martes, 31 de enero de 2012

Historia del caballero cobarde


En el libro de Perlesvaus, también llamado el Alto libro del Grial, de autor anónimo, se cuenta la historia del Caballero Cobarde, que bien podría haberse denominado del Caballero Valiente. Un caballero llama la atención del caballero Gauvain porque cabalga dando la espalda al cuello y las crines de su caballo. Su aspecto estrafalario no era en el fondo tan absurdo porque el lema de este caballero era no pelear ni nunca presentar batalla. Dejarse defender por otros, huir y esperar que escampe. Como el héroe de Melville, él prefería no hacerlo. En su caso la razón no era otra que la cobardía, un miedo invencible que le paralizaba y que le convertía en el ser ridículo cuya imagen veían los demás. Esa habría de ser la gran aventura de su vida y la de su muerte: la de ser capaz de luchar por algo, de entregar la vida, de llegar al abrazo de la muerte habiendo presentado batalla, habiendo alcanzado la valentía necesaria para vivir con dignidad. Con esta historia profundamente actual, de un libro de comienzos del siglo XIII, arranca un libro (Historia del caballero cobarde y otros relatos artúricos, Siruela, 2011) en el que se cuentan una treintena larga de los relatos medievales conocidos como la "materia de Bretaña". O sea, de aquellos primeros romances que a partir de la segunda mitad del XII se fueron confeccionando en algunas cortes francas y que tenían como eje la vida y las aventuras del rey Arturo, de su familia y de los caballeros con los que formó la Tabla Redonda. Historias como la del mago o profeta Merlín o la reina Ginebra que provenían del mundo celta y cuyos ecos han llegado hasta nosotros, con frecuencia bastante distorsionados, pero que ahora podemos leer en unos relatos sencillos, reescritos de memoria por Victoria Cirlot, una de las grandes especialistas europeas en la materia artúrica. No creo que haya hoy en las librerías un volumen más idóneo para conocer de forma inmediata uno de los capítulos más brillantes y memorables de la historia de la literatura universal. Para introducirse en las aventuras de los caballeros medievales tal y como fueron escritas por un puñado de autores normandos, francos y alemanes de primera fila (de Chrétien de Troyes a Béroul o von Eschenbach pasando por un puñado de ilustres anónimos). Para comenzar a saborear, por ejemplo leyendo estas historias a nuestros hijos, una literatura que está conectada con todo lo mejor que se escribiera antes y después de ese primer renacimiento de las letras europeas.

viernes, 27 de enero de 2012

Kessel y Jean Moral


A finales de 1938, París-Soir comienza la publicación de una serie de reportajes del periodista Joseph Kessel (Argentina, 1898-Francia, 1979) sobre la Guerra de España. Las crónicas del autor de Belle de Jour iban acompañadas por las fotos de Jean Moral, uno de los grandes fotógrafos de la época. En una cuidada edición, Ken (Pamplona, 2011) ha publicado aquel trabajo conjunto: de una parte los textos de Kessel, de otra las fotos de Moral, no sólo las aparecidas en París-Soir sino también en un cuadernillo final las que había publicado previamente en el Match en uno de los primeros documentales fotográficos de la historia.
La edición es admirable en su traducción, en las reproducciones del material gráfico, a pesar del pequeño tamaño del volumen, en las notas y en las explicaciones abundantes y precisas que ofrece en las páginas finales.
Yendo al escrito de Kessel se dede destacar su imparcialidad lúcida. Kessel pertenecía a una familia judeo-lituana afincada en Argentina, se formó en Francia y estaba tan lejos de ser un neutral como un fanático. Sensible al dolor humano, y a toda forma de barbarie, recorre las calles de Valencia, de Madrid y de Barcelona contando lo que ve y profundizando en no pocos asuntos. Descriptivo, conciso, penetrante, en sus escritos sobre la guerra aborda primero lo inmediato (el hambre, la muerte, la destrucción) pero no se olvida de apuntar las causas (de la pobreza al fanatismo, de la desigualdad social a la falta de formación de tantos). Lo mira todo, busca y rebusca un ángulo propio para ver con mayor libertad lo que tiene delante. Advierte a los lectores franceses a los que se dirige de que el horror está muy cerca, a un paso, y de que sólo una resuelta afirmación ética por parte de la ciudadanía podía evitar la propagación de las mil y una formas de la abyecta tiranía.

miércoles, 25 de enero de 2012

martes, 24 de enero de 2012

Nicanor Vélez y La vida que respira

Ha aparecido con un carácter cuasi-póstumo La vida que respira (Pretextos, 2011), el último libro de Nicanor Vélez (Medellín, 1959-2011). El volumen del poeta y editor colombiano consta de tres partes diferenciadas. La primera, de cuya primera composición toma el título, escrita en la línea de su trabajo anterior, contiene poemas de amor, poemas para un cuerpo y un alma amados, en un intento renovado de refinar aún más una sensualidad ardiente, entregada, delicada. La segunda parte contiene un conjunto de poemas de trasfondo político, en el sentido más noble (que lo tiene) de esta palabra: ahí el poeta ajusta cuentas con algunos de los principales errores y horrores de su tiempo, con los grandes conflictos morales que nos afectan a todos. Por último, la tercera parte, la última, mantiene como eje central la muerte. Desconozco las circunstancias concretas en las que se escribió, pero cabe imaginarse que Vélez sentía de cerca el zarpazo de la igualadora. Se enfrenta con ella con una sobriedad y valentía ejemplares. No le vuelve el rostro, al contrario, como un gran torero, juega con ella, por momentos la domeña, la duerme como si fuera una niña ella misma asustadiza. Preciso y precioso testimonio testamentario, carente de sentimentalismo pero cargado de un sentido fraterno y abierto de la existencia. Toda esta distinción en partes no obsta para que el poeta siembre aquí y allá, libremente, semillas que harán que todo el libro crezca como uno, con una unidad profunda porque es interna. Termino con un poema que lo resume todo. Se titula VIDA, y es bellísimo: "A ciertos nubarrones/     sigue lluvia,/detrás hay un sol que resplandece".

lunes, 23 de enero de 2012

Notas para un diario 226 (Ginebra,2)


Matthias me pidió que le trajera a Albert unos paquetes de thé des caravannes; en la tienda encuentro también una postal con esta imagen que envío rápidamente a los más queridos. Sin mensaje, ni nada. Es el color lo que me gusta. Ni eso de que la vida es un jardín de senderos que se bifurcan, ni nada de nada. Tonterías. Yo querría ser como aquel pintor de la leyenda china que, tras siete años de trabajos en un paisaje, finalizó su obra, recogió sus pinceles, se los cargó en el cinturón, se alejó, la contempló en silencio durante unos instantes y franqueó la tela desapareciendo para siempre en las montañas que había esbozado con tanto primor. Ya sé que eso va contra las leyes de la física, pero ¿no estará prohibido soñar, no? Desaparecer, borrarse, ser nadie. Como Ulises.

domingo, 22 de enero de 2012

Notas para un diario 225


For my nephew, and friend, Andrew

"By the waters of Leman I sat down and wept…"
Una familia de cisnes acudieron raudos a beberse mis lágrimas amargas.
Hacía mucho que había querido pasar por la ciudad de Nicolas Bouvier, y no me defraudó en absoluto, todo lo contrario, aprendí un montón de cosas mientras paseaba horas y horas cruzando en ambas direcciones los puentes frente al Mont-Blanc.
Aprendí por ejemplo que el fondo de la fondue de queso, ese socarrat que normalmente no sale ni a tiros y que hay que dejar toda la noche con agua en la pila y quitarlo por la mañana, una galleta de queso turrado con sabor a vino blanco y a kirtsch, se llama la "religieuse"… (se pide después de terminar y los camareros la sacan con una espátula de pintor y un martillo).
Naturalmente, por más vueltas que le doy, no caigo en el motivo de tal denominación.
Elevándonos un poco, ya sabía que Ginebra es proporcionalmente la ciudad del mundo con más suicidios por habitante; al principio te quedas un poco así, yo me iría a vivir mañana mismo allí, aunque ese deseo quizás albergue algún remoto impulso de muerte por mi parte, sólo Freud sabe, pero aprendí allí que en realidad el dato "incriminatorio" esconde el siguiente engaño: aunque en realidad en todas las ciudades de Occidente hay un número parecido de suicidios, las de la cuenca mediterránea (por tradición católicas) siempre enmascaran los hechos. Pocos son los que aceptan abiertamente que alguien a su alrededor se ha quitado de en medio, les parece infamante para el muerto, un fracaso para ellos, vergonzoso para todos. Por lo visto ara las gentes del norte es un derecho más y quieren que así conste.
Naturalmente lo que no acabo de comprender es la relación que todo eso tiene con el hecho religioso, en el caso de que la tenga (la que se me ocurre es tan evidente, directa y triste que por experiencia sé que tiene que haber algo más escondido en toda esta apasionante cuestión).
Aprendí también que sobre la tumba de Borges en el recoleto cementerio de Plein-Palais pasea casi siempre un cuervo negro. Además no calla. También constaté (creo que esto ya lo sabía de antes) que su viuda se cuida de que haya siempre al menos una rosa amarilla frente a la lápida de piedra con la inscripción en gaélico. No me costó nada hacer las convenientes liasons literarias más evidentes (Chéjov, Carver, Kafka, Nial, Gisli) pero lo que no sé aún es porqué no me encontré allí con un tigre. Al menos esperaba haberme topado con una pantera gris marcando el tiempo y el espacio, el ritmo del mundo, en una jaula.
Por último aprendí que Ginebra tiene una librería (cosa que no se puede decir más que de tres o cuatro ciudades en el mundo, si por librería se entiende lo que entiendo yo): naturalmente que es la librería Le rameau d´or/L'Âge d´Homme. Boulevard Georges Favon 17. Sólo por eso merece la pena el viaje. Increíble lo que encontré allí, los Cingrias de los años sesenta, los Bouvier, los Vernet y tantas otras cosas que provocaron el sobrepeso de mi maleta al volver en Easy-Jet chicken class (nunca he pagado más a gusto 40 €).
Hojeando in situ un libro de Bouvier encontré este párrafo mágico: "Hay algo fundamentalmente feliz en el hecho simple de estar en el mundo y, por carencia, por falta de entidad, lo olvidamos. Montaigne escribió a propósito unas palabras muy bellas; dice lo siguiente: No he hecho hoy nada, nada reconocible. ¡Qué idiota! Pero es que no has vivido, no te das cuenta de que es no sólo la más ilustre sino la más memorable de las ocupaciones posibles. Vivir. Si tuviera que reprochar algo a mi país es el hecho de que haya antepuesto siempre el hacer sobre el ser; yo pienso que es más difícil ser que hacer"
Naturalmente entonces entendí bastante.

viernes, 20 de enero de 2012

Antología de Mark Strand

El poeta de nacionalidad estadounidense Mark Strand (Prince Edward Island, Canadá, 1934) ha tenido alguna acogida en nuestro idioma, como lo han tenido sus compatriotas C.K. Williams, Louise Gluck y, aún más, John Ashbery, por referirme sólo a los más conocidos. Las traducciones de sus obras, no de un modo continuo ni mucho menos equivalente, se van sucediendo, título a título, y a veces como ahora en antologías que permiten al lector acercarse a la obra de estos grandes autores que desmienten con su lucidez, con su fuerza poética, con su ambición artística e intelectual la idea absurda y simplista que algunos se hacen de aquella nación inmensa. Bastaría con leer este puñado de obras para darse cuenta de que mucho es lo que tenemos que aprender de una de las grandes (sino la más) literaturas del momento presente. Resulta milagroso por otro lado que haya quienes desde la "pequeñez de la poesía" sigan esa luminosa estela.
En concreto de Strand se han traducido al español varios de sus libros de poemas: Hombre y camello en Visor (2010), Emblemas en Víctor Manuel Mendiola y Luis Soto editores (2006), La vida continúa y Puerto oscuro en Editorial Calamus (también 2006), Aliento en las publicaciones del Ayuntamiento de Lucena (2005, eran otros tiempos) y Sólo una canción en Pre-Textos (2004). También se tradujo en Lumen su libro sobre el pintor Edward Hooper (2008) y en Edicions 62 un volumen de cuentos titulado Sr. y Sra. Baby y otros cuentos (2004). Imposible comentar aquí este valioso material.
Lo que ahora queremos dar a conocer es un pequeño volumen editado en Caracas: Mark Strand, Nada oscura (Bid & Co. Editor, 2011) y traducido por la poetisa canadiense-venezolana Beverly Pérez Rego.   Nada mejor que las palabras de la traductora co-autora para comprender una parte del valor de su presente trabajo: " El lenguaje de Strand es de deslumbrante morfología: infalible musicalidad y ritmo; callada intensidad. Y para el traductor su simplicidad es definitivamente engañosa. El texto, preciso y depurado, revela una imaginería que ironiza lo surreal. Al conjugar estos elementos el grado de condensación es extremo, limitando la captación de los juegos verbales y las referencias en sus múltiples acepciones." Difícil decir más sobre el valor de la poesía de Strand ( y la dificultad de traducirlo) en menos palabras.
En Nada oscura tenemos recogidos en quietud un centenar largo de poemas en verso y en prosa de una decena de libros del poeta, además de un conjunto de poemas inéditos que pertenecen ya a su último poemario aparecido en los primeros días de este mismo año 2012: Almost invisible.
Me parece un acierto haber titulado el volumen con esas dos palabras: Nada y Oscura. Reflejan bien el hermetismo de Strand. Sú búsqueda más allá de los límites de lo visible. De qué lado de la luna cae. Yo asocio ese título rotundo y ascético con la estrofa final de su poema El cuarto: " Necesitamos los finales sorpresivos: el verde campo donde las vacas arden como letras de periódico, donde el campesino está sentado, mirando, donde nada, cuando ocurre, es suficientemente terrible".

martes, 17 de enero de 2012

Christian Bobin


Christian Bobin (1951) pertenece a una generación o grupo de escritores franceses que cada día dejan muestras más patentes de su acierto, de su calidad, de su riqueza. Nacidos entorno al final de la Ocupación, Pierre Michon, Pierre Bergounioux, Sylvie Germain, Pascal Quignard, Guy Goffette son sólo algunos ejemplos de autores cuyo denominador común contiene al menos estas notas: moverse en un territorio literario fronterizo, más acá de lo autobiográfico, lo filosófico y lo ensayístico que de lo propiamente narrativo, una intensa y a la vez indirecta concentración en los problemas del yo, una voluntad manifiesta de tratar asuntos en principio menores o íntimos (minúsculos en el sentido que Michon da a esta palabra), la intención claramente estética de componer textos bellos, armoniosos, claros. Una muestra: “Estamos retenidos en el interior de nosotros mismos, entre los muros de la voz oscura. Ya no hay ni libro ni lector. No hay más que uno mismo, encerrado en la oscuridad, aprisionado en el vacío. Pasamos por las páginas pero ya no se trata de leer. Se trata de otra cosa, no sabemos qué. Otra cosa. Uno lee como ama, uno entra en la lectura como se enamora: por esperanza, por impaciencia. Bajo el efecto de un deseo, bajo el invencible error de ese deseo: conciliar el sueño en un único cuerpo, tocar el silencio con una sola frase” (página 90). Bobin, de quien la propia Árdora ya había editado su Autorretrato con radiador, ofrece ahora este nuevo escrito, Un simple vestido de fiesta, que gira airosa y suavemente entorno a la lectura. Meditación, explicación, saboreo del goce de leer, de todo eso tiene un poco este texto impecable de apenas cien páginas. Escrito en presente, por una voz a la vez calurosa y distante, alguien va desgranando como las cuentas de un rosario las diferentes implicaciones que en su vida – y en la de todos– puede tener ese acto mágico, inexplicable, ¿sagrado? que es el encuentro íntimo con algunas de las vidas de un libro.

sábado, 14 de enero de 2012

El gran Singer


Novelista, autobiógrafo esencial, Isaac Bashevis Singer (Leoncin, Polonia, 1904-Miami, EEUU, 1991) fue ante todo un memorable narrador de historias o de fábulas, alguien al márgen de cualquier clasificación histórico-literaria, una especie de productor puro del más genuino arte narrativo de raíz judaica. Este volumen, que reúne la selección de sus cuentos que Singer realizara de su obra narrativa breve, seguramente el género en el que el autor destacó por encima de todo, es extraordinario al menos por tres razones. La primera ya apuntada sería el hecho de que mediante esta selección se puede navegar y hasta naufragar por una experiencia narrativa única, a la vez individual y colectiva, la historia de un pueblo (el judío, en la rama ashkenazí) en un espacio (el conjunto de los asentamientos hebreos en la Europa central y oriental), en un movimiento (el imparable desplazamiento hacia el Oeste, el que narrara magistralmente Claudio Magris en Lontano da dove, su obra sobre Roth y Singer, hacia esa tierra de libertad y promisión que fue para varias generaciones América). El segundo motivo, quizás el esencial, no es otro que la calidad de esta materia narrativa. La profundidad, a la vez humorística, de las historia, su sentido inmortal apuntado ya en la primera de ellas (Guimpl el ingenuo, un pórtico deslumbrante al mundo y al talento narrativo del propio Singer, una de las cuatro o cinco mejores historias que se hayan creado en el siglo XX, un desternillante y melancólico tratado de la mejor teología nunca escrita). Sumen a esta joya otras no menos perfectas como El Spinoza de la calle del mercado, La destrucción de Kreshev, Yentl, Un amigo de Kafka Amor tardío, el Reencuentro, y así hasta cuarenta cinco más. Y el tercero, algo específico de este volumen en español es la traducción realizada con mano maestra por Rhoda Enelde y Jacobo Abecasis. ¿Qué tiene de especial? El hecho de que, a pesar de que en los créditos se señala que se reproduce la edición inglesa de 1881, me consta que sin pasar ésta por alto (cosa importante en el caso de la obra de Singer) los traductores no sólo conocen y dominan el yiddish en el que las historias fueron originalmente escritas, y por supuesto el castellano en el que las vierten en una lengua limpia, plástica, directa, sino que mantienen una empatía radical con ese mundo del shétlaj hebraico, la pequeña aldea y microcosmos humano en el que, mirando a la eternidad, se desarrolló la vida judía europea a lo largo de cientos de años.

viernes, 6 de enero de 2012

La mejor literatura para un nuevo año


Llevo años señalando que a mi juicio lo más notable del momento actual en España, en términos literarios, es la labor editorial. El conjunto amplio de editores independientes que ofrece al lector con renovada energía y acierto una amplia gama de autores, en traducciones más que correctas, que nos permiten seguir con todo rigor y exhaustividad la mejor creación literaria del momento. Este comienzo de 2012 vuelve a demostrar este aserto.
Comenzando con Angrama, el arranque de año es espectacular: Pierre Michon con El origen del mundo, Jean Echenoz con Relámpagos y Modiano con la Trilogía de la Ocupación, el primer Modiano, el más genuino, el que ha sabido como nadie recuperar las cenizas de la desgracia francesa y europea. Lo mejor en Anagrama, no obstante, está por llegar. Me dicen que el nuevo Julian Barnes ya se está traduciendo. En inglés se titula, como aquel ensayo genial de Kermode, The Sense of an ending, y los que lo han leído hablan maravillas de esa historia.
Alfabia también ha irrumpido con fuerza en la estrena anual. Su biografía epistolar de Saul Bellow es un libro esencial que habría que ir desgranando a lo largo del nuevo año. Junto a ese monumento literario, nos ofrece un interesante recopilatorio de entrevistas con los autores del boom hispanoamericano (García Márquez, Cortázar, Onetti, Borges, Vargas-Llosa) a cargo del más que fiable crítico Robert Saladrigas. Se titula “Voces del boom”. Además Juan Marsé ha escrito un texto desternillante titulado Noches del Bocaccio.
Hay al menos dos novedades importantes en Trotta. Primero un volumen antológico de la poesía y la prosa del poeta alemán Stefan George, Nada hay donde la palabra quiebra. Y segundo la traducción al castellano de uno de los principales ensayos sobre la importancia del pensamiento judío moderno. Testigos del futuro de Pierre Bouretz. La obra de autores como Bloch, Lévinas, Scholem, Benjamin, Cohen, Rosenzweig analizada en el contexto de los acontecimientos históricos. Son más de mil páginas y será sin duda uno de los grandes libros del año. Siruela presenta para el año nuevo las Lecciones de Estética y metafísica de Henri Bergson. Sobre el Gulag, Libros del Asteroide presenta un libro importante: Un mundo aparte de Gustaw Herlin-Grudzinski, prologado nada menos que por Bertrand Russell y por Jorge Semprún. Por cierto, quiero felicitar desde aquí al editor, Luis Solano, por el magnífico regalo de Navidad que ha hecho a los fieles de la editorial, la edición no venal del espléndido cuento de Robertson Davies, Cuando Satán vuelve a casa por Navidad.
Minúscula no se queda atrás. Además del recién editado Premio Pulitzer de Jennifer Egan, El tiempo es un canalla, anuncia para fin de mes en la prestigiosa colección Paisajes narrados, otro Giani Stuparich, Guerra del 15, uno de los dos o tres libros que espero para este año con más ilusión, casi con ansia. Tampoco se duermen en Sexto Piso. De manera inmediata, y a la espera de obras de Girard, Quignard o Thomas de Quincey, anuncia el libro de John Gerasi de conversaciones con Jean Paul Sartre y, en narrativa, un nuevo William Gaddis traducido nada menos que por el poeta Mariano Peyrou.
En poesía esperamos leer tres novedades importantes: la edición en Bartleby de Zona de Guillaume Apollinaire, en una amplia antología bilingüe del genio franco-polaco, sin duda uno de los autores más decisivos del siglo pasado; Ideas de orden de Wallace Stevens en Lumen y la antología que para el Fondo de Cultura Económica ha preparado Enrique Andrés Ruiz con poesía hispanoamericana sobre pintura.
En libros de viajes, me parece sin duda lo más destacado el libro de Mauro Corona, Fantasmas de piedra, que ha publicado el gran Albert Padrol en sus Heterdoxos de Altaïr. El ensayo creativo está más que bien representado con un nuevo Bobin, Un simple vestido de fiesta, en Árdora Exprés, una lúcida reflexión precisamente sobre la vivencia de la lectura. No me resisto a mencionar que en primavera aparecerá la reedición del que me ha juicio es, junto con El Danubio, el mejor libro de Claudio Magris, El anillo de Clarisse, su espectacular ensayo sobre los autores del extinto imperio habsbúrgico. Ni que Enrique Vila-Matas dará a la imprenta su próximo libro. Habrá más, claro está, pero es un botón de muestra para empezar y el mapa de las notas de lectura que yo mismo iré escribiendo en esta sección del periódico.

martes, 3 de enero de 2012

Averno de Louise Gluck


Hace poco leía una afirmación de Wallace Stevens en la que pedía (en El Ángel necesario) que alguien por fin escribiera, puesto que se había dicho tanto sobre el cielo y el infierno, de una vez por todas la comedia de la tierra. Cito de memoria; ese mismo día me llegó como un zorzal la magnífica edición que Pretextos (con traducción de Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco, 2011) acaba de publicar de Averno, lo último en castellano de Louise Glück, una de las grandes poetas vivas de nuestro tiempo. Abrí el libro por estos versos, “¿Qué es un alma?/Una bandera que ondea/demasiado alto en el mástil, no sé si me entiendes?. Comprendí de inmediato que todo, tratándose de ciertos temas, estaba aún por escribir. Nacida en 1943, con un amplio elenco de libros a su espalda, sólo de poesía más de diez, ensayista lúcida, profesora en la Universidad de Yale, persona elegantísima, mente sutil, Louise Gluck añade a todas esas características que le hacen destacar, una increíblemente moderna claridad. Sus versos se extienden por la superficie de las cosas, por la piel, ante los ojos del lector. Diáfanos, directos las más de las veces, agudamente dispuestos al mismo tiempo para la incisión pentrante en nuestro interior. No es que sea menos capaz o brillante que otros poetas de su generación, no lo considero así en absoluto. La respuesta es la contraria: ella ha asimilado como nadie las lecciones arduas de la modernidad rusoniana, bodeleriana o eliotiana. Pongamos un ejemplo tomado de este Averno, viaje a la llaga misma de una tierra que antes o después nos hará suyos al morir. Como una nueva Core, Gluck consigue trazar un recorrido en forma de círculo sobre los temas que le obsesionan (la relación alma-cuerpo, la superviviencia o no post mortem, la vida del espíritu, la culpa también muy fuertemente) y lo hace sobre un horizonte ideológico que parte de la tradición clásica y que recupera el judeocristianismo no de un modo dialéctico respecto de la Roma de Virgilio sino más bien lo hace por medio de los autores y las líneas de vida del barroco europeo. He encontrado no menos de diez intertextualidades de autores como Pascal, Calderón y hasta de Quevedo. Ese juego con lo que podemos llamar los estratos de los grandes periodos artísticos, Gluck lo presenta de la forma más natural del mundo, ha asimilado como nadie cada uno de los mitos, de los giros, de los gestos y los va desgranando de un modo horizontal, humilde, máximamente cercano a cada lector con el que dialoga en voz baja y por el que parece seriamente interesada.