demás
porque nadie ha entendido mejor que yo
qué es la nada

Lo que te escribo nunca es la verdad,
sólo medias verdades que simulan
un decoro ingenioso, traspasado
por ráfagas extrañas de pasión;
aunque jamás simulo el amor mío,
que es tan mío, lo visto con las mil
apariencias bizarras que componen
el teatro de la vida.

Lo que cuento no es nada, nunca nadie
tiene algo que contar, salvo sus sueños.

Amamos aquello que nos falta
que nos niegan o que nos dan con parsimonia;
tú sabes comprender
esas contradicciones
que pueden más que yo, que son yo mismo.

Escribiéndote empiezo la jornada,
regreso a mi locura y soy feliz.
"Papá escribe", dicen nuestras hijas,
se mueven sigilosas para no
turbar la amarga dicha de ese instante.

(Fragmentos, ligeramente modificados, de Retrato de París del gran Carlos Pujol. La estrofa séptima es un pensamiento de la Marquesa de Sablé citado por Benedetta Craveri. La foto pertenece a Philippe Schalk)

2 comentarios:

Anna A. dijo...

Escuchándote con palabras prestadas, sigo a lo lejos el recorrido de las nubes, de la luz, de un extraño silencio.

Es cierto, tenemos cosas pendientes. Hay tanto de qué hablar...

Eidyllion dijo...

Sigo desgranando tu blog, cada entrada me fascina, gracias por estos fragmentos que te definen, escritor enamorado del mundo. Dios, la vida, el amor?... el vacío, la muerte, la nada? En tus contradicciones me descubro y leyendo tu locura soy feliz.