domingo, 31 de mayo de 2009
sábado, 30 de mayo de 2009
viernes, 29 de mayo de 2009
Notas para un diario 111
A mí me dejan de piedra quienes me escriben quejándose, en algunos casos amargamente, de que sea tan bestia y tan poco delicado como para escribir el tipo de cosas que aparecen en estas notas infernales (eso, desde luego, me parece mucho decir; yo creo que bastaría con afirmar, y probablemente acertarían más quienes me critican, que yo no paso nunca de la consideración de lo que Klossowski llamó el demonio intermedio), y para colmo me reprochan que ilustre mis miserias con esas fotos obscenas en las que no hay más que porquería, una visión de la mujer degradante y un espíritu que no cabe calificar de otra cosa que de podrido (sic). Digo que esas críticas me dejan de piedra, o sea, frío, duro e inmóvil, pero también me asombra el hecho de que parezcan comprender (¡lo que sólo son una meras notas!) mucho mejor que yo mismo: de hecho, yo las escribo precisamente para saber lo que estoy escribiendo, lo ignoro todo al comienzo de cada entrada y confieso que me cuesta descubrirlo después, al releerlas; no parece ser el caso de quienes me han taladrado con su mirada, convirtiendo esta escritura íntima en algo transparente, intercambiable y digno de reprobación. Por mi parte, reconozco que sólo en medio de la escritura, y en muy raras ocasiones, consigo ver algo (de nuevo este verbo no refleja una realidad que tiene más con el eliotiano no ver que con el ver), en el mismo momento en el que un quiebro sintáctico, una imagen o una cita surge de algún lugar remoto de mis adentros y se abre paso, no pocas veces contra mi voluntad explícita. No tiene nada de particular, para alguien que se ha formado leyendo el prólogo de los prólogos, o sea el protoevangelio joánico, que la palabra anteceda a la vida, y hasta que la cree en el mismo momento del decir, pero por ahí nos metemos en un terreno difícil para el que hoy no estoy lo suficientemente descansado. Naturalmente que me interesa mucho este aspecto, ¿cómo llamarlo?, ¿metadiscursivo?, ¿teológico? de la escritura, en cierto sentido es lo quede verdad me ha importado siempre, desde niño (mi vocación literaria es la del comentario más que la de la creación), pero no encuentro nada de esa luz tan anhelada por mí en las críticas que tienen un sesgo moralizante (una dimensión despreciable estéticamemente, en la misma medida en que se opone no a la moral, palabra que viene de mores, costumbre o uso, sino a la ley, cosa muy distinta, misteriosa y seria, inalcanzable, pero a la vez urgente y necesaria). En cambio, pies de nácar (y de paso te apunto que aquí tienes un verdadero temazo para tu siempre postergada tesis doctoral), de vez en cuando, muy de vez en cuando, encuentro aquí y acullá, alguna brizna, des bribes, de lucidez en algunos escritos: Marguerite Duras (Escribir), Hélène Cixous (La llegada a la escritura), René Char (Partage formel), todo Jabès, todo Blanchot, la Dinesen en sus cartas, el Kafka de Diario especialmente, son algunos reductos en los que se encuentran respuestas que pueden colmar los anhelos y dudas de las mentes agitadas como la mía o la tuya. Hay otros (dejádme que me reserve algo para mí, ya dijo el sin par de Rojas, en la obra escrita para que Rosa Lida la pudiese comentar a fondo, que quien entrega su secreto entrega su libertad, algo de lo que yo no tengo la menor gana, la verdad), como por ejemplo los escritos de Agamben sobre literatura. Sin ir más lejos, el otro día estuve leyendo unas reflexiones suyas sobre el enrevesado arte de trovar, el histórico me refiero, y me quedé alucinado con las cosas que decía el profesor italiano. Está hablando de la inagotable cuestión de la relación de la escritura y la vida, la escritura y el amor, que es antes el huevo o la gallina, existe o no la tal Laura, petrarquesca o no, existe Beatrice o Cassandra, Dulcinea o Aldonza, Felice o Grete, todas en una, una en todas, o qué es lo que realmente pasa, a qué o a quién se refieren estas notas, dilo de una vez o calla para siempre. La cuestión no se plantea, en el caso del trovar clus, respecto de la poesía misma, sino en las no menos famosas e importantes razós o vidas que de los trovadores se escribían. Parece lógico pensar que lo que se ha considerado, por las mentes críticas más finas, como los primeros intentos modernos de escribir biografía poética, siguieran el camino que va de la vida a la palabra, o sea que lo escrito o narrado sucediese después de lo vivido, y fuese más tarde recogido y leído fielmente en esas miniaturas verbales. Felizmente la cosa no es del todo así, y en las biografías, como por ejemplo en la Vida de Dante que debemos a Boccaccio, la palabra precede también al acontecimiento, si no en el orden puramente cronológico sí en el ontológico. Las vidas respetan por tanto el programa poético de los trovadores: es la palabra la que engendra, convocándola por medio del deseo, la vida que se narra. Que nadie se engañe. Esto no quiere decir que la palabra sea, ni para mí, ni mucho menos para alguien tan inteligente como el gran Giorgio, un mero significante, algo sin referente o un signo vacío de contenido real. Quod factum est in ipso vita erat. Lo poetizado y lo vivido, dice Agamben, están por consiguiente en la experiencia poética en la máxima unidad posible, pero lo están con una condición: la de su desobjetivación recíproca. Seguiremos, espero.
jueves, 28 de mayo de 2009
Notas para un diario 110
Estas palabras que te escribo son, desde luego, una especie de Prièr d´insérer, o sea, un Se ruega insertar, acaso el único género en el que me encuentro más o menos a gusto (como dicen en mi tierra de adopción). No todos los hombres mueren igual, escribió el gran Derrida (Aporías), y yo, que siempre me preocupó la vida mucho más que la muerte, por aquello de que la tengo más a mano (la mano que uno puede levantar contra sí mismo si es necesario, si es compulsory, como se dice en inglés, perentorio en castellano), digo que no todos los hombres viven de la misma manera: en concreto yo, pies de nácar, ya no sé si vivo o muero porque no vivo. La verdad es que ha sido patético darte a leer aquella historia terrible, sucia, una historia de hocicos, decías tú, con la precisión literaria y crítica que te caracteriza, pero que al mismo tiempo necesitaba que leyeses (qué haría yo sin el subjuntivo, que tanto contribuye a desobjetivizar la cosa), y no me preguntes porqué pero lo necesitaba como el beber, de la misma manera que el protagonista bebe de la fuente oscura de la mujer del cuento, hasta que de tanto quedar saciado consigue que la fuente vuelva a manar su leche, su miel y su hiel, estoy viendo perfectamente tu cara de asco, ante tanto engolfarse en la natura naturata. La verdad es que resulta paradójico que seas tú, la que todo lo ha probado y experimentado, la que me digas que no haga locuras, que me mantenga en mis trece, joder que fácil es hablar cuando se va por libre en medio de la dantesca selva erronea e oscura di questa vita. Me he preguntado mil veces, entre ayer y hoy, por la necesidad que tenía de que leyeras eso, y a parte de que sé que eres la única persona que no me juzga, y de la necesidad íntima de compartir contigo esa especie de secretum petrarquesco, me alegra el hecho de que hayamos llegado a esa misma conclusión, cada uno por su lado: frente a lo que el autor denomina absolutismo judío, y que yo creo que se puede traducir, en ese contexto erótico, en que en realidad no es que tengamos un cuerpo, sino que somos un cuerpo, no se puede olvidar tampoco que somos un espíritu, y que en realidad nosotros somos nuestras circunstancias biográficas, sociológicas, etc, y que vivir no es sino esperar(se) en los límites de la verdad. Sí, de acuerdo, pero escúchame una cosa, siendo eso cierto, te aseguro que hay un momento en la vida en que deseamos la objetivización hasta el tuétano mismo de nuestro ser; como decía mi querido Julien Green, on se fatigue d´ être soi-même, y lo único que queremos es desnudarmos, como esas figuras de la Woodman (ver la foto; no sé a vosotros pero a mí me recuerda hasta la nausea el bushiano y aznariano Abu Grahib), acaso con un caperucho sobre la cabeza. Supongo, flaca, que algo de eso es lo que te quería decir; no era, de verdad, una invitación a nada, ni siquiera una sugerencia, ya me conoces, era sólo una manera de decirte tímidamente algo que te he escrito en la dedicatoria del libro que te he mandado, y que sin ningún rigor voy a reproducir aquí: te decía que hablar contigo, mantenerme cerca de ti, con toda mi evidente maladresse, se convierte en otra manera de volver a mí, eres como un espejo que me devuelve mi imagen, pero una imagen mejorada, sosegada, menos neurótica y angustiada; produces en mí un indudable efecto catártico y eso se debe a que eres seguramente la persona más honesta y limpia que me he encontrado nunca, aunque parezca que yo me empeñe en ensuciar todo lo que nos afecta. In other words, I´m always waiting for you because you´re a part of my life. Por ahora lo dejo aquí, bruja buena, pero te prometo que mañana sigo con este discurso entrecortado que llevaba dentro desde hace días y que todo este rollo del libro dichoso no me ha permitido sacar a la luz.
miércoles, 27 de mayo de 2009
martes, 26 de mayo de 2009
Sobre Kafka y El Holocausto
No me gusta nada el autobombo ni la propaganda, ni siquiera la propia, pero supongo que no sería natural que no os dijera que esta noche, a las 22:00, Fernando de Haro me entrevistará en Popular TV. Será media hora de conversación sobre el libro. A ver. También he de decir que el sábado próximo, día 30, estaré en la Feria del Libro de El Retiro, en la caseta de Trotta (nº 197) firmando libros. Si alguien quiere pasarse le invito a un pincho. Y, en principio, el día 22 de junio, lunes, a las 19:30 tendrá lugar la presentación del libro en Madrid, en la Sala Blanquerna (Alcalá, 44). Mercedes Monmany y Julio Trebolle han aceptado presentarlo, por lo que les estaré eternamente agradecido.
lunes, 25 de mayo de 2009
domingo, 24 de mayo de 2009
Paul Landsberg
"Cristo aporta al creyente una liberación de la muerte esencialmente nueva". Estas palabras fueron escritas poco antes de la Segunda Guerra Mundial por un filósofo judeoalemán, antinazi, que se refugió en Francia. No obstante, en esa fecha, el filósofo no había renunciado al suicidio. Desde hacía años, llevaba consigo a todas partes un veneno, para el caso de que cayese en manos de la Gestapo. Llegó la Ocupación. Paul Landsberg se esconde en Pau, en la zona sur. Su soledad se acrecienta. Pero se encuentra con el Cristo. Sólo entonces decide deshacerse del veneno. En marzo de 1943 es detenido y deportado. Murió de agotamiento en Oranienburg el 2 de abril de 1944. Tuvo tiempo, antes de su detención, de hacer cuentas con su transformación interior y escribir un breve ensayo, El problema moral del suicidio, que constituye su testamento intelectual. Lo he estado releyendo estos días. Landsberg no habla de oído; escribe sobre aquello que ha vivido en su fuero más íntimo. En su escrito sostiene, entre otras cosas, que una de las condiciones del cristianismo es que, después del Viernes Santo, ya no podemos hablar de la muerte, los vivos, sin tener presentes a los muertos. También afirma que la razón esencial para no suicidarse no es otra que la de imitar al Cristo. "No te sorprendas si sufres. Sí, vivir es llevar una cruz. Pero una cruz que tiene un sentido sagrado".
sábado, 23 de mayo de 2009
Rafael Conte
Ha muerto Rafael Conte. Lo siento. Durante unos años, primero en el ABC y después en El País, leí con interés sus críticas de libros. Conte era un periodista. Conte era un crítico. Y su trabajo reflejaba ambas cosas de una manera ejemplar. No era George Gusdorf ni Jean Starobinski, pero a su favor hay que decir que tampoco lo pretendía. Era un buen lector, con sus filias y sus fobias, desde luego. Pero también hay que subrayar que permanecía abierto. A veces empleaba tres cuartas partes de su crítica en hablar del autor, de otros autores afines, de todo y de nada, y al final, en un párrafo, decía algo sobre el libro en cuestión. ¿Los leía? ¿No los leía? ¿quería respetar el libro y no destriparlo? No lo sé, pero me da igual. Era su forma de trabajar. Y de paso uno aprendía las cosas de la literatura. Lo que sí me parece es que escribía bien, con eficacia, con una cierta agudeza y con sentido de la palabra, algo que no siempre puede decirse de quienes escriben en las páginas de libros de la prensa nacional. Otra gran virtud de Conte, junto con su apertura y su pasión literaria y verbal, era su fidelidad a gentes raras y olvidadas, ejemplos hay muchos pero me limito a señalar los dos más sangrantes de la literatura española: Jiménez Lozano y Cristóbal Serra (ninguno en la Academia, para vergüenza de la Institución presidida por García de la Concha, ninguno aceptado por la progresía, ninguno en el canon oficial, siendo como son, ambos dos, los más grandes de entre los vivos).
Conocí personalmente a Conte. Le mandé mi Green. Adoraba a Julien Green y mi libro le gustó. Cuando nos vimos, lo primero que me dijo fue: "Se acuerda Ud. de lo que le dijo Bernanos a Green en cuanto se conocieron, con Léviathan en la mano?". Me acuerdo perfectamente, le respondí (Courage Green, c´est bon, c´est tres bon). "Pues yo le digo a Ud. exactamente lo mismo sobre su libro". Hablamos durante horas, paseamos por el Retiro, comimos, nos carteamos. De repente, te interrumpía y te preguntaba algo como: "Vamos a ver, Alvaro, Ud. está pour ou contre?". Yo a eso no le respondí, no quería traicionar a Proust. Recuerdo que le dije: Desde luego Ud. está pour. Y añadió con la rapidez que le caracterizaba: Je suis pour, mais pas plus que Marcel. Otro día, comiendo con un amigo común al que no sé porqué he dejado de ver, sacó de repente tres papeles y nos propuso que escribiéramos los a nuestro juicio 10 escritores más importantes del siglo XX. Coincidimos en casi todos los tres, con excepciones. Conte había puesto a Thomas Mann y a Cortazar, y yo, en cambio, a Musil y a Rulfo. Me miró con ternura y comprensión, acaso con una sana envidia.
Conte era humilde. Yo no encuentro en la prensa muchos críticos así. La humildad, también en esto, es esencial, y lo comprenden muy pocos. Mercedes Monmany, del ABC, es una excepción. De más de una manera, sigue quizás sin saberlo la estela de Conte. También por su rigor y su profesionalidad. Por ponerse al servicio del libro que comentan y de los lectores que buscan pistas y orientación. Saladrigas, en La Vanguardia. Rafa Narbona en El Cultural de El Mundo. Personas con un ego lo suficientemente pequeño (o controlado) como para que resplandezca, en lo que escriben, su inteligencia (e incluso su bondad). Les admiro y envidio por eso. Y me gustaría aprender de ellos.
viernes, 22 de mayo de 2009
Harold Brodkey
Desconfío de los resúmenes, de toda clase de descenso a través del tiempo, de cualquier exceso de confianza que alguien deposite en la veracidad de lo que rememora; creo que quien afirma comprender algo pero permanece imperturbablemente sereno, quien asegura que escribe sus recuerdos con sosegada emoción, es un necio y un mentiroso. Comprender es temblar. Rememorar es regresar a algo y sentirse conmocionado. Después de girar por el aire en un simulacro de vuelo, el acróbata permanece erguido sobre la plataforma y realiza un simulacro de reverencia, como si aquello por lo que se le aplaude fuera fácil para él y no le costara nada, aunque mientras tanto le cubre el sudor y su sonrisa está ribeteada por un escalofrío de alivio que da que pensar; obra como es propio en el mundo del espectáculo: finge ser un superhombre. Estoy harto de eso. Admiro la facultad de arrodillarse delante del acontecimiento.
jueves, 21 de mayo de 2009
Notas para un diario 109
No me puedo olvidar de una cosa que me sucedió en Cracovia. Acudo a la Basílica de Santa María, en la Lonja de los Paños, con la necesidad imperiosa de confesar. No tengo tiempo: mi avión sale para Bruselas apenas dos horas más tarde. Entro agobiado y acudo a un sacerdote joven que se haya entregado al Libro de Horas en un confesionario. Hablamos en inglés con toda fluidez, pero se niega a confesarme. Lo dice sonriendo, sin inmutarse. Le pregunto que porqué. Me dice que no habla inglés. "Pero si estamos hablando, será una confesión tan sencilla como necesaria". Sí, no lo dudo, añade, pero no puedo hacerlo. "¿No puede o no quiere?" Me sonríe con una pizca de maldad. La maldad de quien, teniendo en su mano las llaves, se niega a abrir la puerta. Me quedo muy tranquilo, pero triste al mismo tiempo por ese sacerdote que desconoce la carga tremenda que se echa sobre sus espaldas.
miércoles, 20 de mayo de 2009
martes, 19 de mayo de 2009
Hobby Horse en cifras
Hoy, 19 de mayo, hace un año exacto que el contador de google analytics controla el número de visitas y usuarios que tiene Hobby Horse. Por si a alguien le interesan los datos, los ofrezco con mucho gusto. No me fascina la dimensión cuantitativa de la vida (de hecho los resultados son bastante modestos comparados con los de otros muchos blogs, pero no me importa nada ponerlo de manifiesto), a mí me da igual uno que mil, lo importante sois cada uno de vosotros, tomados aisladamente, uno por uno, los verdaderos destinatarios de estos mensajes y esfuerzos. Dicen que el primer año es el más difícil y complicado en este sentido. Veremos.
Han visitado el blog al menos una vez: 5. 242 personas (usuarios únicos)
El blog ha sido visitado: 21.500 veces (visitas)
Cada visitante ha consultado al menos 2 páginas y el tiempo medio de permanencia en el blog, de cada visita, ha sido de más de 5 minutos.
He editado 476 entradas (171 de música), o sea, un poco menos de 1 por día.
Los visitantes pertenecen a 72 países del mundo.
España es el país que más visitantes aporta, con personas de 126 lugares del territorio nacional.
Las tres entradas más visitadas son
(Lo cual, por cierto, si releéis las entradas en cuestión lo veréis claramente, es una buena muestra del nivel de los lectores de este blog)
GRACIAS A TODOS!!!!!
Notas para un diario 108
El miedo y la angustia tienen que ver con la seguridad y la parálisis. Cuando permanecemos anclados en una posición y queremos mantenerla inamovible, entonces aparece el miedo a la vida cotidiana, que no es más que un señuelo –es cuando empezamos a marearnos y a perder el equilibrio físico– del miedo a la auténtica vida, la que comienza con el reconocimiento del misterio incognoscible de la muerte.
lunes, 18 de mayo de 2009
domingo, 17 de mayo de 2009
Entrevista a Claudio Magris
En la edición del periódico La Razón de hoy podéis encontrar la publicación de una entrevista que le hice ayer por la mañana a Claudio Magris. La reproduzco aquí, bajo una foto de mi amigo Danilo di Marco (English version)
Álvaro de la Rica. Pamplona/Turín. 17 de mayo de 2009.
Claudio Magris (Trieste, 1939)recibió ayer durante la Ferial del Libro de Turín la Orden de las Artes y las Letras de España. El galardón, instituido a imagen de la Legión de Honor francesa por el anterior Ministro de Cultura, César Antonio Molina, se concede por vez primera este año y ha recaído en el humanista italiano. Profesor de literatura alemana, autor de una veintena de títulos que abarcan todos los géneros literarios, Magris es ante todo un narrador ejemplar y un polemista infatigable en el debate intelectual y político. Por la amplitud de sus intereses y por la agudeza de sus análisis, en todo el mundo se reconoce en este escritor a una voz serena, lúcida e imprescindible para estos tiempos de crisis.
-¿Qué significa para usted esta distinción?
-Una nueva muestra de la generosidad de España hacia mí. Una prueba ulterior de su hospitalidad, de su capacidad de acogimiento, hasta el punto de que hoy podré decir, aún con más motivo que nunca, que España también es mi país. De alguna forma, es como si España se reintrodujera en el árbol genealógico de mi familia.
-¿Cómo ha sido entonces esa relación?
-Déjeme subrayar, antes que nada, mi agradecimiento fraternal a César Antonio Molina, quien promovió esta distinción y me comunicó la concesión. No me puedo olvidar de que España ha sido el país desde el que se ha introducido en Europa la obra de mi mujer, Marisa Madieri. Después le diría que mi relación con España ha tenido una característica que me asombra: jamás se ha producido un malentendido. La recepción de mi obra ha tenido, como es lógico, críticas a veces negativas, pero no he percibido nunca la incomprensión, el malentendido. Eso que ocurre cuando tocando el violín alguien nos dice que por favor dejemos de tocar el piano. No, en España he sido comprendido muy a fondo, incluso por aquellos que han criticado mi obra.
-¿A qué atribuye esa enorme empatía?
-Creo que empezó con El Danubio. Es un libro que habla, en el fondo, de la historia en su permanente transformación. Pienso que en España se leyó con la vista puesta en su propio cambio, que ha sido político pero al mismo tiempo también ha sido una gran transformación como país. España ha protagonizado un giro histórico profundo en los últimos decenios, un cambio que contenía la cifra de la contemporaneidad, y en algunos momentos, ante dicha complejidad, nada fácil, un libro como el mío pudo servir para algunos como un elemento más de orientación, en la medida en que describía otra transformación, en el ámbito centroeuropeo.
-Y, si me permite preguntárselo, ¿cómo ve a España en este momento?
-La sigo viendo plena de vitalidad. Sigo muy de cerca todo lo que ocurre y no se me escapa que atraviesa momentos difíciles, que está metida en la más dura prosa política y económica. Pienso que estará afrontando el problema con la seriedad que le caracteriza, aunque no se pueda estar siempre en una situación de máxima creatividad. Déjeme decirle, con todo respeto, pero con franqueza, que hay un aspecto que me parece inquietante de la situación actual. Me refiero a la contraposición insensata del catolicismo con un fundamentalismo laicista que me desagrada profundamente, y se lo dice un laico convencido; se trata de un feo eco del pasado del que debería liberarse, de una tensión autodestructiva y estéril.
-Y, ¿cuál ha sido la influencia de lo hispano en su formación intelectual?
-Ha sido enorme, aunque algo caótica. No cursé literatura española en la Universidad, pero he leído con asiduidad a los autores españoles. El Siglo de Oro, constantemente, la poesía y el teatro: Calderón y Lope. Cervantes es una guía para mí: en mi propia obra está presente la exigencia cervantina de hacer cuentas con la propia vida. También conozco a fondo la literatura española del siglo XX, desde Unamuno hasta muchos de los autores actuales. He estudiado con pasión la España imperial y su papel decisivo en la historia.
-¿Se refiere a la presencia española en América o más bien a su protagonismo en Europa?
-Me refiero más bien a esto último, a la presencia hispana en el corazón de Europa. Se trata de un elemento sin el que, por razones evidentes, no se puede comprender la Historia moderna y contemporánea. En un plano más restringido, me ha fascinado la España volcada sobre el mar y la navegación, y en este sentido la aventura americana española es un hito.
-O sea que no tiene una idea caricaturesca de lo español.
-Pues no. No habría más que asomarse a los grandes pintores españoles (El Greco, Murillo, Zurbarán, Velázquez o Goya) para borrar cualquier tentación de caricaturizar a España.
-¿Cómo está percibiendo, ahora le hablo en general, más allá del caso español, en el momento actual, esta situación de crisis? ¿Estamos ante una plasmación, en lo económico, de una crisis de valores que tantas veces se ha anunciado?
-Yo no lo plantearía así, al menos de entrada. Establecer esa relación, sin las debidas cautelas, conduce a la simplificación. Me parece que estamos ante un desequilibrio entre la dimensión financiera, monetaria, de la economía, y la dimensión real, empresarial. Nos habíamos olvidado de que ésta no puede ser más que una relación de medios a fines. Puede ser una lección de humildad. Hay que recordar que los imperios caen, que la historia, afortunadamente, permanece abierta. Y eso sí tiene un hondo sentido moral.
-Cambiando de tema, ¿qué trabajo literario tiene ahora mismo entre manos?
-Muchos, pero trabajos pequeños, que necesito terminar para poder escribir algo narrativo. Aquí se reproduce la búsqueda del equilibrio de medios y fines. Tengo en proyecto una historia sobre la aventura oceánica española, de la que hablábamos. Pero muy en ciernes. Veremos si al final viene o no esa historia que, por el momento, sólo barrunto.
-Y, por último, acaba de celebrar, con grandes homenajes en su país, su 70 cumpleaños. ¿Cómo lo ha vivido?
-Con naturalidad. No lo pienso mucho, me refiero a la cuestión de la edad. Intento vivir como si cada día fuera el último, pero no en el sentido del «carpe diem», sino más bien en aquel otro que se esconde en la frase evangélica de «bástele a cada día su afán». Acepto de antemano lo que venga. Y mantengo la ilusión, aunque también el escepticismo que toda fe necesita. Siempre que puedo me baño en el mar, últimamente con el agua a 13º.
sábado, 16 de mayo de 2009
viernes, 15 de mayo de 2009
Stig Dagerman
La primera vez que he oído hablar de Stig Dagerman ha sido hace unos meses. Fue a Le Clézio en su espectacular Nobel Lecture (me temo que nadie le ha hecho ni caso). En concreto, decía lo siguiente: Shortly before I received the—to me, astonishing—news that the Swedish Academy was awarding me this distinction, I was re-reading a little book by Stig Dagerman that I am particularly fond of: a collection of political essays entitled Essäer och texter. It was no mere chance that I was re-reading this bitter, abrasive book. I was preparing a trip to Sweden to receive the prize which the Association of the Friends of Stig Dagerman had awarded to me the previous summer, to visit the places where the writer had lived as a child. I have always been particularly receptive to Dagerman's writing, to the way in which he combines a child-like tenderness with naïveté and sarcasm. And to his idealism. To the clear-sightedness with which he judges his troubled, post-war era—that of his mature years, and of my childhood. One sentence in particular caught my attention, and seemed to be addressed to me at that very moment, for I had just published a novel entitled Ritournelle de la faim. That sentence, or that passage rather, is as follows: "How is it possible on the one hand, for example, to behave as if nothing on earth were more important than literature, and on the other fail to see that wherever one looks, people are struggling against hunger and will necessarily consider that the most important thing is what they earn at the end of the month? Because this is where he (the writer) is confronted with a new paradox: while all he wanted was to write for those who are hungry, he now discovers that it is only those who have plenty to eat who have the leisure to take notice of his existence." (The Writer and Consciousness) This "forest of paradoxes", as Stig Dagerman calls it, is, precisely, the realm of writing, the place from which the artist must not attempt to escape: on the contrary, he or she must "camp out" there in order to examine every detail, explore every path, name every tree. It is not always a pleasant stay. He thought he had found shelter, she was confiding in her page as if it were a close, indulgent friend; but now these writers are confronted with reality, not merely as observers, but as actors. They must choose sides, establish their distance. Cicero, Rabelais, Condorcet, Rousseau, Madame de Staël, or, far more recently, Solzhenitsyn or Hwang Sok-yong, Abdelatif Laâbi, or Milan Kundera: all were obliged to follow the path of exile. For someone like myself who has always—except during that brief war-time period—enjoyed freedom of movement, the idea that one might be forbidden to live in the place one has chosen is as inadmissible as being deprived of one's freedom.
Me impresionó ese párrafo. Luego me di cuenta de que Le Clézio titula su discurso del Nobel con la expresión de Dagerman: el bosque de las paradojas, expresión con la que pretende ofrecer una aproximación al hecho literario en sí. La referencia a libros ácidos, hasta la abrasión, me despertó el interés por ese autor sueco al que hasta entonces no había ni siquiera oído nombrar.
Fortuna vino en mi auxilio cuando encontré, hace dos días, en mi librería de cabecera, un pequeño volúmen cuyo título me impresionó: Nuestra necesidad de consuelo es interminable… ¡Uy!, dije, "esto es lo que necesito". Pensé que alguien me estaba enviando una carta personalizada, lo cogí y me fuí a pagarlo a la caja. Estando allí comprobé con asombro que estaba escrito por Stig Dagerman, aquel autor citado por Le Clézio y al que desde entonces, sabiéndolo o no, andaba buscando.
Llegué a casa con ansia de leerlo. Lo abrí al azar por una página cualquiera y encontré este otro texto deslumbrante: El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las obras realizadas de mi vida. Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no sólo se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo. Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo tiempo, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba de ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos en una prueba, Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo.
Como me ha ocurrido cientos de veces, un nombre, un título, un rostro en una foto o en la realidad, han sido el punto de arranque de encuentros maravillosos. Algo muy dentro te lleva hasta esa realidad entrevista en un segundo. Basta una referencia, una pista, y con el tiempo eso que comenzó como un acto momentáneo de empatía se convierte en una relación de las que dan sentido a la propia vida. Así me ha ocurrido con Dagerman y con otras personas últimamente.
Me impresionó ese párrafo. Luego me di cuenta de que Le Clézio titula su discurso del Nobel con la expresión de Dagerman: el bosque de las paradojas, expresión con la que pretende ofrecer una aproximación al hecho literario en sí. La referencia a libros ácidos, hasta la abrasión, me despertó el interés por ese autor sueco al que hasta entonces no había ni siquiera oído nombrar.
Fortuna vino en mi auxilio cuando encontré, hace dos días, en mi librería de cabecera, un pequeño volúmen cuyo título me impresionó: Nuestra necesidad de consuelo es interminable… ¡Uy!, dije, "esto es lo que necesito". Pensé que alguien me estaba enviando una carta personalizada, lo cogí y me fuí a pagarlo a la caja. Estando allí comprobé con asombro que estaba escrito por Stig Dagerman, aquel autor citado por Le Clézio y al que desde entonces, sabiéndolo o no, andaba buscando.
Llegué a casa con ansia de leerlo. Lo abrí al azar por una página cualquiera y encontré este otro texto deslumbrante: El tiempo es una falsa unidad de medida para medir la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo alcanza las obras realizadas de mi vida. Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no sólo se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la vida y el tiempo. Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo tiempo, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba de ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados conseguidos en una prueba, Tampoco una vida humana es la superación de una prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de reposo.
Como me ha ocurrido cientos de veces, un nombre, un título, un rostro en una foto o en la realidad, han sido el punto de arranque de encuentros maravillosos. Algo muy dentro te lleva hasta esa realidad entrevista en un segundo. Basta una referencia, una pista, y con el tiempo eso que comenzó como un acto momentáneo de empatía se convierte en una relación de las que dan sentido a la propia vida. Así me ha ocurrido con Dagerman y con otras personas últimamente.
jueves, 14 de mayo de 2009
miércoles, 13 de mayo de 2009
Notas para un diario 107
Déjame responderte en abierto. Creo que me lo merezco, ya que al fin y al cabo has conseguido meterte en mis pesadillas. Y lo digo literalmente. Me has preguntado por aquello que habrías dicho que me hubiere impresionado. Lo único que sé es que a las tres de la madrugada me he despertado sudando, huyendo de lo que estaba soñando. No recordaba la secuencia narrativa de los hechos y las imágenes que me habían estado atormentando en el sueño, pero sí que llevaba un rato haciendo esfuerzos sobrehumanos por despertarme y salir de esa caja negra en la que se había convertido el dormir. Me han venido muchas cosas a la cabeza, cosas de muy diversa índole, en el momento del despertar. Tu imagen. Tus fotos. Sobre todo una en la que estás de pie con una niña en brazos. Sólo recordaba, con una ternura increíble, tu vestido y esas bambas que también llevaban mis hermanas mayores. Recuerdo que en el sueño veía esa imagen tuya y lloraba de rabia pensando en lo que me habías contado. Pensando aterrado en que ese cuerpo delgado, esbelto y recto como un junco, pudiera ser pisoteado por un monstruo. Pensaba en la otra foto, en la de la madonna (putativa) que te llevaba en brazos y te rescataba y mentalmente la bendecía con mis dos manos. Pero también me han venido a la cabeza durante el sueño tus palabras: estábamos los dos conversando, tú tomabas té, yo café solo, en una terraza de la Place de la Sorbonne: hablábamos de Chéjov y de la Mansfield, creo, y tú decías algo sobre la pereza, sobre la pereza que a mí me daba hablar contigo. Yo no entendía nada. No comprendía cómo podías pensar que yo pudiera dejar de hablarte por eso. Y entonces me aclaraste que cuando decías pereza en realidad querías decir miedo. Primero pensé que te referías a otro tipo de miedo, pero luego –el sueño tiene sus iluminaciones particulares– he comprendido que te referías a lo que pudiera descubrir de mí mismo, a tu lado. En ese momento, menudo caos, a la vez que sufría por la princesa golpeada, como si me estuvieran pegando a mí, he recordado un episodio de mi propia infancia, algo terrible, que permanecía oculto y enterrado en las cloacas de mi mente desde hacía por lo menos un siglo. Recuerdo perfectamente la escena. Un profesor de deporte se lleva a un niño detrás de los campos de fútbol. Hay unos pocos árboles que crecen sobre unas dunas de arena, primero removida y más tarde apelmazada. Unos árboles raquíticos, negros, sin hojas de ninguna clase. Se sientan en una duna, como en una escena turbia del Principito. El profesor le da al niño una carta para que la lea en su presencia. El niño no entiende ni una sola de las palabras de la carta, pero en un gesto premonitorio de tantas cosas de su vida, comprende en toda su profundidad que aquel hombre le estaba diciendo que le amaba. El niño le devuelve la carta y se va hacia los edificios. No tiene miedo pero se siente completamente avergonzado. No le cuenta a nadie lo que pasa. Siente asco y vergüenza, y por fin entiende algunas cosas que habían pasado recientemente. Cosas dolorosas y humillantes que por supuesto rechaza. En el sueño el niño se da cuenta de que alguien le ha abierto la puerta a la percepción de lo horrible, a la proximidad del monstruo. Tiene delante el feo rostro de Medusa. Y quiere cogerte la mano. En ese momento, en ese preciso momento, es cuando me he despertado sudando.
martes, 12 de mayo de 2009
Antonio Vega. In memoriam
Me he enterado hace aproximadamente una hora de que se ha muerto Antonio Vega. ¡Qué pena, Al! Siempre me ha atraído muchísimo: su voz, su melancolía, su soledad, su fragilidad... Cuando veía videos de sus conciertos, o cuando salía en las noticias, me decía a mí misma: "Ojalá pudiera ayudarle, o abrazarle. Se le ve tan solo..." Siempre me inspiró una ternura tremenda, desde el día que podría decirse que "le conocí": Iba de viaje con mis padres y mi hermano (no recuerdo adónde), y mi padre puso un disco de Ketama. Yo andaba distraída, peleándome con mi hermano cuando, de repente, comenzó a sonar aquella canción: Se dejaba llevar. Solté a mi hermano y me sumí en un estado de evasión total... Cuando acabó la canción volví al coche y escuché a mis padres hablar de Antonio Vega. Mi madre le explicaba a mi padre el significado de Se dejaba llevar. Me impresionó muchísimo. Desde entonces, hace ya unos 10 años, Antonio Vega ha sido para mí como una especie de amor platónico.
(De una carta de una amiga recibida hoy a las 13:22. Vaya esta canción, que ya apareció en el blog, en su memoria)
Cortázar
Hace poco tiempo traje a este blog un espléndido libro de Fernando Savater sobre Jorge Luis Borges. Es una introducción al genio argentino, y es mucho más que una introducción. Me gustan esos libros, sencillos de leer y difíciles de escribir (hace falta lo que no se ve del iceberg: una vida de lecturas y meditación detrás), en los que alguien se encara con la obra de otro al que admira con inteligencia y conoce con pasión. Libros que están bien escritos y que, si tuviera que establecer en el archivo de este blog una etiqueta precisa, no dudaría en llamar Invitaciones a la lectura. Ahora, cuando acaba de salir Papeles inesperados, un volumen con la obra póstuma de Cortázar, del que habla con su perspicacia habitual en su blog Lauren Mendinueta (os remito a ella), y cuando podemos disfrutar, gracias a la impagable labor que realiza Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg de unas obras completas verdaderamente cuidadas, reaparece en las librerías españolas un libro, pequeño, humilde pero justo y acertado, de interpretación de la obra del no menos genial autor de Rayuela. Se titula Imagen de Julio Cortázar, y lo firma Ignacio Solares (un profesor de filosofía de la Universidad de México). Menos descriptivo que el libro de Savater, el trabajo de Solares ofrece una interpretación completa, matizada y verosímil del conjunto de la poética cortazariana, y lo hace entorno al concepto de otredad. Partiendo, como lo hizo el propio autor estudiado, de la intuición rimbaudiana de que el yo es otro, Solares rastrea en cada rincón de la obra las huellas de una visión que, partiendo del sueño, reconstruye una nueva vida, una ciudad propia, en la que las leyes que la rigen son de naturaleza otra, de esencia estrictamente poética y transcendental. Lo he leído de un tirón, con el mismo placer con el que se lee el mejor relato, y al terminar, eran las tres de la madrugada, no sé porqué, me he visto obligado a releer tres veces aquel último poema de Hesse escrito poco antes de su muerte en el verano de 1962, y que se titula Ein Traum, Un sueño: Salones que cruzamos con timidez/un centenar de rostros que desconocemos/Con lentitud, una tras otra/las luces palidecen./Allí cuando su brillo se hace gris/cuando se niega a atardecer,/un rostro me parece familiar,/la memoria del amor encuentra/conocidos los rostros/que antes fueron extraños./Oigo nombres de padres,/hermanos, camaradas/así como de héroes, de mujeres, de poetas/que yo reverencié cuando muchacho./Pero ninguno de ellos/me concede siquiera una mirada./Con las llamas de una vela/se desvanecen en la nada/dejan entristecido el corazón/sonidos de poemas olvidados,/oscuridad, lamentos/ en torno de los días ya encauzados/en leyenda y en sueño/de una luz disfrutada alguna vez. Sé que a Julio Cortázar le hubiera gustado este poema.
lunes, 11 de mayo de 2009
Querida Natalia
Me encanta esta foto de Natalia Ginzburg, née Natalia Levi: la tomó Salvatore Piermarini en Roma en 1987, cuatro años antes de la muerte de la escritora judeoitaliana. La prefiero a otras más estudiadas. Esa mirada, el gesto de la boca y la posición un tanto arqueada del cuerpo, revelan a un tiempo la capacidad asombrosa de affrontare que tenía, y muestran a una persona que era capaz de ver (no digo sólo mirar). Siempre he pensado que cuando una mujer está en posesión de su feminidad, a cualquier edad (esto se puede ver en las fotos buenas, y no sabría decir porqué), contiene todas las fases y dimensiones de la condición femenina: así, una mujer de setenta y un años, como lo es la Ginzburg ahí, aparece potencialmente como madre, como niña, como amiga, como hermana, como amante (para mí mantiene todo su atractivo a la vez fuerte, tierno, sensual), y hasta como abuela. No se trata sólo de aquello de que el que tuvo, retuvo; hay algo más profundo que hace que una mujer sea, siempre, todas las mujeres que ha sido y que será. Algunas fotos captan esta realidad, y ésta es una de ellas. Conocí la obra de Natalia Ginzburg por un artículo magistral de Cármen Martín Gaite, publicado en la tercera de ABC (quien te ha visto y quien te ve, periódico de mi infancia). La novelista de Salamanca había traducido con pasión (y lo que es más importante, con acierto) la novela Caro Michele. Corrí a comprarla y creo que a día de hoy sigue siendo, tout court, mi novela favorita. Después he leído toda la obra de la italiana (incluido el teatro), pero nunca con la inspiración y el don literalmente arrebatador con el que leí, en el parque de la Media Luna de Pamplona, mientras mi hijo dormía en su cochecito azul, las cartas de la madre de Miguel. Me ha gustado todo lo de la Ginzburg, sin excepción, desde su primera novela extraordinaria, La strada che va in città. Pero lo que más me ha interesado (dejo aparte aquella primera novela que leí, que está en otro estadio para mí, el de las verdaderas revelaciones, el de lo místico e íntimo, el de nuestra educación sentimental y nuestra formatio) han sido sus ensayos. Políticos, literarios, autobiográficos. El mejor ensayismo (lo que es mucho decir) del siglo. Lumen ha publicado, en un sólo volumen, y con el título general de Ensayos, dos libros importantes: Nunca me preguntes y No podemos saberlo. Dos frases de las que Natalia Ginzburg hizo buen uso a lo largo de su vida.
domingo, 10 de mayo de 2009
Notas para un diario 106
Ni tengo ni soy nada en absoluto; he engañado a mí ángel, Lucifer, y vendido mi alma a los ángeles del paraíso, y, sin embargo, no puedo entrar en él; ni me hallo en el mundo ni pertenezco a él, pero no puedo salir del mundo; odio, siento escalofríos a cada minuto, y, a pesar de todo, los minutos siguen pasando uno a uno; es, en una palabra, la más completa infelicidad. Nunca creería, incluso si alguien me lo dijera, que fuera posible vivir así. No creas que soy una persona tan pusilánime que no haya pensado si no sería mejor, al fin y al cabo, quitarme la vida, y que no esté dispuesta a hacerlo si realmente llegase a la convicción de que había llegado el momento. Porque dejar de vivir de esta manera es algo a lo que, en cualquier caso, estaría dispuesta la persona más pusilánime. Pero pienso que eso no resolvería nada. Anhelo la vida y huyo del vacío y de la nada, ¿y qué otra cosa brinda la muerte? Apasionadamente deseo vivir, apasionadamente rehuyo morir… Estas palabras, que bien podía haberlas redactado mi amiga mística, la que me escribe esas cartas tan realistas y poéticas, la que sabe hablar de su alma y no le importa desnudarla ante mí, las escribió mi admirada Karen Dinesen, la baronesa Blixen, Tanne, un espíritu al que vuelvo cada vez más a menudo en busca de consuelo y acompañamiento. Las circunstancias que rodean ese fragmento son bien conocidas: su matrimonio con un hombre al que nunca amó le ha sumido en la ruina económica, moral y física (el puñetero Barón, que Dios guarde en su seno misericordioso, no contento con arruinarle y pegarle la sífilis, quiso como remate a su destacada actuación desposeerle del título nobiliario tras su ruptura), su querida madre (la que le cuidó amorosamente de niña cuando su padre se suicidó abandonándola a su suerte, la que le ha acompañado y alentado en todas sus ilusiones, ha muerto), la aventura africana toca a su fin, Dennys (algún día hablaré a fondo de Finch-Hatton), el amor de su vida, decide también abandonarla después de que Tanne abortara al hijo de ambos que llevaba en sus entrañas. Por suerte para todos, entre el suicidio y la escritura, eligió esta segunda, comenzando entonces, contra viento y marea, una obra memorable que nace directamente del suelo del más profundo dolor. Sin tener nada, apenas una vieja casona nórdica (en la foto) que parece que se cierra sobre mí para protegerme, Tanne se revisita a sí misma, con toda su historia, plena de alegrías y traumas, en una segunda navegación esplendorosa. Recuerdo estas cosas mientras escucho la versión de Yehudi Menuhin de ese Doble Concierto de Bach con el que la baronesa solía emborracharse (con champagne) en las solitarias noches de Rungstedlund.
Y recuerdo a esa hermana espiritual, a la que debo tanto (no me puedo olvidar de su afirmación de que la verdadera religiosidad consiste en amar sin condiciones el propio destino), en una semana llena de cosas, de nuevas amistades, de alegrías grandes y pequeñas. Me decía una de esas personas a las que creo que puedo llamar amiga que el dos es un número inestable: los amigos son dos, los amantes son dos, pero estoy de acuerdo en que el dos es inestable. La amistad no se sabe nunca de donde puede llegar y yo procuro estar atento a lo que considero que es el mayor don de la vida; considero, de hecho, que la amistad es la condición sine qua non para que cualquier relación sea propiamente humana: me da lo mismo que se trate de la familia, de los compañeros de trabajo o de las que personas que a uno le sirven o le atienden de la manera que sea. He elegido siempre que he podido en la vida en función de la amistad. O al menos lo he intentado. La paternidad, la filiación o la fraternidad, sin la amistad, son una cadena, la mayor parte de las veces insoportable. El compañerismo es algo que he ignorado siempre, cuando se ha producido al margen de la amistad. Algunas de las personas que me han cuidado en la vida, material o espiritualmente, se encuentran entre las que de verdad puedo llamar amigos. Muchas relaciones profesionales, con periódicos, editoriales, fundaciones, etc, han dejado de interesarme cuando he comprobado que no era posible mantenerlas en el ámbito de la amistad con las personas responsables de las mismas. No sólo creo en la amistad hombre-mujer (un viejo tópico del que casi da vergüenza hablar pero que, por increíble que parezca, para algunos/as sigue siendo algo a lo que agarrarse en su cerrazón), sino que mis mejores "amigos" son en realidad amigas, empezando por supuesto por mi propia mujer. Con frecuencia los sentimientos se confunden, y que coño importa: manía de no mancharse con las cosas. Procuro ser fiel a la amistad, y creo que la mayor parte de las veces lo he sido, pero también es verdad que pienso que cuando un cristal se rompe no hay quien lo rehaga. En este punto puedo ser muy duro, a veces. La condición de la amistad es el respeto (cuanto más escrupuloso mejor) y el afecto. Hay personas muy afectuosas que son incapaces de respetar nada que no sea a ellos mismos o lo que les va interesando en cada caso (por razones económicas, por vanidad, por lo que sea); hay un número menor de gente que no sabe respetar a los demás por pura timidez: la única manera que tienen de mostrarte su afecto es haciéndote daño (no albergan mala intención y, aunque sepas que tienen la afectividad atrofiada, te dan ganas de gritarles que maduren de una vez y que se venzan). Aunque soy fiel, no me gusta dar la lata, creo que hay que dejar espacio, tengo una hipersensibilidad para darme cuenta de cuando estorbo y por eso con frecuencia desaparezco del mapa, en ocasiones para siempre. La amistad es como una balanza, muy delicada, de mucha precisión. También es, como ese artilugio, un medidor de almas. La vida vale lo que valgan los amigos que uno mantiene. La vida ha sido muy generosa conmigo en este capítulo, y le estoy eternamente agradecido por ello.
sábado, 9 de mayo de 2009
viernes, 8 de mayo de 2009
Felicitación de cumpleaños (44)
…no sé que me pasa que contigo todo me hace daño; esta mañana, me disponía a trabajar en casa; estaba solo, oyendo música sacra; estaba relativamente contento y confiado en que sería una mañana bien aprovechada: el final de una semana llena de trabajo y de frutos de trabajo; no tenía en el horizonte grandes nubarrones, si excluimos los apuros económicos de siempre, las miserias corporales que se acumulan tras cuatro décadas de dejadez y de excesos, tras el insomnio nuestro de cada día… y, cuando menos lo esperaba, la verdad es que no lo esperaba en absoluto, suena el teléfono, veo el prefijo y cojo sin tener ni idea de quien se trata: eras tú, otro año más, con toda la inmensa delicadeza que te caracteriza y que sin embargo a mí me hunde en el fango; no sé que me pasa contigo que todo me hace daño: tenía que hacer muchas cosas, escribir correos, realizar llamadas, leer un par de artículos, planear varios viajes que tengo por delante. Después de hablar contigo, de no ser capaz de decirte una sola palabra de verdad, y, tras colgar, y después de luchar durante una hora más con el demonio de la negatividad, me he dado por vencido; me he quedado en la silla sin hacer nada más que mirar el vacío que tenía por delante y dentro de mí. Ahora sé que será un día completamente vacío, al menos en lo que se refiere al orden del hacer. No sé que me pasa contigo que todo me hace daño: creo que si yo estuviera un día tirado en un banco de la calle, como un pordiosero, medio dormido y medio borracho, y tú pasaras por delante, aunque no fuera capaz de reconocer tu cara, y sin saber porqué, tu sombra al pasar me haría daño, me hundiría más y más en la miseria… no he pensado mucho en si debía escribir esto, pero no he tenido más remedio que hacerlo (me estaba ahogando en una melancolía absoluta), y seguramente sería una equivocación mandártelo (bonita manera de devolverte un gesto desinteresado de amistad por tu parte), pero también pienso que algo me debes querer y que quizás en realidad te gustaría saber como estoy de verdad, más allá de las cosas superficiales que se pueden decir en una llamada por muy amistosa que sea; también pienso que es por mi parte una forma contradictoria de darte las gracias, una manera rebuscada y retorcida de recordarte lo mucho que te echo de menos…
jueves, 7 de mayo de 2009
Dos recordatorios
Menudo día de jueves: a las 17 horas, en el aula 4 de la Escuela de Arquitectura, la fotógrafa Anna Malagrida hablará en el Seminario de la Cátedra Félix Huarte (será una sesión abierta y todo el mundo que lo desee puede asistir), y a las 19:30 en la Sala D-14, calle San Blás nº 4 de Madrid tendrá lugar la ceremonia de entrega de los premios del Observatorio D´Achtall/2009. Como aún no me ha sido concedido el don ubicuidad (aunque este engañoso blog a veces haga que lo parezca), estaré en el acto de Pamplona, pero invito a todos los lectores residentes en la capital de España a que acudan a la premiación. Podéis preguntar por Blanca, Mercedes o Esther que son tres ángeles (no de Charly, son mucho más guapas) y yo calculo que en unos diez segundos os harán sentir como en casa.
miércoles, 6 de mayo de 2009
Kafka y el Holocausto
En la página web de la editorial Trotta, aparece ya la noticia de la publicación de mi libro sobre Kafka. Quería antes que nada agradecer a la Casa Sefarad-Israel la ayuda que me han concedido. Esther Bendahan ha sido quien ha hecho posible su publicación. También quiero agradecer a Alejandro Sierra y Alejandro del Río que creyeran en el proyecto y muy especialmente la primorosa labor de edición que han llevado a cabo. Creo que tardará una o dos semanas en estar en las librerías, pero antes que nada quiero dar las gracias a todas aquellas personas que me han ayudado a lo largo de estos años. Reproduzco aquí la página de agradecimientos del libro.
Quiero agradecer a las siguientes personas el diálogo que hemos mantenido estos años, sin el cual no habría sido posible escribir este libro: Fernando Inciarte, Paula Lizarraga, Víctor Gallego, Rosa Fernández Urtasun, Xavier Pla, Mercedes Monmany, José Jiménez Lozano, Elisabeth Amat, Adam y Maya Zagayevski, María Josefa Huarte, Antonio Martínez Illán, Lourdes de la Rica, Corina Dávalos, Laura Ferrero, Florence Delay, Sheldon Nodelman, Rodolfo Balzarotti, Esther Bendahan, Cármen y Fernando Escardó, Anna Alejo, Marta Ramoneda, Francisco Varo, María Pertile, Pepa Balsach, Jean Clair y Laura Bossi, Claudio Magris, Tomàs Llorens, José Angel González Sainz y Sandra Ollo.
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