domingo, 3 de enero de 2010

Nicolás Gómez Dávila

Hace unos meses, leí las más de 1400 páginas de la edición completa de los Escolios a un texto implícito, que ha publicado Atalanta (2009). Pido por adelantado excusas por citarme a mí mismo, pero después de esa lectura, escribí este breve texto: Tratándose de Gómez Dávila, donde cada palabra, empezando por el título general de su obra, está doblada por una o varias referencias cultas, me perdonarán que escriba una nota culturalista. En primer lugar, no se entiende por qué Franco Volpi, en su por lo demás espléndido ensayo introductorio, insiste en la singularidad del escritor colombiano. ¿De dónde surge? ¿Cómo ha aparecido, en esa pequeña república hispanoamericana, semejante rara avis? La herencia ubérrima de un pensamiento discontinuo, en forma de máximas o sentencias (morales o filosóficas) conforma una parte esencial de nuestra tradición cultural común. ¿Qué se quiere decir con esas preguntas retóricas? ¿Acaso que Colombia (que lleva en su nombre el del ilustre navegante) quedaría fuera de esa cadena europea? Entonces tampoco se entendería la posición de García Márquez o de Mutis. ¿De dónde sale Cien años de soledad? Pues de la Iliada, para empezar. Y Gómez Dávila, de la hilera de los moralistas grecorromanos, rehabilitados en el Renacimiento y recreados con la máxima originalidad, primero en el Gran Siglo francés y, más tarde, en el propio siglo XX: basta mencionar la obra de Valèry, Léautaud, Jouhandeau, Reverdy, Max Jacob, Montherlant, Cioran o Albert Caraco, por ceñirnos solo al ámbito de expresión francesa, para darnos cuenta de que esa escritura de retales prosigue hasta hoy más viva que nunca.
Camus decía de Chamfort que su obra, aparentemente dispersa y fragmentaria, conformaba la novela, disimulada, de un yo enfrentado al mundo, y al final, autodestructivo. Algo perfectamente aplicable, en todos sus extremos, al libro de Gómez Dávila. Pero, si hubiera que buscar un precedente aún más ajustado, yo miraría de la parte de Joubert, por ser más espiritual y materialista, de quien la editorial Periférica ha publicado recién una selección con el título Sobre arte y literatura.
Montaigne se jactaba de haber descrito no el ser, sino su paso, o su sombra; Gómez Dávila, más propenso a la confusión del dogmatismo, afirma que no pertenece “a un mundo que perece. Prolongo y transmito una verdad que no muere” (858). De aquí nace al mismo tiempo su serena lucidez, y no pocos excesos y confusiones en el orden político, y en el literario. “Pasamos la vida golpeando siempre a la misma puerta cerrada”, señala Gómez Dávila. Kafka le contestó, por adelantado, mostrando que pasamos la vida delante de una puerta que, a pesar de estar abierta de par en par, y pensada específicamente para cada uno de nosotros, no nos atrevemos jamás a franquear.
El genio del autor, no obstante, queda patente, en frases como ésta: “Si la ironía consiste en pensar que la verdad es precisamente lo contrario de lo que estamos pensando, pero que no basta invertir nuestro pensamiento para captarla –así como la acera de enfrente es aquella en la que nunca estamos–, pido que se me admita como ironista”. Sin duda, se trata de su gran principio de desasimiento epistemológico.
No puedo olvidarme, al repensar en el título, Escolios a un texto implícito, de Gilliant, el personaje de Los trabajos del mar, la novela de Hugo. Despechado por una mujer, el héroe se enroca en una cueva, encaramado a un escollo, asiste a la partida del barco de los amantes, mientras el agua va subiéndole por el cuello hasta sumergirse por entero. Así veo yo a Gómez Dávila: testarudo, brillante, pero despechado, enfrentado oscuramente contra la textura de la vida.
No quiero dejar de mencionar la excelente edición de Atalanta. Más de mil páginas y, abras por donde lo abras, el libro se deja leer plácidamente, sin revolverse ni cerrarse, como era el caso de los libros manufacturados del pasado.
P.S. El señor de la foto, el tipo con pinta de ruso satisfecho, rodeado de libros y de figuritas de porcelana, no es Gómez Dávila. Ya lo sé, pero se le parece mucho.

4 comentarios:

Belnu dijo...

Qué lástima que no sea Gómez Dávila el de la fotografía; es genial! Y tu texto también.

Adelarica dijo...

gracias Isabel

Tomás Molina dijo...

¿Y quién es el personaje de la foto? La biblioteca parece la de Gómez Dávila.

Adelarica dijo...

estimado amigo, no tengo ni idea de quien se trata

las bibliotecas se parecen, sí, pero no son la misma