jueves, 4 de septiembre de 2008

Notas para un diario 53



Ayer me decías que las cosas lentas se meten en nosotros más adentro, hasta una zona de peligro, allí donde acaso ya no somos dueños de nosotros mismos. Puede ser. Mi natural impaciencia y precipitación me llevan a actuar sobre un plano de mi vida, sobre el que aparentemente tengo control, sin darme cuenta de que casi nada de lo que ocurre así, de lo que hago de ese modo intempestivo, tiene después ningún alcance. Hay que dejar, me decías, que la palabra se forme lentamente en nosotros y que se haga a nuestro pesar. Aprende de una vez: cuanto menos impaciencia, mejor. En la poesía y en el amor. Que todo se decante poco a poco, como el vino. La elaboración del vino comienza cuando el viticultor saca sus manos y sus máquinas del producto. Sólo entonces, en la oscuridad de la cava, en el seno de la barrica comienza una vida imperceptible pero real y maravillosa. ¿Y el rayo fulgurante, la sorpresa, la iluminación? Calla, tonto. Son destellos de esa vida escondida. Si no, no son nada.

1 comentario:

molinos dijo...

Uy..creí que lo había leído todo y resulta que no. Este no lo había leído.
Yo estoy muy a favor del impulso, la precipitación y la impaciencia.