Déjame responderte en abierto. Creo que me lo merezco, ya que al fin y al cabo has conseguido meterte en mis pesadillas. Y lo digo literalmente. Me has preguntado por aquello que habrías dicho que me hubiere impresionado. Lo único que sé es que a las tres de la madrugada me he despertado sudando, huyendo de lo que estaba soñando. No recordaba la secuencia narrativa de los hechos y las imágenes que me habían estado atormentando en el sueño, pero sí que llevaba un rato haciendo esfuerzos sobrehumanos por despertarme y salir de esa caja negra en la que se había convertido el dormir. Me han venido muchas cosas a la cabeza, cosas de muy diversa índole, en el momento del despertar. Tu imagen. Tus fotos. Sobre todo una en la que estás de pie con una niña en brazos. Sólo recordaba, con una ternura increíble, tu vestido y esas bambas que también llevaban mis hermanas mayores. Recuerdo que en el sueño veía esa imagen tuya y lloraba de rabia pensando en lo que me habías contado. Pensando aterrado en que ese cuerpo delgado, esbelto y recto como un junco, pudiera ser pisoteado por un monstruo. Pensaba en la otra foto, en la de la madonna (putativa) que te llevaba en brazos y te rescataba y mentalmente la bendecía con mis dos manos. Pero también me han venido a la cabeza durante el sueño tus palabras: estábamos los dos conversando, tú tomabas té, yo café solo, en una terraza de la Place de la Sorbonne: hablábamos de Chéjov y de la Mansfield, creo, y tú decías algo sobre la pereza, sobre la pereza que a mí me daba hablar contigo. Yo no entendía nada. No comprendía cómo podías pensar que yo pudiera dejar de hablarte por eso. Y entonces me aclaraste que cuando decías pereza en realidad querías decir miedo. Primero pensé que te referías a otro tipo de miedo, pero luego –el sueño tiene sus iluminaciones particulares– he comprendido que te referías a lo que pudiera descubrir de mí mismo, a tu lado. En ese momento, menudo caos, a la vez que sufría por la princesa golpeada, como si me estuvieran pegando a mí, he recordado un episodio de mi propia infancia, algo terrible, que permanecía oculto y enterrado en las cloacas de mi mente desde hacía por lo menos un siglo. Recuerdo perfectamente la escena. Un profesor de deporte se lleva a un niño detrás de los campos de fútbol. Hay unos pocos árboles que crecen sobre unas dunas de arena, primero removida y más tarde apelmazada. Unos árboles raquíticos, negros, sin hojas de ninguna clase. Se sientan en una duna, como en una escena turbia del Principito. El profesor le da al niño una carta para que la lea en su presencia. El niño no entiende ni una sola de las palabras de la carta, pero en un gesto premonitorio de tantas cosas de su vida, comprende en toda su profundidad que aquel hombre le estaba diciendo que le amaba. El niño le devuelve la carta y se va hacia los edificios. No tiene miedo pero se siente completamente avergonzado. No le cuenta a nadie lo que pasa. Siente asco y vergüenza, y por fin entiende algunas cosas que habían pasado recientemente. Cosas dolorosas y humillantes que por supuesto rechaza. En el sueño el niño se da cuenta de que alguien le ha abierto la puerta a la percepción de lo horrible, a la proximidad del monstruo. Tiene delante el feo rostro de Medusa. Y quiere cogerte la mano. En ese momento, en ese preciso momento, es cuando me he despertado sudando.
7 comentarios:
Gracias por ese sueño, si es que tiene sentido agradecer lo onírico involuntario, lo inconsciente. O tal vez debería decir que siento que hayas tenido que soportar ese sueño por culpa de esa tendencia mía aprendida de las holoturias marinas, que consiste en ir contando trozos de mi historia en voz alta, repartíendola, para interrogarme, sin contar con los ecos que pueda producir en otros. Sí, sí, tienes derecho y te agradezco esta bonita entrada y su urgencia (ya sabes que a mí la urgencia me consuela siempre, es como si el mundo me necesitara... This is my letter to the world / that never wrote to me
gracias a ti, has producido sin quererlo un efecto terapéutico
Glups! Al ver la foto, aunque sea antigua y por tanto no fácilmente recognosocible, me he asustado...
Álvaro, esta es una de las entradas más bonitas que hayas publicado en el blog (entre las que ya leí). Casi me averguenza opinar porque siento que es un tema entre dos. Un abrazo
Lauren, muchas gracias por tus palabras que, como siempre, me animan tanto. No sé. No creo que sea un tema entre dos. Es algo sobre todo mío y el efecto curioso que una conversación con una amiga lúcida y generosa ha provocado en mis recuerdos de infancia. Por lo tanto, has hecho muy bien en comentar lo que tú quieras: sólo faltaría (siempre tengo a mano tus poesías)
estoy de acuerdo, mas que una carta, es un baile. escribes como se baila.
sí que debe ser deslumbrante para que compartas ese baile íntimo y cómplice.
incansable recolector de destellos...
como a ti, me gusta compartir
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