sábado, 30 de octubre de 2010

Literatura y fracaso


Veo horrible escribir para total acabar logrando, con suerte, algún feliz hallazgo literario, siempre negado por los demás, que para compensar su mezquindad esperarán al funeral para darte un estúpido aplauso cerrado. En cuanto a la vida literaria, ésta en esencia es enredo de tedios, rencores, lucha de vanidades y trasvase de venganzas. Entrar en esa vida equivale a caer en el derrotero mismo de la derrota. En cualquier caso, el auténtico verdadero gran fracaso del escritor, aquel que alcanza a tantos, llega siempre con puntualidad, generalmente muy temprana. Es un fiasco doloroso, íntimo. Llega cuando no podemos reproducir con fidelidad lo que acabamos de pensar y querríamos haber escrito. Llega cuando comprendemos que no hemos podido ser fieles a la ambiciosa idea que nos habíamos propuesto al comenzar un libro o un artículo. Son fracasos que a veces, por prudencia (surgen los enemigos como hongos), se silencian. Querríamos que nuestros libros y artículos contuvieran la verdad de nosotros, o por lo menos la parte de esta que puede ser transmitida mediante el lenguaje. Pero escribir sabe a traición. Ese fracaso lo conocen todos los escritores serios
(De Enrique Vila-Matas, "Fracasa otra vez". Artículo entero en ELPAÍS.COM, 30-10-2010)

viernes, 29 de octubre de 2010

jueves, 28 de octubre de 2010

La vida cotidiana

Tu vida cotidiana es tu templo y tu religión. Al adentrarte en ella, entrégate en cuerpo y alma.

de El profeta (1923) de Gibran Khalil Gibran

miércoles, 27 de octubre de 2010

Dos joyas bibliográficas

Este sábado por la mañana, y después de dos meses de dificultades, he podido pasar un buen rato en varias librerías de la ciudad. No os puedo describir la alegría que sentí (al principio creí que era un engaño de mis ojos) cuando vi, entre los libros de latín y griego, la edición de la Biblioteca Clásica Gredos de Las Confesiones de San Agustín (2010, 45 €). Llevaba años esperando esta edición. He podido leer el estudio introductorio (100 páginas) y hojear la traducción y las notas al texto, y puedo afirmar que el resultado (nada fácil) es sobresaliente. Alfredo Encuentra Ortega es el autor, y le felicito desde aquí. He pasado quince años de mi vida explicando en clase este libro mágico. Un libro del que el propio San Agustín esperaba que le dijera "no cómo he sido sino cómo soy". Un libro realmente presencial, o sea, para el presente vivo de cada lector. María Zambrano, que escribió las páginas más lúcidas sobre el texto, dijo con razón que como auténtica confesión era más bien una acción que una visión escrita, y que para penetrar su secreto hay que sentir "repetirse aquello en nosotros mismos". De Petrarca a Thomas de Quincey, de Teresa de Jesús a Cristina Campo muchos han experimentado una transformación dentro de esta lectura. Mi felicidad libresca se completó el sábado al descubrir, revolviendo y revolviendo, que va a aparecer pronto, en la Colección de los Autos Sacramentales Completos de Calderón, la edición crítica de El Pleito matrimonial del cuerpo y el alma. Indagando descubro que la estudiosa es una antigua alumna mía, una de esas a las que les aticé en su momento un tostón sobre el santo de Hipona. Hablaré aquí de este libro cuando aparezca, pero confieso que me sentí íntimamente orgulloso de haber formado parte de esta bendita cadena del saber. P.S. El puesto de libros de la foto está en Eau Claire (Nueva York)

martes, 26 de octubre de 2010

Exilio


ME EXILIO
En los huecos
Rotos
De tu corazón.
Como las palomas
En las verdes rocas.

Mark Rothko, Rojo, marrón, verde, rojo (1962)

lunes, 25 de octubre de 2010

Lucky (C. Caillat/J. Mraz)

Notas para un diario 179

Una buena amiga me regala las Recomedaciones para formar una biblioteca de Gabriel Naudé. Naudé (1600-1653), además de sabio escritor, ejerció de bibliotecario de gentes tan ilustres como la reina Cristina de Suecia. Fue él quien compuso la biblioteca del Cardenal Mazarino, sobre la que después se conformó el Instituto de Francia y su Academia de la Lengua. Abro ansioso el capítulo titulado "El orden que conviene darles (a los libros)", y me encuentro con este jugoso párrafo: "Queda suficientemente expuesto este punto sobre el que no hay necesidad de extenderse más, pues el orden de la naturaleza, que siempre es igual o parecido a sí mismo, aquí no se puede observar, ya que debido a las peculiaridades y a la diversidad de los libros, sólo se puede aplicar al orden del arte, que cada cual pretende establecer a su antojo según le dictan su sensatez y buen juicio, tanto por satisfacción propia como por negarse a seguir las huellas y las opiniones de los demás". Ainsi soit-il!

sábado, 23 de octubre de 2010

Notas para un diario 178


Este nuevo año (para mí el año no comienza en enero, sino en algún punto indeterminado entre septiembre y octubre) tengo una única obsesión: ser capaz de ordenar mi biblioteca. Y eso es algo infinitamente serio.

viernes, 22 de octubre de 2010

Cuento de invierno

Ayer tuve que cuidar de mi hija pequeña, que estaba con gripe. Al final de la mañana, nos fuimos los dos a comprar el pan y, no sé porqué acabamos en la sección de vídeos de El Corte Inglés. Vi un pack con Los Cuentos de las cuatro estaciones de Erich Rhomer y me lo compré. Me autoengañé con el siguiente razonamiento: "Me vendrá bien para estas noches de insomnio". Y, en efecto: a pesar de que intenté acostarme a una hora temprana, a las dos de la mañana seguía con los ojos como platos, de modo que me dispuse a ver El cuento de invierno. Pensé que, como Rhomer es tan lento, caería en el sueño, pero qué va, la historia, que conocía de sobra, me atrapó de nuevo. Una chica, Felicie, vive un romance de verano y se queda encinta. Charles, su novio, es un cocinero que está de paso para los EEUU. Al despedirse, se intercambian las direcciones postales, con tal mala pata que, por un lapsus, equivocan los datos y se pierden mutuamente la pista. Cinco años después, Felicie, que no ha olvidado al padre de su hija, vive entre dos amores: el de Maxence, su jefe en la peluquería, que le atrae sexualmente pero al que no ama, y el de Loïc, al que ama pero no desea. Loïc es católico, adora a Felicie, estaría dispuesto a morir por ella, la mima, la cuida en todo, la comprende, la acepta, pero, no tiene suerte, su amada decide irse a vivir a Nevers con su jefe. Estando en la nueva ciudad, de paseo con su niña, un día cercano a la Navidad, entran en la Catedral para ver un Belén. Felicie, que cree a su modo, reza y obtiene al menos una luz: debe dejar a Maxence y no unirse a nadie al que no ame al menos como ha amado a Charles. Comprende que sólo un amor total justifica la entrega de por vida a alguien. Vuelve a París y se acerca a Loïc, sin provocar en él falsas esperanzas. Hablan mucho: Loïc es un hombre culto y le instruye en algunas ideas fundamentales de la tradición: el argumento de la apuesta pascaliana (que Felicie aplica, no a la existencia o no de Dios, sino a la posibilidad remotísima de que un día encuentre de nuevo a Charles: eso sería tan bueno que, por improbable que resulte, llena la vida de una gozosa esperanza), la teoría platónica de la reminiscencia (también se la aplica: Felicie sabe que su primer encuentro con Charles fue ya de por sí un reencuentro; por eso confía en que están destinados a una unión ulterior), la convicción cristiana en la Resurrección, mediante un pasaje memorable del Cuento de Invierno de Shakespeare, a cuya representación asisten ambos emocionados. En fin, tantas cosas interesantes que se hilan con una coherencia y una sutileza admirables. Un buen día los tres (Loïc, Felicie y la niña) pasean por las afueras de París. Acuden a un mercado dominical y al bajarse del coche oyen las campanas llamando a Misa. Loïc asiste a la ceremonia; Felicie no, pero le pide por favor que rece por ella. Añade dos cosas: pide tú por mí, no lo que tú quieres de mí sino, si de verdad me amas, lo que crees o sabes que yo quiero para mí. Y segundo, le implora que lo haga du fond du coeur (asoma de nuevo Pascal, pero por otra vía). Loïc, que no puede negarle nada a su amada, acepta, a regañadientes, pero acepta. Un acto de desprendimiento muy radical y meritorio. El final, naturalmente, no os lo cuento. Ni lo mucho que yo pensé, sentí, medité, aún menos.

jueves, 21 de octubre de 2010

El discreto "encanto" de la burguesía

He estado leyendo estos días la Correspondencia de Jaime Gil de Biedma (El argumento de la obra, Lumen, 2010). Hay una carta de 1989 (no estamos hablando de los tiempos de Oscar Wilde, no; yo tenía ya veinticuatro años) que me ha dejado pasmado. Estos son los hechos: un crítico le escribe para decirle que está preparando una antología del poeta para Cátedra, y para anunciarle que en la introducción de la misma va a ser muy claro al hablar del erotismo en su obra. Ante el anuncio, Gil de Biedma le manda inmediatamente un telegrama, constatando su preocupación y anunciándole una larga carta al respecto. El 18 de mayo le escribe en términos inequívocos: le pide que ni se le ocurra. Las razones son estas: "Para quién sólo me conoce de la sociedad literaria y de sus mundos afines, donde mi homosexualidad es un hecho universalmente conocido y respetado, le resulta difícil comprender que en los medios familiares y de trabajo en que vivo y he vivido siempre, mi situación es completamente otra, muy peculiar. Muchos, o casi todos, saben a qué atenerse pero jamás se han dado por enterados. Gracias a ello he podido llevar una vida de casi absoluta libertad con discreción. Pero si algún hecho público – una mención en letra impresa– les forzara a darse por enterados, sé que su reacción sería inmediata y feroz, con tal de no pasar por cómplices de una inmoralidad pública, que pensarían que redunda en desdoro suyo. Tengo, además, enemigos en la compañía en donde trabajo (la Compañía General de Tabacos de Filipinas que Gil de Biedma dirigía), que en el pasado intentaron utilizar mi homosexualidad como arma contra mí, y si evité la crisis fue porque se trataba de un asunto privado y nadie quería poner en marcha un escándalo. Una constancia pública ante el hecho me dejaría inerme ante ellos". ¡Qué fuerte! La carta, que no tiene desperdicio desde ningún punto de vista, ofrece otros argumentos respecto de la negativa del poeta a subrayar el dato biográfico específico. Dice que él ha querido mantener, sus poemas, en la ambigüedad, no mencionando el género de los amantes. Añade: "Había en esa ambigüedad algo más que una precaución social. Lo que a mí me interesaba en mis meditaciones sobre las relaciones amorosas y eróticas no era el sexo del ser amado o deseado, sino el juego de ambos, celos, decepciones y nostalgias que configuran el sistema de tensiones que padece una relación de pareja. Es la experiencia de la relación amorosa, no el deseo del ser amado lo que me interesaba expresar. Y creo que esa experiencia es fundamentalmente la misma, sea una pareja homosexual, heterosexual (de lo que tengo también alguna experiencia) o lésbica. Pienso que mis poemas son válidos para cualesquiera de ellas, o por lo menos yo los concebí así". Pero la lectura íntegra de la carta, no deja lugar a dudas: a pesar de la lucidez del poeta, el hombre está enredado, profundamente enredado, en el "encanto" discreto de la burguesía.

miércoles, 20 de octubre de 2010

ETA y el Gobierno de Zapatero

El hombre fuerte del Gobierno se destapa, de una vez. Alfredo Pérez Rubalcaba asume al menos dos carteras: la vicepresidencia política y la de interior (el jefe de la policía como jefe político, viva Fouché), además de la portavocía. Ya fue portavoz en el último Gobierno de Felipe González, el del GAL y los crímenes de Estado (un título como para honrar a cualquiera). También fue quien coordinó la respuesta del PSOE en el momento del atentado del 11-M y durante la relación con ETA en la primera legislatura de los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero. Todo eso me hace pensar que, con la economía española en ruinas, la única baza que le queda al Presidente (que siempre se ha apoyado, de una manera u otra, en la lacra terrorista, para sacar ventaja política), de cara a una reelección, es una negociación con ETA. Sólo Rubalcaba es capaz de intentar esa fazaña. Les quedan dos años para vendernos el final del terrorismo etarra como un triunfo. El pacto de legislatura con el PNV y el nombramiento de Ramón Jáuregui (no lo he comprobado pero creo que era el Delegado del Gobierno en el País Vasco durante la mencionada última etapa de González; otro gran título de honor) como Ministro de Presidencia, apuntan en la misma dirección. Ojalá me equivoque pero a mí todo esto me huele fatal.
P.S. Permítaseme ahora una maldad: no, no voy a decir que me alegro de que a Trinidad Jiménez le hayan nombrado Ministra de Exteriores (claro, Madrid se le quedaba pequeño), no, voy a a profetizar (y me apuesto con quien quiera un pincho de tortilla y una caña) que, en premio, a María Teresa Fernández de la Vega le nombra Trini Embajadora ante el Vaticano: le pirra el frufrú de las sotanas cardenalicias y la moda italiana)

martes, 19 de octubre de 2010

El horizonte, de Patrick Modiano


Nuevo libro de Modiano. De 2010. Traducido con pulcritud por María Teresa Gallego Urrutia (Anagrama). Un libro mágico, como deben de serlo los de la tienda de la foto (sita en Cambridge), un libro sur rien, narración pura, con un hilo argumental tenue, casi casi inexistente, pero un libro pleno de una vitalidad subterránea, hecha de sombras, de amenazas que no acaban nunca de concretarse. Lo he leído con la misma fascinación de siempre. Mujeres que cuidan niños que no son suyos, libreros que atienden librerías que tampoco les pertenecen, seres sin arraigo ni finalidad aparente, en permanente fuga, entrelazados por el azar, el miedo, la mutua protección. La narración está compuesta de una sucesión de fragmentos, destellos de vida, episodios sin ilación, búsquedas, aventuras privadas, piezas sueltas pero significativas del mosaico que es cada una de nuestras vidas. Una belleza, con París al fondo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Dominique Gonzalez-Foerster

Me ha impresionado el trabajo artístico que Dominique Gonzalez-Foerster ha realizado, a lo largo de los últimos años, inspirada en la lectura de la obra de Enrique Vila-Matas y de algunos otros autores contemporáneos (que ha leído o releído a través del propio escritor barcelonés). Los textos de su puño y letra que acompañan a la obra plástica no tienen desperdicio. Es un ejemplo del diálogo entre las artes, situado al máximo nivel estético y especulativo. Son seis instalaciones en distintos museos del mundo (la de la foto, titulada Tapis de lecture, se presentó en el MUSAC), y me llama la atención que lo haya titulado Six rooms (Seis cuartos, habitaciones o estancias). Primero porque me aclara bastante qué es en realidad una instalación, algo que tiene que ver con la habitación y por tanto con la vida culta de los hombres; también con el sueño en el propio dormitorio. Y, segundo, porque me recuerda fuertemente a la tradición: desde el Evangelio que recomienda el cuarto de uno, lo más interior, como el mejor sitio para orar, hasta Virginia Woolf y su room of one´s own. Al menos desde Pascal, la habitación propia es la gran metonimia del yo, nuestra segunda piel, la epidermis sobre la que realizamos las verdaderas navegaciones. Lo supieron plasmar como nadie los pintores holandeses del XVII (el gran Hamershoi, dos siglos más tarde, no les ha ido a la zaga). El círculo de nuestro cuarto, algo de lo que habló muchas veces Kafka, es el asiento y el cobijo frente a los propios miedos; Rousseau escribio que él era un hombre al que le gustaba circunscribirse, es decir, jugar con el límite, la moderación y la prudencia. Ser libre sin hacer daño al vecino, civilizarse, dar rienda suelta al ensueño y a la imaginación creativa.

sábado, 16 de octubre de 2010

Eternidad



Una librería es una de las piezas de convicción que tenemos de que el hombre es un ser-para-siempre.

(Jerry Seinfeld)

viernes, 15 de octubre de 2010

Mineros de Chile



"Estoy supercontento de que me haya tocado a mí, porque era el momento en que había que hacer cambios… Estuve con Dios y con el Diablo. Me pelearon. Me ganó Dios. Me agarré a la mejor mano"

jueves, 14 de octubre de 2010

miércoles, 13 de octubre de 2010

Elogio de Mario Vargas Llosa


Alguien me decía el otro día que Mario Vargas Llosa, más de que de escritor, tenía pinta de presidente de una multinacional. Mejor para él. Una de sus muchas virtudes ha sido la de mostrar que la literatura es, también, un trabajo profesional, y que si lo cumples con la dedicación, el talento y el rigor con el que lo ha hecho él a lo largo de casi cinco décadas, al final tienes unos buenos resultados, también en lo económico. Además, en cierto sentido, existe la multinacional Vargas Llosa, una próspera empresa literaria con el mundo como escenario y con un único motor que no es otro que el conjunto de armas que el escritor ha esgrimido como nadie: tenacidad, abnegación, pericia. Lo primero que no se ha subrayado de modo suficiente, y que sin embargo pienso que es una clave fundamental para entender lo que pasa con el peruano, es la importancia que dio siempre a su formación. La amplitud y seriedad de lo que Vargas Llosa ha estudiado, en ese periodo inicial, los veinte años, los treinta, y el modo en el que ese bagaje (ese tesoro) lo ha marcado para siempre. Es doctor por dos universidades europeas, presentó sendas tesis doctorales (sobre Flaubert y sobre García Márquez), viajó, leyó hasta la extenuación, y no sólo literatura, también ciencia política, sociología, filosofía, y un largo etcétera. Además viajó desde muy joven, abriéndose a corazón abierto al mundo europeo y norteamericano, zambulléndose de lleno en la tradición occidental. No tomó atajos. Se lo curró, y vaya si se lo curró. Yo atribuyo su evolución política, y cultural, al rigor de esos estudios. Conociendo a fondo la obra de Hayek, de Kolakowski, de Milosz, de Popper, de Berlin, de Steiner, no se pueden seguir defendiendo la indigencia política y social. Hay errores que el conocimiento del derecho romano, de la lógica formal, de las doctrinas estéticas te impide cometer. Si a eso le añadimos la natural evolución personal, fruto del trabajo rendido, de la madurez y de la apertura mental, y de un coraje cívico poco común, eso nos da una figura política e intelectual tan extraordinaria como la de Vargas Llosa.
Yo he estado con él dos veces. Una en un lavabo para caballeros. Yo tenía dieciocho años. Fue el único momento en el que pude abordarle. Me da un poco de vergüenza decirlo pero ambos estábamos en una posición poco airosa, pero ese rato al menos estaba parado y yo pude hablarle. Conversamos sobre la vocación literaria, sobre el trabajo que exige a cambio, sobre la imaginación. Les expresé algunos miedos que me atenazaban, en el momento en el que había decidido dedicarme a la literatura de por vida, y él me habló con franqueza pero con cariño, animándome, acogiéndome. Se lo agradecí un montón. Muchos años después volví a encontrarle, en otro acto multitudinario, y hablamos de nuevo unos minutos. En este caso le pregunté si pensaba escribir su autobiografía. Me dijo con rotundidad que no, que, a pesar de haber llegado a los setenta, prefería mirar hacia delante.

He leído mucho al primer Vargas Llosa. Los Jefes me parecen unos relatos, casi una novela, llena de vida y de magia. La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, La Tia Julia, La guerra del fin del mundo son obras muy logradas. Técnica y vida están en un equilibrio más que conseguido. Me paré en El Hablador, y después no he leído ninguno de los siguientes. No he seguido su evolución como escritor de ficción. Algo me lo ha impedido: creo, sin más, que sus demonios (pegados a un cierto exotismo) no son los míos. Y los demonios, como él nos enseñó a sus discípulos, no se eligen.
Uno de los temas recurrentes en su obra es el de la lucha del individuo contra las estructuras del poder. He leído en el avance de su próximo título, un comienzo netamente kafkiano, alguien que despierta en la pesadilla del encarcelamiento. Pero no es a Kafka a quien se parece Mario Vargas Llosa, como figura literaria y social. Yo pienso que la referencia es más bien Thomas Mann. Su obra tiene una ambición y una amplitud similares. La relación que ha mantenido con la política de su tiempo se pueden comparar con mucho aprovechamiento para comprenderles a ambos. Su independencia. El apego al realismo en una época de florecimiento de poéticas de vanguardia y de formas metadiscursivas. El realismo se mantendrá siempre. No es la única vía, ni la que más me interesa a mí, pero no se me ocurriría menospreciarla.



lunes, 11 de octubre de 2010

Notas para un diario 177

Anoche tuve otro sueño, largo, intenso, preciso. Pero tranquilos que no lo puedo contar: acabo en cambio de escribirlo en el otro diario (sí, yo también mantengo dos: éste, público, sólo son unas notas para). Lo que sí puedo decir es que, al levantarme, me preguntaba muchas cosas respecto de los sueños en general. El de hoy era sin duda premonitorio (la literatura antigua está llena de ellos). He vivido por adelantado una situación que sé que se producirá en un futuro próximo. He mantenido una conversación que estoy convencido de que tendrá lugar en términos casi idénticos, con los mismos matices, reproches, contestaciones, ocurrencias. A mí me maravilla el mundo de los sueños, todo lo que conocemos a su través. Cuando mantenga esa charla, cosa que ocurrirá sin duda, no podré sino esbozar una media sonrisa ante mi interlocutor. Él no entenderá de qué me río (no es precisamente una situación para hacer bromas) y desconocerá que le saco mucha ventaja, porque esa escena yo ya lo habré vivido, hasta el punto de que puedo prever sus respuestas y preparar mejor mis argumentos (El cuadro es de mi adorado Pietro Longhi, es el Duque Hunters en la Laguna, de c. 1760, y está en la Pinacoteca Querini Stampalia de Venecia).

domingo, 10 de octubre de 2010

sábado, 9 de octubre de 2010

Notas para un diario 176

Estaba seguro de que hoy hablaría aquí de Mario Vargas Llosa. De cómo encontré en París, con veinte años, su ensayo sobre Madame Bovary, de cómo lo leí, al lado de los muertos, y de cómo orientó mi vida para siempre. Quomodo. Pero, esta mañana me he levantado sobreimpresionado con un sueño que ha ocupado varias fases rem de esta noche azarosa. No suelo contar los sueños (menudo rollazo), pero como excepción hoy voy a hacerlo. Me encuentro en el hall de un hotel cualquiera. Es feo, feo, feo. El hall. Al cabo del rato, aparece Enrique Vila-Matas. Inmediatamente pienso: "¿Qué hace aquí? Veo, para mí sorpresa, que se dirige hacia mí y me estrecha la mano. Me parece que está tarareando Ma liberté de Moustaki. Justo el momento en el que se habla del alma sumisa y de la última camisa. Subraya la rima. Su acento francés es perfecto. Lleva una camisa blanca blanca. Sonríe. No entiendo nada. Los primeros instantes. Se sienta a mi lado y me susurra, no sé si le he oído bien o no, algo así como esto: "Cuéntame tu desgracia". No sé porqué, descontada mi británica educación, le respondo una cosa completamente absurda: "Mi primera comunión tuvo lugar un 19 de mayo, el día del cumpleaños de mi querido señor padre". Me dice que eso ya lo sabe, que la suya fue justo al día siguiente, el 20 de mayo, pero que tampoco se trata de que nos enseñemos las partidas de bautismo. Estoy de acuerdo, le respondo, y ahora te voy a contar lo que me pasa. Comienzo a narrarle algunas penas y acabo con esto: Y ahora te voy a decir dos cosas más, para terminar: 1. Esto que te he contado no se lo saben ni mis propios hermanos, y 2. En estas semanas de dolor he leído tus libros y me han ayudado a pasar este trance: tus libros desprenden algo que me ha sostenido. "Desprenden ilusión", dice muy serio. "Eso, y quiero darte las gracias por ello". Se levanta y me ofrece un pequeño volumen negro que traía en el bolsillo de un tres cuartos. Me lo da y se marcha sin despedirse y sin volverse para mirar. Como ocurre tantas veces, este instante final del sueño forma parte de ese espacio de tiempo (tengo un libro entero sobre ese misterio proustiano) que ocurre entre la realidad y el sueño. Como cuando en el sueño oímos llorar un bebé y nos despertamos y en ese mismo instante nuestro hijo pequeño chilla en su cuna a nuestro lado. ¿Estaba en el sueño o no? Sabemos perfectamente que sí lo estaba y que formaba parte esencial de la narración sucesiva del sueño, pero también estaba a nuestro lado en la habitación. Bien, pues cuando me he levantado, sobre la pila de los libros de la mesilla, justo encima del San Jerónimo de Larbaud, he encontrado el libro que me regaló Vila-Matas en el sueño. Se titula Infinitamente serio. No lo había visto en mi vida, pero al abrirlo veo que está dedicado a mí, con la inconfundible letra del escritor. Dice sólo esto: "Para Alvaro de la Rica, con un abrazo fraternal. Enrique".

jueves, 7 de octubre de 2010

José Jiménez Lozano

Acaba de salir el último volumen con los diarios de José Jiménez Lozano. Se titula Los cuadernos de Rembrandt (Pretextos, 2010), y recoge una selección de las notas íntimas de Don José de los años 2005 a 2008. Lo he leído en dos noches, con la misma pasión de siempre. ¿Pasión hacia qué? Hacia la autenticidad de una persona a la que admiro y quiero. Cada vez transcurre menos tiempo entre la escritura de esas notas y su publicación. A Don José le ha gustado dejar dormir los libros, a veces durante años. Eso manifiesta su humilde prudencia. Pero ahora es menos necesario. La experiencia de la vida que ha ido acumulando, la segunda naturaleza que es para él la escritura, el hábito del discernimiento de las cosas que reflejan sus textos, le permite esa liberalidad. Gana en sencillez, en espontaneidad, dice lo que piensa sin más (aunque detrás hay lustros de meditación y de observación atenta de cuanto le rodea y le ronda). Llama la atención su franqueza (léase por ejemplo lo que dice de la "educación para la ciudadanía", p. 164). La cosa va mucho más allá de si Don José es o no un antimoderno. A mí lo que me interesa es el modo ejemplar en el que lee. Una lectura constante, intensa, hecha de modo habitual de unas referencias concretas a las que les saca el mucho y buen el jugo que tienen: de las madres de Port-Royal a sus queridas Simone Weil, Flannery O´Connor, San Agustín, Kierkegaard mucho. Hay algunos nombre nuevos (Christian Bobin). Pero, insisto, es un lector ejemplar, no por lo mucho que lee y lo bien que lo hace, sino porque para él el mundo no se acaba en esas lecturas. Son signos que le abren la realidad concreta, tangible, también de la política y la parte de la historia que le ha tocado vivir. No hay ensimismamiento ni inmanencia que valga. Es la diferencia entre el hombre culto y el civilizado: éste no se deja atrapar por la letra escrita. Como siempre, los momentos más emocionantes (tiene un don especialísimo para ello) son aquellos en los que describe el paisaje. Un ejemplo: Un fantástico atardecer, después de una lluvia ligera. El cielo ha quedado de un rojo plomizo azulado, y el último reflejo del sol da sobre un edificio de color almagre y pajizo lo vuelve casi irreal, como una construcción de cartón para decorado de teatro, con las ventanas encendidas. En los pisos de abajo se ven siluetas de la gente que hay dentro. La calle está desierta, y hay silencio. ¿Dónde estamos? Pero enseguida un coche a toda velocidad nos lo recuerda. Se acabó "la proyección". Era una de esas pinturas y transfiguraciones que hace a veces la primavera; y lo mismo con árboles, flores y pájaros, que con cemento, alquitrán y coches con sus brillantes élitros como escarabajos procesionales, y son un gozo y un regalo. Es uno de esos momentos en que alejamos de nosotros los pensamientos oscuros, y nos sentimos a gusto respirando el mundo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

martes, 5 de octubre de 2010

Notas para un diario 175

He recibido bastantes apreciaciones a mi entrada sobre el libro de la hija de Tolstói, además de los comentarios que se hicieron públicamente. Una amiga, experta en el autor ruso, a la que había escrito de antemano para saber su opinión acerca de la verosimilitud de ese testimonio, me responde lo siguiente: "Concuerdo contigo en que es un texto bello, lleno de amor por los dos protagonistas de esa tristemente célebre historia. ¿Verosímil? Sí, pero además con la delicadeza de quien no quiere poner todo en tela de juicio de los demás. Dice las cosas sin decirlas, no toma partido, es un texto verdaderamente hermoso". He seguido dándole vueltas al tema y me encuentro, en el Diario del escritor, unos pasajes que se refieren a un punto que yo destaqué en la entrada: al hecho de que Sofía no fuese capaz de aceptar el pasado de su marido, y a las consecuencias que esto tuvo, también en el plano de la escritura. Por lo visto, Tolstói dio a leer, la víspera de su boda, su diario juvenil a su prometida. Deseaba vivir con ella en la máxima transparencia, excluyendo el secreto entre ellos, confiado en que ése era el fundamento más sólido para edificar su matrimonio. Pero este hecho, cargado de buena intención, tuvo dos consecuencias concatenadas. La primera es que Sofía se horrorizó al conocer la verdad de su futuro esposo. Y la segunda es que éste se resistió, desde entonces, a comunicarle a su mujer la integralidad de la verdad sobre su vida. A las dos semanas de la lectura, Tolstói anota: "Mi Diario ya no es sincero. No me quito de la cabeza el pensamiento de que ella está siempre detrás de mí, mirándome y que lo leerá… y tiene que ser para ella" (7 de septiembre de 1862). Un tiempo después, escribe: "Me siento pequeño e inútil. Y soy así desde que me casé con la mujer a la que amo. Todo lo que está escrito en este cuaderno es casi mentira, nace del disimulo. El pensamiento de que ella está ahí, que lee por encima de mi hombro, disminuye y desnaturaliza mi verdad" (18 de junio de 1863). Tolstói busca una solución que no soluciona nada: se dispone a mantener dos diarios, uno conyugal (quiere escribir para Sofía) y otro para sí, secreto, al que ella no debería acceder. Allí cuenta la naturaleza de su desgracia, de la incomprensión mutua. La mera existencia de ese cuaderno privado significa, en la mentalidad de Tolstói, un mal menor, algo a lo que se ve abocado a la fuerza. Cavallari habla con precisión del juego que se traían con todos estos diarios en Yásnaia Poliana (juego al que se incorporaron varios de los hijos), con los derechos que unos se concedían a otros para leer esas escrituras íntimas. Un laberinto opaco. Un horror.

lunes, 4 de octubre de 2010

sábado, 2 de octubre de 2010

Dos lecturas



Dos nuevas lecturas, distintas, estimulantes las dos. Primero leí las Memorias del célebre enano Joseph Boruwlaski, gentilhombre polaco (Lengua de trapo, 2010), un hombre sin duda excepcional, de apenas un metro de estatura, pero de gran talla y coraje moral. Nació en Polonia, fue apadrinado por la nobleza de media Europa, fue músico, se casó enamorado y engendró tres hijas. Vivió cien años (noventa y siete para ser exactos). Como casi todo lo bueno, en literatura, se trata de un relato que contiene varios niveles de lectura. Uno, muy directo, en el que el hombre narra con precisión su vida, sus dificultades y como se va a apañando como buenamente puede. Pero, por debajo, se barruntan otros planos: el primero de todos, el significado de unas memorias como éstas, escritas, en el paso del despotismo a la ilustración, por un ser distinto en apariencia pero cargado de una humanidad de la que muchos alrededor carecen. El sufrimiento que rezuma, entre líneas, este texto, convierten su lectura en una meditación.
Esta mañana he releído uno de los cuentos más maravillosos que jamás se hayan escrito. Una historia que le basta a su autor (Delmore Schwartz) para pasar a la posteridad. En los sueños empiezan las responsabilidades. Apenas treinta páginas en las que, de un modo original, proyectándola sobre las sombras platónicas de una pantalla cinematográfica, el narrador cuenta la vida, en gran parte malograda, de sus padres. Un viaje a la semilla realmente emocionante y desgarrador. Se ha publicado en una edición, muy cuidada, de Alpha Decay. El epílogo y la traducción excelentes.
Como podéis ver, vivo (aturdido) leyendo.

viernes, 1 de octubre de 2010