miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡Feliz Año Nuevo !

Pa' que os vayáis ambientado!

martes, 30 de diciembre de 2008

Normal (Porcupine Tree)

Notas para un diario 88

En Pamplona. Vísperas del fin de año. Si tuviera que resumir con una expresión lo que pienso respecto de este año bloguero (sólo llevo nueve meses, pero no he parido ni un ratón), no acudiría al tópico regio del annus horribilis (a disastrous or unfortunate year, según la definición del sapientísimo webster que tengo siempre a mano, y que te recomiendo que lo pongas en la mesilla de noche o a modo de almohada, pero en todo caso cerca del oído): no lo haría porque me gusta la precisión en el hablar y en el escribir (si nos quitan eso, ¿qué nos queda?) y la verdad es que no me ha ocurrido ningún desastre, ni en este año he carecido de fortuna, al menos en mayor medida que en otros anteriores; no, la expresión correcta no es otra que esta: things fall apart. Me gusta esa frase –"todo se demorona", sería una buena traducción, si no fuera porque omite el término cosa, y éste es esencial– por otros tantos motivos que paso a describirte, pies de nácar, con un orden inverso de importancia: primero porque (como a Rilke, a François Ponge y al maestro ampurdanés que me inspira) me apasiona y uso mucho la palabra castellana (y catalana) cosa, Ding en alemán; segundo, porque la han empleado de modo muy significativo dos poetas a los que adoro, uno en verso (Yeats, en The Second Coming, uno de los grandes grandes poemas del novecento) y otro en prosa (Chinua Achebe, que la toma del anterior y entorno a la cual construye uno de los microcosmos literarios más bellos que jamás se hayan escrito: leed la novela que la lleva en el título en el original inglés, por favor); y, tercero, y puesto que no soy nominalista, más importante, porque refleja a la perfección mi estado de ánimo en el momento presente. Nadie como el propio Yeats para describirnos la situación, tal y como yo también la percibo alrededor y sobre todo in my inner most: Turning and turning in the widening gyre/The falcon cannot hear the falconer;/Things fall apart; the center cannot be hold;/Mere anarchy is loosed upon the world/The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere/The ceremony of innocence is drowned;/The best lack all conviction, while the worst/are full of passionate intensity. Increíblemente bello y preciso, ¿no? Como no hace falta que te lo traduzca, me limito a decirte que me encanta la mezcla tonal entre aristocratizante (los halcones y halconeros, la separación entre mejores y peores, las absolutizaciones constantes), apocalíptico (es evidente, desde el título, y en cada verso) y al mismo tiempo analítico, sencillo y directo. A Yeats no le importa comenzar no con uno sino con dos gerundios (el poema está creciendo todo el tiempo: por momentos parece que fuera a estallar), llenarlo todo de participios y hasta repetir el mismo dos versos más tarde (loosed), y usar sin ningún recato la bienamada palabra "cosa". Y qué aciertos verbales: la ceremonia de la inocencia ahogada por la vulgaridad, el impudor y la sangre descolorida, la expansión del círculo que traza el halcón, la imposibilidad de oír al halconero (Cristo en la vieja traditio sajona y en el poema de Hopkins que Yeats conocía), la perdida del centro, del sentido. Y, lo más importante, la inteligencia con la que los últimos versos ("Los mejores carecen de convicciones, mientras que los peores/están plenos de una apasionada intensidad") se deben aplicar no a unos y otros, que también, sino ambos a cada quien: son los dos hombres que me habitan, mientras el mejor pierde la fe, el peor se llena de pasión por lo más bajo. Para que luego digan que los poetas no sirven para nada; como Mueck, en cuyas imágenes me veo retratado cada día: son mi verdadero espejo, el que refleja la decrepitud y ensanchamiento de mi carne y el abatimiento de mi espíritu gastado.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Say (John Mayer)

 

El mejor Joseph Roth

Pocas cosas me producen un placer tan inteno, físico antes que mental, como una buena historia. Y cada vez más. Por eso sería un crimen por mi parte no dejar constancia aquí de la lectura que acabo de hacer de la novela de Joseph Roth: Jefe de estación Fallmerayer (Acantilado, 2008). Escrita ya en el exilio parisino, pero muy al principio, en el invierno de 1933, carece del pesimismo radical de las últimas (y mejores creaciones) de Roth. ¡Pero qué historia! ¡Pero es que no hay nadie en el mundo del cine que lea! Evidentemente no la pienso contar aquí: sería otro crimen peor. Sólo os puedo decir que es una historia clara en la superficie, pero con un fondo abismal. Una historia de pasión, y de Ley, como lo son las buenas parábolas amorosas y amatorias. Sensual hasta perder el sentido, y al mismo tiempo de un sentido espiritual tan profundo como incontrovertible. Nadie (salvemos a la Dinesen) ha contado las historias que ha contado Joseph Roth.
(La foto de Joseph Roth está tomada en el Café Le Tournon de París a comienzos de su exilio).

domingo, 28 de diciembre de 2008

Tears in Heaven (Eric Clapton)

Borges por Savater

Ayer he disfrutado un montón con el libro que Fernando Savater ha dedicado a Jorge Luis Borges y que se titula Borges: la ironía metafísica (Ariel, 2008). El título es un poco engañoso. Me explico: el libro, en la mejor tradición lectora, es un repaso por la vida y la obra de Borges. Breve, ameno, de una escritura impecable, sencillo. Savater, ya lo sabíamos (La infancia recuperada), es un gran lector, es más, yo diría que es sobre todo un buen lector. Además, cosa rara siendo filósofo, sabe muy bien lo que es la literatura. No la utiliza como un ejemplo de otras cosas. La conoce, admira y respeta en lo que es. Además Savater lleva fascinado con Borges desde hace cincuenta años. Y nos lo cuenta. Sencillamente. Digo que es engañoso el título porque podría parecer que se trata de un estudio filosófico sobre el escritor argentino y universal. A la postre, resulta serlo, pero por el camino de la más absoluta sencillez.
Si queréis leer una buena introducción a Borges, os lo recomiendo vivamente. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro. Una invitación a la lectura, a la inteligencia, al placer.
(La foto de Borges la tomó Ferdinando Scianna en la visita del maestro a Sicilia. Pocos han entendido a Borges como Savater y Scianna, y me alegro de poder reunirlos en este post)

sábado, 27 de diciembre de 2008

La isla de Bergman

Para mi amigo Xavi Pla
De vuelta en el exilio de Pamplona. Una de las cosas buenas que me ha deparado esta Navidad, de la manera más inesperada, es un DVD con algo que venía buscando desde hace algún tiempo: el gran reportaje de casi tres horas de duración que la Radio Televisión Sueca le dedicó a Ingmar Bergman poco antes de su muerte. La mayor parte está rodado en la isla de Farö, donde el cineasta se retiró para morir. Initial Series, de la productora Cameo, lo ha editado con subtítulos en español, en 2008. Acompaña al documental la última película, Saraband, la gran Spätwerk de Bergman. Ayer estuve viéndolo hasta las tres de la mañana y todo ese talento, esa ternura, ese gusto destilados en unas imágenes memorables, me reconciliaron un poco hasta conmigo mismo.
(Foto de Ingmar Bergman con 13 años).


viernes, 26 de diciembre de 2008

Mi sobrina Pilar

Mi sobrina Pilar, el alma de la familia, es la segunda niña que sale en este video, la de las gafas rojas, el traje verde y unos pendientes de perla. Abajo tenéis el making of.


jueves, 25 de diciembre de 2008

Baby Can I Hold You Tonight? (Tracy Chapman)

¡Feliz Navidad!

te ruego que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que de la nada lo hizo todo

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Notas para un diario 87

A ver, que nos estamos poniendo de lo más metafísicos, y no será porque no estemos comiendo estos días; ves lo que nos pasa cuando no hablamos, si es peor aún, perdemos el norte, la lengua y el futuro, y empezamos a sacar toda clase de conclusiones precipitadas: volviendo por un instante a lo del exceso de comida, lo peor es que se come demasiado de noche y sufrimos los que estamos ya más allá, mucho más allá, de la mitad del camino de la vida, y no estamos acostumbrados a excesos nocturnos, no te rías que te puedo ver, sí: ni a ese tipo de excesos ni a ningún otro, ya te dije que no somos ni la sombra de lo que hemos sido. ¡Qué horror, en plena Navidad y hablando de estas ordinarieces! Por otro lado no tiene nada de particular, teniendo en cuenta el olor a cuadra, pises y demás micciones incluidas, con el que se recibió en esta tierra al Salvador: aquello no tenía nada de proustiano y la pituitaria de los miembros de la familia de Dios se quedó traumatizada desde el minuto uno; los pastores, gente recia, solitaria y sabia, a las que les gustan como a ti las noches serenas, pero más acostumbrada a esas delicias populares, apenas notaron el hedor que desprendía la diabólicamente edulcorada crèche de Noël, ese símbolo universal del mundo en general y del corazón de cada quien en particular que el Niño venía no obstante a salvar: y aquí vamos llegando a un punto fundamental, y es que yo me pregunto cien veces por qué no aceptamos las cosas como son, a que vienen esas vergüenzas y falsos pudores. ¿No quedó suficientemente claro con ese Nacimiento estelar que el sano no necesita médico ni enfermero? ¿No queda claro que al Cristo le gusta asentarse en los corazones que como el mío huelen decididamente mal? Vale, sí, ya te oigo, que me estoy pasando con mi tendencia mellviliana a sermonear, tranquila que no tengo ninguna gana de hacerlo, aunque tú tampoco te lo creas, prefiero mil veces callar y meterme en mí mismo, como el personaje de La Tour, quedarme quieto contemplando lo que yo al menos tengo siempre delante: el llanto universal, el murmullo de los ecos del dolor que nos aflige y afligirá, la luz ensangrentada de carmines, cárdenos y granas con los que ese genio de la pintura supo acariciar esa tela: lo veo llorando cuando pintaba, a la luz de una vela, ¡Señor:qué delicadeza!, ¿por qué a mí no me la concedes? Lo que veo, con mi proverbial optimismo, es al Niño en la Cruz, sencillamente. Todo nacimiento contiene una pietas, y te lo digo yo que he vivido cuatro de cerca: lo supieron todos los mejores pintores/teólogos del Humanismo, y es una verdad que puede iluminar una vida entera porque si se acepta en lo más íntimo se convierte en una fuente de paz y de bien para el alma. Los hijos son en realidad los padres. No hay más, ni menos, y eso tú y yo lo hemos interiorizado hasta el punto de que cada vez estoy más convencido que nos une el sentido oscuro que le damos a todo lo claro que nos rodea y en lo que casi siempre conseguimos ver más de lo que hay. Nos une la Nada, bailonga, mística, eckartiana, sanjuanista y macabea (lee por favor, cuando puedas, el capítulo 9 del segundo libro). Ese es nuestro norte, nuestra lengua y nuestro futuro, o sea, nuestro lugar en el espejo que es el mundo. No necesitamos retornar a nada, como Ulises, porque nos sacaron, con amor, de esas aguas, como a Moisés. Me alegro de que lo compartamos, especialmente me alegro en el día de la Navidad.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Notas para un diario 86

En Madrid. Vísperas de la Navidad 2008. Bueno, pues nada, pies de nácar, que como no hay puñetera manera de hablar contigo con calma, o al menos todo lo que yo desearía, que parece que tienes dentro un auténtico hormiguillo, ahora comentaremos eso más despacio, por cierto, no me has dicho nada de las últimas notas, y quedaste en hacerlo, bruja, me tienes en vilo, como con tantas cosas porque la verdad es que te entiendo, comment dirais-je?, te entiendo muy bien, pero sólo por partes, más después de haberte visto bailar como una loca, al menos en fotos, ¡qué desinhibición más fantástica!, ¡si no pareces tú, ves como no te conozco!, pues eso, que como no hay forma de pillarte te mando estos messages on a blog, que son lo más parecido a un mensaje en una botella lanzada al mar sin esperanza ninguna de que la recoja justo la interesada; puede, no obstante, que a alguien, que la encuentre sin querer, le interese por un instante el contenido y piense, con aire melancólico, quien será este enfermo que escribe estas cosas sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. A lo que iba, que me voy por las ramas con una facilidad pasmosa: te preguntarás qué pinta en la cabecera de este post la imagen tétrica del cierre del tríptico de la familia Braque (de Rogier Van der Weyden, pedazo de pintor!). ¿Qué no te lo estás preguntando? Venga ya, no disimules… A mí me encantan los cierres de los trípticos renacentistas, e incluso los reversos de los cuadros, hay auténticas maravillas: ni Tápies, ni Saura, ni Gerardo Rueda, en todo su esplendor, consiguieron en ninguno de sus cuadros la mitad del efecto que el pintor belga (¿se puede seguir hablando hoy de Bélgica para referirse a alguien de la bella ciudad de Tournai?) en el reverso de esos paneles. Pica en él. Míralo bien. No te hago el análisis iconológico que luego me dicen que soy un pedante. Míralo, y después respira hondo. La pregunta era por la adecuación de la imagen a la Navidad: te pudiera parecer que mi llegada a Madrid, a la ciudad en la que no está ya mi madre (murió justo un 6 de diciembre), y en la que todo el resto no somos ni la sombra de lo que fuimos, me ha puesto melancólico; puede ser que un poco, aunque en realidad me suelo poner malo un mes o dos antes de la Navidad, pensando en los que nos espera a todos en esos días de cierre del año. He pasado tantos (años) amargado (no, la palabra no es muy fuerte), ante la fiesta que éste he hecho el propósito firme de pensar, y si hace falta estoy dispuesto a ponerme en la posición supina del personaje de Rodin, cabeza en mano y mano en rodilla, una semana entera, por qué razón me atraganto de bilis negra cada vez que se asoma esta época del año. Como ves, yo que soy vasco, y que pertenezco a una gens matriarcal, aspiro siempre a la racionalidad paternal, legal, fría, neolítica, semítica. Lo malo es que, como me pasa siempre, no tengo idea de por donde empezar: esta mañana he tenido por sorpresa una intuición fulgurante, un rayo de esos que a uno le cruzan por las mientes cuando menos se lo espera, un luz de bengala que no creo que me lleve muy lejos, ni que dure más que unos pocos segundos, pero al menos es algo de lo que partir en esta nueva navegación hacia lo desconocido. Se me ha ocurrido, una vez más, pasando por los campos yermos y sin embargo espiritualmente fértiles de la provincia de Soria, al contemplar la cantidad de gente que pasa por ahí estos días. Hace pocos años, pensaba, íbamos solos en la carretera; ya no nos van a dejar ni las piedras sorianas para meternos debajo. Y en ese momento, al pasar por las faldas de un esplendoroso Moncayo, a la altura de Monteagudo de las Vicarías, y después de ver como me adelantaba el enésimo audicuatro, me he acordado del bueno de Pascal, el jansenista, y de su venablo reiterado contra los que no sabemos estarnos quietos en nuestro cuarto. Yo, que soy de los de no menearme ni a tiros, viajar con la imaginación, pensar que todo viaje es una ascésis inútil, y preferir siempre, siempre, como Bartleby, el escribiente, no hacerlo, o sea, no ir nunca a ningún lado, quedarme quieto, pues yo, ese mismo manojo de nervios llevo, desde hace 20 años, viajando sin falta a Madrid para "celebrar" la Navidad. Y, ¿por qué narices lo hago? ¿Y por qué se mueve todo el mundo? ¿Por qué se vuelve a "casa" por Navidad? Esa es para mí la gran pregunta, gracias a la cual cuando me he querido dar cuenta ya estaba en Alcalá de Henares rezando un padrenuestro por Cervantes. No olvides que hay todo un género cinematográfico sobre esa realidad, anuncios sin cuento, etc. En EEUU, el viaje en cuestión, el viaje de retorno (nostos), tiene lugar los días previos a Acción de Gracias (este sí que sería un buen tema de tesis para alguien extraviado), pero el principio es exactamente el mismo: el dolor por no haber retornado todavía, o sea, la nostos/algia, la nostalgia. La cuestión tiene que ver, nada más y nada menos, con el lugar que ocupamos cada uno en el mundo. Algunos, como yo, ya te lo adelanto, ninguno. En Navidad todo el mundo busca su sitio y resulta difícil no recurrir a los demás, los padres o los hijos en primer lugar, la familia en general. Lo peor por lo visto ese día es quedarse sólo. Sería como aceptar que uno está solo, pero solo de verdad. La Navidad es el día en el que se pasa revista al lugar que uno ocupa en el mundo, y nadie quiere que ese examen le encuentre solo. Sin nadie dispuesto a declarar en su favor. Lo que pasa, pies de nácar, es que algunos estamos marcados con el estigma de la soledad. Y lo malo es que no nos importa. Ni siquiera en Navidad. Nos invade un hormiguillo. También en Navidad. Como lo mucho cansa, mañana seguimos, si te parece bien.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Wonderful Life (Black)

Variaciones Goldberg

Y para variar, una mala noticia: los responsables de la revista Goldberg, después de 10 años de trabajo, y 54 números magníficos dedicados a la música antigua, se despiden de los lectores y suscriptores con una lacónica nota electrónica, en la que anuncian la imposibilidad de continuar editando el magazine debido a dificultades económicas insuperables. ¿Otra víctima de la crisis? Seguro.
El modo de despedirse no es el adecuado, por muchas razones. Pero hoy no diré más al respecto.
Me voy a limitar a mandarles desde aquí un caluroso abrazo. Han hecho un trabajo grande. Épico. No es tiempo perdido. Y, como lector asiduo de esa revista, debo decir que he aprendido y disfrutado con cada una de las 54 entregas. Y he hecho, y seguiré haciendo cuando los repase, grandes descubrimientos. 

viernes, 19 de diciembre de 2008

Breakable (Ingrid Michaelson)

Mercé Rodoreda

En Agonia de Llum, el libro que recoge la poesía de Mercé Rodoreda, en la segunda parte, después de los poemas y antes de la correspondencia de la escritora de Sant Gervasi con Josep Carner, hay una sección dedicada a las acuarelas y los collages de la multifacética autora. Cuando los vi por primera vez ahí me quedé bastante impresionado, por el mundo interior que reflejaban. Un mundo que no obstante conocía muy bien desde que, hace ya más de veinte años, leyera los cuentos de la Rodoreda por primera vez, un corpus literario del que desde entonces no he salido nunca. Lo que muestran esos cuadros, que por fin pueden verse en una exposición en La Pedrera, es algo importante, a la hora de valorar a un artista: si se crea a partir de lo que se ve o a partir de lo que se sabe. O sea, si se tiene algo que decir, de aquello que se ve. Si se tiene el don poético. Algo que a Mercé Rodoreda le fue otorgado con largueza. Después viene el comentario o la descripción de las obras, sean pictóricas o literarias. Pero sin el don…, sencillamente no hay nada.

jueves, 18 de diciembre de 2008

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Running (No doubt)

Teología de la espera

Este domingo, tercero de Adviento, llamado "Domingo gaudete", "estad alegres", porque la antífona de entrada de la Santa Misa retoma una expresión de San Pablo en la Carta a los Filipenses, que dice así: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres". Y luego añade el motivo: "El Señor está cerca" (Fil 4,4-5). Esta es la razón de nuestra alegría. Pero, ¿qué significa: "el Señor está cerca"? Cómo tenemos que entender esta "cercanía" de Dios? El apóstol Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, piensa evidentemente en el regreso de Cristo, y les invita a estar alegres pues es seguro. Sin embargo, el mismo Pablo, en su Carta a los Tesalonicenses, advierte que nadie puede conocer el momento de la venida del Señor (Cf. 1 Ts 5,1-2) y pone en guardia ante todo alarmismo, como si el regreso de Cristo fuera inminente (Cf. 2 Ts 2,1-2). De este modo, ya entonces, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, comprendía cada vez mejor que la "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: ¡el amor acerca! La próxima Navidad vendrá para recordarnos esta verdad fundamental de nuestra fe y, ante el Nacimiento, podremos gustar la alegría cristiana, contemplando en el recién nacido Jesús el rostro de Dios que por amor se hizo como nosotros.

Uno de éstos, un doctor de la ley, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?" (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las distintas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo podemos discernir, entre todos éstos, el más grande? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento" (Mt 22, 37-38) En su respuesta, Jesús está citando el Shemá, la oración que el fiel israelita reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cfr. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total debido a Dios, como único Señor. El acento se pone sobre la totalidad de esta dedicación a Dios, con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente. El término mente, dianoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto de amor, de compromiso, de voluntad y de sentimiento, sino también de intelecto, y por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Nuestro pensamiento debe debidamente adaptarse al pensamiento de Dios. Sin embargo, Jesús añade luego algo que, la verdad, el doctor de la ley no había pedido: "El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que Él establece una relación de semejanza entre el primer y el segundo mandamiento, definido también en esta ocasión con una fórmula bíblica sacada del código levítico de santidad (cfr. Lv 19, 18). De esta forma, así pues, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: "De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 40).

(De dos intervenciones recientes de Benedicto XVI; la foto es de Nathan Lerner)

martes, 16 de diciembre de 2008

Diamonds On The Inside (Ben Harper)

La lección del Nobel

En la conferencia que los escritores que ganan el Nobel imparten la víspera de la entrega del premio (The Nobel Lecture), este año, Jean-Marie Gustave Le Clézio ha meditado sobre la vieja y siempre insuficientemente contestada pregunta de por qué se escribe. El recién laureado, formado a los pechos ubérrimos de la vanguardia francesa e internacional y en el seno de diversas tradiciones culturales, especialmente la amerindia (en realidad está mucho más formado de lo que la gente se cree) se ha cuidado mucho de comenzar su discurso de doce densas y elaboradas páginas con una referencia a sí mismo. Pour quoi écrit-on? ¿Por qué se escribe?, así en impersonal, de un modo general, como si la escritura, la de cada uno y la de todos, no perteneciera a nadie, si acaso al lenguaje mismo, patrimonio común de todos los hombres. Muerte al yo, viva la comunión de los cuerpos y los espíritus, viva la libertad reconquistada siempre entre todos. Que la littérature soit le luxe d’une classe dominante, qu’elle se nourrisse d’idées et d’images étrangères au plus grand nombre, cela est à l’origine du malaise que chacun de nous éprouve – je m’adresse à ceux qui lisent et écrivent. O sea, que Le Clézio, como antes Dadá, la Bauhaus o los surrealistas, o alguien tan independiente como Mark Rothko, echa de menos en la escena actual un sistema común de creencias en el que el acto literario recobre un sentido para cada uno de los miembros de una comunidad. El aislamiento autista de los escritores, la hipertrofia de la autoría, el establecimiento hasta en la poesía de un star system (al que por cierto nadie contribuye como la Academia Sueca) es un camino descendente. Una reivindicación de sentido, de rigor y de disciplina, contradictoria sí, pero hoy más necesaria que nunca.
(La foto de arriba está tomada por Daniel Mordzinski: son las manos de Juan Gelman. La foto de Le Clézio creo que también la tomó Daniel, pero no estoy seguro)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Hoppipolla (Sigur Ros)

Ganarle a Dios

Aparece por fin editado en España el libro de 1977 de Hannah Krall titulado Ganarle a Dios. Hannah Krall pertenece a una generación de escritores polacos que hizo de todo (desde guiones de cine, en su caso para Kieslowski, novelas y el mejor periodismo literario del siglo XX) y que vivió aplastada entre el recuerdo vivo de la Shoah y el horror presente del totalitarismo comunista (la Krall fue corresponsal en la Unión Soviética del semanario Polityka). En este libro suyo, uno de los mejores reportajes que se hayan escrito nunca, retrata a uno de los comandantes de la sublevación judía del gueto de Varsovia. Alterna la narración del horror del gueto, el exterminio constante de seres humanos, el envío en los trenes de la muerte de más de 400.000 judíos desde la capital polaca a los campos, y la preparación de la sublevación, con el presente en el que el entonces comandante ejerce como cirujano en un hospital polaco, intentando retrasar la muerte de sus pacientes, otra forma de ganarle (un poco de tiempo) a Dios. De una manera indirecta sigue siendo uno de los testimonios más fieles sobre lo ocurrido en Polonia a partir del año 1942. La lectura de Ganarle a Dios me ha ayudado a comprender la cuestión, siempre latente, de porqué los judíos europeos no fueron capaces de organizar una resistencia efectiva al nazismo.
El libro de Krall tiene de una maestría narrativa poco común. El contrapunto de pasado y presente consigue al mismo tiempo una perspectiva ágil y toda la hondura reflexiva que permite la distancia. Con cada página aumenta en nosotros la presencia de lo siniestro. Me ha recordado, por su fuerza, al libro de Tadeusz Borowski, Nuestro hogar en Auschwitz (Alba Editorial), acaso el testimonio más ajustado y denso que se haya escrito jamás sobre la vida en los campos y que me he apresurado a releer seguidamente.
La descripción de los hechos que consigue Krall me ha permitido comprender una frase de Borowski que no había sido capaz de entender: "Somos insensibles como árboles, como piedras. Y permanecemos callados, como los árboles mientras los talan, como las piedras cuando se rompen". Este misterioso abajamiento al que puede llegar el hombre, y al que el sistema nazi conducía de la manera más impía, prefigurado en la metamorfosis kafkiana, lo he encontrado también en la tercera lectura que he hecho estos días: la nueva traducción de La sala número seis de Anton P. Chéjov que mi amigo Víctor Gallego ha realizado con la misma maestría de siempre para la edición del volumen recién publicado  Cinco novelas cortas, también en Alba. Leedlo sólo si sois capaces de soportar mucha realidad. El parentesco entre todos estos escritores, testigos de la peor parte de la condición humana, la cainita, la que es capaz de ignorar al otro, de utilizarlo en el provecho propio y convertirlo en nada y en menos que nada, en una absurda y despreciable cantidad, una dimensión mucho más cercana a cada uno de lo que pensamos, es absoluto. Nadie como ellos ha descrito la maldad. Una maldad que cobra, en su testimonio, una entidad casi absoluta.
(La primera foto es de un barracón de Bierkenau es de Nicolas Dobigeon y se titula En sortir vivant. La segunda, de unos niños pidiendo limosna en el gueto de Varsovia: el niño se parece un montón a K.)

domingo, 14 de diciembre de 2008

Amor, Amore

Una coincidencia editorial feliz nos permite leer, comparar y reflexionar un poco acerca de algunas versiones de la literatura erótica de ayer y de hoy. Existe una extraña y significativa continuidad en el modo en el que la mejor literatura ha recogido el sentimiento y el uso amoroso de varias generaciones de europeos.
De la mano de Mauro Armiño, traductor e introductor del primer volumen, se presenta Cuentos y relatos libertinos, una antología de un subgénero literario de importancia histórica indudable: la narración llamada libertina, en este caso en la Francia del siglo XVIII, desde Voltaire a Sade.
Iniciada en paralelo con la literatura amorosa clásica, cuya expresión máxima pudieran ser Las portuguesas, todavía impregnada de la grandeza literaria del Siglo por antonomasia de las letras francesas, y en medio de un conjunto de circunstancias históricas y literarias entre las que destaca la traducción por Galland de las Mil y una noches, la narración libertina se caracteriza por un deslizamiento progresivo, desde el exotismo y el simbolismo, hacia un realismo cínico que culmina en la obra brutal del Marqués de Sade.
El volumen se abre con un cuento de Voltaire: “El mozo de cuerda tuerto”, escrito como un juego de sociedad, en plena juventud del filósofo iluminista, cargado de la densidad alegórica propia del talento de su autor, plantea algunas de las claves y tópicos de toda una centuria obsesionada con la limitación moral y con la búsqueda del placer sexual. La relación inmediata entre mente y cuerpo, la inevitabilidad del deseo o la proyección de la mujer como “machine à plaisir” se expresan en los relatos de Godard de Beauchamp, Claude de Crebillon, el abate Voisenon, Guillard de Servigné, Boufleurs, o en el Margot la remendona de Fougeret de Monbron.
De entre todo este material brillan por su valor literario dos obras, además del cuento volteriano. Primero, el ya famoso Point de lendemain, Ningún mañana de Vivant Denon. Una joya de la literatura universal, redescubierta por Étiemble, en la que el sentimiento amoroso y el deseo sexual recuperan la sutileza equilibrada del auténtico clasicismo. La expresión del juego y la seducción, de la atracción y la contención amorosa, tal y como las rehace con palabras Denon, han subyugado en nuestra época a lectores tan exigentes y lúcidos como Milan Kundera. En segundo lugar, Sade, en cuya obra Armiño es un especialista. Sade es un universo en sí mismo, y queda representado aquí por uno de las famosas nouvelles compiladas, tras su salida de la Bastilla, bajo la rúbrica de Los crímenes del amor. No se puede olvidar que Sade rechazó explícitamente la denominación de libertino porque sus coordenadas mentales eran otras: la sumisión corporal, la superación de todo límite, la exaltación de la crueldad. Un universo pavoroso del que el libro nos ofrece Émilie de Tourville, muestra puntual pero significativa de las obsesiones del marqués.
En segundo lugar, también Siruela publica casi al mismo tiempo una de las mejores creaciones de Giorgio Manganelli (en la foto de abajo), el largo monólogo de 1981 titulado Amore.
Manganelli, uno de los autores más difíciles del panorama de las letras europeas de las últimas décadas, no tuvo jamás la menor intención de conceder nada a la facilidad, a la complacencia y, menos que nada, a la vulgaridad en el gusto que se extendía por momentos en la vida literaria del final del siglo pasado. Con un aliento que a mí me parece épico, buscó y logró realizar una literatura pura, sutil, fundada en una necesidad expresiva tan radical como pudieran serlo autores tan irreductibles como Samuel Beckett o Maurice Blanchot.
Escritura manierista, sin ningún género de dudas, cargada hasta la extenuación de una densa marea conceptual, cada una de sus obras representa un verdadero acontecimiento y, para el lector que resiste el embate de sus frases inacabables y aparentemente repetitivas, de sus constantes neologismos, de sus oscuras parataxis, de sus infinitos juegos retóricos, puede convertirse en un verdadero hallazgo literario.
Amore, amor, es paradójicamente un escrito sobre el desamor. Metafísica que se hace eros, en un permanente anhelo de elevación amorosa, Amore está compuesto en siete partes, entre las que destacan las dos primeras: un largo monólogo magistral en el que se expone lo esencial del libro y un diálogo inmediatamente posterior, concebido en la esplendorosa tradición humanística del diálogo amoroso, que desenreda a posteriori algunos de los nudos internos de una costura literaria fascinante en la que acabamos de aturdirnos.
En el monólogo inicial, en el que resuena toda la historia de la literatura, desde las cavilaciones de Ulises hasta el astragamiento sadiano o el del propio Joyce, una voz vibrante expone su trauma ante la indiferencia de una amada impasible que vive sólo en el calor de un pasado convertido en amargas cenizas; la obsesión por la pérdida le lleva a recorrer, como un viajero cósmico, todos los lugares en los que queda un resto de la llama: cada recoveco del cuerpo de la mujer, principalmente, la propia humillación desolada, el bosque y las fuentes originarias de una pasión nunca del todo extinguida.
La autopercepción del yo como un deshecho, o como un bufón o hazmerreír, el fracaso que nos disminuye y que es, ante todo, la imposibilidad de rendir cuentas con lo verdaderamente sentido, y al mismo tiempo la creencia, posiblemente de origen védico, de que toda regresión ontológica puede significar una cierta purificación, están en el fundamento de este bellísimo retrato de un alma enamorada.
(Este artículo salió publicado el pasado miércoles 10 de diciembre en el suplemento Culturas de La Vanguardia)

jueves, 11 de diciembre de 2008

De viaje

Salgo de viaje. A Milán, a la Ambrosiana. Una conferencia. Vuelvo el sábado. Hasta entonces!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Jenny (Flight of the Conchords)

Notas para un diario 85

Vamos a ver, lector, mon hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère!, vaya por delante que te considero un lector y que escribo para ti, sí, especialmente para ti, para enseñarte a leer literatura, a entrar de una vez en ese laberinto, a jugar con la literatura como Calder jugaba con sus esculturas/estructuras móviles (no tocar, no tocar: te recuerdo que el blog se llama por algo hobby horse), en el que por lo que se ve no te encuentras nada cómodo, peor para ti, y por eso, lo primero que tengo que decirte es que tengo mi alma en mi almario, que "debajo de mi manto al rey mato" y que por supuesto no rehuso ningún reto, ni dejo comentario sin comentar por absurdo e impertinente que sea (eso sí, lo hago solo una vez y si lo prefieres quédate tú con la razón y en el uso de la palabra). Por seguir citando al maestro de maestros (otro cristiano viejo como Baudelaire), te diré que escribo lo que quiero –el aire de los poetas es la libertad–, "sin temor a que me calumnien por el mal ni me premien por el bien", que todo es figura, que aquí vemos como en un espejo y, te prometo que es la última cita del terciario franciscano, "allá se lo haya cada uno con su pecado, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres". Si, con todo, estas razonadas sinrazones mías te fueran insuficientes a tu mal pensar te reitero lo que escribí, siempre con palabras prestadas, no ha mucho en esta misma sección de notas para un diario: "Lo que te escribo nunca es la verdad/sólo medias verdades que simulan/un decoro ingenioso, traspasado/por ráfagas extrañas de pasión;/aunque jamás simulo el amor mío,/que es tan mío,/lo visto con las mil/apariencias bizarras que componen/el teatro de la vida". Comprendo que no es fácil de digerir para alguien como tú, tan mal pensado, pero te recuerdo con el furor y el misterio de mi adorado Char que el poeta transforma su derrota en victoria y que le poème est l´amour réalisé du désir demeuré désir. En otras palabras que la diferencia entre tú y yo, hipócrita, es que a mí no me gusta el anonimato ni la miel pero que, dicho todo esto, la verdad es que escribo para ti y para todos los que como tú, dispuestos a lanzar siempre la primera piedra, os situáis ahí, en la frontera del reino de los muertos. Como he dicho en muchas ocasiones en este cuaderno de condenado, yo amo la vida y pienso que el peor pecado es justamente no vivirla. Tant pis pour toi!

martes, 9 de diciembre de 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

La sombra de un amor


Cantar de los Cantares
Como manzano entre los árboles del bosque/así es mi amor entre los hombres/cuanto deseo recostarme a su sombra/y que dulce es su fruto a mi paladar/Me llevó a la casa del vino/y me cubrió con su enseña de amor/reanimándome con pasas/reconfortándome con manzanas/que estoy enferma de amor/su brazo izquierdo bajo mi cabeza/con el derecho me abraza.
Isaías
¿En poco tiempo el Líbano no se convertirá en vergel/y el vergel parecerá un bosque?
Juan de la Cruz
Oh llama de amor viva/que tiernamente hieres/de mi alma en el más profundo centro
Francisco de Aldana
Amor, mi Filis bella, que allá dentro/nuestras almas juntó, quiere en su fragua,/los cuerpos ajuntar también tan fuerte/que, no pudiendo como esponja el agua/pasar del alma al dulce amado centro/llora el velo mortal su avara suerte.
Ineffabilis Deus
ab omni originalis culpae labe praeservatam immunem
Louis Bouyer
Kenosis: término procedente de la expresión griega ekenosen eauton, se anonadó o, más exactamente, se vació; la kenosis de la Encarnación no debe buscarse más que en el hecho de que el Hijo de Dios, sin dejar de ser lo que es desde toda la eternidad, consiente no obstante, para salvar a la humanidad caída, en asumir no sólo la condición de criatura sino la de una criatura sufriente y mortal.
(el cuadro es de Giulia Lama)

domingo, 7 de diciembre de 2008

Babette´s Feast

Bella Martha

Notas para un diario 84

En casa. Cocinando: "1. Cortar la carne en cuadrados pequeños. Mezclar todos los ingredientes para el marinado en un recipiente de cobre y agregar la carne. Tapar y dejar marinar al menos 12 horas. 2. Retirar la carne, guardando el marinado. Secar los cuadrados de carne y pasarlos por harina. En una cacerola, saltear la carne en la mantequilla clarificada hasta que esté bien dorada por todos los lados…" Pues sí, aquí me tienes, cocinando, que no es sino otra forma de "engañar a la melancolía" que me invade "desde que tú te has ido…", especialmente ahora, tres años después de la muerte de la madre que me trajo al mundo. Te adelanto dos de los diecisiete pasos que tiene mi receta de la bouef bourguignon que me dejo en herencia mi señora madre hace ya tres años. (A propósito, te voy a confiar el secreto de una mentira que corre por ahí: que a los hombres se les conquista por el estómago. No voy a entrar en la verdad que pueda contener ese resabio popular sino en lo que oculta: que a la mujer también, si no más; te lo digo por experiencia: cocina para una mujer, con el amor debido, y habrás ganado un lugar en su corazón). Bueno, hablando en serio, y después de beberme tres cuartos de botella del Cuatrocientos de Inurrieta (cabernet y merlot) que me descubriste tiempo ha, oyendo boleros de Carlos Cano toda la mañana, te confieso que no me puedo olvidar de nada de lo que mi madre me dejó, especialmente de su amor a todas estas cosas que paso a enumerarte: a España, a Francia, al mediterráneo franco-catalán y al cantábrico vasco-francés (en ambos casos cuanto más al norte, y cerca de las fronteras, mejor), al anonimato, al cuidado de las cosas pequeñas, a la música y a la literatura, a los místicos castellanos (eran judíos), a la libertad interior, a la confesión sacramental, a la alegría de dar, a ponerme siempre del lado del que sufre, a la conversación, a la buena mesa. No es poco, no.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Mi guitarra y vos (Jorge Drexler)

Notas para un diario 83

En casa. Y tú (mira que eres fría), a orillas de un lago helado. La verdad es que ya te estaba echando de menos, pies de nácar, que si mucho libro con o sin alma, que si esto que si lo otro, pero me faltabas tú, nuestras charlas llenas de humor, de libertad en todo caso, de un sentido de la libertad un poco bárbaro que me ha dado cuenta de que compartimos, aunque me temo que estas lunas de miel duran poco, acaso lo que dure este maldito blog, al final acaban transformándose, cual coleóptero kafkiano, en algo distinto, mejor o peor pero distinto, bueno pues como te iba diciendo te estaba echando de menos y el otro día cuando estabas outre mer pensé, en un momento dado, que quería escribir sobre la decrepitud corporal, tú que acechas a todos los hombres guapos que pasan por delante de ti, y quería empezar cómo no por el famoso verso baudeleriano/gatopardescco que me llevo repitiendo desde hace veinte años y que dice así: Donnez-moi la force et le courage/de contempler mon coeur et mon corps sans dégoût (he tenido que buscarlo porque, como parte de la decrepitud, el órgano de la memoria también me falla y lo había reconstruido así en mi cabeza: Donnez moi Seigneur la force et le courage/de contempler mon corps sans dégoût, toma ya, le había añadido una imprecación celeste y le había quitado la referencia al corazón, prueba de hasta que punto se me está desecando…). Bueno, te cuento pues como se ha producido el déclic que me ha traído hasta aquí, una vez más hasta las orillas vellosas de tu rubia cabellera para susurrarte lo que pasa por mi siempre agitada mente (no soy un poeta sino solamente un manojo de nervios, dijo el ruso acaso pensando en mí): todo empezó leyendo en el famoso ensayo sobre Torrentius el  adjetivo con el que Herbert califica la luz del cuadro de marras sobre el que escribí ayer: dice que es una luz "clínica". Yo, que no he visto el cuadro al natural (la foto, a pesar de que hice pruebas con otras cinco, es plenamente insatisfactoria), me puedo imaginar perfectamente a lo que se refiere, más después de haber visto en cosaswood (un blog que te recomiendo, cuando lo explores entenderás porqué lo digo) la foto del pasillo de un hospital que preside este malogrado post: no voy a decir aquello del poema de Kavanagh (Hace un año me enamoré de la sala funcional/ de un hospital…), pero sí puedo en cambio afirmar que me he enamorado de los colores de esa fotografía, lo suficiente al menos como para ponerme a escribir sobre ti. Y es que el bueno de Patrick, otro gran olvidado poeta local (me muero de risa con las famas y cronopios actuales), en ese poema que se titula The Hospital y que cualquier día te copiaré enterito solo para ti, dice una cosa que esconde el secreto y la verdad (son lo mismo) de la decrepitud corporal y de la muerte (justo lo que a su vez está escondido en los colores sobresaturados de la belle photo): a saber, que nombrar las cosas es de por sí un acto de amor y aquello que el amor promete, for we must record love´s mystery with out claptrap,/Snatch out of time the passionate transitory, que más o menos quiere decir lo siguiente: "Porque debemos dejar constancia del misterio de amor sin buscar aplausos de hojalata/arrebatar al tiempo lo apasionado transitorio". Toma ya, que como siempre hemos terminado tú y yo a orillas del mediterráneo, esta vez con los filósofos jonios (¿sabes que Irlanda más que romanizada fue directamente cristianizada por monjes? ¿aún no has leído La confesión de Patricio? Aunque no haya más que leer las cartas eróticas de Joyce a su mujer para darse perfecta cuenta de ello, cuando quieras te doy el resto de la bibliografía), y yo con estos pelos. Bueno pues termino por hoy: eso es lo que veo yo en esa foto, pies de nácar.

viernes, 5 de diciembre de 2008

In the Sun (Cold Play)

Herbert y Torrentius

Si tuviera que seleccionar una sola lectura de este año (en el que la Providencia me ha bendecido con auténticas maravillas inesperadas), no dudaría en elegir el ensayo que Zbigniew Herbert dedica al pintor holandés Torrentius, y en particular al único cuadro que hoy en día puede verse de este ser cuasi legendario y que se titula, como el propio ensayo de Herbert, Naturaleza muerta con brida. No lo dudaría ni un instante. Comienza así: "Empezó de la siguiente manera: hace años, cuando visité por primera vez el Museo Real de Ámsterdam, al pasar por la sala donde se encontraba la excelente Pareja de esposos de Hals y el bello El concierto de Duyster, di con un cuadro de un pintor que me era desconocido. Comprendí en el acto –aunque sería difícil de explicar racionalmente–que algo trascendental, relevante, había sucedido, algo significativamente más importante que un hallazgo fortuito entre una multitud de obras maestras". Naturalmente, el largo ensayo que le dedica Herbert al cuadro pretende descifrar la lógica de ese encuentro crucial para el hombre que escribe poesía. Herbert se ve obligado por el cuadro a pasar revista a aquello que constituye el eje de su pensamiento y de su modo de ver el mundo: desde su capacidad de investigar un asunto (con un ejercicio heroico de las virtudes de la paciencia y de la humildad: yo calculo que tardó varias décadas en terminarlo) y de observar un objeto, hasta sus convicciones morales más íntimas: todo acto de libertad (política, creativa, espiritual) depende de una epistemología, de un modo de hilar, en un relato increíble y apasionante, una sabiduría (que dicho sea de paso espero que no acabe con él, y que por el contrario sea retomada por muchos de nosotros en esta nueva era informática y multicultural). Es la mejor tradición europea de la tolerancia y de la mirada admirada hacia las cosas bellas y de valor. No os perdáis el relato de un episodio en el que Herbert discute con Witold Gombrowicz acerca de las ruinas de un antiguo monasterio a las afueras de París.
El ensayo lo encontráis en el libro homónimo que ha publicado Acantilado. No me resisto a elogiar la traducción del polaco que hace mi amigo Xavier Farré. Y la nota de elegancia y de preciso buen hacer que supone por su parte la inclusión, en este contexto, de la palabra "estatúder", con ese regusto holandés e imperial a la vez.