miércoles, 14 de diciembre de 2011
Decir la nieve (Menchu Gutiérrez)
Aparentemente Decir la nieve (Siruela, 2011) es un discurso sobre cómo la literatura ha reflejado, desde sus orígenes, en varias tradiciones occidentales y sobre todo orientales, la fascinación de los poetas por ese fenómeno climatológico tan atractivo, tan sugerente. La autora recorre todos los aspectos de esa vivencia universal, deteniéndose especialmente en algunos autores clave – en el Kabawata de País de nieve, en el Saint-John Perse de los poemas níveos, en el Maupassant de tantos de sus cuentos envueltos en nieve, pero también en Andersen, en Tólstoi, en Danilo Kis y en otros muchos– para mostrarnos la amplia gama de matices con las que la sensibilidad poética ha representado el encuentro con la nieve. Desde la alegría a la tristeza, de la admiración al horror, su paradójica capacidad polar, su efecto especulativo (de espejo), de los sonidos y silencios que entraña hasta lo que podría ser lo más específicamente literario: su simbolismo.
Pero creo que ésta sería una lectura chata y reductiva. Menchu Gutiérrez no va a eso, a ella le importa poco la erudición, la acumulación de citas, la exhaustividad, no quiere probar nada que no sea su emoción (el hechizo, el amor) ante las nieves. Leer así esta joya literaria sería lo más parecido a no entender apenas nada. Me explico. Un libro vale lo que vale su composición. A eso es a lo que los autores literarios de verdad dedican su tiempo, sus energías creativas, su saber y su don. ¿Cómo cuento yo esto? ¿De qué modo lo dispongo en palabras, en forma discursiva y narrativa? Todo el mundo puede hablar de la nieve, todo el mundo puede exponer sobre ella lo que ha leído y adornarlo o relacionarlo. Nada. No es eso, no: lo esencial se juega (valga la palabra) en la estructura interna del texto, y es una pena que poco a poco no aprendamos a percibir en los libros también este aspecto esencial. Ha sido en el curso de la lectura, cuando estaba fascinado por la belleza de las citas, por las situaciones literarias a las que Menchu Gutiérrez alude y comenta, cuando me he dado cuenta de que el hilo que une, que explica, que ensambla su delicado pensamiento poético es precisamente algo muy parecido a una nevada. Ella va dejando caer, como copos en una tormenta de nieve, cada uno de esos fragmentos, de esas lecturas, de esos recuerdos. Y poco a poco se van posando en el lector y van cubriendo cada pequeño rincón de su alma que, de paso, queda sumida en un enorme silencio blanco. Frío y caliente a la vez porque la belleza del hielo arde. Son cristales de frío, todos distintos, todos perfectos en sus dibujos. Vistos de lejos son inmaculadamente blancos, pero si nos acercamos, si los saboreamos como se merecen cada pasaje del texto se convierte en una preciosa figura transparente. En un material espejo, sí, pero uno donde se refleja la transcendencia.
sábado, 10 de diciembre de 2011
La puerta en el muro (Notas… 220)
Es verdad que últimamente, desde que escribo para el periódico, este blog ha perdido un poco de su carácter personal. A cambio mi diario, el de verdad, crece a diario. Está inédito y probablemente lo estará siempre porque ahí digo las cosas directamente, pero eso es una decisión que no me atañe a mí sino a mis hijos. En nada, tampoco en los soportes en los que escribimos, hacemos una casa para siempre. Y de mayor a uno le visten los demás y le llevan donde no siempre querría estar. Más de uno y de dos me han reprochado este alejamiento relativo en el blog. Otros no han dicho nada pero yo sé que lo piensan. Lo entiendo porque todo ha quedado a medias, aunque por otra parte eso es lo suyo. No obstante, la foto de la artista alemana Anne Marie Trock me da la oportunidad de escribir algo que llevo dentro desde siempre. La convicción de que en esta vida hay que encontrar la puerta en el muro. He hablado mucho de esto en hobbyhorse, de una manera y de otra, a veces de manera directa mencionando a Kafka y a Evelyn Waugh también (utiliza literalmente esa expresión al hablar del amor de Charles por Sebastian Flyght). Cada uno sabrá cuál es su muro y cuál es su puerta. Cada uno sabrá con qué instrumento tiene que golpear para derribar las paredes negras del miedo; cada uno sabrá cuántas vueltas dar al son de tambores hasta que los muros caigan y dejen algún paso. Yo sé bien cuál es la mía y con qué tiene que ver. De que se encuentre esa puerta o no depende la felicidad.
viernes, 9 de diciembre de 2011
La música en un tranvía checo (Karla Olvera)
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© Jimena Orozco |
Karla Olvera (Pachuca, México, 1981) ha presentado en la Feria del Libro de Guadalajara La música en un tranvía checo y otros ensayos, una inteligente aproximación a los diarios de Kafka, Pessoa y Virginia Woolf. Publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, con La música en un tranvía checo, Karla Olvera ha obtenido en su país el prestigioso Premio Nacional de Ensayo Jóven 2011. Resulta difícil entrarle a bote pronto a este breve pero enjundioso ensayo que aúna en sus páginas tanto de bueno. Recuerdo la frase de Eliot sobre que la crítica (la lectura estudiosa) de literatura era la actividad más exigente para la mente civilizada y aquella otra de Jacques Rivière que decía haber sentido las mayores emociones de su vida al contemplar, leyendo, una mente que razona y que hila esas perlas reencontradas. Pensaba en exigencia y en emociones al leer el ensayo de Karla Olvera. Pensaba en su rigor matemático (not so far d´Oulipo): su afición dantesca al tres y a sus múltiplos, los nueve capítulos dedicados, de tres en tres, a los diarios de Kafka, Pessoa y Virginia Woolf, née Stephens. Y su afición no menos acusada a la elipsis que se cierra como un círculo sobre un punto ya establecido previamente. En su capacidad insólita para establecer sutiles relaciones entre lo pequeño y lo grande, lo abierto y lo cerrado, en el dibujo de un microcosmos en un macrocosmos. Parte de un frase, casi casi se puede decir que cualquiera podría servir con tal de aparecer encontrada como un objeto de sorpresa, y se extiende y la amplifica, la unta sobre la superficie de la página, nuestra piel que la absorbe con una dulzura solar. ¿De qué habla pues esta autora? De todo, de nada, de la vida entre páginas, de la vida de los libros y de las personas. Un bello ejercicio de libertad.
Entrevista en teinteersa.es
miércoles, 7 de diciembre de 2011
De nuevo Bergounioux
Los libros de Pierre Bergounioux funcionan como una hélice, nunca mejor dicho en este caso. Tienen siempre un rotor central, en un sistema giratorio que va desde el centro hacia fuera, y parten de un eje sobre el que después se trazan innumerables círculos. El mecanismo, quizás heredado de la novela faulkneriana concéntrica, produce aire fresco, desplazamiento hacia delante e incluso, como ocurre en un helicóptero, una vertiginosa propulsión hacia arriba. En este caso el centro es una foto, la instantánea que un caza alemán toma de la cola instantes antes de derribar un avión de guerra norteamericano, en concreto un avión Boeing modelo 17 letra G, y de ahí el enigmático título de esta novela-crónica-meditación publicada por Alfabia (2011). En algún momento de su juventud el narrador vio una película en la que aparecía esa imagen que quedó grabada en un espíritu como el suyo, al tiempo analítico y contemplativo. ¿A partir de qué juego macabro alguien graba ese último instante, el del impacto, de un avión a punto de desplomarse sobre la tierra llevándose consigo la vida de sus tripulantes? Se trata sin duda de una necesidad técnica (la de poder estudiar más tarde los ángulos de impacto) pero no está exenta de una obligación de valoración moral. Tampoco los aparatos destruidos eran precisamente aviones de salvamento. Son inmensos bombarderos, pájaros de la muerte que dejan caer a toneladas la metralla sobre territorio enemigo. A partir de ahí, con esa forma helicoidal ya mencionada, Bergounioux va describiendo magistralmente (acaso sea éste su texto más logrado) los innumerables aspectos de la cuestión abordada: de la mecánica aeronáutica a los uniformes de los aviadores, apenas un puñado de adolescentes, más “carne de cañón”, y sus vidas imaginadas en un acto de profunda empatía con ellos, la inserción de todo eso en la Segunda Guerra Mundial, en la historia de la guerra y de la humanidad, la civilización que ha producido tales ingenios voladores junto a la mayor carnicería humana que quepa imaginar. El combustible que hace girar la pluma-hélice del autor es la palabra. Lo explica así: “Las palabras tienen un sentido preciso e inexplicable. Porque están aparentemente talladas en el aire, porque las respiramos como si fueran inmateriales, algo cercano a lo imponderable, muy dúctiles, dóciles; que bien pareciera que aquello que designan no pudiese, por contaminación o por simpatía, ser encerrado en la dura realidad de las cosas, sino que son ligeras, maleables, un poco lo que uno quiere”. Sobre las palabras la literatura, aquí sobrevolada por la poética del gran Faulkner, el que mejor comprendió la sintaxis narrativa, el modo circular en el que había que acercarse a la anécdota. Faulkner, Hemingway y Kant, pero también Pierre Michon que responde, como si fuera un personaje en un diálogo platónico, a su amigo en un epílogo magistral. Michon, Bergounioux, Echenoz, Quignard, Delay, otra gran generación de escritores de Francia.
domingo, 4 de diciembre de 2011
Gerard Manley Hopkins
Se puede decir que Hopkins ha tenido suerte entre nosotros. Lo llevamos traduciendo más de medio siglo, con desigual fortuna, a un lado y a otro del Atlántico, en un intento de acercarlo renovado al lector hispano. Tres autores de entre los grandes han intentado también explicarlo (Cernuda, Dámaso Alonso, Muñoz Rojas), pero queda tanto… Pienso que cada intento, como el que ahora le dedica Rivero Taravillo (El mar y la alondra. Poesía selecta de Gerard Manley Hopkins, Vaso Roto, 2011), es al tiempo un logro y también un recordatorio de la distancia que una poesía como la de Hopkins implica para una cultura contemporánea cada vez más chata y acomplejada, cada vez más metida en la niebla parda de la suficiencia.
La selección de los poemas me parece impecable. Está lo esencial: algunos de los primeros poemas, ese gran poema-libro que es El Naufragio del Deutschland y un puñado de los poemas de madurez, un conjunto difícilmente superable que incluye obras maestras como La grandeza de Dios, El mar y la alondra, que da título al libro, The Windhover (dedicado por el poeta al Cristo, al que consideraba el único crítico ante el que rendir cuentas), Inversnaid, varios de los llamados “Sonetos terribles”, incluido el estremecedor Consuelo de la carroña que Hopkins afirmaba escrito no con tinta sino con sangre y por fin esa sima que es Que la naturaleza es un fuego heracliteano y del consuelo de la Resurrección.
sábado, 3 de diciembre de 2011
viernes, 2 de diciembre de 2011
Xenius
La prestigiosa colección "Obra Fundamental" de la Fundación Banco de Santander publica una amplia selección de la obra narrativa de Eugenio d'Ors (1881-1954), seleccionada por el filólogo, escritor catalán y gran amigo mío Xavier Pla. Cada obra de D´Ors contiene un mundo. Un sistema. Y a la vez es como un un rayo. Fulminante, vibrante, eléctrico. Casi cada una de las piezas que escribió, breves o largas, casi cada párrafo, cada frase está preñada de pensamiento y de sistema, en un juego que va de lo lingüístico a lo simbólico y de ahí hasta lo metafísico. D´Ors crítico de arte, D´Ors columnista, el Xenius, el creador del género periodístico de la glosa orsiana, pero D´Ors también ensayista y filósofo, una de las mentes más productivas de la cultura catalana y española del siglo XX. Ahora tenemos a la mano otro modo de presentarse del autor, otra forma de convergencia hacia ese punto de belleza poética al que siempre apuntó: la narración orsiana, la de Oceanografía del tedio, una de las novelas o nivolas decisivas de la historia literaria moderna, y la de tantos otros de sus relatos que la edición de Xavier Pla recoge con ordenada generosidad.
Leer la entrevista completa en teinteresa.es
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