sábado, 29 de agosto de 2009

Vincent (Don McLean)

Me pasé la infancia oyendo canciones como ésta. Mucho antes de saber nada de Van Gogh, de la locura, de la teoría del color o de ese sentimiento que lo invade todo. Mis hermanos mayores las ponían día y noche, en el cuarto de estar, en el salón, en aquellos viajes interminables en coche (¿cómo es posible, a pesar de Orduña, que durará tanto un simple viaje Madrid-Bilbao?), mientras estudiábamos y hasta en la ducha. Nos acostábamos y nos despertábamos oyéndolas: las cantábamos a todas horas, tanto que cuando quisimos darnos cuenta chapurreábamos inglés, francés e italiano (no era poco aprender que existía una cosa que se llamaba daffodils, ¿qué será, qué será?). Nadie me podrá convencer de que no arrastro desde entonces una carga (casi insoportable) de melancolía. Conste que no es ninguna queja: sin saberlo, me educaron el gusto y nunca se lo agradeceré de forma suficiente.

Notas para un diario 126

Hace unos días, Menchu Gutiérrez publicaba en ABC un artículo sobre los veranos de su infancia en Madrid (increíblemente no aparece en ABC.es, pero se lo pediré a la autora y lo colgaré con su permiso esta misma semana). Menchu hablaba de un momento del día, muy particular, en el que el sol dorado de la tarde rozaba el mundo con las yemas de sus dedos, iluminándolo de un modo glorioso. Ayer, Isabel Nuñez, en su Crucigrama, a propósito de una película de Rohmer (otro cazador de instantes), se refería a la hora azul, "ese minuto justo antes del alba en que todos los animales nocturnos se han dormido y aún no han despertado los de la mañana". Precioso. Tranquila, que no voy a hablarte más de animales, ni a compararme más con los lobos, ni con los besugos o los conejos, que ya sé que no te gusta nada mi bestiario: niña, tú eres muy muy de piso, ¿no? Yo también la verdad, pero que te conste que no hay un escritor que se precie sin un bestiario propio, como no lo hay sin un catálogo de cuidades de cemento o de telas de sueño, como las que coloreaba Remedios Varo (en la foto). Lo siento, que me voy por las ramas, como siempre. Lo que quería decir, al hilo de esos escritos de Menchu e Isabel, es que a mí hay otro instante que me fascina, horrorizándome al mismo tiempo. Lo voy a llamar la hora del bandido, y conste que estoy copiando a un amigo mío cuyo nombre no revelaré (por cierto, por cierto, aviso para navegantes: qué manía con querer hacer una interpretación personal de lo que escribo: personal no sería aquí la palabra justa, porque precisamente cuando escribimos somos personas, o sea máscaras, o sea, la cara que deseamos mostrar a los demás, y sólo eso; en este blog, al menos, no se habla de nada íntimo, para bien o para mal: particularmente ese material me lo reservo para mis confesiones, las sacramentales desde luego y las que hago con esa otra parte del pueblo de Dios, muy muy restringida en mi caso, dos o tres personas a lo sumo, que aunque sólo tienen el sacerdocio común de los fieles, escuchan a veces mis pecados). La hora del bandido, o el instante si lo prefieres, que relativo es el tiempo, es ese en el que estamos durmiendo, estamos soñando, y nos despertamos. Entonces, en unas milésimas de segundo, apenas, nos damos cuenta al instante de si podemos o no recuperar el sueño en el que nos encontrábamos. Son puros golpes mentales. Te despiertas y a veces puedes volver al sueño, sin hacer nada, de manera más o menos dulce. Cuando salimos de una pesadilla, o de un sueño inconveniente, puedes quizás hacer un movimiento interno y evitar la nueva caída en el abismo. Pero a veces, también, por un instante, por la hora del bandido, ya no puedes recuperarlo, por mucho que lo desees. Mira, te confieso que en alguna ocasión he llegado a llorar al darme cuenta de que ya no podía volver al sueño. He tenido entonces la sensación de que me estaban robando. Así, como suena. Naturalmente que todo esto tiene un contenido simbólico y existencal. Yo pienso que Dios es el bandido. Será su forma de jugar con los hombres (llevo todo el verano discutiendo con una persona de esas que oyen mis pecados, y que siempre está de mi parte,  sobre si Dios se ríe con nosotros o si, como ella piensa, directamente se ríe de nosotros: hasta ahora no hemos llegado a conclusión alguna). Y si me dices que Él no se ocupa de esas menudencias, cosa que te acepto, pues lo hará nuestro Ángel de la Guarda. Tanto da. Es un misterio para mí, que soy un simple y veo misterios donde los demás ven sólo una dimensión psicológica. Hablando de mujeres a las que admiro, os recomiendo desde aquí este blog, que ayer volvía a desgranarse, en medio de las mismas dudas que a mí me invaden, después de unas vacaciones parisinas y esforzadas (un tiempo atrás dije una tontería y te pido perdón por ello). Me voy al monte con mi hijo Álvaro, a ver si hecho fuera la bestia que llevo dentro.

viernes, 28 de agosto de 2009

Enjoy The Silence (Depeche Mode/Keane)

Notas para un diario 125

Con Isa hablé sobre todo de los lobos, y de otros animales. Ah, por cierto, que no se me olvide decirte lo más importante, antes de terminar. Recuérdamelo por favor. Los lobos saltaron por encima de nuestros cuerpos tendidos sobre la hierba en el camino de la fuente, y lo mejor que me podía haber pasado entonces, cuando aún estaba en el paraíso, es que me hubieran devorado. Devorado por las fieras. Como a Ignacio de Antioquia, que quería ser trigo molido para la comunión. En cuanto llegamos al pueblo, y nos sentamos al calor del hogar sin fuego, recordamos el episodio de los lobos. He vivido toda mi vida pensando que era una leyenda que me había inventado yo mismo. Cuando lo insinué, los que saben de verdad de leyendas, me afearon la conducta y me dijeron que había sido exactamente así, que no me devoraron porque Dios no quiso. No sé si me quedé o no más tranquilo. Luego hablamos de la guerra. De otros animales. De los besugos y de los conejos que recogían por las mañanas en las tapias de los conventos o en las vías de los trenes. Ya te lo contaré otro día. Ahora que sé que no me quisieron ni los lobos, ahora que sé que de verdad ocurrió, ahora a lo mejor lo olvido. En cambio, de ti no me puedo olvidar. Ni quiero. Recuerdo cada uno de tus cabellos. Los que tuve entre mis dedos. Moriré con ese recuerdo. Lo escriba o no. ¿Te parece poco importante lo que te digo?

jueves, 27 de agosto de 2009

Notas para un diario 124

Me pregunto porqué la palabra sabiduría, en griego, latín, hebreo, español, francés, catalán, alemán, es un nombre femenino. No me parece nada casual: sophía, hokmâ, sapientia, sabiduría, sagesse, saviesa o sapiència, Weisheit. Da mucho que pensar, ¿no? En Proverbios 1, 8 se distingue la instrucción "paterna" (Wissen, en alemán, por ejemplo, también es neutro), de la sabiduría que viene de las madres que dan a luz, en el sentido más espiritual que quepa imaginar esa bella expresión del castellano. Un tema para eternizarse. Quizás lo más importante es que en ese mismo y memorable prólogo de Proverbios, en 1, 22-23, la sabiduría que llama, con la intimidad de una amiga íntima (que bien entendió esto Tsvietáieva en la Carta a la Amazona), es el mismo Dios. O el Espíritu de Dios. O la sombra de Dios, la misma persona que le acompañaba antes y durante la Creación (cf. Job, 28, 25-27). Una noche de este mes de agosto que pernocté en Madrid, cerca del momento de la caída de las Perseidas, pasé la tarde revolviendo la biblioteca de mi padre. Releí, en el último tomo del Moëller, el ensayo sobre Bergman. Y me sorprendió la idea de que lo fundamental en el autor sueco, el eje sobre el que gira todo su mundo, es la ternura. Hablando de la sabiduría. Ayer, leí, en La Vanguardia, una breve semblanza de Modest Prats. "Molt bé, noi". Me acuerdo que me dijo esas palabras después de una conferencia que impartí sobre Magris a la que tuvo la deferencia de asistir. Comprendí lo generoso que era (ya me lo había contado mi hermana, Maria Pertile). Yo cuando le vi sentado, al comienzo de la charla, casi que pensé, pues mira, mejor me callo. Pero no, la ignorancia es audaz y continué hablando. Modest Prats escuchó como un señor, que es lo que es, y después se avalanzó sobre mí con la cordialidad de la sabiduría: "Molt bé, noi, molt bé". La semblanza viene a propósito de la recopilación de parte de sus ensayos en Engrunes i retalls. Escrits de llengua y cultura catalanes. Lo ha publicado la Universidad de Gerona, y hablaré más largo de su contenido cuando lo tenga entre las manos. La verdad ha de tocarse con las manos, con la punta de los dedos de las manos, con las yemas de los dedos de las manos. No he encontrado para esta entrada mejor ejemplo de sabiduría plástica, la que nace del principio esencial de la verdad interior, que la foto de un instante en un jardín de Florencia que captó el ojo de mi amiga Anna Alejo. En realidad me pregunto si no me he inventado estas notas para poder poner semejante foto. Antonioni habría hecho una película con ella; yo me debo de conformar con estos borrones. Me gustaría sentarme contigo sobre las doradas hojas rojas y pasarme siete días hablando de todo y de nada, sobre todo de nada. Hablar a la vista de todos, con la invisibilidad que ofrece la exposición a la vista de todos. Leo, por último, una frase que me golpea, de Dubravka Ugresic (no domino el teclado del ordenata y no sé poner los acentos): "El lado más íntimo del exilio está vinculado con el equipaje"

miércoles, 26 de agosto de 2009

Somewhere Only We Know (Keane)

Leer para ti

En el examen de septiembre (agosto, en realidad), he propuesto este texto de Siri Hustvedt; pretendo comentarlo aquí en los próximos días o semanas. Ahora debo corregir los ejercicios, esperar a que salte la chispa por algún lado. Maravillosa Siri! (el texto está tomado de la excelente edición de  Bartleby Editores: supongo que todavía quedan ejemplares de una joya que yo tendría en casa)
En el cuento la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas dentro de sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntalo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos siempre, a medida que pasen los años. No te lo dije. Era lo que quería decir. Recuerdo fragmentos de historias de este libro de mi niñez, el resto está vacío. Los cisnes que se van volando. La hermana que cose flores en las camisas. El hermano menor con un ala, un ala de cisne blanco que sobresale por la camisa inacabada, las plumas tiernas, el flojel, la esposa malvada por siempre encerrada para que nadie pueda ver su cara nunca, entonces ahora, al pasar el tiempo, junta y separada, joven y madura, enferma y matándose con la bebida en casa. Él guarda silencio. Ahora recuerdo lo que había olvidado. He olvidado pero cómo es posible que recuerde que olvido. Los entierros son casi siempre fuera, se ponen los muertos lejos de nosotros, fuera de la casa. Son omisiones, espacios en blanco en el paisaje, señalados e inscritos y llevados dentro como si estuvieran vivos. En el vacío, en el día vacío, hay cosas que se van y que vuelven sólo cuando podemos soportar el recuerdo. La cruz del santuario está vacía sobre el mantel violeta de la Cuaresma, la historia después de la muerte, después de morir en la muerte, los que se mueren y los muertos, muertos, muertos.


martes, 25 de agosto de 2009

María Luisa Elío 2


Fernando Pérez Ollo publicó el pasado lunes 10 de agosto, en su sección A punta seca del Diario de Navarra, una ampliación de la necrológica de María Luisa ElíoPérez Ollo es quien mejor conoce la historia de los Elío en su conjunto (especialmente lo que les ocurrió en Navarra durante la guerra): tiene los datos reales y además siempre ha sabido ponderarlos en su justa medida. Por eso es importante que no caiga en saco roto este escrito. Vendrán tiempos en los que se borrarán aún más los hechos, y entonces las ponderaciones quizás ya no sean posibles. Yo estoy escribiendo sobre ese periodo de la historia española y europea, y sobre su literatura, de la que Tiempo de llorar me parece un ejemplo, y no quiero perderme cosas como las que ofrece Fernando.


El viernes 17 de julio pasado falleció en Coyoacán, Ciudad de México, María Luisa Elío, nacida en Pamplona a las 9 horas del 17 de agosto de 1926 (en 1929, regurgitan las biografías), tercera y última hija de Luis Elío Torres, de conspicua familia navarra, aunque alumbrado en Tarragona (1895) y de Carmen Bernal López de Lago, murciana de Mazarrón (1896). Los Elío-Bernal se casaron en 1920. El viernes 17 de María Luisa vio la luz en el número 16 de la calle Arrieta, en el tramo entonces llamado Leire (entre Carlos III y Príncipe de Viana). Luis Elío, abogado de carrera desde 1921, fue uno de los quince profesionales que en 1927 optaron a la Secretaría del Ayuntamiento de Pamplona, vacante por defunción de Francisco Mata Lizaso. Al año siguiente Elío, ya juez municipal desde 1926, presidió desde su constitución -a propuesta de diversas asociaciones obreras- el Comité Paritario Interlocal de Despachos, Oficinas y Bancos de Pamplona, uno de los Jurados Mixtos de Trabajo. Rico terrateniente por familia, tenía fincas en Barañáin, Landaben, Berichitos y San Juan de la Cadena, así como casa y molino en Aoiz. En 1932, García Enciso le imprimió Contratos de arrendamientos de fincas urbanas", librito de 83 páginas, vendido al precio de 2 pesetas, con los textos legales vigentes en la materia, comentarios y notas.En 1935, Elío donó las casas de Barañáin a sus renteros. Pasaba por hombre de izquierdas, republicano, próximo al socialismo y al nacionalismo vasco, si bien participó en la suscripción para el homenaje al general Primo de Rivera con tres duros, la misma cantidad que el ayuntamiento de Bakaiku, y encabezó la Junta diocesana contra la blasfemia y pro catecismo.

Cuando estalló la guerra civil, Elío fue detenido en su domicilio, Roncesvalles, 2, 5º izquierda, ante su mujer e hijas, Carmenchu, Cecilia y María Luisa, por dos policías de la secreta y dos falangistas y llevado a la comisaría en la misma calle, de donde le sacó Generoso Huarte Vidondo (1886-1978), impresor y carlista notorio -fue capitán de requetés, Tercio Nuestra Señora del Camino- y vocal obrero suplente del Comité Paritario. Huarte le llevó a su casa, en García Ximénez, 2, donde le escondió unos días. Las hijas de Huarte eran compañeras de colegio y amigas de las Elío Bernal. Luis Elío contó años más tarde en "Soledad de silencio", libro firmado en 1965, pero de publicación póstuma (México,1980), con prólogo de su nieta Gadalupe Noriega Elío, que durante la guerra estuvo escondido en una casa más allá de la Vuelta del Castillo, desde la que por las mañanas oía escopetas. Se ha repetido que la familia, incluida su mujer, que le visitaba en casa de Huarte, llegó a darle por muerto, aunque algunos hablaban de que permaneció escondido en un convento extramuros. Hoy sabemos, gracias a una de las chicas de Huarte, María del Carmen, casada más tarde con el periodista pamplonés Miguel Ángel Astiz (1919-1984), que al juez Elío le salvó Blas Inza Cabasés (1885-1970), director de la Casa de Misericordia y conocido partidario de la sublevación contra la República. Inza le ocultó en sus dependencias personales de la Meca durante toda la guerra, alojado a veces en un armario.Lo que oía Elío no eran, pues, alegres escopetas matinales. Acabada la contienda civil, Inza le preparó al juez, ya para entonces expropiado por el régimen, el paso a Francia por Baztán. Elío paró en el campo de internamiento de Gurs (Pirineos Atlánticos) antes de llegar a París, donde se reunió con su mujer e hijas -que por Elizondo y Dantxarinea llegaron a San Sebastián y de ahí, en julio de 1937, a Valencia y Barcelona, y de allí donde fueron a París en 1938. Con ellas cruzó a México, gracias a Indalecio Prieto, que luego habló de Elío en sus "Cartas a un escultor" (Sebastián Miranda). En 1941, el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas juzgó al ex juez en rebeldía y le condenó por pertenencia al PSOE.

El reencuentro conyugal no prosperó. María Luisa recordaba que en París "era difícil reconocer en ella (su madre) a la mamá de Pamplona" y respecto a su padre no fue menos explícita: "Pasaron veinte o treinta años antes de que muriera, no sé cuántos exactamente, pero el anterior papá ya había muerto".

La historia del padre, que dispara múltiples preguntas y se cerró en un triste nosocomio, condicionó a la hija, pero ella merece atención y recuerdo por sí sola.

María Luisa Elío, inteligente, bella y elegante -lo que ahora se etiqueta glamour-, estudió teatro, destacó en los círculos literarios y artísticos y casó con Jomi García Ascot, también hijo de exiliados. Con él -luego fundador del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC- rodó El balcón vacío(1961-2) a partir de un breve texto suyo de ese título, más tarde inserto en Cuaderno de apuntes(México, 1995).

Muerto ya el padre y divorciada (1968), María Luisa volvió por primera vez a Pamplona avanzado el verano de 1970, con su hijo Diego, de siete años, y a esas vivencias debemos Tiempo de llorar (México, 1988), libro bello, breve e intenso, proustiano, que no refleja la visita, sino su vida entera. Diego escribió mucho después: "Recuerdo cómo de niño me fascinaban las historias que me contaba mamá. Y lo que me contaba, ahora lo sé, era su vida.Una vida tan particular que a veces da miedo".

El libro, que se lee de un tirón, no es en absoluto un diario de viaje mechado con la correspondencia con las dos hermanas. El viaje puede parecer un feliz reencuentro con su ciudad y su gente -los Torres, en lugar destacado-, como si la vuelta al origen cerrase un círculo vital. Recupera, sí, la nieve -desconocida para su hijo-, la Taconera y la Media Luna, el Paseo de Valencia y las Ursulinas, las pastillas de café con leche, Barañáin, Quinto Real y el paseo sobre las hojas caídas en el hayedo -Diego sufre el mismo percance acuático que Carmenchu décadas atrás-, "verás cómo soy una verdadera navarra", las castañas y la palomera, el queso de Roncal y el chorizo de Pamplona, Marcilla y el ganado bravo, "la gente habla como se hablaba antes", "la misma lluvia menuda de cuando era niña".

Pero pronto sabe "que no pasearía con mis hermanas": aunque ella era de Pamplona,ya no pertenecía a la ciudad, sino la ciudad a ella. La idea central va en sus primeras líneas:"Y ahora me doy cuenta que regresar es irse. Es decir, que volver a Pamplona es irse de Pamplona. Al fin voy a volver donde las cosas no están ya. He vivido en el mundo de mi propia cabeza, el verdadero mundo quizá, y contando poco con el mundo exterior". El libro, según su hijo, "fue una liberación", en buena parte porque aquí sufrió una crisis -los más cercanos pensaron que quiso morir- y a su paso por el sanatorio responden los terribles fogonazos de Locura, que abren Cuaderno de apuntes.

Si bien María Luisa Elío nunca se consideró escritora, su libro, desnudo de retórica, fácil, sereno y naïf en apariencia, de estilo fragmentario, encierra una recuperación del tiempo perdido, que no es el de la propia autora, sino, como observa atinado Álvaro de la Rica, el del hijo, Diego.

María Luisa Elío merece aquí un recuerdo agradecido por ese libro, que prologaron Salvador Elizondo y Álvaro Mutis. Pero su nombre va unido a Cien años de soledad, que García Márquez le dedicó, porque, según el novelista, "María Luisa era como un oráculo hospitalario, al que se acudía sin saberlo. Su conversación solía importar revelaciones certeras, asombrosas, hechas de iluminaciones naturales y de una ironía afectuosa." Fue la primera persona, con su marido, cautivada por la novela aún en elaboración, corría septiembre de 1965, cuando la conoció de labios de Gabo, en casa de Mutis. Ella contaba: "Gabo me preguntó: ¿Te gusta el libro? Dije: Me maravilla. Y él contestó: Pues es tuyo". "Nunca tuve dudas, desde sus primas visitas, para dedicarles el libro. Las reacciones y el entusiasmo me iluminaban los desfiladeros de mi novela real", resume el nobel colombiano.

lunes, 24 de agosto de 2009

Agosto

Me recuerda un amigo el poema Agosto de Joseph Brodsky. El poema tiene su historial: parece que es el último que escribió, muy poco antes de su muerte el 28 de enero de 1996. Eso se nota perfectamente en un texto profundamente roto, obsesionado con el vacío, la vulgaridad y el paso del tiempo. Ahora, ¿por qué se abría acordado Brodsky de agosto en pleno invierno? No lo sé, pero me encantaría preguntárselo; por mi parte, algo he comprendido últimamente, aunque no tengo demasiadas ganas de hablar de ello. Prefiero limitarme a copiar esta bellísima composición, que tanto me consuela, a pesar de su demoledora dureza. La versión española se debe a Ricardo San Vicente (en No vendrá el diluvio tras nosotros, Galaxia/Círculo, 2000).

Agosto

Pequeños pueblos, donde no os dicen la verdad.
Ni falta que hace, pues es de ayer, de todos modos.
Tras el cristal susurran unos olmos queriendo celebrar
las gracias de un paisaje que sólo el tren conoce. Zumba un
abejorro.

El paladín, tras una carretera hecha a cruces del destino,
es un semáforo ahora; y el río, si vais de cara.
Tampoco el espejo en que os miráis es tan distinto
de quienes de vosotros no recuerdan nada.

En el calor, postigos ciegos se tejen de un feo rumor,
o simplemente con la hiedra, para no dar razones.
Un joven que irrumpe en la casa, tostado por el sol,
os desposee del futuro, sólo en calzones.


Por eso oscurece poco a poco. La noche se moldea
en forma de plaza de estación, con su estatua, su fuente
y lo demás, y la mirada en que se lee un "maldito seas"
guarda directa proporción con el gentío ausente.

domingo, 23 de agosto de 2009

domingo, 9 de agosto de 2009

Fin de temporada, 2

Fin de temporada

Hace poco menos de un año, cuando apenas había publicado las 100 primeras entradas de este blog (ésta será la entrada 546), me despedí de vosotros por unos días. No me queda más remedio, este año, que hacer otro tanto. He permanecido, somewhere in France, durante un mes y, a partir de mañana, seguiré perdido por aquí pero sin cobertura de internet. De este modo, a la altura de mediados de agosto, se me está imponiendo cada año un findetemporada. Por algo será. Llego a este momento del año, y del blog, de manera muy diferente a aquella en la que me encontraba el año pasado. No os voy a aburrir con los pormenores: además, y para algunos que siguen sin enterarse, yo no hablo aquí de nada íntimo. No comprendo porqué resulta tan difícil de entender este extremo. Por ceñirme sólo a aquello de lo que sí hablo, os diré que he finalizado la temporada sumido en la conmoción por la muerte de María Luisa Elío. En la foto de abajo podéis ver un fotograma de El balcón vacío, la película que rodó con su marido, Jomí García Ascot, acerca de los episodios de la guerra en Pamplona. La niña en el parque quiere ser María Luisa. El parque, la Media Luna de Pamplona, donde mis hijos y yo hemos pasado su infancia. El tipo del terno oscuro, el que se dirige a la niña, es un secreta que busca al padre de la niña para matarlo, como el cura busca al profesor en el último cuento de Los girasoles ciegos, como el que odia busca matar al odiado. Sobre eso versará si Dios quiere mi próximo libro, también sobre el odio y la envidia. ¿Os podéis creer que un blog como éste genere odio? Parece increíble, pero es así, y cómo no el odio viene de parte de los de siempre: de los que tienen una imagen impecable de sí, al mismo tiempo que en el fondo se odian a sí mismos. No os preocupéis, he leído lo suficiente sobre el odio (y sobre la libertad) como para detectar al vuelo ese tipo de actitudes fascistoides y cainitas, y no me echo para atrás, ¡nunca! Lo digo claramente, aunque la mayoría no sepáis de lo que estoy hablando: ¡que se jodan! Volviendo a lo esencial, quiero acabar contando otra cosa. Florence Delay, en la cena tras la corrida de Bayona (por cierto, creo que la de ayer también fue reseñable, especialmente se ha comentado la bravura de los toros de Ana Romero), y hablando precisamente de la distinción entre lo sacro (como lo cerrado, exclusivo e inaccesible) y lo santo (como lo amable, hospitalario y abierto), me recomendó la lectura de L´Envers de l´esprit de Valère Novarina (P.O.L., 2009). Ayer sábado lo localicé sin problemas en Bayona, y entre la siesta y la noche me lo leí de un tirón. Nada más abrir el libro, encontré al instante ésta frase: Écrire est tactile, provient d´une certitude touchée, comme si l´organ de la parole était la main. Yo he hablado estos días de lo que transita entre la mano y la mente del artista. Pero, sobre todo, ¿cómo no pensar en el paso de María Luisa Elío por la frontera de la locura, cuando dice que la verdad está ahí, a nuestro alcance, y que basta con estirar la mano para tocarla? Novarina añade, pocas páginas más adelante, que la oración del escritor es su texto.
Hasta pronto. Y gracias por estar ahí.

sábado, 8 de agosto de 2009

Jockey Full Of Bourbon (Tom Waits)

María Luisa Elío

Ayer, tras la corrida de toros, ya en la cena en Achtall, me entero de que ha muerto en México, hace apenas dos semanas, María Luisa Elío. Et in arcadia, ego. He querido ir al Diario de Navarra, pensando que Fernando Pérez Ollo habría escrito una necrológica. Por ahora, ha redactado personalmente la noticia, lo que ya es bastante. Fernando fue quien me introdujo en el mundo de los Elío, y creo que es la persona más fiable para ofrecer los datos de la vida y la muerte de María Luisa. Lo hace escuetamente: El pasado 17 de julio murió en Coyoacán, Ciudad de México, María Luisa Elío Bernal, pamplonesa y destacada figura de las letras y el cine mexicano. María Luisa Elío nació en la calle Arrieta el 17 de agosto de 1926, tercera hija de Luis Elío Torres, abogado, de aristocrática familia navarra, y de Carmen Bernal López de Lago, murciana de Mazarrón. Proclamada la República, Luis Elío fue juez municipal y presidente de un Comité Paritario. En julio de 1936 Luis Elío fue detenido en su casa, ante su mujer e hijas, pero logró escapar de la comisaría y pasó el trienio de la guerra oculto gracias a personas de filiación carlista. Pasó a Francia, y luego ya con su familia, a MéxicoMaría Luisa, que estudió teatro, casó con Josemí García Ascot, también hijo de exiliados y cineasta. Con él rodó El balcón vacío, bello corto basado en un texto de la pamplonesa. La escritora viajó a su ciudad natal, muerto ya su padre, y reflejó la experiencia en Tiempo de llorar (México, 1988), cuya primera frase es definitiva: "Y ahora me doy cuenta que regresar es irse". A María Luisa Elío dedicó Gabriel García Márquez su obra maestra, Cien años de soledad. Son los datos principales, el armazón externo de una vida. Tiempo habrá de rellenarlos. Ahora es otro tiempo de llorar por la muerte de María Luisa. 
(La foto pertenece al rodaje en México de El balcón vacío. María Luisa, de perfil afilado y ojos abismales, en el plano de la esquina izquierda).

viernes, 7 de agosto de 2009

José Tomás

Esta tarde, a las 18 horas, en la plaza de Bayona (Francia), José Tomás.

jueves, 6 de agosto de 2009

Notas para un diario 123

Una de las cosas que he comprendido, después de un año de transitar por aquí, es que un blog tiene verso y reverso, que un medio como éste vale lo que valen sus comentaristas y sus comentarios. También es verdad que hay comentarios off the record, comentarios éditos e inéditos, y que no pocas veces los últimos son esenciales para proseguir esta tarea sisífica. Las últimas entradas me han deparado algunos avisos, que son siempre lecturas de lo que uno escribe, que me han hecho pensar. He sabido siempre que los malosentendidos son la mejor forma de entenderse, y a veces una letra descolocada te hace caer en la cuenta de algo que hasta entonces ignorabas. Tiempo al tiempo. No hay nada como el barroco femenino y los mensajes por persona interpuesta. En otro plano, bien distinto, alguien me susurraba por la noche que no entendía nada y que lo anhelaba todo. No sé si acabé de entenderlo, pero tome buena nota. De madrugada, he hablado con una persona del cielo y del celeste Mantegna. Hay que reconocer que no está mal, para empezar el día. Hay que mantenerse en la presencia de Dios, y cualquier recordatorio bienvenido sea. La agonía del Huerto de los Olivos. ¡Qué cuadro! Por cierto, cuando me puse delante, yo apenas vi olivos. Casi todo eran limoneros. Unos limoneros increíblemente bellos. A ver si hay iconólogo que me explica esa transición del verdeolivaplata al verdeagualimón en esa obra maestra. Por ahora yo me concentraré en el sueño de los apóstoles (en la foto aparece ese detalle; os recomiendo que piquéis para verla ampliada). Los cuerpos están suspendidos en el aire que toman por las bocas abiertas cadavéricas; cuerpos transfigurados en gloria por el dolor y la imposibilidad de comprender el drama al que están asistiendo (y que prefigura sus muertespropias, más o menos cercanas). Qué curiosa trinidad durmiendo piescabezas: dormición, muerte, elevación. Pronto lo celebramos litúrgicamente. Ayer, la Señora de las Nieves (el santo de mi querida madre, celebrado durante décadas, hoy no es nada más que un recuerdo en aquel a quien Dios se lo conserve). Por la noche leo una frase de Wittgenstein que ilumina un comentario de hace días. Es del año 31, precisamente. Pienso con la pluma. Mi cabeza, a menudo, ignora lo que mi mano escribe. Green me lo había adelantado, y por supuesto entonces (tenía sólo 22 años) no le entendí. ¿Qué significa la frase Yo soy judío? No lo sé; la escribió mi mano. ¿Con qué pintaba Mantegna? Con la mano, sin duda. Los formalistas franceses elogiaronlamano, pero no han entendido nunca algo que (piensan equivocadamente) amenaza su sacrosanta razón. Los anglosajones es distinto, y los hispanos hacemos lo que podemos, más bien poco. Me dormí, no obstante, leyendo un pasaje de Proust: La ligne du chemin de fer ayant changé de direction, le train tourna, la scène matinale fut remplacée dans le cadre de la fênetre para un village nocturne…Je me désolai d´avoir perdu ma bande de ciel rose quand j´apperçus de nouveau, mais rouge cette fois dans la fenêtre d´en face qu´elle abandonna à un deuxième coude de la voie ferrée, si bien que je passais mon temps à courir d´un fenêtre à l´autre pour rapprocher, pour rentolier les fragments intermittantes et opossites de mon beau matin écarlate et versatile et en avoir une vue totale et un tableau continu. Quizás yo no pretenda en mis notasparaundiario otra cosa que esto último, pasar mi tiempo acordando, hilando los fragmentos intermitentes y opuestos de mi mañana bella, escarlata y versátil, para obtener una visión total del cuadro completo. El genio de la lengua francesa, la de Proust y Verlaine, la de Vigny y Bonnefoy no está desde luego en la mano. Está en el oído, en las silbantes y en las fricativas, en el juego sutil y constante con las vocales.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Guy Davenport

Hace algunas semanas conté que había puesto, en el examen de la asignatura, un comentario de un texto de Guy Davenport. Añadí, respondiendo a algún comentario al dorso de la entrada correspondiente, y dije de palabra a quienes me lo preguntaron, de entre los alumnos, que pondría alguna indicación, de cómo se podía haber comentado, en el blog.
Primero, el texto.
Todo aquello otra vez, dijo. Estoy deseando ver todo aquello otra vez, los Pirineos, Pau, las carreteras. Oh, Dios mío. Oler el café francés otra vez, todo mezclado con el olor a tierra, el brandy, el heno. Algo habrá cambiado, no todo. El campesino francés permanece siempre. Le pregunté si realmente tenía alguna oportunidad, alguna probabilidad de ir. Su sonrisa era de resignada ironía. ¿Quién sabe, dijo, que san Antonio no tomó el tranvía a Alejandría? No ha habido un padre del desierto durante siglos y siglos, y hay una considerable confusión en cuanto a las reglas de juego. Señaló un campo a nuestra izquierda, al otro lado del bosque de robles blancos y liquidámbar por el que paseábamos, un campo de rastrojo trigo. Allí fue donde le pedí a Joan Baez que se quitara los zapatos y las medias para volver a ver unos piés de mujer. Estaba extremadamente encantadora ante el trigo primaveral. De vuelta en la ermita, comimos queso de cabra y guisantes salteados y bebimos whisky en vasos para jalea. En la mesa de él había cartas de Nicanor Parra y de Marguerite Yourcenar. Levantó la botella de whisky y la sostuvo ante la luz fría y radiante de Kentucky, que entraba a raudales por la ventana. Y después salió al excusado, cuya puerta golpeó con su bote de clavos para ahuyentar a la culebra negra que solía estar dentro. “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Vieja hija de perra! Ya volverás luego".
Ahí van algunas notas para un posible comentario. Sólo por si a alguien le puede servir para algo este tipo de consideraciones. No son más que unas notas (estoy de vacaciones, ¿no?; pues no, ¿no habías dicho que esto no era una profesión: pues entonces a qué coño viene cerrar por vacaciones?). Las notas no pretenden de ningún modo ser exhaustivas, y dejo la erudición lo más de lado posible. Acaso lo primero que llama la atención, en un texto así, es el ritmo acelerado que mantiene, su carácter enumerativo, el uso del asíndeton (al principio del texto) y del polisíndeton (al final). La viveza del inicio, con la supresión de las conjunciones, contrasta con la presencia masiva de la conjunción "y" al final; soy de letras, pero he contado seis en las ultimísimas frases. ¿Se trata de dos voces distintas, una que habla con conjunciones, y otra que las omite? Puede ser, pero también puede ser que la misma voz, muy rápida al comienzo, se haya agotado al llegar al final. Veremos. El texto es más descriptivo, y narrativo, que reflexivo. De eso no hay duda. No sabemos muy bien que es lo que cuenta. Parece que la acción se desarrolla en algún lugar de Francia, cerca de los Pirineos, y que se enuncia desde un lugar lejano: Kentucky, en los EEUU. ¿Será un paseo? Un paseo por dos caminos, otro jardín cuyos senderos se bifurcan. Aquí, como en el Rousseau de las Ensoñaciones, la escritura es otro camino, el camino real. Francia/EEUU. Otro lugar, otra luz, desde luego. Otros animales, más violentos, que no comen heno precisamente, como la culebra negra (símbolo sagrado en las religiones mesoamericanas: guardianas del sancta sanctorum). Otras bebidas: brandy/whisky. ¿O no? ¿A qué ámbito pertenece el primer whisky, los guisantes y el queso de cabra? Confusión con los lugares y las cosas, lo propio del recuerdo desgranado a la sombra líquida de tales spirits. Fragmentación, unidad de lo múltiple en la mente del narrador. Francia (Pau), América (Kentucky). A mí eso me suena a la Gran Guerra, pero tal vez no tenga porqué referirse a ella. No se combatió nunca tan abajo, aunque la gente iba allí después a pescar truchas, y a hacer el amor antes de volver a pudrirse y a morir definitivamente a casa. Para una vez que nos sentimos vivos, para una vez que pudimos ver los pies a las señoras cerca de una ermita, sin que nadie en la congregación se escandalizara. ¡Viva Joan Baez y todas las revoluciones! Como muy bien supo reconocer una de las mejores alumnas de la clase, la más tozuda pero también la más lista (sólo por eso le puse matrícula; ojalá algún día pudiéramos trabajar juntos), hay una considerable confusión en cuanto a las reglas de juego. Esa puede ser la frase capital, la que lo explique todo. ¿Todo? Sí, todo, lo dice claramente al comienzo: Todo aquello otra vez, dijo. Estoy deseando ver todo aquello otra vez. ¡Oh Dios mío, parece que las cosas están encajando demasiado bien! ¿No era un caos este texto? Tu tía abuela sí que era un caos. Eso depende de la idea que tengamos de lo que es un caos. Hay caos muy ordenaditos y siniestros: el Lager, algunas sectas, ideológicas o religiosas, no pocos escritos trasnochados. ¿Y la música de Bach? No, no, la música de Bach, como la poesía moderna, son el orden personificado. El orden de la imaginación creadora. Pero, volvamos al todo. Dos pronombres inclusivos, dos todos (¿una anáfora?) al comienzo del texto, presidiéndolo, determinándolo verbalmente. Y una alusión final a una serpiente, vaya, vaya, que estoy viendo asomarse ya la cabecita al bueno de Baudelaire, el creador del poema en prosa. Ah, claro, ¿por qué esto qué es, desde el punto de vista del género literario? Buena pregunta. El arte tenía que provocar preguntas, ¿no era eso? No sé. Yo preferiría tener respuesta. Busque en otro sitio, madame, que le dijo Felipe II al bueno de Cervantes. De ser un poema, lo es en prosa. ¿No es eso un contradios? Algo contra el dios preceptivo-académico-neoclásico. Algo en lo que se quiere que aparezca, como un fulgor instantáneo, el todo. El todo en el fragmento, y en la mezcla también, otro de los sacrosantos principios del poemaenprosa (liquidambar; café mezclado con olor a tierra, and so, and so on…). A ver, repasemos algunos todos. Por ejemplo los sentidos externos: vista, tacto, gusto, olfato, oído. Sí, parece que están todos mencionados ampliamente. ¿Y los internos? Imaginación, memoria, sí, también. Y las funciones verbales. Narración, descripción, reflexión. Y los lugares, desde el prepirineo al desierto. Pues también. ¿No era el poema algo fragmentario? Menos de lo que parece. Pasado/Presente/Futuro. Tradición/Vanguardia. Lo sagrado/Lo profano (San Antonio en tranvía) ¡Cuántas cosas! ¡Qué bueno es este tío Davenport, lo que sabe el cabrón? ¿Sabrá que Baudelaire comparaba el poema en prosa a una serpiente, a sus anillos, a su carácter movedizo y genésico, a sus mutas de piel? ¿Existe la palabra muta en castellano? Sí, pero tú querías haber dicho muda. Muta es otra cosa (una jauría de perros). Me da igual, mi profesión me permite ser lo más creativo posible. Creativo, sí, pero disciplinado también. La una sin la otra no valen nada, te lo digo yo. ¿No lo crees, donostiarra? No te enfades, ¡que tienes un genio! No, es broma. Perdona por la alusión tan directa, pero ahora que la he escrito no la voy a quitar. Volvamos a lo de la serpiente, por un instante. ¿No será las dos cosas, un símbolo material, plástico, y a la vez una alusión religiosa? Maldecir a la serpiente. Génesis. Apocalipsis. Revelación. Como en la poesía. Como en la religión flaubertiana y católica. La tentación de San Antonio. ¿El abad jabesiano o el taumaturgo lisboeta? Por qué no las dos tentaciones (la sagrada y la profana, a mí me pasa, al fin y al cabo, el bueno de Antonio tenía el don de la bilocación. Un hombre, dos tentaciones. Qué se lo digan si no a los de Padua. Dos lugares, dos registros genéricos, dos tradiciones, dos de todo, oye, mejor que sobre que no que falte. La modernidad se define por la avaricia y por el ansia. Toma cimbalta, toma whisky, pero no tomes las dos cosas que puedes acabar fatal. No los mezcles. Las mezclas, que sean verbales. Pues no, no he acabado tan mal. ¿Y a ti que más te da?

martes, 4 de agosto de 2009

Roger Raveel

Hace unos días, en mis incursiones a la rue Gambetta, encontré un catálogo amplio de Roger Raveel, un pintor que desconocía y que me entusiasmó a la primera. Belga, flamenco, lo primero que me sorprendió fue el uso del color en sus cuadros. ¡Qué verdes, qué azules, qué blancos! Fue una especie de coup de foudre, a través de las reproducciones de un libro magníficamente editado (Roger Raveel, Editions Snoeck, 2006). Llevo días viendo con calma los cuadros, intentando meterme en ese mundo mágico de Raveel, leyendo los textos (entre otros escriben Hugo Claus y Roland Jooris), aproximándome, intentando hacerme una primera composición de lugar. Me parece una especie de síntesis o de secuencia de todos los movimientos del siglo: desde el expresionismo abstracto al pop art y desde el surrealismo (veo muy presente el mundo onírico de Balthus y la delicadeza imaginativa de Cornell) o la pintura metafísica hasta la figuración de Lucien Freud. Es impresionante la capacidad de personalizar todas las influencias (Mondrian, Matisse, los fauve, la escuela de París, pero también Van Gogh o de Staël) y de crear un mundo absolutamente luminoso y propio. Su realción con los rusos o los norteamericamos merece un estudio pormenorizado. Me parece un pintor muy dotado plásticamente y con una carga intelectual potentísima. Hugo Claus le pasaba, antes de publicarlas, todas sus novelas, confiado su capacidad de lector. Hace en su pintura una auténtica poética del cuadrado (una poética que por momentos se transforma en una metafísica), del uso de los espejos, de la anulación del rostro (son especialmente llamativos los retratos de su padre, en los que sustituye las facciones naturales por cuadrados de color). Pintó junto a otros pintores belgas, los bajos del castillo de Beervelde (en la foto de abajo).


Hay que ir a verlo: su obra, en la que integra de forma magistral la pintura en los elementos arquitectónicos, destaca de manera fulgurante en aquel lugar. El secreto de la pintura de Raveel, como en los viejos maestros del Renacimiento, reside en la luz. Una luz fresca, visionaria, que desprende la energía peculiar, la claridad y la alegría de vivir que sólo la gran pintura puede proporcionar.

lunes, 3 de agosto de 2009

Someone Like You (Van Morrison)

Si tuviera que hacer una lista de 10 canciones, ésta estaría seguro entre las primeras. Por lo que significa, también. La peli de marras no está mal, tampoco; de toda la secuencia, me gustan las miradas: están muy muy cargadas.

Leszek Kolakowski (1927-2009)

El pasado día 17 de julio ha muerto en Oxford, Inglaterra, uno de los grandes filósofos del siglo XX: Leszek Kolakowski. Polaco, marxista inicialmente, liberal, occidental, después, católico siempre, Kolakowski representa, acaso como nadie, la tragedia del humanista europeo del siglo pasado, su travesía en el oscuro bosque ideológico de una centuria vertigionosa. Yo he leído, con fruición, a un Kolakowski, no el más conocido y apreciado, el de los tres tomos de Las grandes corrientes del marxismo (quizás lo lea el verano que viene, éste estoy metido de lleno en el Ulises de Joyce), sino el del historiador de las ideas religiosas: sus obras Dios no nos debe nada (en el que estudia las polémicas sobre la Gracia en el Gran Siglo francés, o sea Port-Royal), y su enciclopédico Cristianos sin Iglesia (un tocho que me ha servido de almohada en no pocas ocasiones), pero también el Horror Metaphysicus, La presencia del mito, Las conversaciones con el diablo, en aquellas viejas (venerables) ediciones de Amorrortu y de Monte Ávila (Chávez, gañán, sal huyendo, y llévate a toda la tropa de tiranezuelos, incluido a Zelaya, la razón y la historia no van a dejar de vosotros ni las raspas).
Tuve la inmensa suerte de conocer personalmente a Kolakowski. En Gerona. Durante una semana asistí a las lecciones magistrales que dictó en la Cátedra Ferrater Mora, hace ya algunos años. Fueron diez lecciones inolvidables: sobre la libertad, sobre el juicio (intelectual), sobre la responsabilidad, sobre el marxismo, etc. Diez grandes tópicos revisitados cada uno en una hora y media de discurso. Estábamos pocos. Una docena larga, creo recordar. Yo no me lo creía. Aquello ha sido uno de los grandes regalos de mi vida. Pasar una semana escuchando a un genio, en aquella Facultad de Letras, en pleno barrio judío, era para no creérselo. Guardo un moleshkine entero con las notas tomadas aquellos días, pero desgraciadamente no lo tengo a mano. Recuerdo que en algún sitio describí físicamente al viejo profesor. Me recordaba (ver la foto) a una bella figura de Giacometti. No ya delgado sino adelgazándose por momentos, para dejar espacio al resto. Elegante, mordaz en ocasiones (recuerdo sus comentarios tras una visita al Museo Dalí de Figueras), diáfano siempre. Yo no soy filósofo, así que no entendí mucho de lo que iba diciendo. Pero disfruté un montón, y me hubiera quedado un mes a su lado, escuchando, observando, escribiendo, dejando la mente en blanco. Lo había leído sí, sin tener ninguna seguridad de haberle comprendido tampoco en su escritura. Pero me dejó una huella profunda que no sabría muy bien decir en qué ha consistido. Una lección ética supongo, más que nada. El valor de la verdad, siempre. El valor de lo complejo. De la tradición occidental, la de Aristóteles, Platón y Pablo de Tarso. La de los mil años de Edad Media, con Agustín y Boecio a la cabeza. La de los heresiarcas también. La de la Ilustración. Que las cosas hay que repensarlas, sobre todo. Que ya está bien de papanatas intelectuales que no saben de lo que hablan. Que el cristianismo no es un invento de los curas para meternos miedo. Que es un mensaje, una noticia, un evangelio. Así me lo dijo al terminar una clase. Fue una de las últimas. Yo le había formulado una única pregunta. Le dije si, aquellos diez asuntos, no eran otros tantos preambula fidei. Lo dije así, en latín. Me contestó con una media sonrisa y un "supongo". I suppose… Lánguidamente, de una maniera muy inglesa, o muy polaca y delicada. No lo olvido. Después, al final de la clase, cuando pasé a su lado, añadió lo del miedo y la noticia. Entonces fui yo quien sonrió. Nos entendimos con mirarnos. Fue una mirada llena de cariño, o de amor, porqué no decirlo, de amor al prójimo.
Cuando muere un hombre como Kolakowski nuestro mundo es más pobre, aún. Pero yo me consuelo pensando que morir se me hará más leve. Por dos razones que ya están implícitas en lo que acabo de escribir: porque dejaré un mundo empobrecido y, mucho más importante, porque iré a reunirme con él. Así lo espero.

sábado, 1 de agosto de 2009

Notas para un diario 122

Una amiga mía, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, pero que por el momento llamaré the lady of times, la dama de los tiempos, ahora contaré el porqué de ese nombre que parece directamente sacado de una novela del cristiano de Troya, me manda esta foto de un delfín, tomada hace pocos días desde su barco en el mediterráneo balear; me la mandó justamente el día que asesinaron a los dos guardias civiles en Calviá, y no quise ponerla, por respeto, y por rabia contra la locura asesina, esa que hace que todo se vuelva confuso y perverso en nuestro país. El nacionalismo. La identidad sin intimidad. La adoración del espacio. La locura asesina. Siempre es lo mismo. Asesinan a los que sirven humildemente a los demás, hasta dar la vida por los demás. Por cuatro perras gordas. Cuando escuché la terrible noticia, lo primero que hice fue asistir a Misa. De un modo misterioso, la primera lectura (pertenezco a una religión de culto ritual, pero también a una religión del libro y el logos) estaba tomada del libro del Levítico (23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34 b-37). Eran las prescripciones de las fiestas del Señor, "las asambleas litúrgicas que convocaréis a su debido tiempo". Las medidas del tiempo: "el día catorce del primer mes, al atardecer, tal cosa; el primer día posterior, tal otra; a los siete días, aquello; pasadas siete semanas, lo otro; El día diez del séptimo mes el día de la Expiación, …". Es la lógica de la creación en el Génesis. El respeto del shabbat o del domingo, dies dómine. La tradición judía (y yo con ella) adora el tiempo, y no el espacio. Los profetas purifican la religión y a la vez se adelantan a lo que va a ocurrir porque dominan el tiempo. Nadie es profeta en su tierra: o sea que la tierra no da profetas, la tierra, las posesiones, el dominio, se opone directa y cruelmente a los profetas. Nuestra religión es una religión de profetas, de reyes, de sacerdotes y de mujeres, pero también es una religión de siervos, esclavos que no obstante controlan el tiempo. El Levítico prohibe precisamente hacer trabajos serviles en determinados momentos. Habla a los esclavos, que somos la estirpe de David. De algún modo, los místicos y los poetas, también los músicos (como aquel rey) están fuera del tiempo, lo contemplan desde fuera, con adoración y respeto. El instrumento musical por excelencia, en esa tradición, es el violín, por la sencilla razón de que se puede transportar (el melancólico chelo significa un principio de asentamiento que siempre se ha revelado traicionero al final). El violinista en el alero del tejado, como el pájaro. La única tierra prometida debe de ser un desierto, o sea allí donde no hay nada y donde la vida consiste en pasar, de perfil además, con una rama blanca en la boca, anunciando el fin de la tormenta destructora, anunciando el tiempo de la paz. En el siglo XX muchos judíos encontraron en el espacio muerto del arte, ese espacio del sueño y la eternidad, un espacio habitable. Los poetas verdaderos son judíos. Los pintores son judíos. Los guardias civiles son judíos. Yo soy judío. Cristo era judío. Propuso una revolución en la que la víctima era él mismo. Nadie debía morir por su causa, sólo él mismo. Y era una muerte para vencer a la muerte. El evangelio de la Resurrección. No lo entendemos. No lo entendemos.