jueves, 24 de abril de 2008

Notas para un diario 6


Recuerdo aquel día en Tiergarten. ¿Cómo lo iba a olvidar? Había llovido toda la tarde, pero hacía más bien calor. O al menos eso era lo que yo sentía. Primavera en pleno invierno. Una luz azul inspiraba el intenso verde del jardín. Me parecía estar cerca de un océano gris. A pesar de estar rodeados de aquella masa de árboles vivos, hablamos sin tapujos de la muerte. Y del amor que por fin veíamos despuntar en el horizonte de nuestras vidas, ya casi cumplidas, frustradas, efímeras. Cuando te pedí perdón, me cogiste de la mano, como solía hacerlo mi hija pequeña. Me sentí más sólo que nunca, pero ya no me importaba tanto. Me reconfortaba la sencillez de la situación. Pensé entonces en aquellos años lejanos en los que habíamos luchado tanto por mantenernos de pie. Yo no creí en el camino que emprendías pero no podía retenerte. No se puede cambiar la decisión de una mujer cuando la ha tomado. Me lo habías repetido cien veces. No con palabras sino con tu actitud. Digna. Fría. Hasta cuando me parecías estar más cerca, en realidad te alejabas. Si yo apuntaba en otra dirección, te enfadabas conmigo. No tenía ninguna lógica pero qué le vamos a hacer. Conozco todo lo tuyo menos tu corazón. Ha sido la única puerta que no he conseguido abrir. Y sin embargo era la única vía de acceso. Después pasó el tiempo y nos introdujimos en otras tinieblas, aún más oscuras. Nuestro paseo berlinés había liberado en un instante todos esos demonios. No lo queríamos reconocer pero allí estaban alrededor nuestro, entre las sombras tibias de los árboles verdes. Desprendían un aroma azul. El aroma de la muerte.

(La foto de Tiergarten esta tomada por Anna A.)

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